Quienes me inspiran a seguir

sábado, 9 de enero de 2016

30 días, 30 relatos - Día 4

4.- Crea un personaje y escribe una pequeña historia sobre él/ella.


Amaro de la Rosa recordaba muy pocas cosas sobre su vida. Sabía que siempre había poseído magia, pero no lograba recordar si había obtenido sus habilidades de alguna manera o si, por el contrario, eran una cualidad de nacimiento. Sabía también que había tenido una infancia, pero cuando pensaba en ello, su mente de quedaba completamente en blanco.

Con seguridad sabía que su frase habitual (la magia es poder y el poder es el mundo) no era suya, sino más bien que la había escuchado de alguien más... pero tampoco lograba recordar de quién.

Había intentado diversas formas para recordar: viajó durante meses hasta encontrar a Sasandra, una famosa vidente, pero ella misma le había dicho que nada debía recordar pues no había nada allí. Eventualmente la había asesinado en un arranque de ira, ira que nunca antes había sentido. Aprendió entonces todas las habilidades mágicas que pudo, dándose cuenta que su capacidad mental parecía no tener fin. Las magias de todos los colores, de todos los reinos, islas, archipiélagos y continentes estaba en sus manos, pero ningún hechizo había dado resultado.

—Mi hijo. Mi creación.

Amaro de la Rosa tuvo entonces una visión. Un gran tubo de ensayo, una jaula de cristal llena hasta los topes de una sustancia multicolor. Y la sustancia entraba por sus poros y le daba la vida.

—¡No lo escuches, Amaro! ¡Miente!

El hombre frente a él, un anciano decrépito y de mirada enloquecida, irradiaba magia. Y Amaro podía sentir la sincronía en sus poderes con los de aquel hombre.

—Sabes que digo la verdad —habló el anciano, su expresión llena de orgullo—. Has pasado todos estos años preguntándote quién eres, qué eres y de dónde vienes. Y esa es la respuesta: eres hijo de la magia, eres la magia misma concentrada en un envase de piel, carne y huesos. Eres mi creación.

Podía recordar esa voz con la claridad de quien escucha un eco debajo del agua. Y era real. Era verdadero. Era... conocido.

—Has aprendido todas las artes en menos tiempo del que esperé. Por eso he venido por ti. Es hora de que regreses conmigo, a tu hogar, a La Torre. Es hora de servir a tus creadores. Es hora de que me sirvas A MI.

Sabía que era su deber obedecer esa voz. No era una petición, era una orden. Después de tantos años buscando las respuestas, finalmente tenía la oportunidad de ir al lugar al cual pertenecía, donde por fin le dirían quién era.

Pero él no iba a obedecer.

Dirigió su mirada hacia atrás y vio a Faramih allí, a la incondicional Faramih alzando su arco para dirigir un tiro directo al pecho de un hombre-sombra. Y recordó lo que ella le había dicho el día que se conocieron: "No importa tu pasado, ni de dónde vengas, lo que importa es lo que quieres hacer y quién quieres ser, a dónde quieres ir".

Amaro de la Rosa sólo sabía una cosa en ese momento: No iría a ningún lugar si Faramih la ladrona no iba con él.

—Vamos a casa, mi creación.

—No —Amaro convocó su magia y un gran libro se abrió ante él,  runas de lenguas olvidadas emergiendo del papel—. Yo soy la magia, yo soy el poder. Yo soy El Mundo... Y el mundo dice que esta es su casa.

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