Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 29 de mayo de 2013

Despertar


La explosión la sacudió con fuerza, haciendo vibrar cada hueso y terminación de su cuerpo. Sintió el sudor frio corriendo por su columna vertebral incluso cuando tenía una de sus mejillas pegada a la tierra mojada, incluso cuando capas y capas de tierra y roca saltaban a su alrededor, incluso cuando su corazón latía tan rápido que parecía que se detendría en cualquier momento.

—¡Ness! —escuchó un grito en la distancia, incluso cuando sus oídos parecían insensibilizados ya por la cadena de explosiones. Tal vez por eso no pudo reconocer la voz de quién la llamaba— ¡Vanessa!

Se levantó de un salto tambaleante, mirando en todas direcciones. La playa estaba hecha una porquería, al igual que ella. Se reprendió mentalmente por lo que había hecho. ¿En qué rayos había estado pensando? ¡Todo por un maldito impulso! Ella jamás, nunca hacía cosas impulsivas, sentía -más que sabía- que las cosas impulsivas no eran nada bueno. Como el impulso de haber querido a un idiota. Como el impulso de haber querido perderse montada en una motocicleta. Como el impulso de confiar en quién no lo merecía. Y ahora ese maldito impulso que la había llevado a arrojar una botella al océano. ¡Malditos fueran los impulsos!

—¡Capitana! —un nuevo grito, su voz visión sacudida por las explosiones de arena y tierra aclarándose lentamente, aunque su audición continuaba dejando bastante que desear— ¡Capitana, responda!

No podía devolver el grito, lo sabía, eso sería delatar su posición aún cuando era un blanco más que visible. Seguramente quienes habían arrojado los explosivos se encontraban aún entre los árboles, esperando por el momento oportuno para atacar, acechando en silencio. "Esto es una guerra", se recordó rápidamente. Odiaba las guerras, odiaba disparar, odiaba matar pero... pero se lo había ganado por meterse con quien no debía.

Levantó su arma del suelo y trató de orientarse, su cerebro trabajando a velocidad luz sobre qué hacer. Pero estaba bloqueada. Lentamente había ido abriendo los ojos ante la verdad, abriendo los oídos ante los rumores y la mente ante las cavilaciones. Y a pesar de que solo llegaban a sus oídos historias incompletas, para ella eran un gran avance. Un avance enorme dentro de su mente en blanco.

—¡Blast, contesta maldita sea!

Sus ojos se abrieron enormemente contra los árboles. Blast... ¡Solo Francesco la llamaba de esa manera! Aguzó el oído y pensó, estrujando al máximo su cerebro. Noroeste, desde allí había escuchado la voz de Francesco, a quince, quizás veinte metros de donde calculaba la trayectoria del primer explosivo. Las otras voces... No, solo había sido una voz, una sola llamándola de dos maneras distintas. Y esa estaba más cerca del linde del bosque con la playa, más cerca del enemigo.

—¡Retrocedan! —gritó a todo pulmón, levantando su arma y comenzando a correr contra los árboles en dirección opuesta a la voz de Francesco— ¡Enemigo en los árboles, retrocedan!

Las órdenes nunca habían sido lo suyo, así que pensó que esa le había salido medio decente mientras cargaba contra el bosque dando grandes y largas zancadas. Una explosión de verde era mejor para ella que campo abierto, incluso mientras corría y cuando las ramas bajas de los árboles la golpeaban con fuerza. Tenía que seguir corriendo, debía hacerlo, la vida de él dependía de ella.

Su audición dañada no le permitió escuchar los pasos que la seguían. Él iba justo tras ella, como un lobo tras una gacela. Tenía una clara visión de la espalda de la mujer, que corría como si estuviera escapando de todas sus sombras y demonios juntos. La tenía casi al alcance de la mano, solo unos pocos metros más...

Y el restallido de un cañón siendo disparado congeló el tiempo por un segundo completo.

Vanessa cayó al suelo sobre su costado izquierdo, aullando de dolor y él se abalanzó más rápido en su dirección, el color abandonando su rostro. La vio tendida en el suelo, una mancha de sangre apoderándose de su hombro derecho. Ella se sentó rápidamente y apuntó el arma en su dirección, una mirada enfurecida y repleta de dolor llenando sus ojos. Pero se relajó cuando lo reconoció.

—Va a estar bien —se apresuró a decir él, arrodillándose a su lado y tratando de inspeccionar la herida. Ella se sacudió sus manos con rudeza y se levantó del suelo.

—Estamos rodeados —susurró, alzando otra vez el arma.

Labadie giró sobre sus talones, de pie junto a ella. Pudo ver que el rostro de él estaba cubierto de sudor y que su rostro tenía una expresión mortificada. Lo lamentaba, estaba segura de ello. Él, que le había ayudado a rellenar bastantes espacios rotos en su corazón, lamentaba el haberle dicho la verdad cuando no había estado preparada. Pero no importaba, ya no más.

—Lo siento, Labadie —dijo ella, su cuerpo pequeño cubriendo el de él. Sentía el cansancio por todo lo recorrido, por toda la información de los últimos días, por todos los acontecimientos. Sentía la sangre bajar de su rostro para abandonarla por la herida de su hombro. Pero eso no era nada en comparación al dolor que le había hecho pasar—. Esta vez... si voy a protegerte.

Él la observó entre pasmado y melancólico, pero no tuvo tiempo para reaccionar a nada. Los disparos comenzaron a rugir en el aire y ella lo empujó a un lado, tras un árbol, agazapándose con pericia y comenzando a devolver los tiros contra los enemigos invisibles. La notaba cansada, ella solo necesitaba un respiro. Venían por ella, como siempre. Aún no entendía porqué se esforzaban tanto en sacarla del camino. ¿Qué era lo que sabía? ¿Qué era lo que querían callar?



Henrietta Francesco corrió con fuerza, los pasos de todo el escuadrón resonando tras ella, devolviendo tiros a ciegas y escuchando los gritos de los enemigos que caían sin cesar. No podía dejarla morir, no ahora que parecía que alguien por fin se preocupaba de verdad por ella, no cuando por fin aparecía una persona que la conocía de verdad y que sabía que ella, aunque tratara, no pertenecía a ese lugar. Ella era letras, no armas. Ella no merecía ser torturada en mente y cuerpo como estaba dejando que hicieran. ¡Pero, maldición! No conocía otra forma de mantenerla con vida más que aquella, más que manteniéndola en el centro del lugar donde no quería estar. Hasta ese momento, nadie se había dignado a revisar el lugar más obvio.

—Aguanta, Ness —rogó a todos los dioses que conocía.

Segundos después los vio. Labadie peleaba a mano desnuda con dos soldados vestidos completamente de negro mientras Vanessa se encontraba cubriéndole la espalda, batiendo a tiros a cualquiera que quisiese acercarse demasiado. Sin duda hacían un equipo formidable, pero no era momento de alabar la conexión que ellos tenían. Siguió esquivando los árboles, en pocos segundos podría estar a la distancia necesaria para abrir fuego y ayudarlos.



Un impacto en su rodilla la arrojó al suelo, el mundo deteniéndose por culpa del dolor desgarrador que la envolvía. Cayó al suelo, sintiendo que la vida se le iba de las manos, pero lo único que podía pensar era que debía protegerlo. Él había dado su vida por ella una vez, lo había creído muerto pero estaba vivo y no podía permitir que sufriera de nuevo ese dolor agonizante de enfrentar a la muerte. No por ella, no lo merecía.

Continuó disparando incluso cuando su mirada se nublaba cada vez más y más. Si tan solo pudiese captar bien los sonidos, su puntería sería mejor.

Una mancha borrosa se plantó frente a ella, pudo ver las botas cubiertas de tierra y sangre. Alzó la mirada, pero la luz cegadora del sol de media tarde le dio de lleno en los ojos. ¿Iban a matarla ya? ¿Había por fin terminado todo? Alzó el arma por instinto, pero la sombra se arrodilló a su lado, alejó el cañón de su dirección y la abrazó con fuerza. Era lo único que podía hacer con ella.

—Yo te protegeré todas las veces que sea necesario, Nessie —susurró Labadie en su oído, un susurro cálido y amable, un susurro que la transportó a otro tiempo, incluso antes que Drake—. Tú tienes que vivir. Tú vas a vivir.

Vanessa lo miró a los ojos, desesperada. Ese color avellana brilló cuando sus miradas se encontraron. El rostro de él estaba repleto de sangre, enrojecido por los golpes y se notaba al límite. Quiso gritar, quiso maldecir, quiso transportarlos a otro tiempo, al tiempo fugaz en el que habían sido felices.

—Ahora te recuerdo —sollozó Ness, ahogándose en el dolor.

—Lo sé, lo sé —asintió él, sonriendo con cansancio antes de depositar un suave beso sobre la frente sucia de la mujer—. Nunca olvides que te quiero. Siempre estaré contigo, aunque sea como un recuerdo.

Los brazos de él la abandonaron, tomando el arma de entre sus manos y dándole la espalda mientras se levantaba.

—¡Alec...! —gritó desesperada, ahogándose con las palabras que quería decir y que nunca dijo antes de desmayarse.



Abrió los ojos lentamente, el mundo girando sin control a su alrededor. Sentía más dolor físico del que había sentido en su vida, sentía las extremidades pesadas y la boca tan seca como un desierto. Trató de ubicarse, de recordar... y de pronto todo lo sucedido la golpeó, acrecentando su dolor físico y haciéndola ahogar un grito que murió en sus labios abiertos en agonía.

Francesco se incorporó sobre ella, depositando una compresa fría sobre la frente de Vanessa. Ella le dedicó una mirada enloquecida, repleta de dolor y sabía que lo recordaba, que recordaba todo hasta antes de caer desmayada. Y pudo leer en los ojos de la frágil mujer la pregunta que sus labios abiertos y su voz perdida entre el dolor querían hacer.

—Lo siento, Ness...

Lágrimas escaparon de los ojos de la Capitana, su mente negándose a creerlo. Lo había perdido, él había muerto y ella, por segunda vez, no había podido protegerlo. Ella, que le había jurado siendo apenas una niña que lo cuidaría. Ella, que le había dado la espalda por el estúpido de Drake. Ella, que lo había olvidado cuando él no lo merecía.

Y lo único que podía hacer por él, para mantenerlo vivo aunque fuese como un recuerdo, lo único para lo que era realmente buena era...

—Dame lápiz y papel... —sollozó Vanessa, su mirada perdida en la de Francesco.

Se había acabado por fin. Jean Blast había despertado al mundo de nuevo.

Era hora de escribir. De escribirle. Para no olvidar. Para no olvidarlo.

martes, 7 de mayo de 2013

Frases que hacen sufrir a un lector...

Como ustedes bien han de saber o imaginar, soy una ávida lectora, de esas come-libros profesionales en peligro de extinción. Mi último record de lectura fue de 26 libros el mes pasado y estoy muy orgullosa de eso.

Ahora bien, acá les traigo una selección de esas frases que tanto hacen sufrir a un lector. ¿Les ha pasado?


1.- ¿Me prestas tu libro?



2.- Disculpa pero sin querer le rompí un pedacito de la hoja


3.- Aquí está tu libro, se manchó un poco


4.-No necesitas leer un libro, con la película es suficiente


5.- En cuanto encuentre tu libro te lo devuelvo


6.- No recuerdo dónde lo dejé


7.- Se nos acabó el libro que buscas


8.- El protagonista muere al final


9.- Ese libro es de una saga de doce tomos


10.- Odio leer, es aburrido


11.- Te regalo cualquier cosa menos un libro


12.- Deja de leer y ponte a hacer algo


13.- Pierdes mucho tiempo leyendo


14.- Deberías gastar tu dinero en algo que te sirva


15.- Tu saga favorita la llevarán al cine


16.- Se mojó un poco, pero ya está seco


17.- No importa, es solo un libro


18.- Al final ellos no quedan juntos


19.- Le presté a alguien el libro que me prestaste


20.- ¿Me prestas tu libro?


21.- ¿Porqué no haces anotaciones en tu libro?


22.- Mi hermanito lo coloreó sin que me diera cuenta


23.- Se me olvidó en el auto de un amigo


24.- Mi perro lo mordió, perdón


25.- No sé porqué es tu favorito, es lo peor que he leído


26.- Que aburrido leer si no tiene dibujitos


Debo decir que me reí mucho con esto, pero también me dolió. Soy capaz de aceptar que me han pasado por lo menos la mitad de esas cosas. Un problema serio aunque sea gracioso.

Admito que esto lo saqué de un Blog que se llama My Obsesión Por Los Libros. ¡Denle el crédito a ellos y a mis horas de vagancia entre páginas de libros!

Y eso, hasta otro Update~

lunes, 6 de mayo de 2013

Símbolos



Una blanca habitación se extendía frente a mí, tan blanca que parecía irreal. El techo, el suelo, las cuatro paredes pintadas completamente de blanco. No había puerta ni ventanas, tampoco una luz que la iluminara, más aún así parecía como si el techo no existiera y estuviera bajo los rayos de un ardiente sol. Tampoco mi sombra se alargaba desde mis pies, nada había que mancillara la blanca pureza de esa habitación. Y de pronto, en menos tiempo de lo que dura un parpadeo, la habitación estaba llena de símbolos. El techo, el suelo, las cuatro blancas paredes repletas de símbolos.

Y un pequeño que me daba la espalda.

Su cabello era corto y tan dorado y brillante como el sol. Vestía de un blanco impecable, al igual que estaban pintadas las paredes de la habitación. Sus brazos y piernas al desnudo poseían una luz casi plateada, similar a la de la luz de la luna. Él tampoco poseía una sombra.

Entre los pequeños y delgados dedos de su mano izquierda tenía un trozo de carbón, con el cual dibujaba los símbolos. Trabajaba con dedicación en cada trazo, sin emitir ningún sonido. Fue cuando me di cuenta que tampoco podía escuchar mi respiración ni los latidos de mi acelerado corazón, aún ante aquel silencio reinante, tan profundo como el océano.

Quise acercarme y preguntar, más mis pies permanecieron en su sitio como si estuviera anclada allí. Mis labios se movían, pero ningún sonido salía de mi boca.

Entonces, él me miró.

Me perdí en sus ojos verdes, tan claros y místicos que perdí el miedo que me carcomía desde lo más profundo de las entrañas. En sus ojos pude encontrar verdades absolutas y respuestas que aún hasta hoy no comprendo, pero no creo que eso en verdad me importe. Lo que de verdad me importa es que las respuestas que me dieron sus ojos aún no encuentran las interrogantes a la que pertenecen.

Hasta el día de hoy no puedo recordar su rostro, tampoco su tamaño y por completo su figura. Pero hay dos cosas que no puedo ni creo poder olvidar jamás: El color y la forma de sus ojos, además de la forma de los tres símbolos que quedaron, desde esa noche, grabados a fuego en mi memoria. Tanto los recuerdo que me es imposible dejar de dibujarlos.

Aunque aún me pregunto por qué cuando recuerdo todo esto, siento unos muy intensos y profundos deseos de llorar…

viernes, 3 de mayo de 2013

Fragmentos



A veces considero que hay cosas que debemos mantener siempre ocultas de otros. Tal vez sea un poco hipócrita de mi parte el decirlo o el pensarlo, pero creo que a veces es lo mejor. Después de todo, ¿qué sucedería si aquellas cosas se revelaran? ¿Qué harías si no tuvieras la entereza de esconderlas? Porque en el fondo, aunque es una excusa barata, no deseo preocupar jamás de nuevo a otros. Porque en el fondo, aunque suene a hipocresía pura, tengo incluso temor de que algunas cosas sean reveladas…

Pero como una vez escuché: Mientras más secretos tengas, más poderoso será tu enemigo.

— ¿Qué estamos buscando?

Sonrío, acariciando suavemente los cabellos de la pequeña sombra que camina a mi lado. Tal vez me equivoqué en dejarlo venir conmigo, tal vez debí insistir en que me esperase afuera, pero este pequeño puede ser realmente insistente, lo acabo de descubrir.

—No lo sé —contesto sinceramente, agachándome junto a lo que alguna vez fue un hermoso jarrón—. Recuerdos, memorias, algo que rescatar. No estoy segura de lo que buscamos, pero seguramente sabré lo que es cuando lo vea.

— ¿Y si no lo encuentras?

—Significa que no está aquí.

Continuamos avanzando por infinidad de corredores, separando los escombros hacia los muros de granito pulido para despejar el suelo de mármol blanco. Y es increíble como este lugar pudo pasar de un palacio majestuoso a una pila de recuerdos destrozados. Porque apenas logro reconocer en estos escombros el lugar que un día me acogió cuando estuve perdida. Porque apenas puedo vernos recorrer estos pasajes como una sombra irreal lejana, tan distante como el infinito. Porque apenas puedo mantener las lágrimas aferradas a mi corazón. Y a medida que avanzamos, todo se vuelve incluso más caótico que antes. Podemos ver sombras completamente consumidas por la destrucción, encontramos centenares de cristales rotos que alguna vez protegieron un sinnúmero de cosas importantes, valiosas y maravillosas.

Me detengo cuando llegamos a la estancia principal, la única que parece no haber sufrido daño. Las puertas de doble hoja están cerradas a cal y canto, la madera apenas se nota ennegrecida en los sectores por los que el fuego trató de extenderse para entrar. El pequeño a mi lado acaricia la madera y todos los símbolos quemados que la cubren, pero puedo ver en sus gestos temblorosos que tiene miedo de tocarla seriamente y que todo se venga abajo. Tengo deseos de decirle que no se derrumbará, que es imposible que lo haga esta vez, pero callo. Guardo silencio y lo aparto suavemente de las puertas antes de plantarme frente a la madera, con las manos reposando en cada una de las hojas ennegrecidas. Y cerrando los ojos, las palabras salen de mis labios como si hubiesen pasado mil años desde la última vez que las pronuncié.

Laurië lantar lassi súrinen, yeri únótimë ve rámar aldaron. Yeni ve lintë yuldar avánier mi oromardi lissë-miruvóreva…

Las puertas se abren sin resistencia, lentamente ante los ojos asombrados del pequeño. Bajo mis manos, dejándolas caer lánguidas a mis costados y espero hasta que las puertas están completamente abiertas. Entonces me seco la lágrima prófuga que se escapó sin querer y entro, escuchando el eco de los pasos de la pequeña sombra que camina pegada a mis talones.

Recorremos la estancia en silencio. Todo está tal y como lo vi la última vez que estuve aquí. Los altos e infinitos libreros continúan aferrados a las paredes, con sus millares de libros encuadernados reposando repletos de polvo por el paso de los años y del olvido. Los candelabros, las antorchas y las velas continúan encendidas con su fuego azul, iluminando la estancia con ese brillo decadente de un pasado emborronado por la tragedia, un pasado que una vez fue hermoso y diferente. En el centro de la estancia está la gran mesa, con sus veinte sillas alrededor, sillas de madera pulida y hermosamente brillante, pero cubiertas de polvo. Sé que si cierro los ojos, seré capaz de ver flotar en la estancia a esa hermosa mujer que un día mantuvo esta fortaleza como si de un palacio se tratase.

El pequeño aferra mi mano con las suyas, deteniendo mi paseo. Volteo a verlo con una sonrisa en el rostro, pero la felicidad no puede llegar a mis ojos. Y estoy segura que si pudiera ver los suyos, encontraría millones de interrogantes que no sabría cómo responder.

— ¿Qué significa lo que dijiste? —consulta con voz suave, tímida.

Acaricio sus cabellos, beso su frente y lo invito a sentarse en una de las sillas que están allí. Él se sienta y continúa observándome, mientras doy vueltas cerca de los libros y de las estanterías repletas de luces brillantes que parpadean, haciendo eco de centenares de voces que nadie puede oír y que probablemente jamás nadie podrá escuchar.

Como el oro caen las hojas al viento, e innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos de dulce hidromiel en las altas salas —susurro, deteniéndome frente a uno de los estantes y abriendo el cristal con cuidado—. Es… una canción de familia, aunque no estoy segura que lo sea. De lo que sí estoy segura es que solo esa canción puede abrir las puertas que necesito abrir.

— ¿Y aquí encontrarás lo que buscas? —vuelve a preguntar, acercándose a mí para ver de cerca las luces que libero, las luces que comienzan a danzar a nuestro alrededor.

—Parece ser que no, que aquí no está lo que busco —sonrío, encogiéndome de hombros—. Pero no significa que esté todo perdido o que dejaré de buscar.

— ¿Y qué estás buscando? Tal vez puedo ayudarte a encontrarlo.

La sonrisa se borra de mis labios y le doy la espalda. Quisiera tanto decirte lo que busco, quisiera tanto poder compartir mi carga con alguien… Pero no debes saberlo. Porque tú tienes tu propia búsqueda, a pesar de que aún no te has dado cuenta. No tengo el corazón suficiente para decirte que, en realidad, estoy buscando las partes de mi alma que perdí…

Que estoy buscando los fragmentos de mi corazón que me fueron arrebatados sin piedad.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Diálogo


Se abre el telón. Dos siluetas en la oscuridad. Una femenina, una masculina.

Intercambian una mirada, uno sentado a cada lado de la enorme mesa de madera que estaba dispuesta entre ellos. Sobre la madera, un sinfín de fotografías relatando historias, momentos vividos, momentos desgarradores, momentos crueles. Pocas eran las imágenes que había entre ellos que iluminaban la oscura habitación repleta de sombras. Pocas eran las imágenes que podían llegar a aumentar un poco el calor del lugar, menguando el frio que extendía sus gélidas garras entre y alrededor de ellos.

Uno de ellos, la sombra femenina se levantó. Dejó frente a la silueta masculina una lata y regresó a su lugar sin que siquiera resonara el eco de sus pasos. Encendió un cigarrillo y suspiró.

—Tic, toc —dijo ella, aspirando el humo hasta que su garganta y sus pulmones quemaron—. Tic, toc.

—Sí, sí. Tic, toc —contestó él con hastío, aunque claramente divertido.

—Es claro que el problema no es encontrar la salida, sino más bien decidir cuál de todas las salidas es la menos dolorosa y la que te acercará más a tus metas futuras y con el menor daño y riesgo personal posible —admitió ella, sonriendo como el gato Cheshire—. ¿Es eso cierto o solo estoy desvariando?

—Puede que sea cierto, ¿quién sabe? —afirmó él, dándole un sorbo al contenido de su lata—Aunque a veces es mejor tomar un camino que te destroce hasta casi la muerte que tomar uno que no te llevará, al final de cuentas, a ningún lugar.

—¡Oh, vamos! ¿En serio te crees ese discurso? —se mofó ella, claramente fastidiada, pero aún así con un amago de sonrisa danzando en sus labios.

—¿Y tú en serio te crees tu discurso? —inquirió él, retándola con la mirada.

Silencio. Un momento en el cuál las palabras y las miradas estaban cargadas de irónico desafío. El silencio se rompe cuando ambos sueltan una estridente carcajada.

—Por lo menos tenemos claro que pensamos de maneras similares. Es un buen comienzo —ella le dio una nueva calada al cilindro, complacida.

—O tal vez pensamos de maneras opuestas, pero que pueden llevarnos en la misma adecuada dirección —él le dio otro sorbo a su lata, satisfecho.

Se cierra el telón. La luz se filtra a través de un túnel, anunciando el camino que se habrá de tomar. Un diálogo altamente productivo y satisfactorio.