Quienes me inspiran a seguir

lunes, 31 de diciembre de 2012

Recuento

No quería terminar el año sin haber escrito algo así.

Este Blog se creó originalmente para poder sacar lo que llevaba dentro, lo que fuera (incluso mis ganas de bostezar o yo qué sé) de una forma más... No sé. Menos común, creo. Aunque me gusta poder enfocar las cosas que siento mediante a cosas que nadie entiende y que son, por lo menos para mí, coherentemente incoherentes. Así que aquí vamos.

Cuando comenzó este año, creo que estaba un poco perdida. Bueno, no creo, estaba MUY perdida. Apenas podía escribir de manera correcta, me costaba expresar lo que sentía y todo era redundante (aún ahora lo es, pero es por motivos completamente diferentes). Por momentos perdía el rumbo y chocaba con una pared de espinas que me hacía repetirme cada día que la monotonía iba a matarme. Por momentos sentía que las ganas de tirarme de un puente (no literal, no se asusten) eran mayores que mi voluntad, a veces me daban ganas de mandarlos a todos y todo a la mierda. Qué bueno que no lo hice.

Fueron malos momentos. Me sentía una emo incomprendida social. Me sentía como una leche emo. Cortada. Pero por suerte tuve (y tengo) a mi amigo, a mi maestro, a mi Animalejo Misterioso aquí, conmigo. La persona que me enseñó que el único freno que tienes en tu vida es uno mismo, la persona que me mostró que no es malo echar raíces, pero que yo lo estaba haciendo de una manera demasiado dañina. Por eso dije FUERON, porque ya pasaron y no van a volver a repetirse.

Oh, mierda. Ahora que estoy pensándolo más a fondo, este año me pasó de todo. Reí, lloré, grité, me perdí y me encontré, inicié nuevos proyectos, terminé una novela, encontré un editor que está lo suficientemente loco como para ayudarme a cumplir uno de mis tantos sueños, conocí personas que me llenan el corazón de alegría día con día, me distancié de otras personas porque no me merecían. Y sí, suena re egocéntrico, pero al final es así. Quienes nos dejan lo hacen porque no saben apreciarnos y no porque no hayamos hecho lo suficiente para que se quedaran. Algunas personas de las cuales me distancié regresaron a mi lado y eso me hace feliz. Otras regresaron y se fueron, demostrando así que no me merecían con mayores razones. Pero de los errores aprende el hombre y nosotros estamos aquí para aprender.

Durante los malos momentos aprendí que a las personas que nos dejan, aquellos que no nos merecen solo podemos mandarles todo el cariño y toda la compasión del mundo, esperando que un día entiendan que algunas personas sí nos entregamos de verdad. Aprendí sobre el odio, sobre la venganza, sobre la rabia y me di cuenta que yo no sirvo para esos sentimientos. Aprendí cosas de mí misma y aprendí a conocer a los demás, a abrir un poco más mi mente y a no olvidar jamás que en esta vida todo se devuelve. Hice cosas malas, soy ser humano también, traté mal a algunas personas y a otras no les di oportunidad de explicarse. Pero las relaciones no son unilaterales y me di cuenta que así como el orgullo me ganó a mí (que no soy nada orgullosa), lógicamente puede ganarles a otros la partida.

Pero fue un año bueno, mucho mejor de lo que esperaba. Me reencontré con personas, viejos amigos y colegas del pasado y ahora que hemos crecido nos damos cuenta que en realidad nos distanciamos por inmadurez o simple estupidez. Afiancé mis lazos con mi Bloggera favorita (sí, Mabel, hablo de ti), conocí a una persona maravillosa cuyo nombre comienza con O y termina con scar (me encantó separarlo, me recuerda a tipo rudo) que se ha transformado en parte esencial de mi vida y a la cual espero mantener para siempre. Conocí a una pareja (Leydy e Iván) maravillosa que me dio un tío postizo, una hermanita postiza y una familia postiza en un juego para nada postizo con cariño y afecto real. Me reencontré también con un Angelito cuyo nombre no voy a mencionar pero es mi Angelito y se llama Ángel (sí, re troll, te nombré igual cuando dije que no iba a hacerlo) y también con una chica maravillosa llamada Lízbeth que me enseñó mucho sobre mí cuando apenas era una adolescente. Me di cuenta que uno puede escoger a la familia y aprendí cosas sobre el amor universal e incondicional gracias a esas personas que han llenado mis momentos de luz y amor profundo y verdadero. Y sé que en esta lista no nombré ni a la milésima parte de la lista que conforman en realidad, pero... Ah~ Esas personas saben que siempre están conmigo, no pierdo oportunidad cada día de mi vida en decirles cuánto los amo.

Puedo decir que en este momento puedo contar con los dedos de una mano las cosas realmente malas que pasaron en el transcurso de este año, pero me faltarían manos y una eternidad (aparte de mucho tiempo escribiendo) el poder enumerar en una lista precisa y detallada las cosas buenas que me han pasado. Las cosas maravillosas que he aprendido, la experiencia que he ganado (estoy apunto de subir de nivel, ¡yeah!) y... En fin. Que me tardaría mínimo cinco mil años tratando de expresarlo todo.

Entre las cosas que aprendí de mí están:

1.- Soy malditamente BUENA escribiendo. Antes no me tenía mucha fe, lo hacía más como una manera de catarsis para sacar lo que tenía acumulado dentro de mí. Y me encanta saberme buena y poder decir ahora "sí, soy buena, estoy orgullosa de mis bebés y me importa un carajo si alguien piensa que no lo soy porque yo sé que lo soy".

2.- Tengo una capacidad de amar que ralla lo absurdo. ¡Y no me importa, pues me encanta! Me encanta poder decir que amo a mis amigos, a mi familia, a mis perros, a mis gatas, a mis plantas. Me enorgullece poder tener parte en la vida de personas maravillosas porque quiere decir que estoy haciendo las cosas mejor que bien y, como dije antes, no me importa si me dicen que el amor se gasta, porque yo conozco la verdad. ¡El amor es infinito!

3.- Mi mejor arma para cualquier dificultad es la perseverancia. Mi pasión por salir adelante incluso cuando no tengo ganas de despegar la cabeza de la almohada es mi mayor virtud. Y ahora, a finales de este 2012 por fin lo entiendo. No rendirse no es ser idiota, no es chocar contra una muralla de ladrillos, no es ser masoquista. ¡Es querer crecer como persona por ti y por los tuyos!

4.- No tengo miedo de decir lo que siento. Bueno, tal vez sí, algunas veces. Pero mi temor no me gana la batalla, yo soy capaz de dominarlo y decir "tú eres mi motor, me alimentaré de ti de manera positiva. No me usarás, no me ganarás". El miedo es algo que no puede, no DEBE vencernos. Porque somos grandes por dentro, yo lo aprendí.

5.- Soy una buena amiga, mejor de lo que creí. Al principio no me tenía mucha fe en cuanto a este tema de la amistad, pero me di cuenta que si puedo entregar tanto tiempo a otros, tanto amor incondicional (y me importa una mierda que alguien me diga que todos esperamos algo a cambio de lo que entregamos, yo me conozco y sé que no soy así) es porque estoy haciendo, de nuevo, las cosas muy bien.

6.- No me importa el "qué dirán". Porque si alguien tiene el tiempo suficiente para criticarte o hablar sobre ti sin conocerte, significa que en realidad no tienen nada mejor que hacer con su tiempo. Y a mí no me importa. No voy a usar mi valioso tiempo en hablar mal sobre otros. Mejor hablar con las personas que amo y ocupar ese valioso tiempo en cosas positivas, no preocuparme por las negativas.

7.- Soy más valiosa de lo que alguna vez imaginé. Siempre tuve problemas para aceptarme, pero ahora me amo con locura. Porque sé quién soy, sé lo que soy, sé de donde vengo y hacia dónde voy. Y lo más importante. Me conozco. Y las personas que me conocen lo saben. Así como ellos son valiosos para mí, también lo son para sí mismos. No hay nada más hermoso que aprender eso y aprenderlo junto a personas que nos aman y a las cuales amamos.

Ahora espero con ansias el 2013, quiero que llegue pero YA para poder seguir creciendo como persona, para poder mirar más allá de lo que mis ojos ven como he aprendido a hacer. Quiero comenzar el año y comenzarlo bien. Quiero reír más el próximo año, llorar más (de felicidad, espero, sino, igual sirve porque seguiré aprendiendo), cantar más, escribir más, hacer más cosas. ¡Todas las cosas buenas multiplicarlas hasta el infinito!

Sí, soy una chica de flores y corazones. Pero más que me los den, me encanta darles esas flores y corazones a otros. Aunque si me quieren dar flores, yo feliz, pero que sea en una maceta. Odio las flores cortadas -w-

Entonces, en este minuto, siendo las 4:32 A.M. solo digo:

¡GRACIAS 2012. ESPERO QUE TU HERMANO 2013 SEA MUCHÍSIMO MEJOR!

Gracias a los visitantes del Blog, a aquellos que conozco y a los que no. Aquellos quienes solo vienen de paso y por curiosidad y a aquellos que vienen porque los obligué a venir. Gracias a todos por el tiempo, por el amor, por el interés, por mantenerse a mi lado y por permitirme mantenerme junto a ustedes.

¡Feliz 2013 a todos!

Rebecca.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Enfado



— ¡Imbécil! —gritó Cassandra antes de soltarle una tremenda bofetada.

Ángel sabía que merecía ese golpe, pero jamás pensó que en verdad ella fuera capaz de levantarle la mano a alguien alguna vez en su vida. Se llevó la mano a la mejilla y sintió el ardor, aunque más le dolió la mirada herida que la muchacha le entregaba.

—Merecía eso, lo acepto —asintió Ángel, rascándose la cabeza y evitando que la muchacha le arrojara la mochila, retrocediendo un paso en el pequeño ascensor—. ¿Ahora puedes escucharme?

— ¡Soy paciente pero no idiota, Ángel del demonio! —continuó gritando ella, roja de cólera— ¡La próxima vez que quieras hablar conmigo, llámame por mi nombre!

Las puertas del ascensor se abrieron y Ángel vio a Cassandra bajar como una exhalación, dando fuertes pisadas y lanzando maldiciones a diestro y siniestro. Quiso sentirse mal por lo que le estaba haciendo, pero incluso molesta esa muchacha era capaz de sacarle una sonrisa y hacerle pensar que no había mujer más dulce y tierna que ella en el mundo. Por eso, aún sabiendo que llegaría tarde a su trabajo, bajó corriendo del ascensor tras ella hacia la puerta del departamento de Cassandra, donde ella peleaba con sus llaves.

—No te enojes, Cass —rió él al llegar a su lado, abrazándola por la espalda y reteniéndola contra su pecho— Te prometo que no volverá a pasar.

— ¡Suéltame! —chilló ella, pataleando y empujando para tratar de soltarse— ¡Ángel, déjame en paz! ¡Basta! ¡Vete!

—Solo te soltaré si dejas de gritar, los vecinos piensan que te estoy secuestrando —anunció él, sonriente.

Cassandra dejó de patalear y observó a su alrededor, donde todos sus vecinos estaban asomados a las puertas de los departamentos. Pudo ver que uno de ellos llevaba incluso un bate y un teléfono en las manos. El color inundó sus mejillas y ella agachó la cabeza, totalmente avergonzada.

—No gritaré, lo prometo —dijo Cassandra de manera sumisa antes de mirar a sus vecinos y comenzar a repartir disculpas por el escándalo.

Ángel la observó con una sonrisa hasta que el último de los mirones se hubo escondido en la tranquilidad de su hogar. Luego la vio suspirar, cansada de la situación antes de voltearse a mirarlo con esos ojos que a él tan loco lo ponían. No podía evitar llamarla de esa manera cuando la veía, pero para cuanto comenzaban a hablar él ya había asimilado que esa muchacha no era Edén, sino Cassandra.

—Oye, no me mires así —rogó Ángel, tomándole las manos y retomando la palabra antes de que ella pudiera quejarse o decir nada—. Lamento llamarte siempre Edén, Cassie, pero cuando te veo de lejos apenas puedo distinguirlas, se parecen demasiado. Aunque en mi defensa, sé que eres tú. No hay chica más linda en el mundo que tú…

—Seguramente se lo decías a ella también, ¿o no? —Cassandra se soltó de las manos de Ángel y puso los brazos en jarra, aún demasiado molesta— Seguramente la enamoraste de la misma manera en la que enamoraste a mí, tonto grave, idiota, imbécil, tarado…

Él no pudo evitar sonreír ante las palabras de ella. Sabía que Cassandra no tenía mala intención al decir lo que le había dicho, sino más bien que no era capaz de contener su enfado. Por eso se inclinó hacia ella y la abrazó, pegándola con fuerza contra su pecho para no darle oportunidad de escape mientras susurraba contra su oído:

—Entonces… ¿Estás enamorada de mí?

— ¡No ignores mis insultos, maldición! —chilló ella otra vez, roja hasta la raíz del cabello.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Elegantemente Destruidos



El silencio se ha roto, las palabras vacías
Lamen la capa de pecado de nuestra piel

—Tienes que salir de aquí en algún momento, Becca —la escuchó decir mientras despegaba la vista del ordenador. Cassandra estaba al otro lado de la mesa con los brazos cruzados y con lo que quería ser una expresión dura. Rebecca suspiró—. Ibas muy bien, ¿qué pasó para que quisieras mandar todo al carajo?

—Lo que pasó es que me di cuenta que los hombres son hombres y como tales son los seres más despreciables que existen en el planeta —contestó la aludida tranquilamente, dándole un sorbo a su café—. Y tú, hermanita, deberías alejarte de ese Aramis, no te hace bien.

— ¡Tú no sabes lo que me hace bien! —gritó la muchacha, golpeando la mesa con las manos— ¡Ni siquiera sabes lo que te hace bien a ti misma!

—Cassandra, baja ese tono de inmediato —ordenó Rebecca, encendiendo un cigarrillo—. Ahora sal antes de que me arrepienta de haberte dado permiso. Si quieres joderte la vida por un tipo que solo juega contigo, muy bien, allá tú. Pero luego no me vengas llorando, porque te las vas a tener que arreglar sola.

Rebecca vio como su hermana menor salía de la casa dando un portazo y ella se quedó allí, sentada en la sala frente al ordenador, con un cigarrillo en los labios e incontenibles deseos de llorar. Pero no lo iba a permitir, ya había llorado suficiente. Por eso volteó la vista hacia el ordenador y continuó trabajando de la misma manera en la que había comenzado a hacerlo después de tratar de olvidar la escena y la traición, ahogándose en alcohol y humo de cigarrillo.

Nos damos cuenta que los finales felices no son para todos
No son para nosotros…

Levantó el móvil con desgana y se preparó psicológicamente para lo que leería. Porque estaba segura que no le iba a gustar lo más mínimo, aunque aún así era lo suficientemente masoquista como para hacerlo cada vez que el teléfono sonaba y su corazón le gritaba que no lo rompiera otra vez leyendo esas palabras.

Becca, tenemos que hablar. Por favor, dame una oportunidad, no es lo que parece. Te amo. Leo.

Quería contestarle, por un lado, que fuera y aporreara su puerta, que la obligara a escucharlo, pero jamás tendría el valor suficiente para tragarse su orgullo y el poco amor propio que todavía le quedaban por él. Por otro lado quería decirle que fuera a verla solo para gritarle en su cara, otra vez, que con ella no iba a seguir jugando. Porque Rebecca había asumido que no era juguete de nadie, y mucho menos lo sería de alguien que ya había jugado demasiado con ella y que, encima de todo, la había regresado rota a su caja de zapatos.

Pero jamás dejé de intentar
Y jamás dije que no estaba listo para…

Miró el reloj de pared. Eran cerca de las diez de la noche y su hermana no llegaba, por lo que tomó su abrigo y salió del departamento a toda carrera mientras marcaba el número de teléfono de Cassandra. Preocupada se subió al ascensor, escuchando con el corazón detenido como el aparato la enviaba al buzón de mensajes. Maldijo por lo bajo y salió a toda carrera del edificio, encontrándose con la lluvia que no dejaba de caer.

Mientras recorría las calles con desesperación, no podía dejar de preguntarse por qué las cosas tenían que ser de esa manera. Y no pensaba en su hermana menor en ese momento, sino en ella misma y los errores que llevaba cometiendo una y otra vez, siempre metiendo el dedo en el quicio de la puerta para que se lo aplastaran cuando la hoja de madera fuera empujada para cerrarse. Y es que ella parecía no querer aprender.

Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en nuestro camino

Por alguna razón y aunque jamás quisiera aceptarlo, en el fondo y al igual que su hermana era muy positiva y optimista. En el fondo de su corazón magullado esperaba equivocarse y que Aramis, el idiota que traía loca de amor a su hermana al final de todo no fuera tan idiota y, en cambio de Leo, hiciera las cosas bien. Porque Cassandra merecía tener a su lado a una persona que la valorara por la belleza tanto interna como externa que poseía.

Desgraciadamente ella no había corrido tanta suerte, aunque no le importaba lo más mínimo. Mientras su hermana estuviera bien y fuera feliz, ella podía darse por afortunada por el solo hecho de poder compartir aunque fuese un poquito de su felicidad. Porque Cassandra, a diferencia de ella misma, tenía muchas cosas hermosas que entregar.

Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de esperanza al desahuciado

Se detuvo al ver la escena, sintiendo su estómago revolverse dentro de su cuerpo. Sentía ganas de vomitar, aunque no entendía por qué.

Cassandra estaba allí, sentada donde siempre con la vista fija en ese sujeto del que no dejaba de hablar. Se miraban y sonreían como dos enamorados. Ella hablaba, hacía movimientos con las manos, ignorante de la lluvia que los tenía empapados de pies a cabeza y él la observaba casi con devoción. Y Rebecca se sintió de pronto celosa. También quería que alguien la mirase de esa manera y la tratase con esa dulzura.

—Está bien —suspiró, escondiéndose tras un árbol y apoyándose en su tronco para no caer. Todo le daba vueltas, pero no le importó.

Mientras regresaba al departamento con paso vacilante, se obligó a pensar en que su hermana estaba bien y que sus plegarias habían sido escuchadas en menos de un minuto. Aramis la estaba cuidando, la trataba bien y ella era feliz con eso. Aunque en el fondo no quería creerlo al cien por ciento, sabía que las cosas podían cambiar.

Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro día

Se sentó en el suelo del pasillo, apoyando la cabeza contra la puerta de entrada del departamento. Había salido tan rápido que se había olvidado de las llaves adentro. Su día, su vida era un caos total y no sabía qué hacer con ella. Se sentía patética, enferma y fuera de lugar, por eso tuvo que rodearse las piernas en un abrazo para evitar llorar, enterrando el rostro entre las rodillas. ¿Cómo podía ser tan…?

—Rebecca…

Ella alzó la mirada y lo vio arrodillado frente a ella, con esos hermosos ojos grises de tormenta fijos en los suyos. Por un segundo lo vio doble y hasta triple, pero se obligó a enfocar la vista detrás de sus empapados lentes.

— ¿Qué se supone que haces aquí? —inquirió tratando de sonar firme, más su voz salió tristemente quebrada por culpa de los temblores que recorrían su cuerpo.

Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya

Él sonrió y ella quiso matarlo por hacerlo. Porque aunque sabía que solo era cosa de los delirios que causaba la fiebre que sabía que tenía, la sintió verdadera y llena de esperanza. Por eso cuando él la levantó en brazos se pegó tanto a su cuerpo como si quisiera fundirse y hacerse uno con él. Ya no le importaban las excusas, las respuestas, los miedos. No le importaba nada. Si Leo quería jugar con ella y volver a romperla ya no le interesaba porque estando junto a quien la cargaba sentía que alguien la quería como ella anhelaba, como siempre había deseado ser amada. Y aunque fuera mentira, él le aportaba esa seguridad y esa ilusión de amor que necesitaba para vivir. Por eso cerró los ojos, pegó su nariz al cuello de él para aspirar profundamente su aroma y se dejó llevar.

Siempre fuiste mucho más fuerte que yo
Ahora nuestro dolor te ha hecho hermosa
Pero dentro de tu armadura
¿Está tu corazón aún abierto?

Abrió los ojos, sintiéndose desorientada y con la boca tan seca como si hubieran pasado años desde que había probado una gota de agua. Se llevó una mano al rostro mientras se sentaba en la cama, tratando de hacer memoria sobre lo que había pasado. Lo último que recordaba era que había salido a buscar a Cassandra, luego había regresado al departamento y se había sentado en el suelo a esperar a su hermana porque había salido sin llaves. Luego había llegado alguien, aunque no estaba segura de quién se tratase. Miró a su alrededor y…

—Este no es mi departamento —gimió con voz estrangulada, mirando de un lado a otro.

Se levantó de la cama casi de un salto, chocando de lleno con una serie de cables que la hicieron tropezar y soltar más de una maldición mientras se encontraba en el suelo. La puerta se abrió de golpe y ella observó al joven que la observaba conteniéndose la risa al verla desparramada en el suelo.

Porque aquí estoy, aún atrapado en mi solitario armazón
Intentando alcanzarte con mis dolorosas espinas
Escúchame ahora, por favor no me digas
Que eres muy orgullosa para…

—Eres bastante imprudente, Rebecca —sonrió él, entregándole una taza de té a la mujer que se encontraba mirándolo sentada al otro lado del mesón—. De haber sido cualquier otra persona, quizás qué te hubiera pasado.

—Cállate —gruñó ella, encendiendo un cigarrillo como si estuviera en su departamento—. Ahora dime, ¿qué hacías en mi piso y porqué no me dejaste morir?

— ¡Una fiebre no iba a matarte, exagerada! —el joven se sentó frente a ella con una humeante taza en sus manos. Rebecca sintió deseos de darle un puñetazo por las libertades que se estaba tomando con ella— Y solo iba a dejarte una nota que Leo te mandó conmigo. Me dijo que no contestabas sus llamadas, así que me preocupé y pensaba hablar contigo luego de visitarte con la excelente cuartada que él me dio.

—Muy inteligente de tu parte, Joshua —ella puso los ojos en blanco. Debió haberlo visto venir—. Ahora dime, por favor, que no fuiste tú quien me cambió ropa.

—Entonces te mentiré —molestó él, ganándose un manotazo en el brazo por parte de ella.
Un poco de dolor
Un poco de anhelo
Un poco de amor
Que se cruzase en nuestro camino

Terminó de cambiarse ropa y salió de la habitación arrastrando los pies. Tenía cincuenta llamadas perdidas de su hermana menor y no quería saber la que iba a armarse cuando se atreviera a llegar al departamento. Cassandra le haría el berrinche más grande en lo que iba del año y, lo que era peor, en el último mensaje le había anunciado que Leo le estaba haciendo compañía así que lo mejor era que volviera pronto. Pero no quería.

Se sentó en el sillón junto a Joshua, el joven de ojos grises que la había rescatado del frio del pasillo que ahora la abrazaba casi con afecto. Pero ambos sabían la verdad, lo de ellos era una especie de amistad por interés. Rebecca le daba un poco de atención y él a ella cuando se encontraban desvalidos, luego simplemente se olvidaban del otro y regresaban a su rutina. Y no era que Joshua fuera un mal tipo, sino que la exasperaba. Y una de las mayores razones de ello era que Joshua era, técnicamente, el mejor amigo de Leo.

—Mi hermana me matará —gimió escondiendo el rostro contra las rodillas, sintiendo calor en las mejillas por culpa de la posición.

—Puedes decirle que estuviste conmigo y que la pasaste bien —sonrió él, acariciando la espalda baja de Rebecca con dos dedos. Ella lo miró mal.

— ¿Acaso olvidaste que Cassandra te odia? —Joshua sonrió más ampliamente y se separó, sacando un papel arrugado de su bolsillo y mostrándoselo a ella— No, en serio no. No quiero verlo.

Un poco de miedo
Un poco de odio
Un poco de esperanza al desahuciado

—Querida Rebecca —comenzó a hablar él, imitando la voz de Leo de manera cómica y empalagosa. Ella suspiró tapándose los oídos en un vano intento por no escuchar—: Sé que en este momento pensarás cosas horribles, y no te culpo. No te mentí en ningún momento, jamás lo haría. Encontrarme con Romina fue solo un accidente, jamás lo habría planeado. Te amo y no quiero perderte otra vez. Por favor, déjame explicarte este horrible mal entendido. Con cariño, Leo —Joshua arrojó el papel a un lado hecho una bolita, riendo perverso—. ¿Le crees?

—Cállate —ordenó ella levantándose del sillón, acomodándose las gafas en el puente de la nariz y tomando su abrigo—. Si muero vendré a invadir tus noches de pesadillas, para que lo sepas.

— ¡Me gusta la idea, cariño! —escuchó que Joshua gritaba justo cuando cerraba la puerta de golpe.

Un poco de lluvia
Unos pocos truenos
Una pequeña y débil sonrisa
Al final de nuestro día

Cerró la puerta de su habitación de golpe, escapando de los gritos de Cassandra y de las miradas acusadoras de Leo cuando dijo, como si no significara nada en realidad, que había pasado la noche en casa de Joshua. Más específicamente y con toda la maldad del mundo, en su cama. Su hermana menor se había puesto como una cabra y Leo… No había podido sostener su mirada. Lo notó como si estuviese a punto de romperse, pero no le importó. En el fondo se regocijaba con esa escena pues pensaba que solo así Leo dejaría de tenerla segura a su lado. Además, así él también sentiría parte del dolor y la traición que ella había sentido.

Se sentó en la cama y encendió un cigarrillo, escuchando a su hermana aporrear la puerta como si tuviera un martillo en cada mano. No le hubiera sorprendido tampoco eso, pero lo que sí le sorprendió fue ver que su puerta se partía por la mitad justo cuando Leo le había arrojado lo que parecía ser… ¿Un sillón?

— ¡Pero qué mierda te pasa! —gritó Rebecca fuera de sí, señalando el sillón y su puerta destrozada— ¡Eres un cavernícola, Leo!

— ¡Qué mierda te pasa a ti! —exigió saber él, entrando en la habitación ante la mirada atónita de Cassandra
— ¡Entiendes todo mal y solo por eso te crees en el derecho de ir a meterte en la cama de mi mejor amigo!

Una pequeña nube de tormenta
Un poco de invierno
Un suspiro de vida
Donde no la haya

Rebecca cerró la distancia entre ellos con dos cortos pasos, levantó la mano y la impactó con fuerza contra la mejilla de Leo, que solo por la fuerza del golpe quedó mirando hacia un costado de la habitación. Cuando volvió su vista a ella la vio sonrojada, con las mejillas repletas de lágrimas y temblando de pies a cabeza. Era igual a la niña que había conocido tantos años atrás, cuando en la escuela a ella la molestaban pero aún así avanzaba como si nada pudiera derribarla, a pesar de no poder contener las lágrimas que escapaban de sus oscuros ojos marrones.

—Largo de mi casa, Leo —dijo ella con voz seca, apretando las manos en puños—. Lárgate de mi casa y de mi vida. Ya jugaste conmigo dos veces antes, no volverá a pasar una tercera vez, ya te lo dije. No soy tan estúpida. ¡Y adivina qué! Si quiero acostarme con alguien lo haré, pero aunque no te debo explicaciones porque oficialmente no eres nada mío te lo diré de todas maneras, esperando que tu diminuta cabeza lo entienda: No-me-acosté-con-Joshua. ¡Ahora largo antes que llame a la policía!

—Becca… —gimió él, tratando de razonar con ella más solo se encontró con su mirada de piedra.

—No me hagas repetirlo —amenazó Rebecca, inquebrantable.

Ella vio como Leo salía rápidamente del departamento sin siquiera mirar atrás. Escuchó la puerta de entrada cerrarse de golpe y solo entonces se permitió desmoronarse. No entendía por qué todo lo que tenía que ver con él la ponía de esa manera, pero por místicas cosas del destino siempre metía el pie en el mismo charco de barro. El charco de Leo, la estupidez y el pseudo amor que se profesaban.

Solo entrégate a mí
Juntos estaremos elegantemente destruidos

—En serio lo amas —gimió Cassandra abrazando a su hermana con fuerza, permitiéndole llorar en su hombro.

— ¡Pero no quiero amarlo! —gritó Rebecca, tratando de arrancarse ese sentimiento insano de las entrañas— Es un imbécil que me engaña y me miente, pero yo soy más estúpida porque lo permito aunque sé que eso me destruirá. No puedo evitar quererlo… No puedo evitar volver a sus brazos.

Y mientras lloraba, Rebecca descubrió un nuevo significado para la palabra “patética”.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Cassandra



Podía sentir que se desmoronaba a cada palabra que él pronunciaba. Cada uno de los sonidos que de sus labios perfectos y masculinos salía era como una daga afilada que iba directamente a su corazón. Angélica, a su lado, sujetaba su mano con fuerza, como siempre siendo su pilar. Frente a ella y junto a Ángel, Mabel se miraba las uñas como si en realidad no tuviera la mayor importancia toda la información que se encontraba recibiendo.

—Entonces, a ver si entiendo bien —tartamudeó Cassandra, tomando una profunda inspiración para mantener la calma—. Soy igual a tu ex novia, Edén, que falleció hace un año y por eso a veces me llamas así, porque piensas que ella está viva o se te olvida que está muerta y… —se detuvo, incapaz de continuar hablando.

—Estás enfermo —soltó Angélica, levantándose de un salto y decidida a llevarse a su amiga de allí—. Tratas de reemplazar a esa tal Edén con Cass. Eres un desquiciado.

—Más respeto, niña —intervino Mabel, arrugando el ceño—. Estás en el departamento de mi amigo y de quien hablas también era mi amiga. Cuidado con lo que dices.

—Lo siento, su alteza, pero tu amigo está loco y tu otra amiga no se puede ofender porque está muerta —contraatacó Ange, furiosa—. ¿Qué esperas que diga Cassie? ¿Esperas que luego de que él la engañara y después, porque es acorralado se decida a contarle y ella, tan campante le diga que…?

—Está bien —cortó Cassandra las palabras de su amiga, mirando a Ángel. En ese momento parecía el hombre más desdichado del mundo y eso fue mucho más doloroso para ella que todo lo que acababa de suceder. Angélica se giró a mirarla, boquiabierta—. Ángel, no entiendo tus razones pero… Está bien. O sea, me molesta un poco y claro que me duele, pero no mata el dolor. Además, ahora lo entiendo. Amabas a Edén, aún la amas y te cuesta olvidarla. Y no quiero que la olvides porque sé que en el fondo también me quieres a mí lo suficiente como para decirme cosas lindas.

— ¡Cassandra! —gritó Angélica, sin poder creer lo que su amiga estaba diciendo.

—Está bien, Ange —Cassandra miró a su amiga con una sonrisa en el rostro—. Sé que en el fondo Ángel me reconoce. Sé que él me mira a mí la mayor parte del tiempo, sé que él está consciente de que yo me llamo Cassandra, no Edén.

Ángel la miró con los ojos abiertos como platos, al igual que Mabel. Angélica, por su parte, solo levantó a su amiga del brazo y salió casi corriendo con ella del departamento sin siquiera darle espacio o derecho a replicar nada.

No podía creer lo que acababa de escuchar. Era como si de pronto le hubieran dado vuelta encima un balde de agua fría. Mientras le contaba a Cassandra sobre su Edén, había esperado que luego le gritara de todo, porque sabía que se lo merecía. Esperó un berrinche, una bofetada, gritos como los de Angélica, pero en los escasos segundos en los que ella se mantuvo en silencio y él se mantuvo escuchando la discusión de Ange y Mabel no imaginó que ella actuara de esa manera. Cassandra le había hablado con tacto, cariño y afecto, con una voz suave y una mirada sincera que él apenas había sido capaz de sostener por más de un segundo.

Si hubiera sido Edén, seguramente hubiera gritado, le hubiera golpeado y, seguramente, le hubiera mandado a la mierda. Pero Cassandra no era Edén y solo con eso había sido capaz de darse cuenta. Cassandra, a pesar de ser casi una fotocopia de su amada Edén, no era ella. Tenían el mismo corte extraño de cabello, llamativo, pero lo portaban de dos maneras completamente diferentes. En Edén ese estilo se veía rudo, fuerte, el estilo de una mujer segura. En Cassandra, en cambio, hacía resaltar su ternura y lo diferente que era del mundo. Tenían el mismo color chocolate en su mirada, pero mientras que en Edén su mirada decía siempre “púdrete”, la mirada de Cassandra era amable y gentil, bondadosa.
Eran muy diferentes y solo con esas pocas palabras el mundo lo había obligado a asimilarlo.

— ¿Estás bien? —miró a Mabel, me le acariciaba el hombro con cariño. En los ojos verde botella de ella pudo ver preocupación y un deje de asombro aún.

—Sí, eso creo —dijo Ángel, encogiéndose de hombros y fijando su mirada avellana en el lugar donde antes había estado sentada Cassandra.

— ¿Qué vas a hacer? —continuó la mujer con el interrogatorio— Seguramente y aunque no lo dijo abiertamente, debe estar muy enojada. ¿Lo vas a dejar así y seguirás con tu vida o continuarás buscándola, tratando de convertirla en Edén?

Ángel sabía que Cassandra jamás sería Edén. Acababa de notar todas esas pequeñas diferencias y sabía que con el tiempo descubriría más y más sobre ella, diferencias que seguramente le gustarían más de lo que estaba dispuesto a aceptar. Y aunque no quería dejar ir el recuerdo de Edén de momento, estaba seguro de que no quería perder a Cassandra.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Confrontación



Salió feliz del departamento, tarareando una canción y esperando encontrarlo. Quería darle una sorpresa, después de todo ella se suponía que tenía demasiado trabajo para salir y él estaría ocupado en el día con sus entrenamientos en el gimnasio. Le caería de sorpresa, seguramente le gustaría eso.

Caminó por la avenida con una sonrisa en el rostro en dirección al lugar donde ella sabía que entrenaba. No es que Leo se lo hubiera dicho antes, era solamente que recordaba haberlo visto un par de veces en la distancia tomado de la mano de su ex novia. Ni siquiera recordarla le iba a borrar la sonrisa de los labios, después de todo Leo ya estaba con ella y esperaba que fuera por mucho tiempo. Tomó la última esquina y se quedó paralizada en medio de la acera. Porque entre todo lo que pudo haber visto, entre todas las personas desagradables del mundo…

—Mentiroso de mierda…

Giró sobre sus talones al verlos, sintiendo que la sangre en sus venas se congelaba. No estaba celosa, estaba hirviendo de rabia. ¿Cómo podía siquiera estar hablando con esa… esa…? ¡Zorra! Porque no encontraba otro apelativo para llamarla. Y claro, también estaba enfadada con él por ser tan imbécil y no decirle la verdad. ¡Claro! ¡Para un día que se decidía a salir y los encontraba juntos! Aunque no estuvieran haciendo nada más que mirarse, una mirada demasiado intensa. Él le había mentido. Otra vez.

Detuvo el paso que estuvo a punto de dar y giró otra vez, mirándolos directamente. Y sin dudarlo encendió un cigarrillo y se acercó a ellos a paso decidido, con los oscuros ojos marrones destellando de rabia contenida. ¡Oh, había esperado tanto por un momento así! Esta vez no se iba a callar nada, ni el más mínimo grito, ni la peor palabra mal sonante que quisiera salir de sus labios.

— ¡Leo! —gritó estando a dos metros de ellos para llamar sus atenciones. Él la miró como si viera a un fantasma y la mujer frente a él se cruzó de brazos al verse interrumpida. Rebecca sacó pecho al llegar frente a ellos y encaró a Leo— ¿Cómo te fue en eso tan importante que tenías que hacer?

—Bien… —susurró él, bajando la vista para no mirar a Rebecca a los ojos— Tardó menos de lo que esperaba, ya me iba a casa.

—Genial —ella sonrió, irguiéndose incluso más tomando en cuenta que era bastante pequeña y que tendía a caminar ligeramente encorvada—. ¿Te ibas a casa antes o después de conversar con esta zorra?

La mujer soltó una exclamación y exigió una disculpa aferrando el pálido brazo de Rebecca con sus manos morenas de largas uñas acrílicas. Rebecca la miró fijamente antes de sacudir su brazo, haciendo que la mujer la arañara, dejando la zona enrojecida contrastando con su blanca piel. Luego, y para asombro de todos los transeúntes que se habían detenido a observar la escena, Rebecca le soltó un puñetazo en plena nariz a la aludida antes de encender un nuevo cigarrillo.

— ¡Becca! —gritó Leo sujetando a Rebecca y alejándola rápidamente unos pasos. Ella le fulminó con la mirada antes de soltar sus brazos del agarre de él.

—Becca nada, grandísimo hijo de puta —siseó ella, mirándolo enfurecida—. No quiero más mentiras, ya basta de que me veas la cara de tonta, ¿estamos? Si quieres encamarte conmigo y con ella al mismo tiempo y esperar a que yo no me dé cuenta, estás mal. Yo no soy tu segundo plato. No lo permití antes, ni lo voy a permitir hoy ni nunca. ¡Así que te puedes ir a la mismísima mierda!

Luego se dio la vuelta y se fue todo lo airosamente que podía. Ya sabía ella que no podía confiar en él, que no debía confiar en él porque si había sido capaz de hacer lo mismo antes nadie le aseguraba que esta vez no iba a ser igual. Desgraciadamente ella había confiado como estúpida y la bomba le había explotado en la cara. Otra vez. Y es que ella no aprendía nunca.

Se encaminó entre frustración y rabia hasta su departamento. En el camino compró una botella de whisky y varios paquetes de cigarrillos. Al llegar al lugar se encontró sola, por lo que no tuvo reparos en poner música a todo lo que daban los altoparlantes, encerrarse en su oscura habitación sin ventanas y comenzar a beber y a fumar a partes iguales.

Rebecca tenía serios problemas, no con el mundo, sino con ella misma. Y a pesar de saberlo no estaba dispuesta a admitirlo. En realidad no estaba dispuesta a admitir muchas cosas. No quería decir sus miedos en voz alta, no quería aceptarlos porque le entraba pánico de confiar en alguien como confiaba en Leo. Al final él siempre terminaría rompiendo su corazón y ella, como una imbécil, siempre terminaría perdonándolo. Porque Leo siempre tenía buenas excusas, siempre decía lo que ella quería escuchar. Y estaba harta de eso, pero no sabía cómo detenerlo. Era como un torbellino que pasa una vez a la semana. Sabes que vendrá y no puedes detenerlo por mucho que lo intentas. Lo único que puedes hacer es aferrarte a algo para que no te lleve con él.

Pero para Rebecca ya era tarde. El torbellino ya se la había llevado. Aunque Leo era más que un torbellino, era como una tromba marina en una temporada de tormenta, con truenos y rayos y lluvia y noches oscuras de soledad y amargura, de inmenso dolor y profunda desesperación.

El teléfono sonó y ella lo tomó, mirando la pantallita brillante un segundo antes de arrojarlo sobre su hombro y darle un largo trago a su botella de whisky.

Doppelganger



Mabel no podía creer lo que sus ojos veían, por lo que se obligó a parpadear un par de veces solo para cerciorarse de que no era una ilusión. Y no lo era. La muchacha frente a ella, con esa sonrisa tímida y ese porte avergonzado era real, tangible. Junto a la muchacha, Ángel sonreía como si estuviera demente, como si hubiera perdido el juicio. Y sintió que ella estaba a punto de perder el último tornillo que le quedaba.

—Mucho gusto, me llamo Cassandra —dijo ella sin dejar de sonreír—. Ángel me ha hablado mucho de usted, estaba ansiosa por conocerla.

—Ajá… —Mabel se obligó a salir de su trance cuando el timbre sonó.

—Debe ser Ange —dijo Cassandra, saliendo disparada a abrir la puerta del departamento de Ángel mientras el timbre sonaba con insistencia—. ¡Ya voy!

La mujer de ojos verde botella no perdió ni un solo segundo, sabiendo que el tiempo era valioso. Se acercó a Ángel en solo una larga zancada, le aferró el brazo con fuerza y le susurró al oído todo lo bajo y controladamente que pudo.

—Dime que no te las diste de doctor Frankenstein, por favor…

—Tampoco es un vampiro, ni una ilusión, ni un clon —enumeró Ángel seriamente, viendo como la amiga de su novia entraba en el departamento—. Aunque bien podría ser la gemela perdida, ¿no lo crees?

—Muy gracioso —Mabel se apartó de él solo para observar a la muchacha nueva que entraba en la estancia, quedando con la boca abierta. Otra vez. Era igual a… Pero no, seguramente era una muy mala coincidencia.

—Ángel, Mabel —Cassandra abrazó a su amiga por sobre el hombro, sonriente—. Esta es mi mejor amiga y compañera de universidad, Angélica. Ange, ellos son Ángel, mi novio y Mabel, su mejor amiga.

— ¡El diablo existe! —gimió Mabel, viendo como “Angélica” se cruzaba de brazos y la miraba con expresión huraña y altiva. Ángel estalló en una carcajada— ¡Eres como sacada de FIPA! —gritó, señalándola con el dedo.

— ¿Siempre son tan raros, Cass? —inquirió la aludida, mirando a su amiga con una ceja alzada. Cassandra rió de manera nerviosa— Y deja de señalarme con el dedo, ni siquiera te conozco para que te des esas libertades conmigo. ¡Por Dios! Que cada vez te buscas gente más rara para tener cerca…

— ¿Cómo tú? —Cassandra se encogió de hombros, sonriendo dulcemente.

—Si sigues tentándome vas a tener que recordarme por qué somos amigas —amenazó, dejando con la boca abierta a Ángel y Mabel—. ¿Y estos qué? Les van a entrar moscas a lo que no cierren la boca.

— ¡Ange! —exclamó Cassandra, llamando la atención de su amiga, que se limitó a resoplar.

—Ange nada. Ahora entiendo porqué estás tan loca, con una mujer así cerca quién no lo estaría —Angélica señaló a Mabel, que se cruzó de brazos, indignada.

—Por lo menos no soy una niña que busca llamar la atención con palabras afiladas —contraatacó la mujer, aún a pesar de continuar sorprendida por la escena.

— ¡Já! Seguramente hablas de Cassandra —Ange se encogió de hombros mientras su amiga simplemente se dejaba caer en un sillón, enfurruñada—. Aunque debo admitir que para ser anciana, no eres tan lenta.

—Y tú no pareces del todo una niña inmadura que planea perderse en una orgia de sexo, drogas y alcohol —agregó Mabel, sonriendo.

Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez en la que se había perdido en una pelea verbal de aquellas. Lo había extrañado. Era como pelear contra sí misma, algo que solo pasaba en su mente la mayor parte del tiempo. Se preguntó si Cassandra podría, si acaso, ser un buen material para enseñarle a pelear con las palabras pues estaba segura que si Ángel mantenía una relación con la muchacha a largo plazo, tendría que aprender a apañárselas para no aburrirse como una ameba. Miró a Angélica, que ahora discutía contra Cassandra, que parecía a punto de llorar. No, no sería buen material. Lástima.

—Parece que te la estás pasando muy bien —su mirada verde botella se clavó en Ángel, que sonreía a pesar de que a su nueva novia parecían estarla masacrando verbalmente.

—No significa que apruebe lo que estás haciendo —suspiró, cruzándose de brazos otra vez y tratando de camuflar sus palabras con la conmoción—. Edén no volverá y, aunque esa niña se parezca físicamente a ella, no es ella. No es Edén, Ángel. No trates de pensar que regresó porque no lo hizo.

Un minuto de silencio y notó que Cassandra y Angélica miraban en su dirección fijamente. En ese momento más que antes parecía que Cassandra reventaría en llanto de un segundo a otro, mientras que Angélica tenía una mirada que le recordó, sino al cien por ciento, a la mirada de su protagonista en Formas Idiotas Para Amar.

—Ángel… —titubeó Cassandra, apretando las manos en puños al parecer como iniciativa para reprimir un ataque de histeria— ¿Quién es Edén?

martes, 25 de diciembre de 2012

Entrega



Podía sentir tanto, con tanta intensidad, que se sentía colapsada de emociones, de sensaciones, de cosas que pensó jamás volver a sentir. Era una mezcla de cariño, amor, alegría, satisfacción y placer, todo reunido en el mismo punto solo para chocar y hacer erupción, creando un cataclismo de cosas incontrolables. Y ella odiaba no tener el control, aunque fuera en una minucia.

Rodeó el cuello de él con sus brazos y apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea, ahogando un gemido. Incluso teniendo los ojos cerrados podía verlo sobre ella, mirándola con esos intensos ojos grises que él poseía, liberándola de parte de las cadenas forjadas por el miedo y la costumbre de permanecer en solitario. Podía sentir gracias a sus ojos cerrados las caricias de él incluso con más intensidad. Su toque era mágico, relajante y le causaba ligeras cosquillas ardientes.

—Te amo… —susurró él en su oído, haciéndola estremecer.

Hizo la cabeza hacia atrás y despegó los labios que ya estaban rojos de tanto haberlos apretado, soltando un suspiro que chocó contra el cuello de él, que se pegó a su cuerpo incluso con más fuerza. Como si de pronto ella fuese a desaparecer. Aunque Rebecca no lo culpaba, al tener los ojos cerrados podía pensar, imaginar que el sueño sería eterno.

—Mírame —ordenó Leo, besándole ambas mejillas casi con devoción.

—No quiero —negó Rebecca con los ojos muy apretados, sintiendo como él ahora le besaba y mordía el cuello.

— ¿Porqué? —inquirió él, colándose entre las piernas de ella.

—Porque tengo miedo de que al abrir los ojos, me dé cuenta que es solo un sueño… —sus labios temblaron ligeramente y él los besó con tanta dulzura que sintió deseos de llorar— No quiero que sea un sueño…

—No es un sueño… —aseguró él en un susurro suave y cariñoso— Abre los ojos.

Rebecca dudó, pero abrió los ojos finalmente. La habitación estaba oscura, pero podía ver la figura de él, su rostro de facciones afiladas muy cerca del de ella. Lo primero que vio fueron sus ojos grises que relampagueaban de deseo, luego sus labios entreabiertos que manaban una cálida respiración irregular que chocaba contra sus propios labios, haciéndola estremecer. Y cuando quiso decir algo, una palabra bonita, lo sintió.

De pronto se encontró en una caída sin retorno. Él se aferró tan fuerte a ella desde todos los puntos de su cuerpo al mismo tiempo que tuvo que obligarse a morder su labio inferior para no gemir de placer. Y él, al parecer consciente ello la torturó con calma y precisión, recordándole todas las veces en las que ella se había rendido a sus pies. Todas las veces en las que se había entregado a él.

Y habían sido demasiadas para recordar sin sentir vergüenza.

Era como si nunca hubieran estado lejos del otro, sobre todo por él. Tocaba cada rincón de su cuerpo con maestría y precisión, causándole un placer inimaginable. La besaba en lugares que no sabía podían arder de esa manera y la sujetaba contra la cama como si fuera el único lugar al que pertenecía. Y a pesar de todo, le gustaba. Se sentía controlada y querida, aunque ligeramente asustada.

Desde la última vez no había permitido que nadie más fuera tan indecente con ella. Pero con Leo era diferente. Él la trataba incluso con devoción a la par de posesividad. Era como si quisiese recordarle que era de su propiedad. Y cuando ese pensamiento se coló en su mente justo al momento en que explosiones recorrieron todo su cuerpo, sintió pánico. Pánico porque no quería ser propiedad de nadie, ni siquiera de él por mucho que lo amara. Sentirse así era la única regla que no se permitiría romper, ni siquiera con él. Por eso esperó a que Leo, después de interminables minutos de arrumacos y caricias se durmiera para poder abandonar la cama y darse una ducha de agua congelada en el baño.

Al salir ya vestida se dirigió a la cocina, se preparó un café el triple de cargado de lo normal y encendió un cigarrillo de camino al balcón, donde se sentó en una de las sillas de plástico, admirando el panorama nocturno. No podía creer lo que estaba pasando, ¿desde cuándo la entrega era comparable a pertenecerle a alguien? Ella había decidido, luego de un mes tonteando con besos y abrazos, llevarlo a su departamento una noche en la que Cass se iba a la casa de su mejor amiga. Y pensó, ingenuamente, que solo pasarían la noche conversando y tonteando, como siempre hacían. En lugar de eso habían terminado en la cama.

—No tiene nada de malo, Rebecca —se dijo en voz alta, dándole un sorbo a su café—. Eres una mujer adulta, tienes derecho a…

¿A qué tenía derecho? ¿A acostarse con Leo aunque llevaran un mes saliendo? ¿A llevarlo al departamento solo porque ya habían estado juntos miles de veces? ¿A pensar que él estaba siendo posesivo al empujarla a una situación sin retorno o a pensar que estaba siendo la mayor imbécil de la historia? ¿A entregarse a él, aunque en realidad fuera más parecido a un pacto sellado con una noche revolcándose en la cama? Porque le había entregado su corazón y ahora su cuerpo. ¿Qué tendría que entregarle luego, en qué tendría que ceder?