Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 6 de enero de 2016

30 días, 30 relatos - Día 1

Ayer mi amiga Anthe me comentó sobre un reto de treinta días que iba a comenzar y, así como para variar y para sacarme el polvo de encima, decidí tomar el desafío también. Vamos a ver hasta dónde llegamos, porque tengo los dedos bastante oxidados (por no así las ideas).




I.- Comienza una historia con "Había una vez..."

Había una vez, un golpe.

Una y otra vez, sin cesar. Dolía, dolía como el demonio, pero ese era una clase de dolor distinto al que estaba acostumbrada. Su pecho ardía, sus pulmones se quejaban, su garganta se cerraba, los brazos temblaban debido a la tensión de los músculos. La mandíbula apretada, los dientes rechinantes, el ceño fruncido, los ojos fijos en un punto.

Una y otra vez.

Estaba molesta, enojada, furiosa. Su sangre era ácido, y su mente frustración. Una y otra vez dando vueltas en los acontecimientos de los últimos meses. Las noches en vela, las carreras de un lado a otro, los gritos en medio de la noche, las lágrimas mojando la almohada.

Una y otra vez.

Acertó un golpe tras otro. Uno, dos, tres. El saco de arena se mecía con fuerza, pero no podía ceder. No podía detenerse. Sabía que si se detenía, otra vez lloraría como una niña estúpida debido a él. Y ya no se permitiría llorar ni un día más. No por él, por un idiota egoísta que no podía ver más allá de su nariz, incluso cuando alguien le gritara los acontecimientos a la cara.

—¡No te detengas!

Una y otra vez.

Sintió los huesos de su muñeca sonar con uno de los brutales golpes que dio, pero no se quejó. Ni siquiera lo sintió. Lo único que podía sentir era la rabia, el dolor, y la forma en la que cada golpe la vaciaba de esos sentimientos que se instalaban como hiel en el fondo de su garganta. Un regusto amargo que cesaba despacio debido a la sangre que manaba de sus encías, siendo sustituido por el sabor metálico y familiar.

—¡Más fuerte! ¡Demuéstrale a ese bastardo lo que puedes hacer!

Una y otra vez.

Sus brazos perdían fuerza lentamente, pero continuó. Continuó durante minutos, horas. Hubiera continuado por días si su cuerpo no fuera tan débil. Si ella no fuera tan débil.

Recordó su sonrisa en la oscuridad, sus abrazos en medio de la multitud, la forma en la que a veces, y sólo a veces, buscaba su mano. Recordó la forma de sus ojos y de su mirada, y recordó también todas las promesas que había roto.

Una y otra vez,

—¡Dile lo que sientes, no te quedes callada!

Y gritó.

—¡Te detesto! —golpe— ¡Odio tus mentiras! —otro golpe— ¡Odio tu debilidad! —golpe— ¡Odio tu dependencia, tu vagancia, tu dejadez! —dos golpes más— ¡Y odio no poder odiarte como debería hacerlo!

El último golpe apenas movió el saco de arena. Su respiración era superficial y entrecortada, su rostro estaba bañado en sudor y lágrimas, su cuerpo temblaba y su corazón y pulmones gritaban.

Una y otra vez... lloraba por su culpa.

Se dejó caer al suelo y unos brazos la rodearon, dándole la seguridad que en ese momento necesitaba. Y lloró desconsolada, arrodillada frente a la foto destrozada que había recibido los golpes.

Golpes que nunca sería capaz de darle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario