Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 5 de junio de 2013

Corazón Mecánico


Había una vez, en un lugar como cualquier otro lugar, una muchacha joven llena de sueños e ilusiones, como todas las muchachas jóvenes. Ella había vivido toda su vida sola desde que podía recordar. Bueno, no sola. Había máquinas a su alrededor, incontables de ellas, más de las que podría alguien llegar a imaginar.

La muchacha nunca había visto la luz del sol más que por la abertura entre unos barrotes de acero, por lo que desconocía el mundo exterior. Ella solo conocía a sus máquinas y los sonidos metálicos que ellas hacían. Para la joven muchacha era normal, tanto que había logrado comenzar a diferencias los sonidos hasta poder interpretarlos con cosas que ella conocía. Rápidamente aprendió el lenguaje de las máquinas, y fue feliz.

Un día la muchacha, motivada por la curiosidad, logró salir de la gran fábrica en la que había vivido toda su vida. Se encontró de lleno con el mundo. El sol se ponía en el horizonte, sus rayos dando lo último de calor del día. Un campo de flores se extendía más allá de lo que extendía la vista y las montañas se encontraban tan lejanas que solo parecían una cadena plateada cubierta de nieve, una pequeña cadena perdida en la distancia.

Entonces la muchacha caminó... y caminó entre el silencio hasta que se percató... que ella hacía el mismo sonido que las máquinas.

"Bueno, seguramente habrá más como yo aquí afuera", pensó la muchacha. Y continuó caminando.

Pronto se encontró con un pequeño pueblo y, entusiasmada, corrió hacia las personas. Pero en cuanto las personas la escucharon llegar, gritaron en alarma. La joven muchacha no lograba comprender las reacciones de las personas, puesto que ella era igual a todos ellos. Tenía dos manos y dos pies, así como dos ojos, dos oídos y una boca. Tenía cabeza, torso y piernas. Entonces, ¿qué estaba mal con ella?

Caminó y caminó, buscando respuestas por muchos días, pero la manera en la cual se dirigían a ella siempre era la misma:

—¡Que desagradable sonido haces! —exclamaban las personas cuando ella hacía acto de aparición.

Avergonzada, ella bajaba la mirada y apretaba los puños, mordiéndose la lengua con fuerza para no gritar. No, no podía gritar frente a tantas personas, después de todo ellos tenían razón. El sonido que ella provocaba no era más que molesto y desagradable, como el de una máquina oxidada. Como el de un cristal rompiéndose en mil pedazos. Y a nadie le gustaba tener ese tipo de sonidos que solo lograban ponerte los pelos de punta.

Bueno, a ella una vez le había gustado ese sonido. Pero ya no estaba en su hogar... y fuera de su hogar ella era rara, diferente. Fuera de su hogar ella no encajaba por culpa de su sonido.

Al final, aunque lo odiara, su sonido era la excusa perfecta para perderse a sí misma, alejarse de la sociedad y poder buscar un lugar solitario en el que solo sus pensamientos y sus gritos rompieran aquel sonido que ella no podía controlar, pero que quería hacer más que a nada en el mundo.

Una noche la joven muchacha tuvo una idea. Corrió al lugar donde sabía que las personas tiraban todos los aparatos que no necesitaban y buscó entre la basura hasta que se hizo con una pila de artefactos donde, llevando luego al callejón donde había acostumbrado a dormir sin molestar a nadie con su sonido, comenzó a trabajar en ellos.

Pasaron días en los que nadie vio a la muchacha, pero de todas maneras convocaron una asamblea en el pueblo, donde todos se quejarían y exigirían que expulsaran a la joven muchacha del lugar.

Y justo entonces, ella llegó.

Y todos estaban asombrados. Ella vestía igual que siempre, pero sus muñecas estaban llenas de relojes que hacían sonidos de todos los tonos y que cantaban todo tipo de melodías.

—Siempre llevo muchos relojes conmigo, por eso siempre tengo ese sonido —dijo la joven muchacha, sonriendo.

Esa misma noche, cuando estuvo de regreso en su callejón, la muchacha se quitó los incómodos y pesados relojes de las muñecas. Luego se quitó sus prendas y se sentó a la luz de la luna frente a un sucio espejo, mirando su pecho abierto. Nunca antes se había dado cuenta del sonido que provocaba porque jamás había encontrado extraño que su corazón estuviera compuesto por un mecanismo en lugar de un órgano, como se suponía que debía ser -y eso lo había leído en un libro que había recogido de entre los desperdicios-.

—Soy diferente —reflexionó ella, tocando su corazón mecánico con los dedos temblorosos. La herida que había causado en su piel dolía, pero era algo que había tenido que hacer para poder averiguar si en realidad ella era más parecida a sus máquinas que a los seres humanos—. Soy diferente y eso está mal. A las personas les desagrada lo diferente.

Por culpa de su sonido ella era diferente. Y ella no quería ser diferente, ella quería encajar... porque ya ni siquiera recordaba cuál era el camino de regreso a casa.