Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 20 de enero de 2016

30 días, 30 relatos - Día 15

15.- Escribe sobre un recuerdo de tu niñez. Bueno o malo. Dale nueva vida.




Recuerdo ese año nuevo como si hubiera sido ayer. Tenía nueve años, y mi hermano tenía trece. Nuestros padres llegaron al acuerdo de pasar navidad con mi madre y año nuevo con mi padre, así que ese día 31 de diciembre, mi padre pasó temprano por nosotros para salir juntos. Ni siquiera puedo recordar a dónde fuimos... sólo sé que tenía una horrible sensación extraña en el estómago.

Estuvimos con él durante el día. No recuerdo qué cenamos, ni de qué hablamos. Sólo recuerdo esa sensación y la certeza al ver los ojos de mi hermano, que él sentía lo mismo. Por eso, finalizada la celebración pirotécnica que se hace tradicionalmente todos los años y que vimos por televisión, mi hermano y yo le rogamos a mi padre que nos fuera a dejar a casa. Él al principio se mostró reacio, e incluso molesto por nuestra petición, pero supongo que lo pedimos con tal desesperación que finalmente accedió.

Fuimos a casa.

Durante todo el trayecto, la sensación de que algo iba mal se asentaba más y más en mi estómago, dándome ganas de vomitar. Yo tomaba la mano de mi hermano como si se me fuera la vida en ello y él, por primera vez en la vida, no se alejó de mi contacto.

Cuando estábamos a unos pocos metros de casa, comenzamos a correr. Era un cerro empinado en bajada, con camino de tierra resbaladiza y piedras lisas engañosas que siempre me hacían caer. Sé que estuve a punto de caer por el barranco varias veces, pero el agarre firme de la mano de mi hermano me mantuvo estable. Subimos las escaleras de piedra a toda carrera hacia nuestro pequeño hogar, una choza derrumbada que era todo lo que nuestra madre podía pagar en ese tiempo. Ahora que veo al pasado, desde estos ojos de adulto, fue uno de los lugares más felices en los que pasé tiempo con ella. Un pequeño lugar acogedor, pero que tenía espacio para dos niños, una gata y un perro.

Cuando llegamos a la entrada de la casa, agotados, vimos a nuestra madre sentada allí. Tenía un vaso en una mano, un cigarrillo en la otra, y su rostro estaba desfigurado por la tristeza. Al vernos ella dejó caer el cigarrillo y se levantó lentamente, como si cargara el peso del mundo sobre sus hombros.

Entonces corrimos a abrazarla. Y ella lloró sobre nuestros hombros, con su tristeza característica, con esa que nos dejaba ver siempre que se sentía agotada y solitaria.

Y mientras la abrazaba supe por qué había tenido esa sensación durante todo el día. Jamás debimos dejarla sola. Y nunca más después de eso lo hicimos.

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