Quienes me inspiran a seguir

sábado, 13 de agosto de 2011

Edén y Ángel




Edén siempre supo que era diferente, especial o simplemente un "fenómeno" como solía autoproclamarse en sus horas de tortuosa y oscura soledad. Solía pensar siempre cosas negativas sobre sí misma, quitándose su propio valor como ser humano cada que podía y renegando de su propia personalidad, torturando su cerebro con las tan típicas frases de "si no existiera el mundo tendría más oxígeno…"

A pesar de estos pensamientos autodestructivos, Edén era una muchacha muy atractiva. A sus 18 años alcanzaba fácilmente el metro ochenta y algo, su cabello cortado en capas de manera desigual, con una cortina oscura cayendo hasta los hombros, otra más larga en colores azul y rojo que caía trenzada tras su espalda y un flequillo de mechas blancas cayendo rebelde sobre su ojo izquierdo. Sus ojos, de un profundo color chocolate que tenuemente se rasgaban al sonreír , su nariz respingada, sus labios rojos y carnosos, todo eso en un lienzo pálido y afilado que era su rostro.

Más allá de ese rostro cetrino de expresión imperturbable estaba ese "cuerpo de infarto", como solían catalogarlo sus compañeros de economía agrícola. Claro, como todo ser humano ella no era perfecta ya que para poder compensar su belleza tenía una personalidad que todos, sin excepción catalogaban "de mierda". Sarcástica, gruñona, amenazante y, como solían llamarla sus compañeras de facultad, "una zorra"

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Ángel siempre supo que era especial. Solía pensar mucho sobre lo genial que era, elevando su ego hasta las nubes, siempre llamando la atención de quienes le rodeaban sin querer siquiera molestar o hacerlo a propósito. Lo único que quería era hacer feliz a quienes le rodeaban, por eso deseaba éxitos a sus cercanos. "La suerte es para personas sin talento", solía decir continuamente, siempre con una amplia sonrisa en el rostro. A sus 26 años, Ángel ya sabía todo lo que necesitaba saber.

A pesar de ser una persona vivaz tenía el corazón destrozado y ni ganas de volver a amar, cosa que su apariencia delataba. Con sus oscuros cabellos cortados casi al rape, una barba de un par de días, sus ojos juguetones de un bello color avellana, su nariz aguileña y esos labios que solían curvarse un poco más hacia la izquierda cuando sonreía. Todo ello sobre la piel tostada. Por lo demás tendía a sentirse bastante corriente. Si bien no se consideraba "atractivo", su personalidad chispeante capeaba cada uno de sus casi nulos defectos.

Ese era Ángel y se gustaba a sí mismo a pesar de todo lo que decían de él, a pesar de no tener ganas de amar otra vez.

viernes, 12 de agosto de 2011

Recuerdos




—¡No puedo hacer nada! —gritó ella, con lágrimas rodando por sus pálidas mejillas.

Él la observó inflexible, como quien ve a una persona que ni siquiera merece el título de ser llamado ser humano. Ella tomó una de las manos de él con cuidado, deteniéndolo, más él soltó el contacto casi con asco, como si su piel quemara al contacto con la piel de ella.

—Tengo que pensar —le dijo él, volteando.

—Perdóname... —gimió ella, aplastada por la situación— Por favor, Ángel, perdóname...

—Adiós, Edén —se despidió Ángel, marchándose sin mirar atrás.

Edén no lo llamó, no gritó, tampoco siguió llorando. Edén simplemente se secó las lágrimas, sentándose en la banca que antes habían ocupado juntos. De detrás de un árbol salió Mab, su mejor amiga, y se sentó junto a ella abrazándola por sobre los hombros.

Esta triste, tenía rabia, mucha ira y mucho odio, pero no contra Ángel. Ella jamás podría odiarlo, jamás conseguiría odiar a la persona que más amaba en el mundo. Suspiró, arrebujándose en los brazos de Mabel y llorando otra vez en silencio, sintiendo como su alma se dividía en dos como si la estuvieran cortando con un sable.

—¿Qué harás ahora, Edén? —la voz de Mab no le reprochaba nada, solo había pesar en el dolor de su amiga.

—Seguiré tal cual hasta ahora —contestó Edén, cerrando los ojos—. Ir con la corriente es lo único que se me da bien, ¿sabes? Ahora solo... Hay que continuar con esta mierda de vida que me tocó vivir.

Mabel acarició los cabellos de Edén con cuidado, con calma, tratando de apaciguar el alma de su amiga.


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Sus largos cabellos se mecían a su espalda, mientras caminaba rauda hacia la casa. Estaba furiosa, estaba harta de todo, estaba cansada de todo. Miró al otro lado de la calle y palideció al ver al otro lado de la acera la figura de él, mirándola con sus bellos ojos color avellana, con esa sonrisa llena de alegría.

Edén lloró por no poder cambiar nada en su mundo...

Relatos Oscuros, Parte IX y Final [Puentes de Luz]




Me senté de sopetón, de pronto encandilada al abrir los ojos para encontrarme con la cegadora luz de un amanecer que ya estaba en su gloria máxima. Sentí la tibia hierba bajo mis piernas y, con timidez, miré mi pierna izquierda, que reposaba intacta y limpia sobre el césped que se esparcía brillante sobre el prado, moviéndose a penas con la brisa tibia que hacia bailar mis cabellos. Me levanté de un salto, confundida, mirando todo a mi alrededor, todo lo que cubría el sol con sus rayos cálidos ante mi mirar estupefacto.

En frente un amplio paramo verde, con colinas pequeñas fáciles de subir, cada colina conectada por puentes brillantes de infinitos colores, como múltiples arcoíris cruzando por sobre los pequeños riachuelos que se formaban entre colina y colina. A mi espalda un bosque, frondoso y brillante, multicolor, con millones y millones de flores enroscadas en los troncos de los árboles. Y más allá, muy lejos, un monte que se alzaba en todo su esplendor cubierto por una nieve sobrenatural, un manto blanco que no era compatible con toda aquella luminosidad y calor. Dudé hacia dónde ir.

-¡Miralys! –escuché que alguien llamaba y voltee de inmediato hacia el lugar procedente de la voz dura pero suave, ambigua.

-¿Henrietta? –inquirí mirándola acercarse, con sus cortos cabellos negros que bailaban sobre sus hombros, con sus ojos oscuros como el ónice, con su figura diminuta corriendo hacia mí.

-¡Oh, Miralys! –gimió cuando llegó a mi lado, abrazándose a mi cuerpo. Le devolví el abrazo por inercia- ¡Pensé que jamás te encontraríamos!

-Tranquila, querida –la calmé, enredando mis dedos en su cabellera oscura-. ¿Quién más me buscaba? ¿Las demás están bien?

-Jane, Alice, Carly, todas están bien –aseguró apretando más el abrazo-. Todas están tan, pero tan preocupadas por ti, nos separamos para buscarte.

Aspiré el perfume que desprendía de sus cabellos con una necesidad demasiado incontenible, afianzando más el agarre en torno a su cintura. ¿Había sido, acaso, todo un sueño? ¿Acaso todo había sido solo una alucinación de mi agotada mente? Miré por sobre su hombro y vi más allá de aquel amplio y hermoso paraje que nos rodeaba. Hacía mucho tiempo aquellos riachuelos cristalinos eran mar teñido de carmesí, el césped era inexistente, los árboles y flores reemplazados por espinas asesinas y el monte… Aquel monte cubierto de nieve había sido antes…

-¿Dónde están todas? –inquirí con brusquedad, mirando el monte y buscando algo en mi cinto con desesperación.

-¡Calma, calma! –me urgió Henrietta, azorada pero sonriente. Tomó mi rostro entre sus manos y sonrió, mostrándome sus deslumbrantes diente como perlas blancas- Ya acabó, venciste, acabaste con ella.

-Pero… -tartamudee. Era imposible, ella me había…- Que pasó, Henrietta –exigí saber, con un matiz dulce en mi tono de voz.

Henrietta tomó mi mano, comenzando a guiarme entre los puentes de luz que atravesaban aquel vasto campo, explicándome el desenlace de aquella batalla en la que siquiera había levantado mi arma. Mientras caminábamos, flores nacían desde el suelo cuando pasábamos, brillantes, multicolores, todo un matiz distinto a lo que mis ojos habían visto durante tanto, tanto tiempo. Un cambio por demás agradable. Desee que aquella imagen de paz no se acabara jamás…


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-¡Despierta ya! –escuché en un grito.

Del susto caí al suelo de costado, lastimándome la mano. Miré atontada a mí alrededor y pude ver a aquella muchacha con su alocado cabello teñido de azul mirarme desde lo alto, con los brazos en jarra y cara de malas pulgas.

-¿Qué hora es? –inquirí levantándome del suelo, mirando mi mano lastimada.

-Pasado el mediodía –gruñó, plantándose frente al cuadro que reposaba en el atril, brillando a toda la luz del sol que se colaba por la ventana-. Hay, Vi… ¿Qué vamos a hacer contigo?

-¿Quererme y aguantarme? –pregunté sonriente, mirando mi obra al fin terminada.

En el escritorio, junto al atril estaban aquellas páginas revueltas, desparramadas sin orden alguno, más la de encima brillaba con el sol, solo con las dos palabras del título que había escrito para mi novela. Relatos Oscuros iba a ser todo un éxito. Jen tomó las hojas entre sus dedos con cuidado, ordenándolas lentamente según el número de la página escrito toscamente a mano en lápiz verde brillante y recalcado con dorado. Me acerqué a la ventana, mirando la acera que brillaba a la luz del sol.

-Pudiste decirle a Karina que hiciera el cuadro –masculló medio enfadada, medio en broma mi amiga-. Sabes que a ella le interesó mucho la idea de pintar algo tan surrealista.

-Mi proyecto, mí tiempo –suspiré sin dejar de mirar la calle que se extendía frente a mi ventana.

-¡Eres incorregible! –gimió Jen, dándome un suave golpe en la cabeza- ¡Eh, gente! ¡La peque ya acabó!

En cosa de minutos tenia a personas que ni siquiera conocía allí, en MI habitación, invadiendo MI privacidad, manoseando MI cuadro y haciéndome reír hasta que tuve que agarrarme el estomago para evitar que se me saliera de un salto de su lugar. Esa iba a ser una tarde muy, muy larga.

Relatos Oscuros, Parte VIII [Rencor]




Abrí las puertas de par en par, empujando la liviana doble hoja de entrada para dar mi primer paso en aquella estancia abovedada como una cripta húmeda y sin sueños.

Como era de esperarse las sombras estaban alineadas a los costados, pegadas a los muros, acechantes, con sus sonrisas de dientes de tiburón, sus manos alzadas como garras, sus ojos brillando como rubíes de sangre y soltando un gruñido gutural que nacía desde lo más hondo de sus entrañas. Avancé, notando que ninguna se aproximaba a mí, notando que mientras más enfrentaban mi mirada, más gruñían, impotentes ante la orden de ella de dejarme viva hasta el final del camino. Claro, quería acabarme con sus propias manos, tener una lucha “igualada”.

No me detuve. Caminé atravesando toda la estancia con paso solemne, dispuesta a no caer, a no ceder en lo más mínimo. Atravesé una infinidad de puertas, encontrándome cada vez con más y más sombras en cada estancia que dejaba atrás, cada vez un poco más intimidada del poder que ella tenía sobre esas criaturas. Hasta que llegué a ella.

Estaba en la estancia iluminada por antorchas de fatuo fuego azul que colgaban desde el cielo, sin nada aparente que las sujetara. Al final de la sala estaba ella, en su trono de alabastro, sentada con sus largas y níveas piernas cruzadas, con los brazos en los descansos de su trono, con los puños en forma de garras que se apretaban más a cada paso que daba hacia ella. Sus ojos negros refulgían intimidantes desde aquella posición elevada, con los labios apretados en una fina línea de disgusto.

-No pensé que llegarías tan lejos –admitió con desagrado-. Soltaste a todas ellas, alejaste a mi precioso juguete de mí, pero… -hizo una pausa, alzándose de su trono y sonriendo con malicia- Pero sufriste una baja –mi rostro se torció en una mueca de dolor-. Valor ha muerto… Pobrecilla de ustedes, perdieron a mitad de camino. ¿Y qué? ¿Te dignaste venir solo para decírmelo? Lamento…

-No vine por eso –corté. Ella frunció el entrecejo con molestia ante mi descaro de interrumpirla, me serené al instante-. Sé que estabas enterada, pero vine por otra cosa, Odio.

-¡Ilumíname con tu sabiduría, perra asquerosa! –chilló caminando hacia mí, con las garras más apretadas que antes, las venas de sus brazos saltando culpa de la rabia.

-Vine para terminar con esto de una buena vez –suspiré, sin dejar de mirar sus fríos ojos ébanos que escrutaban mi persona-. Tú, Odio, Rencor, has llenado esta, mí creación con tu veneno y tus inmundas sombras –reclamé sin una pisca de ponzoña en la voz-. Es mi culpa, claro, te dejé hacer con este lienzo lo que quisieras, pero también tienes mucha culpa. Te saliste de control…

-¡¿Y qué?! –gritó alzando sus manos a mi cuello, enterrándome sus garras- ¡¿Harás algo al respecto?! ¡Dímelo!

Con la fuerza de su ira me lanzó lejos. Choqué contra una pared fría y sentí el aire escaparse por mis labios secos, ahogando un gemido de dolor. Ella rió, con su risa desquiciada inundando la estancia, con los ecos de sus sombras extendiéndose a lo largo y ancho de todo el lugar. Me levanté lentamente, apoyando mis manos en el suelo para darle impulso a mi agotado cuerpo, que no quería ya más guerra.

-Haré algo –suspiré, con dolor en mi pecho-. Detendré todo ahora. Puedes lastimarme, puedes matarme, puedes torturarme todo lo que quieras, en cuerpo, mente y espíritu –continué, volviendo a caminar hacia ella-. Pero te detendré así sea lo último que haga.

-¡Será la última acción inútil que harás en tu inmunda existencia! –volvió a gritar, llena de cólera, alzando su mano para dar un profundo corte a mi torso. Aguanté las ganas de gritar- ¡Dime tu último deseo, asqueroso ente del bien!

Acorraló mi cuerpo entre sus insistentes golpes que cortaban todo a su paso y el muro frio y duro contra el que me había lanzado. Apoyé mi espalda contra la piedra fría, los brazos cayendo a los costados completamente inertes, sin oponer la menor resistencia. Sentía, con mis ojos cerrados, sus garras destazando la piel de mi pecho, el abdomen, todo a su paso, salpicando sangre hacia su cuerpo inmaculado. No dije nada, solo escuché su risa frenética, desquiciada, aumentando su volumen a cada uno de sus golpes como maldición sobre mi cuerpo. Caí, y ella vitoreó su inminente victoria.

-¿Acabaste? –consulté en un gemido sordo. Alcé la mirada y me encontré con su rostro hecho un rictus de odio profundo- Porque aún aguanto antes de soltar un sollozo, Rencor…

-¡Perra! –chilló enfurecida antes de propinarme una patada al costado- ¡¿Cómo te atreves a desafiarme?! ¡¿Cómo puedes no pedir clemencia ante tu final?!

Aguanté un grito cuando escuché una costilla romperse a mi costado. Caí al suelo sobre mi lado derecho y vi, con los ojos apenas abiertos, como entre su rabia, Odio se percataba de mi vendaje improvisado. Alzó su pie revestido en un zapato de tacón alto y, con una risa maliciosa lo dejó caer en mi pierna herida. Me mordí el labio durante las incontables veces que dejó caer su pie sobre mi músculo ya desnudo, pues ante sus golpes la venda se había desprendido, empapada de sangre completamente. Se detuvo luego de largo tiempo, respirando agitadamente, mirándome levantarme con dificultad. No quise mirar el estado deplorable de mi pierna, sabía que dentro de poco no sería más que un poco de carne, ya que el resto de los músculos desprendidos los sentí en el suelo que pisaba.

-¿Ya olvidaste mi nombre? O incluso, ¿ya olvidaste tu verdadero nombre? –pregunté sujetando mi costado, a la altura de las costillas rotas. Rencor retrocedió un paso-. No pensé que tuvieras tan mala memoria…

No pude decir nada más. Rencor alzó una de sus manos en forma de garras y atravesó sin piedad mi cuerpo, cerca del corazón. Sonreí, pues aún entre la mirada nublada pude distinguir las lágrimas que brillaban sobre la piel nívea de su rostro. Los ojos ya no estaban endurecidos y los labios apretados en una mueca, sino más bien separados, suspirando agitadamente.

-Lo siento…

Fue lo último que escuché antes de sumirme en la oscuridad absoluta.

jueves, 11 de agosto de 2011

Palacio




Siento tu brazo rodeando mis hombros en un abrazo cariñoso, suave y conciliador, tan etéreo como real, tan alegre como melancólico. Y es que esta fascinante vista es magnífica y yo, tonta, jamás pensé que llegarías tan lejos para ver la sonrisa salir de mis labios.

—Aquí lo tienes —dice él, señalando el basto terreno que encierran los altos muros de ladrillo—. Esas murallas son las más resistentes del reino, así nadie jamás volverá a lastimarte. Te protegeré, pongo mi vida en que lo haré. Vivirás feliz, llena de todo el amor que tanto anhelas, sentirás el calor de un corazón verdadero, que pide a gritos sentirse vivo...

Besa mis mejillas con una devoción digna de un lacayo prometedor y yo me siento enrojecer. No, esto no es lo que yo quería, esto no es lo que pedí. Enfrento su mirada con la mía, firme, posando mis manos en su rostro, haciendo que me mire fijamente a los ojos. Su brazo sobre mi hombro sale de allí, moviendo su mano a mi cintura, sujetándome como si yo fuese una pieza de cristal que se fuese a romper.

—No quiero un palacio, no quiero murallas, no quiero que me protejas con tu vida —le digo, con las lágrimas rodando por mis mejillas—. Solo quiero lo último que me haz ofrecido. El calor de un corazón, verdadero, que arde en las llamas del amor, que quiere quemarse hasta que ni las cenizas queden allí.

Poso mis labios sobre los suyos con tanta necesidad, que mis dedos se enredan en sus cabellos, mi cuerpo apegándose al suyo esperando hacernos unos. Él me rodea con sus brazos, fuertes y seguros. En sus brazos, contra su pecho, sé que puedo ser feliz.

—Te amo —me dice él, apenas rompe el beso demandante que he impuesto entre nosotros.

—Enséñame a amarte —le digo yo, enterrando mi rostro contra su pecho.

Acaricia mis cabellos y yo me doy cuenta que ya no sé nada. Que si sus brazos no me sujetan el suelo bajo mis pies desaparece. Que si él no existe en este mundo, yo no tengo razones para vivir. Que si sus ojos no me dicen la verdad, el mundo entero miente. Le amo... Y este palacio nuestro será testigo de este amor.

Deseo




Me miras, yo te devuelvo la mirada. Sé que tengo las mejillas sonrojadas, las siento arder fuertemente. También te vez ligeramente avergonzado, esa expresión te hace ver adorable. Tomo tu rostro entre mis manos, que tiemblan de manera incontrolable. Sueltas una ligera risa y yo amplío mi propia sonrisa. Soy una torpe.

—Me gusta estar contigo —te digo de pronto, y la voz me sale ronca debido a la emoción—. Cuando estoy contigo... Se me acelera el corazón.

Besas mi frente y mis mejillas, te digo que tu aliento suave y cálido me hace cosquillas. Te amo, ahora lo sé, ahora que me he dado cuenta que estoy irremediablemente enamorada de ti. Y ahora que estoy así de enamorada, puedo decir que tenía miedo de aceptar mis sentimientos por ti.

—Cuando no estoy contigo —me dices, tus ojos se ven nublados por un velo de tristeza—, cuando no tengo cómo protegerte, cuando no sé si estás bien... Siento que muero.

Terminas de cerrar nuestro contacto abrazándome con fuerza contra tu pecho, y yo me aferro a ti como si mi vida dependiera de ello. Amo este contacto, me encanta sentirme segura entre tus brazos, me encanta derretirme con tus besos. Y ahora también me doy cuenta... Que no podría vivir en un mundo donde tú no existieras.

—Quiero estar contigo para siempre —te digo en un sollozo que es pura emoción de lo que siento por ti—. Quiero estar así para siempre, quiero que me tengas entre tus brazos por toda la eternidad...

Volvemos a perdernos en los ojos del otro. Tus ojos claros, del indescifrable color del mar calmo brillan tanto o más que el mismo océano en plena temporada veraniega. Tu sonrisa, fresca, amplia y amable me llena de alegría, una felicidad tan absurda como sentir que el suelo bajo mis pies desaparece si no estás tú cerca de mi. Rodeo tu cuello con mis brazos, tú aferras mi cintura acercándome lo más posible a tu cuerpo. Besas mi cuello con una pasión que se desborda como una copa de vino y yo simplemente suspiro. ¡Tanto anhelé este delicioso contacto! ¡Tanto desee que llegara este día!

Tus labios sobre los míos en un beso suave y casto, un beso verdadero y lleno de amor profundo, de pasión contenida. Nos apretamos más fuerte contra el cuerpo del otro y siento morir en cada roce de tus manos sobre mi cuerpo.

Ahora lo único que deseo... Es que este momento sea eterno.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Relatos Oscuros, Parte VII [Amargura]




Poco a poco el calor de mi cuerpo había comenzado a llenar a Miedo, que flotaba a mi lado mientras yo andaba a buen paso. Cada tanto observaba su perfil, afilado y enfermizo, con sus ojos grisáceos que miraban hacia ningún lugar en particular. Parecía perdida, y no dejaba de temblar a pesar de sentir el calor de su mano, con sus dedos entrelazados con fuerza a los míos. Me senté de pronto en una de las rocas de descanso, mirando hacia atrás. Había dejado tres de aquellos puntos, con la resolución de no detenerme a menos que fuera más que necesario. Solté la mano de Miedo con suavidad antes de comenzar a ajustar la venda de mi pierna, mientras ella, flotando cerca de mi miraba mi trabajo, mis manos que se movían con maestría sobre la herida, quitando la ya inservible tela para luego arrancar otro buen trozo de tela, volviendo a vendar el músculo expuesto.

-¿No te duele? –inquirió en un susurro tembloroso Miedo, mientras sus manos de nuevo frías paseaban cerca de la venda improvisada.

-La verdad –suspiré, mirando sus manos sin uñas con algo de pena-. No, no me duele para nada.

-¿Crees que sacas algo con mentirle? –siseó una voz dura y amarga. Miedo se estremeció, sin poder controlar los temblores de sus manos, sin mirar hacia atrás-. Dile la verdad. Dile que te duele como el demonio, que tienes miedo, que quieres gritar una y otra maldición hasta quedarte sin aliento –continuó esa voz, que se escuchaba cada vez más cerca-. Di la verdad por una mísera vez en tu vida. La verdad duele, pero la mentira duele más.

-Silencio, Amargura –ordené levantándome de la roca para encararla.

Sus facciones eran realmente deprimentes. Su cabello que debió ser antaño largo y hermoso ahora solo eran nudos que salían desde su cabeza, nudos largos. Pude ver que le faltaban mechones abundantes de cabello, que sujetaba en sus manos ennegrecidas como trofeos de guerra que no quisiera soltar. El color de su piel era de una enfermiza tonalidad grisácea con matices verdosos, como vómito putrefacto y de un brillo fluorescente. Sus ojos eran blancos, sin pupila, sin nada en realidad. Era como mirar dos cuencas vacías que no expresaban absolutamente nada en particular.

-Es mejor ser desagradable y decir lo que se piensa en lugar de lanzar una tras otra mentira descarada –continuó, dando otro paso adelante y al parecer sin notar lo más mínimo los espinos que se enterraban en su piel-. Es mejor decir lo que es real antes de crear un mundo lleno de ilusiones y sueños que en algún momento se romperán.

Miedo tembló, escondiéndose tras de mí en un movimiento involuntario, tratando de ponerse a cubierto, lejos del alcance de esos ojos que nos taladraban a ambas sin piedad. Suspiré. Si había en aquel mundo retorcido alguien que me creara deseos de tomar su cabeza y estamparla contra espinas y cristales más que Odio, ese alguien era Amargura.

-¿Porqué no te callas? –inquirí dando un paso adelante, Amargura arqueó las cejas.

-Siempre me enseñaron a decir la verdad –prosiguió sin inmutarse-. Al igual que a ti me enseñaron a decir lo que pienso, cuando lo pienso, sin que me importe lo demás.

-Sabes que los sueños y las ilusiones no se rompen –contraataqué sin piedad-. Lo que es absoluto para ti puede no tener ningún valor para mí, así que no vengas con tu pesimismo como asesina que arroja un cadáver a la hoguera, porque no funcionará.

-Me ha enviado Odio –prosiguió, danzando a nuestro alrededor quedamente, como una bailarina de ballet que ha recobrado las ansias de danzar-. Me envió con un mensaje: “Vuelve por donde viniste, rata sucia e inmunda, vuelve a tu jaulita de cristal que es a donde perteneces. Aléjate de mis tierras, deja que todo se consuma, si no quieres que tus amiguitas nuevas sufran las consecuencias luego”. Fin del mensaje.

Suspiré, aferrando el cuerpo flotante de Miedo entre mis brazos, brindándole un poco de inestable seguridad. Ella temblaba contra mi cuerpo, temblaba más que antes, completamente acobardada por el aura que dejaba Amargura a nuestro alrededor. Ella, por su parte, continuaba danzando, dando tumbos y círculos una y otra vez, mirándonos con sus ojos vacios de soslayo, casi como quien no quiere la cosa.

-¿Qué te ha dado Odio para ponerte de su lado? –pregunté enfrentado su mirada. Amargura se estremeció- Dímelo, ¿qué te ofreció para convencerte de hacer lo que se le viene en gana?

-Jamás entenderías –sollozó ella, hundiéndose en su propia melancolía-. A ti siempre te devolvió a donde pertenecías, jamás te dejó a su lado, enclaustrada, atada a la pata de su cama, diciéndote que tus chillidos como miel le excitaban más…

Y entonces lo comprendí. Miré a Miedo, que ya no tenía su mirar lleno de terror, que lentamente había comenzado a separarse de mí, que había tomado en sus ojos grises de tormenta una determinación que yo era capaz de ver solo cuando sus ojos azules resplandecían en seguridad y amor natural, casi como una beldad. Amargura dio un paso atrás cuando Miedo dejó de flotar, para comenzar a caminar sobre las espinas, abriendo heridas en su inmaculada piel de porcelana envejecida.

-Amargura –le llamé, encontrándome con sus llorosos ojos blancos, con la piel enfermiza de sus mejillas bañadas en lágrimas-. No tienes que volver con ella, puedes irte con Miedo ahora, ella te protegerá mejor que cualquier otro ente, en sus brazos estarás segura –afirmé, dando otro paso hacia ella y extendiendo mis manos, como una invitación.

-Tal vez… -gimió temblorosa Miedo, tomando una de mis manos y otra de las manos de Amargura en un roce conciliador, sonriendo- Tal vez yo no soy como mi hermana, no soy tan fuerte ni tan bonita como ella, pero no dejaré que te lastimen otra vez –aseguró la pequeña, encontrando su mirar de tormenta con el lienzo blanco que eran los ojos de Amargura.

-No necesitas ser como Valor –terminó por sonreír Amargura, acercándose más a nosotras-. A veces Valor era una insensata. Dime, ¿cuántas veces vino a ti en busca de consejo?

Las tres soltamos una risita ligera antes de soltarnos las manos. Miedo se abrazó a la cintura estrecha de Amargura y me despidieron agitando las manos, con hermosas sonrisas brillando en sus labios amoratados y resquebrajados por la fatiga y el cansancio.

-Frustración está al otro lado, esperando por ustedes –les dije mientras se alejaban.

Amargura alzó una mano en señal de haberme escuchado y voltee, segura de que ellas ya estaban corriendo por el camino serpenteado, repleto de espinas que las lastimarían y las desanimarían en más de una ocasión. –Lo lograrán-, pensé mientras retomaba mi paso redoblado, ya sintiendo el castillo tan cerca que podía sentir el aroma de Odio recorriendo cada fibra de mi ser, tratando de intimidarme. No lo hizo.

Tal vez




Tal vez me estoy enamorando de ti. ¿Que porqué digo tal vez? Pues porque no estoy segura de lo que siento. Digo, no es que no esté segura de lo que siento por ti, pero no estoy segura del todo de lo que tú sientes por mí y eso me hace sentir insegura en lo que respecta a los sentimientos que tengo por ti.

Lo sé, es bastante confuso, pero tampoco espero que lo entiendas. Para ser sincera, yo tampoco lo entiendo, pues tratar de decirte lo que siento en palabras es casi tan difícil como no temerle a los truenos. Sé que estás sonriendo por eso, al final, soy una cobarde que le teme a las tormentas.

¿Crees poder comprenderlo si voy paso por paso? ¿Asentiste? Bien, entonces trataré de ir más lento, tomar aire y poder explicarte bien todo esto.

Tal vez me gustas. Me gustas porque eres tú. Al principio te encontraba un poco borde, no sé, demasiado alegre para mí. Siempre me decías lo mucho que me querías y no sabía si creerte y reír o creerte y llorar. Terminaba cuestionándome todo lo que decías, la semilla de la desconfianza estaba plantada ya en mi ser. Tal vez me gusta tu sonrisa, tal vez me gusta tu mirada, tal vez me gusta tu forma loca de ser, tal vez me gusta todo de ti. No sé, pero me gustas.

Tal vez te amo. Te amo porque... Creo que esta es la parte que cuesta. Te amo simplemente por ser tú, por ser atrevido, un poco ingenuo pero tan adorable que haces que me derrita a tu primera sonrisa. ¿Te dije que me gustan tus sonrisas? Tus sonrisas me hacen reír irremediablemente, tal vez por eso te amo. Te amo porque eres bueno, amable y gentil, sin importar las veces que me digas "¿en serio crees que soy así?". Yo no lo creo, lo sé, al final, ¿que sacas con mentirme sobre eso? Así no ganarás mi amor, aunque debo decir que te lo ganaste sin hacer demasiado.

Tal vez me estoy enamorando de ti. Y esta es la parte que más me cuesta aceptar. tengo miedo de estar enamorada de ti. ¿Y si yo no te gusto? ¿Y si tú no me amas? ¿Y si esto solo es un juego de niños? Enamorarse es serio, quiero ser seria, pero a veces es... Complicado.

¿Has entendido ahora? Creo que sí, he sido más detallista en la explicación, he tratado de ahondar en el tema, espero estas palabras sean suficientes.

Un beso.

domingo, 7 de agosto de 2011

Despertar




Entre la intersección de las calles Esperanza y Verdad estaba ella, allí parada bajo la lluvia, con los truenos sonando a su alrededor. Estaba allí, congelada y empapada, con miedo, pero no se movería de esa esquina así fuese el mismísimo fin del mundo. Le había prometido esperarlo, y lo cumpliría así pasaran los años.

Su cabello mojado se le pegaba al rostro dándole un aire deprimente, desolado, aún entre las calles coloridas de aquellas dos intersecciones. La calle Esperanza estaba toda pintada en diferentes matices de verdes, parecía más un pasaje de arboleda, con todos esos alfeizares llenos de flores multicolores, con todos esos árboles de frondosas copas aún bajo el cielo gris. Por otro lado, la calle Verdad estaba allí, en una gama infinita de colores pasteles recibiendo la lluvia como los niños que quieren saltar sobre los charcos. Un trueno iluminó la noche, creando un arco iris en las gotas de lluvia que no dejaban de caer.

Nunca debería pensar
Lo que hay en tu corazón
Lo que hay en tu hogar
Entonces, no lo haré


Desenfundó su guitarra y acarició las cuerdas, las notas viajando palpables entre la lluvia, su voz temblorosa llamando, cantando como un pequeño gorrión que llama a su pareja perdida entre los bosques. Las pocas personas que pasaban, vestidas de diversos colores, danzando con sus paraguas, la observaron como una madre que observa a su hijo recién nacido. No quería ser mirada así, no era una niña desprotegida, ella sabía que era fuerte, se lo afirmaba cada mañana al mirarse al espejo.

Aprenderás a odiarme
Pero aún llamame amor
Oh, amor
Llámame por mi nombre


Un joven se detuvo frente a ella. Era como el de su sueño, la miraba de aquella forma en la que anhelaba ser observada. Se perdió un segundo en sus ojos y supo que no era a quien esperaba, su corazón no había saltado desde su lugar al perderse en esos ojos negros. Negó con la cabeza, con las manos siendo controladas por la fuerza de voluntad para seguir tocando a pesar del frío que le calaba los huesos.

Y salva tu alma
Salva tu alma
Antes de que te vayas lejos
Antes de que nada pueda hacerse


El joven se fue, arrastrando los pies y sin mirar hacia atrás. Ella trató de sonreír, más la felicidad no llegó a sus ojos. Otro trueno sonó en la distancia y su cuerpo tembló, desprotegido, casi frágil ante lo que soportar aquello era para su persona. Estaba asustada, pero no se movería de allí. Una pequeña niña vestida de rosa, que sujetaba su paraguas con fuerza se plantó frente a ella, mirándola curiosa. Vio en los ojos de la niña lo que ella misma había estado buscando durante mucho tiempo, por eso una lágrima se camufló en su mejilla junto a las gotas de lluvia que surcaban su rostro. La niña sonrió.

Trataré de decidir cuando él mentirá
Y no habrá ninguna pelea en mi,
o en este condenado mundo
Si dices que te sostendrás
Elige sostenerte
Es la única cosa que he de saber con seguridad


—¿Porqué lloras? —inquirió la niña, con su voz de trino, de pajarito sorprendido.

Ella no contestó, solo continuó tocando, sintiendo como una herida se abría en su pecho, arrancándole el corazón de su lugar. El día no aclararía, no para ella, no con esa lluvia maldita que traía consigo las pesadillas. Nunca debió haber pensado que quizás fuera real. ¿Era tanto su anhelo de sentirse amada, que estaba comenzando a perder la cordura? ¿Era tan cruel el destino de separarla de aquel a quien ella estaba comenzando a amar con alma y vida? Pensar en eso dolía. La niña volvió a preguntar antes de irse danzando bajo la lluvia sin esperar respuesta.

Me pongo mi abrigo
Me estoy escapando de todo esto, que está mal
Pero él está parado afuera deteniendome...
Diciendo, "Oh, por favor"
Estoy enamorado
Estoy enamorado


Quiso gritar ante su inminente soledad, más supo que hacerlo en esa esquina, en aquella brillante intersección sería un error. ¿Porqué no había escogido la intersección de Desolación y Rencor? ¿Porqué tuvo que dejarse caer, a esperar en aquel lugar, en el que nadie la comprendía? Ahora sus palabras hacían eco en su cabeza, en los recuerdos, diciéndole que aquello estaba bien aunque se desgarrara por dentro. Sus sueños estaban puestos en esa esquina...

Salva tu alma
Vamos, salva tu alma
Antes de que te vayas lejos
Antes que nada pueda hacerse


Levantó la mirada de las cuerdas que sus dedos azules por el frío acariciaban, y entonces se perdió un largo segundo en esos posos sin fondo, en esa ventana del alma que no era ni verde esperanza ni azul verdadero, en esa mirada tan ambigua como sincera. Otra lágrima escapó de sus ojos, resbalando por las mejillas pálidas y frías, sintiendo que ahora todo volvía a su lugar.

Porque sin mi
Lo tienes todo...


—Sostente —le dijo él, en respuesta de su propia canción.

Ella gimió, sin dejar de tocar, sintiendo que los acordes ya no eran tan justos como quería que lo fueran. ¿Tenía que quebrarse justo en ese momento? ¿Tenía que aparecer justo cuando la canción terminaba? Quería quedarse, pero una voz la llamaba a despertar, a volver a sus pesadillas. Tenía que ser fuerte, no podían verla así, no podía dejar que nadie, sobre todo él, que se mojaba con la lluvia multicolor la viera en ese estado de debilidad.

Sin mi lo tienes todo

—Sostente —le volvió a insistir él, arrebatándole la guitarra de las manos cuidadosamente.

¡Oh, dichoso contacto cálido de sus manos suaves!

La guitarra quedó en el suelo y ella se abrazó a él, llorando desconsolada, repitiendo una y otra vez lo fuerte que era. Él le acariciaba los cabellos mojados con cuidado, amorosamente, dejando todo en ese contacto. Se miraron a los ojos y se besaron. Un beso suave, casto, verdadero y profundo, que decía más en un roce, en una caricia de labios temblorosos de lo que las palabras eran capaces de expresar. Se separaron, aferrando las manos del otro con fuerza antes de darse la espalda y volver caminando a sus propios rumbos.

Entre la intersección de las calles Esperanza y Verdad ellos prometieron volver a verse, caminando firmes hacia su propio lugar con los truenos haciendo brillar los colores de ambas calles, que eran más pradera y arboleda, campo y páramo, claro de luna y sinceridad.

Y es que era hora de despertar...

Más allá




Más allá de la muerte, mi alma te acompañará como la tuya lo hace ahora conmigo.

Más allá del destino, siempre estaremos juntos, como la luna y las estrellas…

Relatos Oscuros, Parte VI [Miedo]




-Mierda… -gemí agotada, con mi rostro enterrándose en el colchón de espinos que formaban el camino serpenteante.

Sentía las lágrimas agolparse en mis ojos, más apretando los puños sobre las espinas contuve el desaliento y las ganas de llorar, levantándome otra vez sin siquiera mirar lo desgarrada que estaba ya mi piel, culpa de las veces que había caído, luchando contra aquella colina encrespada. Aún podía escuchar la música que me perseguía, incansable, inagotable desde hacía un par de curvas y comenzaba a exasperarme no saber el lugar de procedencia de la macabra melodía. Inhalé profundamente, sintiendo el polvillo inmundo meterse en mi nariz y viajar hasta mis pulmones, bloqueando con su suciedad absurda mis vías respiratorias, hasta alojarse pesadamente en mis pulmones. Volví a correr.

-¿No le temes a morir desangrada? –inquirió una voz temblorosa.

Sabía que flotaba a mi lado, lo sabía, pero no quise mirar en su dirección. Fijé mi vista en las curvas de la subida, enterrando con fuerza mis pies en los espinos, buscando el mejor punto de apoyo para darle potencia a mis pasos. Apreté los puños a medida que avanzaba y me perdí en aquellos recuerdos distantes de la forma de Odio. Ella era mi objetivo, todo lo demás importaba relativamente poco.

Rebasé una de las rocas de descanso sin mirarla más de un segundo, con el detenimiento de un rayo y la resolución de una nube. Escuché su risa fúnebre en mi oído, su aliento frio chocando contra la piel de mi cuello, sus ojos taladrando mi perfil con su mirada penetrante. Sentí el estremecimiento recorrer mi cuerpo, ponerme la piel de gallina y gemí de dolor cuando, en mi desconcentración, mi pierna se enganchó con una traicionera rama hecha de espinos en forma de espiral, que se afianzó a mi carne como un gancho a la boca de un pez. Caí, poniendo los brazos frente a mi rostro, sintiendo más y más la carne abrirse. Gemí de dolor.

-¡Mierda! –grité, incorporándome un poco y mirando mi pierna.

La rama en forma de espiral, llena de espinas abrazaba mi pierna como una raíz en crecimiento, cortando más y más la piel y la carne, enterrándose más y más para, con sus surcos, hacerme sangrar. Ardía. En mi escrutinio vi aterrada como la piel de la pantorrilla comenzaba a desprenderse en tiras, cayendo al colchón de espinos que hacía de suelo, dejando al descubierto el músculo de mi pierna. Temblé.

-¿Estás asustada? –volvió a preguntar ella y esta vez no pude evitar su imagen.

Tenía la cabeza cubierta solo por una fina capa de pelusas oscuras, con el cabello cortado casi al ras. Sus ojos grises, brumosos como tormenta brillaban culpa de las lágrimas que pujaban por salir. Debajo de los ojos tenía una gruesa línea oscura de color púrpura, casi negro. Su piel sucia era de un color gris amarillento que parecía enferma. Miré sus manos, intimidada por su imagen y me encontré con que se había arrancado las uñas, pues solo se veía la piel arrugada donde antes debía estar el calcio endurecido en una fina capa.

-No –susurré alejando mi mirada de su cuerpo, volviéndola a mi pierna.

-Estás temblando –aseguró ella, flotando a escasa distancia de mí-. Tienes miedo igual que yo…

Alcé las manos a la altura de mi rostro, viendo los profundos cortes en las palmas, la sangre brillando sobre la piel sucia. Temblaban como si fuese gelatina en una superficie endeble que es azotada por un terremoto. Apreté las manos en puños un segundo antes de volver a mirar mi pierna, que sangraba profusamente.

-Silencio –ordené, concentrándome en lo que debía hacer.

Aferré con fuerza la rama que se unía a mi pierna en forma de espiral, comenzando a separar las espinas afiladas de la piel y la carne. Apreté los labios, mordiéndome el labio inferior para no gritar de dolor mientras los ganchos se separaban de mi extremidad, que sangraba más y más a cada segundo. Llegué desenrollando la rama espinosa hasta la parte de mi pierna que era solo músculo expuesto y tomé aire profundamente, reteniéndolo en mis pulmones, volviendo a aferrar mi labio inferior con los dientes. Sentí el sabor a óxido y sal en la boca, incluso fui capaz de olerlo mientras continuaba separando las espinas de mi pierna con dificultad. Cuando al fin pude liberar mi pierna la recogí contra mi cuerpo, aferrándome el músculo empapado de sangre entre mis manos adoloridas y llenas de espinas. Lloré.

-Creo que tendrás que cortarla –gimió ella, con su voz temblorosa e insegura llenándome por completo, haciéndome estremecer.

-Cállate –ordené, con mi voz igual de temblorosa que la de ella, aferrando mi extremidad entre mis manos ardientes.

-Necesitarás hielo y un serrucho –continuó ella, con lágrimas en los ojos nublados por la nada-. Va a doler mucho, aunque dolerá más si continuas caminando con ella en su estado.

-¡Cállate! –grité exasperada.

Si la cortaba tendría que llegar arrastrándome hasta el castillo, si no la cortaba llegaría con una pierna esquelética, o sea, arrastrándome de todas maneras. Me obligué a pensar en algo, dejando el murmullo ausente y despiadado de Miedo lo más lejos posible de mis ideas. Podía sentir la sangre cayendo entre mis manos, el músculo húmedo y latente entre mis dedos que trataban de retenerlo en su lugar. Abrí los ojos de pronto, soltando mi pierna rápidamente y desgarrando la sucia parte baja de la tela que cubría mi cuerpo. Era lo suficientemente gruesa para mantener las espinas lejos del músculo, aguantaría si lo hacía bien.

-¿No temes que el músculo se te salga? –preguntó Miedo con un escalofrío recorriendo su cuerpo flotante.

La ignoré, dándole vuelta tras vuelta a mi venda improvisada con una confianza que había comenzado a desaparecer apenas la había sentido a ella a mi espalda. Ignoré el sentimiento de vencedora que me embargó. En realidad ignoré cada sentimiento que quisiera tomar posesión de mí, ya que si quería hacer las cosas bien tendría que estar centrada, paciente y relajada, nada más que eso. Me levanté y di un paso cuidadoso con mi pierna izquierda, la vendada. No dolió tanto como pensé que dolería, por lo que retomé el paso como si nada hubiese pasado. Miedo no me seguía, lo supe pues no sentía el típico frio de su proximidad, por lo que voltee a mirarla. Lloraba, sin despegar sus grisáceos orbes de mi pierna herida.

-¿Vienes? –inquirí alzando mi mano en su dirección.

Ella dudó, flotando lentamente hacia mí, pero la tomó. Su piel era fría como hielo, pero suave como la seda. Entrelacé mis dedos con los suyos y volví a caminar con paso seguro, ahora viendo a mis pies como las ramas se retorcían por alguna extraña razón.