Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Adiós, Dulcinea...


Se recogió el ondulado cabello en una cola de caballo, las hebras de cabello cayendo de manera decadente sobre su rostro, estilando a causa de la lluvia que no quería amainar. Acarició su cuello con dolor, dejando las marcas rojas que significaban el paso de sus uñas por la piel quemando a pesar del frío que crecía poco a poco en el ambiente. Aquel tiempo había sido tan bello y tan efímero que hasta le costaba recordar un poco...


Sonrió ampliamente y sin saber el inminente peligro que aquel acto significaba para su persona. La mujer frente a ella acomodó uno de esos preciosos caireles que la habían cautivado y le entregó su brazo, invitándola a caminar con ella. Se arrastraron por la calzada suavemente, como si fuesen neblina que se extiende en un fría tarde de otoño, las personas mirándolas con sus ojos indignos. Volvió a sonreír, su mano viajando por el pálido cuello de manera casual y tentadora, incitante e ingenua. La mujer se mordió el labio antes de susurrarle al oído unas palabras que no lograron ser comprendidas antes de volver a tomar su garbo habitual, cuadrando los hombros al caminar, la barbilla altiva, orgullosa. La muchacha sonrió, amaba a esa mujer, la amaba con todo su ser y le encantaba que fuesen amigas... Dulcinea la había sacado de su soledad para iluminar aquel mundo sombrío y llenarlo de colores.

Recogió una rosa solitaria que reposaba sobre el asfalto y olfateo su aroma, el cual la inundó como si se tratase de saborear el aroma. Le tentó comerla, por lo que acarició los pétalos con los labios pintados de carmesí, amorosa.

-Ojalá yo fuese esa rosa -susurró celosa Dulcinea, aferrando la mano libre de la dama.

-Los celos no son buenos en las creaciones de Dios -reprendió la muchacha, inconsciente del amor profano que latía en el corazón de la mujer.

Y es que si hubiese sabido antes que la amaba todo hubiera sido diferente... Tal vez hubieran podido huir, correr lejos las dos juntas, agarradas de la mano y riendo por tonterías.



Le sonrió con labios apagados al ataúd y depositó aquella rosa indigna sobre la madera, acariciando el cristo roto con dedos temblorosos y maldiciendo. Y es que Dios le había quitado su única razón de vivir, aquello que había llenado su mundo gris de colores brillantes, aquello que más había amado.

-Adiós, Dulcinea -susurró la ya mujer, sus caireles ya inexistentes ahora hechos ondas alborotadas-. Te amaré por el resto de la eternidad...

Arregló los mechones de cabello húmedos antes de darle la espalda al cadáver y salir, arrastrándose como la neblina de invierno para darle paso a la nieve, y es que nada más podía hacer para olvidarle que transformarse en la propia Dulcinea.

Duele


Corrí tras ella como si la vida se me fuese en ello. No podía alcanzarla, era una silueta ya lejana pero debía continuar. Su partida dolía como el infierno, dolía respirar su ausencia, dolía no escuchar su voz, dolía estar molesta con ella pero dolía más decirle adiós. Sujeté su mano cuando la tuve cerca y jalé de ella para frenarla, más solo me miró con sus bellos ojos azules antes de que su voz muda me llegara desde todos y ningún lugar.

-No puedes seguirme a donde voy, debes dejarme ir...

Se desvaneció de mi agarre como vapor, sus telas húmedas por tanta lágrima derramada, tanto llanto ajeno se perdieron entre las nubes y el alcohol. Se había marchado y era normal, estaba muy lejos de mí ya.

Dolía respirar sin ella, dolía estar lejos de su calor. El sarcófago vacío me recibió al abrir los ojos, el llanto empapando el cristal donde sus bellos ojos reposaban protegidos por la piel pálida, tan aterciopelada como era. Dejé de llorar, no merecía estar atada a alguien como yo, ya no merecía el valor que no podía darle. Suspiré su nombre antes de alejarme, salir perdiéndome tras el umbral de la puerta abierta y dejando que la lluvia limpiara mi alma.

martes, 28 de diciembre de 2010

Bonita


¡Bonita!
Mi alma tórrida y aguerrida te busca
entre los páramos para saciarse.

En silencio te imagino como eres:
el verano del follaje y las azaleas
picoteando uvas dulces y pistilos.

Llenas pájaros y zurces alas en las nubes.

Emigra mi alma a cualquier rincón para buscarte.

El trino de la lejanía, suave y delicado
se esparce, sacude y hace eco.

¡Bonita!, te imagino como eres.

Mi alma se complace y vuela incógnita para saciarse.

Arte y vuelo se conjugan
y te escapas entre plumas, alas y enramadas,
lúcida y coqueta, indómita y endeble,
taciturna y sonrojada.

Te imagino atrapada en la espesura.

Trasluces los colores y los mezclas,
aromática y seductora, trigueña flor en vilo.

Mi alma excitada te dibuja como eres.

Sin Tenerte


Te necesito como el alba al sol,
como la luna al atardecer,
como la brisa al mar.

Siento como corres por mi piel
y en mi sangre te llevo grabada,
reflejando en tus ojos,
el atardecer tras la montaña
y en tus labios ahogando un suspiro.

Tu sonrisa alegre y juguetona
que vuela al compás del viento,
sintiendo en mi interior
la fuerza que tu amor me da,
la seguridad que con tu presencia invade,
y ese sentimiento tan sublime de amor,
añorando que el tiempo vuele hacia ti,
para caminar tomados de la mano al atardecer,
tras la lluvia al caer.

Cuanto añoro estar contigo, sin aun tenerte.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Promesa Lunar

La luz de la luna ilumina un claro donde solo un cuerpo reposa en calma.

No es la calma final de la muerte; del último descanso, del sueño eterno.

Tampoco es la calma del sueño; el perderse en otros mundos, el sentir sin sentir.

Es la calma de la resignacion. La calma de la derrota.

La calma de ver que la vida una vez mas no solo le ha dado la espalda, si no que ha reído en su cara.

No siente tristeza ni ira, ni siente pesar por lo que pudo ser y no fue.

No siente nada, y eso lo mantiene vivo.

Solo sabe que existe, y que ya todo lo perdió.

No es un nuevo comienzo, pues incluso aquel que comienza posee su propia vida.

Él lo perdió todo, incluso su deseo de morir.

Nada hay en este mundo que lo impulse a quedarse, pero tampoco algo que justifique si partida.

Al mirar al frente, solo lo aguarda vacio, una existencia prestada en un mundo que nunca debió existir.

Al fin siente algo...miedo.

Miedo de no merecer nada de lo poco bueno que tuvo alguna vez.

Que solo lo malo sea lo que le pertenece...
...que solo sea eso lo que causa a quienes alguna vez le importaron.

La luz de la luna, que baña todo por igual ilumina el cuerpo que se levanta.

"No puedo permitirlo de ninguna manera.
Se que no puedo partir pues nada me espera...
Pero si he de quedarme, y hacer sufrir a todo aquel que a mí se acerque..."

Finalmente se pone de pie, con un sentimiento que había olvidado.

Esperanza.

De poder remediar el mal que ha causado.

De poder sanar las heridas que ha visto.

De poder recuperar algo de lo que fue...

De crear su propio destino, como ya lo hizo antes...

Las traiciones aun duelen, mas serán recordatorio del dolor que también el podría causar...

Muchos años han pasado desde el primer día que la luna vio el cuerpo en ese claro...

...Finalmente el cuerpo se levanta renacido...

...Finalmente me levanto de mi dolor...

...Cargare con él a mi espalda como un recuerdo...

...Será mi castigo...Pero también mi armadura...

...Juro ante la luna que no causare lo mismo a nadie más...

Sol de medianoche

El esplendoroso sol que ilumina en calma a la pequeña sombra cerca de la cueva...en la playa.

La arena blanca, el océano cristalino, el cielo "azul" lleno de sus blancas nubes... ¿eso es la paz?

Aquella sombra comienza a moverse lentamente por la orilla del mar. Hasta que comienza a atardecer. El cielo comienza a tomar los matices rojos, naranjas y amarillos en la playa, la sombra cae en la orilla y el mar baña poco a poco su débil cuerpo, quizas agotado por la caminata o por los recuerdos que contiene.

En su rostro, sus ojos vidriosos y vacios reflejan la tristeza de la soledad sin derramar una lágrima por todo lo sucedido.

Parece no conocer la tristeza o la alegria, o simplemente no lo gar comprender las emociones...aquello es el centro de la perdicion. Comienza a levantarse y de sus labios se escuchan unas tenues palabras...

...¿Qué es sentir?...

Cae nuevamente atormentada por el recuerdo de su pasado, de las personas que hizo sufrir, de la muerte entre sus manos como pétalos de lirios, la flor de la muerte.

Nuevamente se levanta, casi sin fuerzas, pero así igual comienza a correr.

Ya anocheció.

Continua corriendo sin darse cuenta hacia donde se dirige. Tropieza y cae. Se abraza a si misma mientras se sienta y estalla en llanto al recordar el hielo en su interior.

"No hay nada que yo pueda hacer.
Nada ni nadie espera mi regreso...y mucho menos el verme viva...
... ¿Porque?..."

Ahora sus sentimientos de infancia vuelven y recuerda el porqué comenzó su vida de muerte.

Solo logra recordar dolor, odio, tortura, agresión, desanimo... la primera muerte que presencio.

Levanta la cabeza y se ve a sí misma apuntando su cabeza con un arma.

"¿Porque?", grita frenéticamente tratando de levantarse pero sin resultados favorables.

Finalmente siente algo nuevo, un sentimiento verdadero. Se pone de pie con nuevas fuerzas.

Recuerda lo único que la impulsaba y que intentaba enseñarle a sentir.

Siente paz recordando a esa persona.

"Mátame".

Su última palabra y su primer momento de alivio luego de tanto tiempo.

Un nuevo comienzo con un final feliz.

La muerte.

Hola extraño

Los papeles arrugados a mi alrededor eran prueba máxima al decir que mi inspiración se había marchado. Apreté el lápiz en mi mano buena y maldije por lo bajo, escupiéndole a los astros por quitarme mi única esperanza de sentirme completa. Arrugue la hoja de papel completamente garabateada con lo que debían ser palabras y me sentí mejor. Mejor al poder expresar mi rabia dentro de ese cuarto solitario sin que nadie me molestase. Tal vez me faltaba vida social o tal vez tenía demasiada, no importaba, estaría dispuesta a dejar mi vida a un lado por recuperar mi creatividad pues era imposible que de mi cerebro siquiera pudiera salir una palabra bien dicha y escrita en el momento correcto.

Arrojé el lápiz, el cual voló ventana abajo y pude escuchar que alguien maldecía. -Genial-, me dije a mi misma antes de suspirar,-ya le volaste los sesos a alguien-. Me levanté y grité un escueto "lo siento" mientras asomaba la mitad de mi cuerpo por la ventana. Abajo había un hombre, largos cabellos rizados de color negro y ojos oscuros como la noche. Era mi ángel perverso. Sonreí de oreja a oreja y bajé las escaleras casi corriendo, tres veces a punto de caer. Abrí la puerta como si la vida se me fuese en ello y me detuve, él mirándome con su sonrisa socarrona que me hacía alucinar.

-Hola extraña -me dijo en un susurro y yo sentí que mi alma volvía a su lugar.

Le eché los brazos al cuello besando su mejilla y las lágrimas corrieron libres finalmente fuera de mis ojos, saliendo de su carne de piel y hueso.

-Hola extraño...

Y la vida se me fue en ello.

El fuego de tus ojos - 2° parte y final

-Tú debes decidir cuándo enfrentarlo, no yo. Siempre te enseñé que tus decisiones son importantes para mí, pero debes pensar en los demás también –susurró el hombre, acariciando el cabello de si pupila cariñosamente.

Ella lo miró a los ojos y se levantó por fin del lecho cómodo de paja. No sabía qué hacer, estaba confundida y aterrada. ¿Qué había hecho? Suspiró pesadamente y salió lentamente del lugar, necesitando pensar urgentemente.

-Si me necesitan, estaré en mi lugar de siempre –dijo antes de irse.

Caminó entre los árboles, silenciosa como una sombra, como siempre le habían enseñado a ser. Llegó en minutos a un hermoso claro en medio del bosque y cercano a un risco que daba la vista al mar. Se sentó sobre las hojas otoñales haciéndolas sonar secamente y miró el cielo, la puesta del sol suave, anaranjada y hermosa que tanto la relajaba. Cerró los ojos suspirando como nunca y con las manos temblorosas, tratando de recordar qué había hecho, quién había pagado el precio de su descontrol y de su estupidez. Lo había tirado todo a la basura solo por ese tonto e irracional sentimiento que la hacía enloquecer de dolor. Jamás iba a admitirlo, nunca daría a conocer a nadie ese vergonzoso sentimiento que no lograba controlar y mucho menos teniendo cerca al ronin que tanto odiaba…

Cuando abrió los ojos ya era entrada la noche. Las estrellas brillaban esplendorosas en el oscuro firmamento y logró reconocer cada constelación que veía sin problemas. La brisa fría golpeaba su piel de manera agradable y decidió quedarse allí toda la noche para no tener que afrontar los rostros y las miradas reprobatorias que la esperaban en el campamento. Quizás la escolta ya se había ido a la misión nocturna sin ella, pero no la iban a necesitar. Lo más probable es que ni siquiera la hubieran esperado como hacían siempre pues ya no confiarían en ella. No le importaba lo más mínimo…

Giró la cabeza ante el sonido de una rama quebrarse a su espalda. Había dejado sus armas en el cubil y se maldijo por eso. Primera regla del luchador: nunca confiarte ni siquiera en tu territorio. No vio nada extraño entre los árboles, pero se levantó silenciosamente del suelo de todas maneras, atenta a cualquier movimiento. Podía sentir las hojas bailando con la brisa, las olas rompiendo contra el risco y pasos… pasos de hombre.

De entre las sombras pudo ver una silueta que se escondía tras un grueso tronco y aguzó la vista. Pantalones de entrenamiento blanco, y algo brillante en el cinto cerca de una mano pálida y masculina. Se alejó del risco con cautela, solo tenía una oportunidad de llegar a los árboles para poder perder a su cazador de vista por el tiempo suficiente como para esconderse y esperar hasta que se aburriera de buscar.

-No necesitas mantener tu guardia –dijo una voz entre las sombras y se relajó un poco, dejando caer sus hombros unos milímetros.

-¿Qué quieres? –masculló alejándose de la figura que se le acercaba, saliendo de las sombras.

-Charlar… -dijo Kanon en un susurro.

Se sentaron a un metro de distancia sobre las hojas secas, cada quien interesado en un punto lejano al otro. No es que no supieran qué decir, si no más bien es que no podían escoger las palabras adecuadas para decirse. Kanon jugaba con la empuñadura de su katana, mientras que Kara intentaba contar las estrellas en el firmamento.

-¿Cuál es tu nombre verdadero? –susurró él sin mirarla.

-No necesitas saberlo –masculló ella con un deje de fastidio.

-El mío era Shinta, por mi abuelo –continuó él dejando su arma a un lado para prestar especial atención al perfil de la muchacha.

-¿Qué hice exactamente? –suspiró, dejando que una solitaria lágrima rodara por su mejilla imperceptiblemente.

No contestó. No era necesario martirizar a la chica con lo que había hecho esa tarde. De por sí ya se sentía lo suficientemente culpable sin saberlo y en cierto sentido ella lo agradeció silenciosamente. Sin darse cuenta la atmósfera los había hecho muy cercanos.

Poco a poco comenzaron a saludarse durante las mañanas y las noches, olvidando los rencores pasados. Kara ni siquiera lograba recordar el porqué se llevaban tan mal y sinceramente no quería recordarlo, pasaba buenos momentos con el joven ahora, no había necesidad de arruinarlo. Luego se les hizo un hábito el sentarse muy juntos a ver el atardecer, con las manos entrelazadas y en completo silencio. No necesitaban nada más para ser felices. Meses pasaron en ese juego, sin hablar de más, sin mirar de más y sin contarle al otro lo que su corazón sentía. Ella quería hacer las cosas bien, pero no sabía cómo hacerlas sin arruinarlo. Las armas eran lo suyo, no la convivencia humana y eso la enfurecía. Una tarde, antes del mudo encuentro para ver la puesta de sol se decidió por fin. Se vistió con su mejor traje de pelea y enfundó cada arma cuidadosamente en su lugar. Kunai en un costado de la cadera, senbon en el otro, ninjato sujeto de forma cruzada a la espalda, colgando de su hombro izquierdo el carcaj de flechas junto a su arco y en su mano derecha la katana que le había regalado su sensei. Era todo lo que necesitaba para tener el valor de hacer lo que quería.

Se adelantó al lugar de encuentro, esperando a su compañero sin apartar la vista del mar que rompía bajo sus pies. El aroma a sal la envolvía suavemente y se sintió con más ánimos desde hace mucho tiempo. Recordó la última vez que se había sentido tan bien y tranquila, sin miedo en absoluto y le dolió recordar que fue en los brazos de su abuelo el día que asediaron la aldea en la que vivía. Volteó a ver a su compañero, que la miraba con sus oscuros ojos brillando junto a los árboles, sonriendo de manera casual y sin malas intenciones en sus labios. Se acercaron suavemente, casi hasta quedar al roce de sus narices, mirándose intensamente. Entonces sucedió…

Un grito desgarrador proveniente del campamento. Los habían descubierto.

Comenzaron a correr entre los árboles, cada quien preparando su armamento y alejándose un poco del otro para cubrir mejores flancos de ataque. Ella tensó el arco antes de llegar al linde del bosque con el campamento y apuntó rápidamente. Su flecha le llegó de lleno a un guardia imperial en la espalda. Cargó de nuevo y volvió a disparar, tratando de no dirigir su vista a sus compañeros que arriesgaban la vida para poder salir completos de la batalla. Tenían que escapar, lejos donde nadie los reconociera. Otro grito de dolor rasguñó el aire y la muchacha sintió que su mundo se venía abajo al reconocer la voz del herido. Sus ojos recorrieron el lugar hasta ver la figura de su querido maestro con dos flechas atravesadas en su espalda y con un soldado enterrando su katana en el pecho del hombre. Eso era demasiado.

Arrojó sus armas de alcance al suelo, sacando su katana y el ninjato, lista para la pelea cuerpo a cuerpo, comenzando a despedazar sin piedad a enemigo que se cruzara en su campo de visión, pero eran demasiados. Los habían acorralado a ella y a Kanon espalda con espalda para poder cubrirse entre ellos. Ambos tenían múltiples heridas en todo su cuerpo y trataban de mantenerse consientes y de alejar el dolor de su mente, pero era tan difícil. Sintió un ruido sordo a su espalda y temió lo peor en una fracción de segundo, girándose sin importar el vivir o morir que representaba eso. Sus manos aflojaron las empuñaduras dejándolas caer al suelo ante la visión que la recibió. Kanon se estaba desangrando…

-¡No!

Su grito fue tan desgarrador que sintió morir antes de tiempo. Se arrodilló junto a él sujetando su cuerpo con las manos temblorosas, viendo como la sangre salía de su boca y de las heridas esparcidas por su cuerpo. Ya no había razones para vivir…

Besó los labios ensangrentados antes de separarse completamente del cuerpo, dispuesta a lo que se viniera sobre ella. Sin dudarlo, los soldados la acribillaron despiadadamente, cuatro filos se insertaron en su cuerpo quitándole la vida y dejándola caer de rodillas junto al cuerpo de su amado, haciendo que sus ojos se volvieran opacos y que el fuego se apagara de ellos para siempre. Aún en el limbo de la muerte ella podía ver esa sonrisa cálida fija y dedicada a ella simplemente, como si el mundo no existiese más para ellos y decidió abrazar la oscuridad con todas sus fuerzas. Morir no era tan malo.

Buscando el perdón

Nadie anda cerca
Puedo actuar
Hoy llamaré su atención



Caminó rápidamente en la estación, su mirada buscando el rostro que tanto amaba y odiaba a la vez. Tenía que hacerlo, la decisión más que tomada estaba y ya no había vuelta atrás para darle, si no lo hacía ahora no podría hacerlo jamás y lo que se viniera con él era algo que no deseaba siquiera imaginar. Tocó el morado y sintió el dolor a través de la tela blanca que cubría su pecho. Dolería nuevamente si no hacía algo ya…


Un tren se acerca en la oscuridad
…Y él lo vio
Vías resuenan, ruido infernal
Se oye el crujido de un Dios
Y al despertar leyó el titular
Su voluntad se cumplió


Era el momento, era ahora o nunca. El tren se detuvo con un ruido sordo y fuerte que creó un ambiente espeluznante en el lugar y lo hizo rápidamente. Levantó el arma y apuntó con sumo cuidado para no herir a nadie que no fuera a él, nadie más que él debía salir lastimado en aquel lugar, nadie más que él merecía la muerte en aquel lugar. El disparo se camufló con el ruido del tren al detenerse y su cuerpo comenzó a caer hasta estrellarse contra el suelo. Dio media vuelta y comenzó a correr como si su vida dependiera de ello. Y lo dependía. No quería ver los resultados ahora, debía esperar si quería salir librado de esta. Pasó la noche en la casa que habían compartido por años, recordando que todos esos días de maltrato estaban a punto de acabar. El periódico matutino le llevó la noticia a la hora acordada como siempre durante tantos años y leyó hambriento cada palabra relativa a la muerte de su novio, riendo desquiciadamente ante la idea de poder rehacer su vida como si esos años de dolor no hubieran existido jamás. Estaba dichoso, rebosante de alegría, por lo cual se dignó a salir de la casa. Se aseo y arregló como en años no lo hacía, dejando su negro cabello húmedo y vistiendo de manera casual pero elegante, con ropas que jamás pensó volver a usar…


¿Ves lo que hace el odio?
Desesperación



A cada paso que daba se sentía más y más enfermo, como si sufriera una terrible y agónica intoxicación por lactosa. Un agujero invisible en donde debía de estar su corazón se hizo presente y dolía como el demonio dando latigazos a su mancillado cuerpo cortado y marcado por aquel hombre que ya no existía más. ¿Por qué dolía tanto? ¿Por qué seguía sintiendo ese miedo si él ya no estaba vivo? Corrió para alejar sus dudas, él no podía estar vivo. Lo había matado con esas dos manos suyas que gritaban venganza y supo de pronto cuál era el motivo de su dolor. Había conservado el arma como un trofeo de su más grande triunfo…


La sensación de malestar
Que le acompaña al caminar
Recuerdos que le incitan a matar
No se resignó, cae la locura en su interior
Fiel agonía con la que creció


Volvió lo más rápido que pudo sobre sus pasos, tembloroso de que la policía hubiera escogido comenzar su investigación por ahí. Los recuerdos se agolparon en su mente con una velocidad vertiginosa que lo mareó, recuerdos que solo sabían a amargura y dolor. Los golpes luego del sexo, el sexo luego de los golpes, la humillación diaria, su cuerpo vendido, explotado, usado una y otra vez como si fuese un vil prostituto por aquel que más amaba, por aquel que le había jurado eterno amor y respeto. Tontería, siempre quiso usarlo. Sonrió, era un tonto, nadie podía dudar de él, él era la víctima, ese hombre lo había usado y vendido, él era la víctima. “¡Todos deben saberlo!”, gritó fuera de sí. Su corazón roto y los pedazos en el suelo frio, pedazos que nadie iba a recoger. Siempre solo, siempre usado y en la puerta de su amado y odiado hogar estaban…


Fue un triste día, esa ansiedad
Le hizo perder la razón
Tiro certero, dio sin control
Y el callo



Trataba de mantener la boca cerrada hasta que su abogado le dijera lo contrario, pero la defensa era inestable. Debía de haber un error, su ecuación, su idea, todo había sido perfecto. Era ahora un malvado menos para la sociedad, pero al parecer nadie lo comprendía tanto como él quisiera. El juez lo llamó al estrado y su cordura se rompió en mil pedazos muy, muy pequeños. Ahora sin cordura solo le quedaba decir la verdad, completa y sincera, la razón que lo gatilló a matar. Tomó asiento en el podio y se aclaró la garganta como si fuese a explicar una delicada obra de arte a un grupo de ignorantes, con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Debían saber la razón…


…Muy buenas tardes, vengo a contar
Como ha acabado el terror
No sé muy bien lo que sucedió
¡Solo recuerdo dolor!


Comenzó a relatar su historia desde el principio. Se habían conocido en la escuela, él era un año mayor y lo admiraba por su astuta inteligencia. Le había dado a conocer sus sentimientos el día de la graduación porque ya nunca más se volverían a ver pero él le correspondió con una enorme y amorosa sonrisa que lo derritió de pasión. Luego de graduarse se mudó inmediatamente con él a una pequeña y bonita casa herencia de su amado y trabajando poco a poco la armaron con amor y esfuerzo. Un día su amor no aguantó más, lo habían despedido y él no ganaba lo suficiente para mantenerlos a ambos. La primera sonrisa macabra se formó esa noche luego de unos tragos y sufrió por vez primera los golpes que su amado al parecer gozaba en propinarle. Aguantó, era solo la ebriedad, al amanecer se disculparía con él y todo volvería a ser como antes pero no fue así. Al día siguiente lo obligó a dejar su trabajo para comenzar una nueva empresa que según él iría viento en popa. Comenzó a vender su cuerpo. Día y noche hombres y mujeres extraños lo maltrataban y poseían de las más brutales maneras pero él, fiel a su amado se resistía con ímpetu y fortaleza. Lo excusaba, su amado solo estaba teniendo una crisis pasajera, debía esperarlo, debía ser fuerte. Días, semanas, meses y años, la tortura nunca acabó y luego el amor ya esfumado estaba, solo existía odio y dolor en su podrido corazón…


Y al cesar la angustia
El juez lo condenó


Veinte años por homicidio fue la decisión final. Aún alegando defensa propia, locura, depresión, nada funcionó. Lloró largamente para reducir su condena pero el jurado no tuvo clemencia, era un asesino, eso decía todo el mundo lo que causó más llanto, más dolor. Se suponía que no estando vivo dejaría de sufrir, el dolor debía desaparecer sin él aquí. Lo llevaron los guardias con agresividad, pero no se defendió. ¿Qué caso tenía? Tal vez la cárcel redujera la agonía de ese infierno en vida…


No lo negó, lo confesó
Dio fin a aquel maltratador
Y ahora maldice el arma que empuñó
No, no lo negó, no sabe como lo mató
Hoy se lamenta y pide tu perdón


Gritaba día y noche en su celda, las pesadillas lo agobiaban cada vez más y más. Los demás presos preguntaban una y otra vez cómo lo había hecho y él, como si de vuelta en aquel tribunal estuviera relataba su historia sin omitir ni negar nada. La verdad y solo la verdad salió de sus labios, llenas de odio y dolor agonizante. Relatada su historia hasta que la locura lo poseyó y ya nadie podía sacarle otra palabra que no fuera su triste final. El infierno en vida, algunos compasivos decían mientras que otros más amargos solo lo llamaban por lo que era: El asesino de la estación…


Sangre hubo en las manos
Que hoy buscan perdón


Y a cada persona que veía le gritaba un fuerte y desgarrador “lo siento mucho”. Sus manos manchadas de sangre que no era suya pero que nunca tocó eran la ilusión, las pesadillas no cesaban y luego la locura fue su mejor amiga. Se resignó, ¿de qué servía luchar contra aquella dama amarga como la maldad?, pues de nada. Y el resto de sus días los pasó gritando, sumido en su locura y su desesperación…


¿Ves lo que hace el odio?
Desesperación


Hasta que quedó mudo gritó, pero ya nadie escuchaba los sonidos discordes que de su boca loca salían. Un loco más en una prisión más, nada que decir, nada que ocultar. En sus sueños revivía a aquel maltratador, gozando ahora con el dolor en su mente acribillada que comenzó a vivir de la ilusión. La imagen de él vivo era mejor que la cárcel en la que estaba destinado a pudrirse hasta morir, pues tras haber cumplido su condena no pudieron sacarlo de la celda que había hecho suya. Tan maldito estaba aquel lugar que cada persona que entraba allí se encontraba con el esqueleto vivo que lloraba, aferrando el cuerpo del otro y que con su suplicante mirada rogaba ser maltratado una vez más. Nadie se negaba, los violadores comenzaron a adueñarse de la celda para humillarlo públicamente tal y como pedía el pobre hombre loco de amor y dolor…


No lo negó, lo confesó
Dio fin a aquel maltratador
Y ahora maldice el arma que empuñó
No, no lo negó, no sabe como lo mató
Hoy se lamenta y pide tu perdón


En el lecho en el cual tantos lo poseyeron agonizó, relatando en susurros su historia a las personas que esperaban su deceso con angustia. Solo una pobre alma con mala suerte, un alma que una vez fue bella murió en una noche tormentosa y fría, sin la mano que buscaba, la mano del maltratador. Una vez llegado al limbo lo encontró, perfecto y malvado. Charlaron largamente hasta que se resignó y el malvado lo poseyó una y otra vez por el resto de la eternidad. Ese era su amado y ansiado final, la tortura eterna era su salvación y su cielo era el dolor al cual estaba tan acostumbrado. La sangre jamás desapareció, su cuerpo y alma mancillados hasta el final fueron su perdición. Un amor no correspondido que terminó en venganza, dolor y muerte…
















Basada en la canción: Buscando el Perdón -Saratoga