Quienes me inspiran a seguir

viernes, 27 de diciembre de 2013

Ausencia


El tic-tac del reloj me alarma, me alerta.

A veces siento que todo fue un sueño, que todo continúa siendo un sueño del cual no quiero despertar. Y aunque quisiera, no estoy del todo segura poder.

¿Recuerdas esos días, Rigel, en los cuales las horas transcurrían interminables, desde un punto muerto hasta el otro? ¿Recuerdas cómo dolía el adiós?

Yo lo recuerdo, y considero que es una tragedia el que tú no lo recuerdes.

Te observo desde aquí, ¿sabes? Pero pareces no darte cuenta. Es como si ya nada te importara. Es como si yo ya no fuese más importante para ti como tú lo eres para mí. Y es en serio algo triste y decadente, casi doloroso el sentir tu ausencia. La ausencia de ti en mi vida. La ausencia de tus sonrisas, de tus miradas.

Porque te quiero, Rigel, pero es tan triste el darme cuenta que no debo necesitarte más de lo que ya te necesito.

...

Los días continúan pasando, Rigel. Pasan sin ti. Pasan con la ausencia de ti, con la ausencia de mi, con la ausencia de ambos. Pasan y el tic-tac del reloj no cesa. Y a veces quisiera volver a ese lugar sin tiempo ni espacio del cual me sacaste, pero sé que no tengo el valor para hacerlo.

¿Cómo sobrevivir en aquel espacio sin ti, Rigel? ¿Cómo podré yo vivir en un mundo en el que tú no existes?

...

Estoy aprendiendo a orbitar en tu ausencia. Cada giro en espiral provoca nuevos sentimientos, cada nuevo punto de vista es algo que cambia la perspectiva de mis pensamientos y emociones.

Continúa siendo difícil sin ti aquí, pero creo que podré lograrlo. O no lo sé, pero quiero creer en ello porque, al final y en este momento, la esperanza es lo único que tengo.

Estoy seca sin ti, Rigel. Un poco vacía, un poco más oscura, bastante más solitaria. Pero creo que puedo hacerlo, porque aunque ya no te veo, aunque tu luz ya no brilla cerca de mí, tan brillante y caliente que inmola mis sentidos, estoy comenzando a acostumbrarme a este frio glacial que me envuelve, que me atosiga y me controla.

...

Aprendí a vivir en tu ausencia, Rigel.

Esta será mi última carta. O tal vez no.

Yo solo quería que me amaras. Tal vez no que me amaras más, pero sí que me amaras mejor.

Y digo que tal vez sea la última carta, Rigel, porque te he visto. Te he visto tomando su mano, y sentí que con eso podrías ser más feliz de lo que yo hubiera podido conseguir en felicidad y en amor para ti.

Solo quiero tu felicidad. Eso es todo lo que quiero ahora.

Aprendí a respirar sin tu aliento, aprendí a sobrevivir a tu ausencia, aprendí a querer un poco más de mí sin ti.

Pero aún no aprendo a olvidarte.

No sé si alguna vez podré hacerlo, Rigel, pero lo intentaré. Intentaré arrancarte de mi corazón, o por lo menos a guardarte celosamente hasta que nadie más pueda ver el amor profundo que marcaste a fuego, como un tatuaje de estrella, en mi piel y en mi alma. Guardaré nuestros recuerdos, nuestras sonrisas, nuestras locuras y ese corto pero imperecedero amor que nos profesamos de manera tan ferviente.

Lo guardaré para mí y lo guiaré al olvido, o tal vez solo al baúl de los recuerdos que, acumulando polvo día tras día, se irán perdiendo hasta que no sea ya capaz de encontrarlos.

...

Rigel...

Continúo siento tuya...

Siempre tuya...

...

Aún no te olvido. Aún no te borras. Aún te...

...

Amor...

Que triste recuerdo es aquel...

Rigel... ¿dónde estás ahora? ¿Qué estás haciendo?

Aún siento tu ausencia...

...

Rigel, tú... ¿eres feliz...?