Quienes me inspiran a seguir

jueves, 28 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte V [Valor]




-Yo la llevaré –me dijo ella con sus profundos ojos como el océano brillante culpa del sol, que me miraba desde lo alto.

Mi rodilla izquierda se hallaba apoyada en el manto de espinos que hacía de suelo y yo, sujetando a Frustración a mi espalda, miraba con mis ojos cansados hacia ella. Su largo, larguísimo cabello caía raudo en cascada tras su espalda, contrastando con su piel cetrina, con sus labios enrojecidos y sus facciones fuertes y afiladas. Tomó a Frustración como si no pesara un gramo y la sentó sobre sus hombros cubiertos solo por una suave tela de color marfil, que no se ensuciaba a pesar del aire inmundo que nos rodeaba. Tendió su mano en mi dirección y yo, aterrada por la nueva forma de mis uñas solo me levanté por mí misma, no sin algo de dificultad.

-Gracias –musité volviendo a andar. Ella me ofreció su mano para ayudarme a andar, pero la rechacé con un movimiento de cabeza-. ¿Y qué te trae por aquí, Valor?

-Hacer esto es mi trabajo, siempre lo ha sido –inquirió con su voz suave como la seda pero dura como el granito-. Tu lugar no es al otro lado del espejo, ni en este sendero, ni en la cajita de música –continuó, pasándome el brazo izquierdo por la cintura, evitando que cayera de bruces al suelo-. Ahora invierto la pregunta… ¿Qué haces tú aquí?

Me quedé callada. Ni siquiera yo sabía lo que estaba haciendo, hacia donde me dirigía, cuál era mi propósito al irme a enfrentar a Odio. Perdería ante ella y su poder implacable. Si Valor no podía con ella, ¿cómo iba yo a poder? Sacudí la cabeza y me alejé del agarre de Valor suavemente, observándola mejor. Su cuerpo era alargado y fuerte, con los músculos de sus extremidades descubiertas brillando, resaltando en una fina capa de sudor mezclado con la sangre de sus heridas sin sanar. Me pregunté si le dolían, si aquellos cortes incesantes, esas laceraciones y cardenales que tenía en lo extenso de toda su piel como el granito brillante le dolerían aunque su rostro se mantenía con una expresión tan inescrutable como la verdad de su sonrisa.

-Quise venir –dije al fin, sentándome en una nueva roca que estaba en el camino solo por ese propósito-. Dolor y Esperanza se marcharon, no tendrás que ir por ellas otra vez.

-¿Se marcharon juntas? –inquirió Valor, con un brillo se sorpresa destellando en sus orbes azules como el cielo claro de primavera.

-Esperanza tomó a Dolor entre sus brazos y se la llevó volando –señalé, apuntando con un dedo al cielo, trazando una ruta imaginaria desde un punto de suelo gris hasta otro punto sobre nuestras cabezas, en el cielo rojo ennegrecido-. Al fin comienzan a llevarse bien.

-Buen trabajo –me dijo ella, acariciando con sus manos suaves y tibias mi cansado rostro-. Frustración, ¿estás lista para marcharnos?

-Déjame en el suelo, Valor –suspiró la pequeña Frustración, con un brillo que no logré reconocer en sus infinitos ojos marrones.

Valor la dejó en el suelo sin chistar y vi, con pesar, como las heridas de sus pies ya casi curadas volvían a abrirse al contacto de las espinas. Ella dio dos pasos vacilantes hacia mí y se sentó en el suelo, dándome la cara con expresión inocente e inescrutable. Abrí la boca para decirle que volviera a los brazos seguros de Valor, más ella me silenció con una sonrisa y un dedo sobre mis labios, antes de comenzar a silbar una nana, una tonada completamente desconocida por mí.

Durante inagotables minutos, o quizás horas, ella se mantuvo así, con sus piernitas sobre los espinos, con sus manos sobre las mías, mirándome fijamente. Las sombras que se habían apartado de mi volvieron desde los rincones alejados de los muros de cristal que había dejado atrás. Me levanté de un salto, agotada bajo el peso de mi propio cuerpo para interponerme entre las sombras que aullaban sin piedad y Frustración, que había dejado de cantar y miraba con ojos aterrados como se acercaban a nosotras a velocidad vertiginosa. Fue entonces que Valor, con toda su extensión nos cubrió a ambas, mirando hacia las sombras.

-¡Quítate! –le grité alarmada, ella no me escuchó.

Valor se mantuvo firme frente a nosotras y vi, horrorizada, como las garras de las sombras cortaba aún más su suave piel de granito reluciente. Sangre salpicaba en todas direcciones y chillé como si el dolor que ella recibía fuera mío propio. Me miró una vez con sus profundos e intangibles ojos azules y sonrió quedamente antes de voltear y abrazar a las sombras, absorbiéndolas hacia su propio ser. Frustración lloró desconsolada cuando el cuerpo de Valor cayó sin vida, inerte, brillando sin más sombra que los charcos de sangre.

-Murió –gimió Frustración desolada, sin esperanzas.

Me tambalee hacia ella y la abracé con fuerza, dejándola llorar en mi hombro mientras el cuerpo ensangrentado de Valor se disolvía en polvo multicolor a nuestras espaldas. Aferré su cabeza contra mi pecho, con el desbocado latido de mi corazón delatando mi estado nervioso, aquel estado que estaba comenzando a dejar atrás. Agité la cabeza, mirando mis manos aferrarse a la espalda desnuda de Frustración y noté que mis garras ya no eran garras, sino manos blancas como siempre lo habían sido, blancas y lastimadas.

-No murió, querida –susurré en su oído con voz calma, suspirando-. El valor nunca muere.

Ella me miró una última vez con sus ojos apagados y sonrió, limpiando las lágrimas que corrían por sus mejillas. Se separó de mí y miró el cielo oscuro, rojo como la sangre y levantó un dedo en señal de desafío hacia el castillo que se alzaba oscuro e imponente en interminables senderos llenos de espinas.

-Suerte –me dijo antes de voltear la espalda por donde habíamos venido, echando a correr a toda pastilla.

-¡No pares nunca! –le grité antes de verla desaparecer entre la oscuridad.

La escuché gritar de júbilo aún en la lejanía, cantando. Vi aterrada que las sombras comenzaban a alinearse en la oscuridad para darle alcance, más supe, en el fondo de mi corazón, que no lograrían alcanzarla jamás. Ella era demasiado rápida para ellos, tenía más fuerza y fe en sí misma de lo que todos creían, solo no debía rendirse ya más.

Voltee a ver el sendero espinoso que me esperaba y solté un suspiro, con renovadas energías dentro de mi ser. Di un paso adelante y las heridas no dolieron tanto. Avancé otro y casi no sentí las múltiples punzadas de dolor que recorrió la planta de mi pie. Continué a buen paso por el sendero que serpenteaba ahora colina arriba, viendo como las rocas de descanso estaban cada vez más alejadas la una de la otra. –Menos tiempo para detenerse, más para avanzar-, pensé airada, así si iba a medio camino entre roca y roca no habría posibilidad de rendirme ante la lucha del andar, siempre había que seguir adelante, caminando o corriendo sin jamás detenerse. Comencé a correr a todo lo que dieron mi extremidades.

miércoles, 27 de julio de 2011

Guardiana




Sentí mis extremidades pesadas y, aún estando ida, como drogada, logré abrir los ojos.

Lo que vi, en cierto modo, no me espantó, aunque debió haberlo hecho. Estaba allí, recostada en la húmeda tierra, sintiendo todo a mi alrededor como una mancha oscura, borrosa, como si una neblina mágica y misteriosa se hubiera instalado en el lugar. No era bosque, no era ciudad, no era campo, llano o páramo, pero también era un poco de todo eso y quizás más.

Me incorporé, la cabeza dándome vueltas una y otra vez. ¿Donde estoy? ¿Que hago aquí? Típicas preguntas cuando alguien se encuentra en una situación como esta, no soy la excepción. Sentía como si estuviera lejos, pero cerca de un lugar especial. ¿Dónde ir? ¿Que hacer? Di un paso titubeante, mi pie se hundió en el fango, como si yo misma pesara una tonelada. Seguí caminando.

No sé durante cuanto tiempo caminé, pero sí sé que fue durante muchas, muchas horas. Los árboles, las plantas, todo era igual a medida que avanzaba, no había diferencias entre una rama y otra. Me detuve, abatida, recargando el peso de mi cuerpo agotado en un árbol, quizás un arce, no sé bien, tampoco quiero saber.

De pronto un aullido se alzó en todas direcciones de la espesura y mi cuerpo se estremeció como si aquel miedo irracional fuese siempre a crear aquel temor en mi. Supe que tenía que correr, cada célula de mi cuerpo me lo gritaba. ¡Corre, corre lejos, aléjate de los aullidos! Y lo hice, aún agotada como me encontraba comencé a correr por la espesura, tratando de no tropezar con las engañosas ramas a ras de suelo.

Los aullidos se hicieron más fuertes, más cercanos, como si trataran de darme alcance mientras las patas de lo que fuera que me perseguía rasgaba la tierra. Un claro, a lo lejos, iluminado por una luz verdosa y ambarina, extraña, me recibió, lleno de plantas multicolores, flores exóticas y un precipicio. Voltee con el espanto grabado en mis facciones. No quería morir.

Retrocedí hacia el claro cuando escuché los aullidos a mi espalda, dando un salto hacia atrás, cual conejo asustado. Vi esas... Cosas, acercarse a mí, acechadoras, imponentes, bestiales, exhibiendo sus grandes hileras de colmillos filosos. Chillé de espanto. Una de esas criaturas se dispuso a atacar y yo, asustada, me hice hacia atrás, cayendo sobre mi espalda en la hierba alta y, cuando vi mi final cada ve más cerca un rugido detuvo sus pasos, girando su enorme cabeza hacia atrás.

Un gato grande. No, no era un gato, era casi como una pantera, completamente negra, hermosa y majestuosa, terriblemente peligrosa había saltado desde la espesura hacia mi, por sobre las bestias que me iban a engullir. Miré aterrada a la pantera de proporciones épicas y mi mirar se encontró con sus brillantes ojos verdes. No había mal en ellos.

La pantera saltó hacia las bestias, desgarrando, cortando con sus poderosas y grandes garras toda la carne que alcanzaban sus peligrosas patas... Hasta que no quedó ninguna bestia abominable por asesinar. Fue cuando noté que me ardía el brazo, cerca del hombro y asustada rasgué sin decoro la tela que cubría mi extremidad. El tatuaje de una pantera al acecho estaba allí, rodeado por una aro de piel quemante, como chamuscada. Miré los ojos de la pantera y vi en ellos bondad, sabiduría y años de experiencia en la lucha. Supe que en ella podía confiar.



Abrí los ojos. Aún estaba sentada en el sillón y, en mi regazo, estaba sentada mi querida gata. Sonreí, sintiéndome tonta ante aquel extraño e irreal sueño. La gata me devolvió un maullido.

—¿Nunca dejarás que me suceda algo, cierto? —le pregunté con una sonrisa, ella solo me aulló en respuesta, antes de volverse a dormir.

lunes, 25 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte IV [Frustración]




Observé con los ojos apagados el panorama que se extendía a mis pies, todo el espinoso camino recorrido hasta allí, que me había dejado en aquel deplorable estado. Me ardían las plantas de los pies y el pecho me pesaba, como si hubieran intercambiado mi corazón muerto con una roca. Los susurros se habían detenido hacia cuestión de metros antes de alcanzar la cima y lo único que había conseguido al llegar allí era frustrarme.

Suspiré, dejándome caer en aquella cima rocosa que había alcanzado. No podía sentir los latidos frenéticos de Esperanza, tampoco las plegarias de Dolor, plegarias que me habían acompañado todo el camino hasta allí. Miré mis manos, las uñas negras en forma de garras, las venas cada vez más hinchadas en mis brazos, dándole un tono mortecino de color a mi piel. La sed me raspaba la garganta, que se contraía ante la saliva seca que se abría paso por el esófago que se quemaba y la nariz ardía ante el beligerante aroma del azufre que provenía desde todos y ningún lugar. Sonreí sarcástica y los colmillos, aquellos caninos, me alertaron de que algo en mi boca iba mal. Chillé despavorida, llevándome las garras a los labios para palpar los dientes que ya se sentían afilados. Sentí el sabor metálico de la sangre sobre la lengua.

Alejé mis manos de los labios. Temblaban y no precisamente de frio. Tenía que hacer algo rápido. Me levanté de la roca y continué caminando, esta vez colina abajo por el espinoso camino serpenteante que aún me quedaba a la espera, largo e interminable, fatal.

-¿Porqué no vuelves? –inquirió una voz malograda, distorsionada en el amplio espacio sofocante-. ¿Por qué no simplemente te rindes? Yo lo hice y estoy mejor así... Levantarse para volver a intentarlo es…

-Frustrante –concluí por la voz, sin dejar de andar.

-Si sabes que no puedes cambiar nada –continuó ella, como si no hubiese dicho nada-. ¿Para qué seguir intentando?

-No soy como tú –recriminé, malhumorada. Lo que menos necesitaba en ese preciso momento era que justamente ella apareciera.

-Eso se nota a la legua –dijo en tono burlón-. ¿Qué sacaste liberando a Dolor y a Esperanza? ¿Qué ganaste con ello? No te dieron nada, ni las gracias…

-No necesito eso –dije no muy convencida de mis palabras. Cierto era que me hubiera gustado por lo menos una palabra de aliento-. Como sea, lárgate, me…

-¿Frustras? –terminó ella con su voz despechada, más como pregunta que como afirmación-. Dilo, voltéate a decirme algo que no sepa. Por eso nadie se acerca, porque los agobio, porque se cansan de mi desesperanza.

Voltee rápidamente con la ira plasmada en mis facciones y vi entonces quién me perseguía desde hacía unos minutos, o quizás horas. Su cabello marrón era corto, cortado irregularmente con las propias pequeñas garras que salían desde sus manos, con sus ojos marrones apagados y sin brillo, sin sonrisa, sin nada. Vacía. Alcé una mano para tocarla y sentir que era real, pero la imagen de mi propia mano como garra que se cernía hacia su cuello me espantó y la alejé rápidamente, escondiéndola tras mi cuerpo y dando un titubeante, temeroso paso atrás. Ella me miró con sus desolados ojos marrones y una lágrima de frustración rodando por su mejilla pálida y polvorienta.

-¿Cuál es tu nombre? –inquirí sin dejar de mirarla.

-Puedes llamarme como gustes –me dijo en un suspiro frustrado-. Me cansé de tratar de hacer que me llamen por mi nombre. Ya olvidé cómo me llamo.

-¿Y cómo te dicen? –rectifiqué mi pregunta, tratando de no desesperarme.

-Desilusión, desengaño, desesperanza, decepción… -enumeró ella con sus pequeñas garras y con una mirada ausente sobre ellas- Pero me llaman más Frustración que otra cosa.

Frustración.

Se veía tan… Frustrada. Tal vez por eso mismo, porque la habían privado tanto tiempo de sus objetivos que hasta había olvidado el nombre que le dieron para izar como bandera en sus luchas por salir a destacar en el mundo que la rodeaba. Ya no sentí pena de ella, más bien curiosidad, una curiosidad inmensa e infinita. La comprendía, claro, pero siempre de un modo diferente, al igual que a las otras.

-Tal vez si dejas de rendirte recuerdes tu nombre –susurré meditabunda, volteando para comenzar a caminar.

Frustración no se movió ni un centímetro de su lugar, lo sabía pies las espinas se quebraban a mi paso, delatando que íbamos por el sendero mortal. Voltee la cabeza para mirarla y ella, con sus apagados ojos marrones negó, sin sonrisa, sin esperanza, sin fe. Sin nada tal y como yo había estado una vez. Volví en mis pasos y me agaché frente a ella, mostrándole mi espalda y sonriendo de medio lado, fuerte, segura, pero con una pisca de petulancia en el brillo de mis ojos, eso seguro.

-Las espinas se enterrarán más a tus pies si me cargas –dijo Frustración, quedándose a resguardo del sendero sin espinas, rodeaba de sangre seca-. ¿Por qué no te quedas de este lado, muy quieta?

-Porque me cansé de rendirme –le dije, mirando hacia el suelo cubierto de espinas-. Nadie nos dice que el camino va a ser fácil, nadie nos asegura que dolerá menos que la recompensa del final pero… Pero llega un momento en que, de la misma manera en que te cansaste de luchar, te cansas de tu propia infundada y autoalimentada frustración.

Supe que me miraba con sus apagados y confundidos ojos marrones, dubitativa sobre la decisión que tomar. Estaba tan cómoda y segura entre las espinas, en ese caminito que se había creado de tantas veces que había pasado por el, conocido y reconfortante, más con un suspiro resignado, aún sopesando la verdad ilógica de mis palabras, ella trepó con cuidado en mi espalda, pasando sus ligeros brazos de porcelana fría y resquebrajada, seca y polvorienta, por mi cuello. Sus piernas se enroscaron en mi cintura en una presa fuerte, aferrándose a mi cuerpo como si fuese un bote salvavidas. Pasé mis manos hacia mi espalda para sujetarla por las piernas mientras comenzaba a andar lentamente, sin prisas. Frustración apoyó su cabeza sobre mi hombro, con sus labios secos y fríos posados contra mi cuello, con su aliento amargo chocando contra mi piel tibia.

-¿Estás segura de esto? –inquirió ella, temblando de pies a cabeza.

-Más que nunca –dije, muy pagada de mi misma, sonriendo y comenzando a tararear una nana.

jueves, 21 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte III [Esperanza]




Y allí estaba yo, observando aquellas dos figuras que se batirían a duelo para conformarse en su propio consuelo y regocijarse en su propia victoria. Dolor se abría paso por el cristal oscuro, aferrando con sus garras los bordes del cristal que rompía, que saltaba en grandes trozos en todas direcciones, lastimando a las sombras que acechaban desde mi propia sombra. Sus manos se enterraban en los cristales, arañándose el cuerpo mientras salía de su lugar seguro, del lugar donde podía lastimarme solo con palabras, pues el dolor físico ya era parte de mí. Solo yo podía lastimar mi cuerpo, y lo sabía.

Esperanza la esperaba, con sus hermosos y largos brazos colgando a los costados, mirando a Dolor lastimarse como una niña pequeña que no entiende la situación, con una sonrisa tensa en sus labios perfectos, una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos verdes. A cada movimiento de Dolor, Esperanza vacilaba entre continuar plantada en su lugar, inmóvil, o ir a ayudar a su contraparte, que se lastimaba en su salida profiriendo alaridos de frustración.

-Vuelve adentro, Dolor –imploré en un susurro, dando un paso hacia ella.

Hizo caso omiso de mis palabras y suspiré cuando su cuerpo ensangrentado estuvo fuera de una vez. Si bien Esperanza parecía una niña pequeña de expresión inocente aún en su elegante cuerpo desarrollado, Dolor era una verdadera niña. Era más baja que yo misma, encorvada sobre sí misma, con sus cuencas carmesís brillando en amenaza, con las garras sujetándose con fuerza a los brazos, enterrándose en la carne, salpicando gotas de sangre a cada paso que daba, a cada movimiento de su tembloroso y pequeño cuerpo, con su rostro sombrío distante de haber conocido otra cosa que no fuera esa oscuridad. Sentí lástima de ella.

-No vayas con ella –gimió en una súplica casi inaudible. Di un paso firme hacia ella y escuché a Esperanza gritar mi nombre-. Siempre te deja, siempre que vuelve para llevarte con ella llegas llena de heridas, de dolor externo. Yo soy puerto seguro… Querida asesina…

-Ella se lastima por lo que le metes en su inocente cabecita –suspiró Esperanza, tomando mi mano para llevarme con ella. Me pregunté en qué momento se había acercado tanto a mí.

-¡Tú la dejas lastimarse! –chilló Dolor, amenazante, mostrándole todos sus amarillentos dientes de tiburón a su contraparte- ¡Tú tienes la culpa de que ella termine más mal que bien! ¡Alimentas lo que no existe!

-¡Basta las dos! –ordené con la voz más segura de lo que esperé, sujetando las manos de ambas. La mano de Esperanza era suave y cálida, curaba con su tacto mis heridas sangrantes mientras la mano de Dolor sujetaba helada y pétrea la mía, enterrándome sus garras, haciendo sangre. Ambas me miraron, expectantes- Dolor tiene razón, Esperanza, siempre que me marcho contigo la caída es más dura.

-¡Te lo dije! –gritó victoriosa Dolor, sonriendo sádicamente.

-Pero Esperanza también tiene razón, Dolor –continué sin mirarlas-. Tú metes cosas, ideas en mi cabeza, haciéndome creer que todo siempre irá mal –guardé silencio durante una fracción de segundo, soltando las manos de ambas-. Mátense si quieren, yo me marcho.

-¿A dónde irás? –consultó Esperanza, abrazando por sobre el hombro a Dolor, que se removió entre sus cálidos brazos que cerraban las heridas de su cuerpo al contacto de sus pieles.

-No lo sé –suspiré, acercándome al gran agujero que había creado Dolor en su salida del cristal, acariciando el vidrio cortado con cuidado de no lastimarme-. Iré por este camino y luego ya veré.

-Ven conmigo a la cajita de música –imploró Esperanza, con su voz musical, sin soltar el agarre que tenía sobre su contraparte-. No permitiré que hagas más cosas tontas, lo prometo, solo… Solo no vayas allá.

-Ambas le temen tanto a lo desconocido –suspiré con una sonrisa melancólica-. Al igual que yo.

-¿Es eso que veo en tus ojos una luz de esperanza? –agregó casi feliz, pero dubitativa, Esperanza.

-No –negué, también meneando la cabeza-. La semilla de la esperanza la plantas tú, cuando te miro a los ojos y sanas mis heridas. Dolor hace lo propio con su semilla oscura.

Miré a Dolor, que había recuperado gracias al toque de Esperanza parte de lo que alguna vez había sido. Sus cabellos oscuros, solo unos tonos más oscuros que los de su contraparte brillaban de limpios, las heridas cerradas siquiera habían dejado cicatrices, sus garras habían desaparecido al igual que sus dientes de tiburón. Lo único que permanecía igual era su mirar, con sus ojos carmesís brillando como una gema preciosa.

-No vayas –suplicó Dolor, aferrándose a la túnica brillante de Esperanza-. Allí es feo, lastiman, sangras, te hacen mal.

-Te lastimaron mucho, querida –susurré conciliadora, acariciando sus largos cabellos que caían sobre su cuerpo sin desarrollar-. No vuelvas allí, pase lo que pase no vuelvas allí y no me sigan –decreté con firmeza-. Esperanza, tampoco vuelvas a la cajita de música.

-¿Porqué? –preguntó confusa, con una nota de alarma en su voz de miel.

-Porque sembrarse uno mismo esperanzas es destructivo –afirmé solemne-. Tomen la mano
de la otra y protéjanse, pero no vuelvan a los lugares de donde salieron.

Di media vuelta y por el cristal oscuro vi a Dolor cerrar la cajita de música suavemente, antes de entregármela con cuidado. Acaricié sus manos suavemente y besé su frente antes de hacerla volver con Esperanza, que la aferró entre sus brazos con fuerza. Suspiré antes de entrar por el agujero que Dolor había creado en el cristal antes de voltear a verlas, viendo como el agujero filoso se cerraba, creando sonidos ensordecedores. Cuando estuvo cerrado sonreí, lanzando con fuerza la cajita al suelo, haciéndola mil pedazos. Vi a Esperanza alzar el vuelo con sus brillantes alas de color verde limón, sujetando a Dolor entre sus brazos como quien carga a un bebé. Las vi desaparecer en la infinidad de la cárcel de cristal.

Voltee, observando con suspicacia el camino oscuro que se manifestaba como epifanía ante mí, esperándome quizás por cuánto tiempo. Me había desligado del dolor y la esperanza, ahora me quedaba un más largo camino por recorrer y medité cuál sería mi próximo objetivo.

-Ven a mí, si te crees tan valiente –siseó una voz gutural, muy pagada de sí misma.

-Caerás, y lo sabes… -susurré comenzando a caminar, enterrándome en la planta de los pies las espinas que se extendían por el camino- No cantes victoria antes de que te encuentre, Odio.

Relatos Oscuros, Parte II [Punto Muerto]




-Esta paz no es eterna –me dije sujetando la pequeña cajita musical que reposaba sobre mi regazo, abierta, con su hermosa melodía rompiendo el silencio de aquella cárcel de cristal oscuro-. En algún momento terminará, ¿no es así, sombra mía?

-Por vez primera no me gritas, querida asesina –me contestó con sus dientes de tiburón sonriéndome, al tiempo que volvía mi cabeza al muro de cristal oscuro de mi izquierda para mirarla-. Y tal vez, te digo. Tal vez no dure para siempre como deseas, pero ten en cuenta el lado positivo, no estás sola, siempre estaré aquí para cuidarte del dolor externo.

-Aunque eso me desgarre por dentro –gemí acariciando a la bailarina de porcelana que sujetaban mis helados dedos. Por un segundo me perdí en esas cuencas carmesís que tenía mi reflejo por ojos y esta vez no me infundieron tanto temor-. Creo que comienzo a acostumbrarme a tu presencia.

-Eso no está bien –gruñó mi reflejo, sentado a lo indio junto a mí, al otro lado del cristal-. Mi deber es infundirte miedo, traer de vuelta a esta prisión aquella desesperación que quieres dejar atrás, para eso estoy aquí y lo sabes.

-Tienes razón –suspiré-. ¿Pero, sabes? Cuando el dolor viene de adentro llegas a un punto muerto en el que ya no te duele tanto. Aprendes a vivir con el de manera tal que solo tienes una escapatoria para volver a sufrir…

-¿Cuál escapatoria? –inquirió enseñándome sádicamente sus dientes de tiburón.

-Salir, dejar que alguien o algo me lastime fuera y luego simplemente volver a entrar –mascullé. La idea no me apetecía, pero así solamente podría vivir de nuevo.

-Buena lógica… -aceptó con su voz gutural como gruñido ensordecedor- Dime más sobre tu dolor –pidió saber casi con acritud-. A veces no entiendo a qué te refieres con tu sentido del dolor. ¿A qué te refieres con “punto muerto”?

-Significa que no siento nada –dije en un susurró suave, sin dejar de mirar la bailarina, escuchando la melodía sin interés, ya que lentamente estaba comenzando a volverse monótona-. ¿Recuerdas cuando entré aquí por primera vez? –pregunté mirando de soslayo al reflejo, asintió con una sonrisa que exhibía todos sus afilados dientes de tiburón.

-Cómo olvidarlo –asintió mi reflejo, casi extasiada con el recuerdo de aquellos días-. Tus gritos eran música, tan altos que salían desgarrando tu garganta.

-Eso era porque el daño apenas estaba hecho –expliqué arrojando lejos a la bailarina de porcelana, que se rompió en millones de fragmentos pequeños cuando chocó contra el cristal oscuro-. La herida de mi pecho estaba tan abierta que hasta en mis mejores momentos de lucidez me sentía… Muerta.

Guardé silencio, viendo como los fragmentos de porcelana brillaban en la oscura luminosidad que nos daban los espejos. Las sombras bailaban a mí alrededor, acechantes, alertas, esperando a que mi dolor naciera, aflorando desde mi pecho como huracán que todo lo destroza. Mi reflejo observaba también a la bailarina, de seguro preguntándose a qué se debía mi arranque de rabia. Jamás lo sabría, jamás se lo diría, nunca comprenderían nada que no estuviera más allá del dolor, pues esta pequeña prisión mía solo servía para eso, para evocar los recuerdos dolorosos que me hacían saber que estaba viva, que aún podía sentir algo, lo que fuera.

Dejé la cajita musical a un lado, abierta, con su música resonando en aquella estancia tan familiar, tan conocida, tan siniestramente acogedora. De pronto las sombras chillaron, sus voces resonando como el desgarro del metal que se hace jirones en una colisión, como esos gritos que solo los seres de abismo pueden sacar desde sus gargantas destrozadas de tanto gemir. Voltee a ver a mi reflejo, que corría de un lado a otro por el cristal oscuro, gritando, enterrando sus manos en forma de garras en su cabeza, haciendo puntos de sangre que se clavaban en su cráneo, con sus dientes de tiburón y sus chillidos de sirena maldita resonando en el espacio, con su cuerpo huesudo, feo, grisáceo como enfermo estremeciéndose, bailando con frenesí de miedo. Miré hacia arriba. Los espejos eran oscuros e interminables, mi vista no alcanzaba a divisar el final de aquella caída a la que siempre me sometía, aquella caída que rompía cada hueso de mi cuerpo, aquella caída que me veían practicar casi como las fases de la luna, hasta desaparecer en el vacío que yo misma había creado. Por fin había encontrado el punto muerto de mi prisión, aquel punto en el que no sentía nada pero lo sentía todo al mismo tiempo, aquel punto donde los millones de sueños no soñados se hacían bello polvo estelar oscuro, como magia infinita, como alucinación beligerante.

-Toma mi mano –ordenó una voz plateada, mientras un aroma que no era ni cítrico ni dulce, ni amargo ni almizcleño llenaba el ambiente.

-¡No! –chilló mi reflejo, golpeando con sus garras el cristal oscuro que la apresaba- ¡Es mía! ¡No te la llevarás!

-Tenemos un acuerdo, Dolor –la nombró, yo temblé ante el nombre de ella.

-¡Yo no firmé nada! –volvió a gritar Dolor, sin dejar de exhibir sus dientes de tiburón. El cristal oscuro que golpeaba parecía comenzar a ceder, pues esquirlas de espejo saltaban en todas direcciones.

-Cállense los dos –ordené mirando la cajita musical-. Dolor, deja de golpearte, te estás lastimando demasiado y eso debe doler.

-¡No me duele! –chilló y yo sonreí, pues al parecer y sin querer, los papeles se habían invertido en un segundo.

-Hazle caso, Dolor –secundó mi orden esa voz suave, aterciopelada, como la voz de un coro de ángeles cantando una nana.

Había encontrado mi punto muerto, aquel punto en el que el dolor y la esperanza, con apariencias cambiadas, podían estar juntas en la misma habitación. Mire a Esperanza, que salía lentamente de la cajita de música que yo había dejado en el suelo. Era un ente hermoso, casi como un verdadero ángel caído del cielo. Sus cabellos largos, de limpio color marrón brillaban aún en esa pulcra oscuridad. Sus ojos brillaban en infinitas tonalidades de verdes. Su sonrisa era amplia, limpia, casi como su risa en forma de cascada dulce y pura. Sus manos eran de largos dedos suaves a la vista, tan suaves, tan hermosos, y se estiraban en mi dirección, invitándome a dejar mi puerto seguro.

-A mi lado estarás segura –afirmó Esperanza, casi con amor en su voz.

-No te creo –refuté segura de mis palabras, no iba a salir de la seguridad recientemente encontrada-. Cuando la esperanza se marcha el dolor es más grande y lo sabes…

Relatos Oscuros, Parte I [Dolor]




Otro rincón sin salida…

Continúo caminando, chochando contra esas paredes translúcidas con la mandíbula apretada y notando que tal vez ya es demasiado tarde para salir de esta jaula de cristal que he construido yo misma, cual muralla china durante años para mantenerme alejada lo más posible del mundo.

Agotada me acomodo en una esquina, agazapada hecha un ovillo, abrazando mis piernas con los brazos entumecidos, hundiendo mi rostro entre las extremidades cual si eso fuese alivio de la aplastante soledad. Solo llevando mi traje de tela roída, cual si fuese una esclava, el frio me cala hondo en los huesos y en el alma. Soy esclava, claro, prisionera de mi misma y de mis miedos desde hace mucho tiempo, más no logro recordar desde hace cuanto con exactitud. Tanto tiempo ha transcurrido, tantas emociones contenidas que el tiempo, las horas son desdibujadas de mi mente por las imágenes de soledad oscura que rodea aquellos recuerdos lejanos.

-Eres una asesina, lo sabes… -susurra la oscuridad, la penumbra, las sombras que me asedian tormentosas alargándose desde mi propia sombra- Sola, desanimada, destruida por dentro y por fuera… A nadie le importas y a nadie le importarás jamás. Eres mala, la muerte te acecha en cada rincón porque lo mereces… Eres una asesina cruel.

-¡No! –sollozo aún con la cabeza hundida entre mis extremidades, temblando de frio, de terror.

Intento convencerme de que esas palabras son viles mentiras, manchas negras ensuciando un precioso y pulcro lienzo en blanco. Me repito que no soy yo misma la que las ha pensado y tiemblo. Tiemblo espasmódicamente cuando las sombras rozan mi piel con su frio tacto gélido parecido a la caricia de la dama Muerte.

-Levántate y mírate –ordenaron las sombras y yo, sin dudarlo me levanté, mirando el reflejo que el cristal oscuro me devolvía. Yo misma estaba allí, frente a mí, con una mirada sádica y una sonrisa torcida que no parecía de este mundo-. ¿Tienes frio?

-No –negué rápidamente, notando que mi aliento salía de mi boca en forma de una nube de vapor frio.

-Mientes. Estás sola y tienes frio, ese frio de la muerte que siempre te ha acechado, ilusa –mi reflejo en el espejo movía los labios mientras yo me mantenía en silencio. Me asusté.

-No estoy sola, no estoy muerta –volví a negar sin entusiasmo, sin fuerzas, sin voluntad-. Sé que pronto la soledad se irá, solo… Solo déjame en paz…

Esperé con paciencia a que mi reflejo me devolviera una respuesta, notando que de pie el frio era más intenso. Vi mi silueta como reflejo moverse por los cristales oscuros y la seguí apenas con la mirada, temerosa de perder la estabilidad al moverme un solo milímetro. Sentía el alma pesada, pesada de vacío, pesada por no tener nada que cargar.

-Nadie vendrá a sacarte de aquí –se mofó mi reflejo con una sonrisa sádica en sus filosos dientes se tiburón, amarillentos-. Nadie vendrá a protegerte de la soledad, de la oscuridad. Estarás aquí por siempre porque tú misma te encerraste aquí.

-Mentira… -mascullé apenas con un hilo de voz.

Comenzaba a desesperarme. A cada palabra de mi reflejo sentía el nudo de mi garganta acrecentarse y lo poco que me restaba de voluntad irse a los suelos. Mi reflejo se mofó de mi con carcajadas estruendosas, atronadoras como esos truenos que me hacían esconderme debajo de la cama. Solté un sollozo cuando quise voltearme a encarar al reflejo, más perdí la estabilidad cayendo al suelo, apenas alcanzando a apoyarme en el muro de cristal oscuro para no hacerme más daño. Notó como una vieja herida en mi mano se abría, dejando un borrón carmesí en el cristal, haciendo de mi dolor el goce de mi reflejo, aumentando sus carcajadas.

-¡Niña tonta, ilusa, débil y cobarde! –chilló mi reflejo, ahora mirándome con sus ojos carmesís sin dejar de caminar por el espacio al otro lado del cristal- ¡Chilla! ¡Grita! ¡Pide la piedad que siempre te será negada, vil perra!

-¡Cállate! –supliqué en un gemido alto, sofocado, mientras mis manos golpeaban el cristal para aplacar el sonido de su risa maldita.

Mi silencio continuó siendo roto por los incesantes sonidos de mis puños golpeando el cristal oscuro. Golpee con todas mis fuerzas mientras gritaba de manera triste, desgarradora, pidiendo un poco de ayuda, de piedad y compasión. Al final, luego de unos minutos que me parecieron eternos me detuve, mitad culpa del cansancio mitad culpa del desanimo. Comenzaba a faltarme el aliento, las manos me escocían de dolor culpa de los pequeños cristales que se habían incrustado en mis puños cuando golpeaba. Alcé la mirada esperanzada, con renovadas fuerzas al ver el cristal trisado, más mi desesperanza fue mayor cuando vi que el muro oscuro y reflectante se recomponía como en mis peores pesadillas. Algo húmedo recorrió mis mejillas y noté, con apremio, que eran lágrimas.

-¿Cuándo fue la última vez que lloraste? –me susurró mi reflejo ya cerca de mi otra vez, tratando de parecer amable y compasivo.

Confuso. No lograba recordar cuándo había llorado por última vez, solo sabía que había sido hace mucho, muchísimo tiempo. Recordé sin embargo que había llorado muchas veces, cuando escuchaba en susurros a mi conciencia repetir aquellas palabras que quería negar, palabras ciertas que salían de labios ajenos y que se quedaban en mi interior, enterrándose en mi corazón. Recordé tanto que el miedo se hizo presente más allá de la desolación. Y lloré…

Me incliné hacia el suelo, apoyando mis antebrazos allí, escondiendo mi cabeza hacia mi pecho mientras las lágrimas caían ahora hacia el suelo de cristal oscuro también. Aún con las manos empuñadas, enterrando más los cristales en la carne debido a la presión. Ni siquiera sentí ese dolor. Volví a gritar, a pedir piedad mientras las carcajadas se extendían otra vez a mí alrededor, las sombras como garras, como zarpas acercándose a mi cuerpo, lastimando, arañando, desgarrando piel y carne, haciendo sangre.

-¡No estoy llorando! –grité enfurecida, alzando los brazos de su apoyo y dejándome caer al suelo con fuerza, golpeando sin dejar la posición, abriendo más las viejas heridas.

Dolor, dolor, dolor. Todo en mi ser era eso, solo dolor. Grité todo y nada, desgarrando las cuerdas vocales alojadas en mi garganta como si con eso todo ese sentimiento amargo como hiel se fuese a marchar de mis entrañas. Las carcajadas cesaron abruptamente cuando una lágrima roja salió de mis ojos, en forma de sangre desde mi alma. Me detuve bruscamente al no escuchar las risas, las incitaciones a continuar mi masacre personal y, en el reflejo de cristal oscuro noté una luz ambarina, cálida, encendida justo a mis espaldas. Iluminaba con su calidez una mesita redonda y baja que portaba sobre si una pequeña cajita de música que me trajo paz durante un segundo. Me levanté del suelo, arrastrándose hacia mi nueva salvación…

miércoles, 20 de julio de 2011

Gabriel




A veces, los ángeles se dignan a caer del cielo.

El ángel de quien yo hablo no era de esos convencionales, no. Él tenía los cabellos cortos, muy cortos, en un afina capa castaña oscura cubriendo su cabeza. Su cuerpo era grande y macizo, fuerte. Podría estar acabándose el mundo, pero en sus brazos me sentía segura, dichosa y feliz. Mi ángel también tenía los ojos de un hermoso color verde, decía que era lo único de ángel que tenía, yo siempre reía ante sus ocurrencias. Sus ojos brillaban cuando tomaba una llave, relampagueaban cuando golpeaba con fuerza la batería. La sonrisa que se extendía por su rostro, creándole hoyuelos en las mejillas siempre, siempre llegaba a sus hermosos ojos como esmeraldas.

Mi ángel era bueno y noble. Siempre que yo caía enferma él corría hasta donde estaba yo, aferraba mi mano entre sus grandes manazas cálidas y se quedaba allí, a mi lado, sentado en una incómoda posición hasta que yo me sentía mejor. Me mimaba, me llenaba de caricias suaves y arrumacos, palabras de aliento. Sus sonrisas eran el mejor regalo del mundo…

Pero ahora ha sucedido algo terrible.

Han asesinado a mi ángel… Y no creo poder vivir sin él.

Mi ángel iba en el metro, un mal día y en una hora en la que no debió estar. No iba solo, iba con mi amiga rubia, que tantos deseos tenía de ver. Y entonces lo vio. Un hombre envuelto en un aura demoniaca estaba en el vagón con ellos, llevaba una larga gabardina gris cubriendo su cuerpo, en sus facciones se notaba que iba a hacer el mal. Sus ojos esmeraldas se encontraron con el arma en un segundo y el reconocimiento cruzó sus ojos. Gritó que se alejaran de él mientras escondía a mi amiga tras él. El demonio lo miró.

Apuntó con su arma infernal y a tres disparos lo asesinó.

Ahora estoy aquí, recordando la hermosa sonrisa de mi ángel, maldiciendo a ese demonio que terminó por suicidarse, maldiciéndolo con alma y vida. Por primera vez siento odio correr por mis venas. Estoy llorando también, porque el demonio me quitó lo único tangible que siempre tuve, la estabilidad de mis palabras, el suelo bajo mis pies, el hermano y padre de toda la vida, el hombre, que a mis ojos, es un ángel.

A veces los ángeles se dignan a caer del cielo, cubiertos en sus túnicas vaporosas, con sus ojos dorados y sus sonrisas risueñas. Este ángel que me pertenecía era especial. Este ángel odiaba las túnicas de plata, las alas grandes y brillantes, el coro celestial era su peor pesadilla junto a la música de Debussy.

Gabriel era mi ángel, pero ya no está más para cuidarme del mundo… Y me falta.

¿Volará a su pedacito de cielo, hacia aquel lugar que merece?

¿Se quedará mirando las estupideces del mundo?

¿Querrá que llore mucho más?

Adiós, Mi Ángel Gabriel.

viernes, 8 de julio de 2011

Alianza




Corrió doblando la esquina de la callejuela oscura, ocultándose en la penumbra que creaban las sombras oscilantes de las farolas polvorientas, con su luz de velas que tentaba con apagarse a cada soplo, cada aullido del viento que pasaba entre los cristales rotos que debían proteger la flama. Aferró con más fuerza sus armas en sus manos y dobló otra esquina, apurando la carrera, sabiéndose invisible pero sin querer confiarse de aquellas habilidades que tan bien la definían. Su cabello oscuro, sus ojos claros, la piel pálida, fino contraste con la penumbra al igual que sus ropajes, rojos como la sangre y desgreñados, roídos culpa de ser aquel su único atuendo. Como si le importase verse bien...

-Tsubaki... -llamó un susurro camuflado con la brisa. La mujer se detuvo en seco, aguzando los sentidos, cautelosa- Atrás de ti...

Ella volteó, encontrándose de lleno con aquel hombre de cabellos negros como el ébano, cortos con un flequillo que cubría a duras penas una cicatriz sobre el lado derecho de su frente, que pasaba sobre la ceja y peligrosamente cerca de su ojo. Sus ojos eran de un profundo color negro, oscuros como la noche sin luna ni estrellas.

-No me asustes así, Devil -regañó ella, sonriendo débilmente.

-No te hubiera asustado si hubieras estado atenta -espetó el aludido, sacudiendo un poco de polvo que cubría su gabardina color carmín-. Estabas tan ensimismada en tu carrera que siquiera notaste que te seguía, no debes olvidar nada mientras corres, Tsubaki.

Ella suspiró, él jamás cambiaría. Le dedicó su mejor mirada antes de acercar su mano al rostro de él en un vano intento de acariciar su rostro, más él se alejó dando un paso atrás, sin siquiera mirarla. Su relación estaba marcada por esa brecha, hasta allí debía quedar y ella, ilusa, a veces pensaba que podría apartar la soledad de su mentor con uno de sus antaño gestos afectivos. Dejó que su mano peinara los cabellos que caían en cascada bajo la pañoleta que los sujetaba para que no se descontrolaran, acariciando las puntas quemadas culpa de las horas incansables de excursión en el desierto. Alzó su mirar a la luna, que brillaba en lo alto en señal de burla y allí, mientras su mentor pensaba, decidió decir por fin, por primera vez lo que pensaba.

-¿Sabe, Devil? -comenzó, él la miró de soslayo sin mucho interés- Estoy cansada de que me rompan el corazón así que decidí que se lo voy a dar a la primera persona que lo quiera...

-¡No! -exclamó él, mirándola furioso de pronto. Tsubaki abrió los ojos como platos, antes de voltear a ver a su maestro- ¡Júrame que jamás vas a hacer eso!

-Pero... -gimió ella, sin comprender.

-Mira niña -bramó él, tratando de controlar su impulso de continuar gritando-, no te menosprecies eso es un error por tu parte. ¿Acaso no entiendes que ellos son los que pierden al no tenerte a su lado?

-Devil...

-Nada -continuó él-, no vuelvas a decir semejante estupidez, ¿escuchaste?

-De acuerdo... -se hizo el silencio. Devil había desviado abruptamente la mirada hacia un rincón oscuro del callejón que pisaban mientras Tsubaki volvía a mirar la luna, pensativa- Maestro... -musitó suavemente, volviendo a llamar la atención de Devil.

-Dime, Tsubaki -masculló aún con la sangre hirviendo.

-Le tengo una propuesta -anunció. Él le hizo una señal de manos indicándole continuar y ella, tomando una bocanada de aire, continuó-. ¿Porqué no me deja alejar su soledad y usted cuida mi "corazón"?

Devil la miró asombrado. Lo cierto es que se esperaba cualquier cosa de ella, pero eso... ESO jamás. Trató de buscarle algún otro significado a las palabras de ella, pero al parecer había formulado la pregunta para que no hubiera confusiones.

-¿Estás segura? -inquirió, meditabundo.

-De no estarlo no habría abierto la boca, maestro -explicó ella con una sonrisa genuina.

-No seremos novios, ¿cierto? -volvió a preguntar, con el ceño fruncido.

-¡Claro que no! -exclamó ella, divertida- Será algo así como... Una Alianza por el Bien Común, ¿no lo cree?

Devil pensó la propuesta durante unos segundos y, al no hallar nada malo ni de doble significado en las palabras de Tsubaki, decidió acceder. Asintió mirándola a los ojos, a esos profundos ojos avellanas tan claros como el alba, que le hacían sentir una confianza inusitada desde que la había conocido, antes de tomarla como aprendiz. Estrecharon las manos en señal de pacto y, en un impulso, ella lo abrazó a él si que Devil fuera capaz de impedirlo aunque, debió admitir, aquel contacto humano luego de quinientos años le había sentado de maravilla a su alma. Tal vez ella lograría apartar un poco de su soledad y él, si se esmeraba, haría que la chiquilla dejara de hacer estupidez tras estupidez.

jueves, 7 de julio de 2011

Frío




Cuando hace frío recuerdo, por alguna razón, las veces que abro la puerta del congelador. Abrir la puerta de un lugar que está frío el 99% del año es casi lo mismo. Cuando abres la puerta del congelador ves esquirlas de hielo en el cielo, sobre la carne que, si se cae, revota como un pavo de navidad congelado. Es igual cuando abres la puerta que da al patio de juego de los pingüinos, ves esquirlas de hielo en las cornisas, en las ventanas, tus calcetines se humedecen por el frío y se congelan...

Pero hay otro frío que es igual a este pero, a la vez, muy diferente y ese es el frío del corazón.

Lo sentimos muchas veces en nuestra vida, como por ejemplo, cuando perdemos a un ser querido por nosotros. Es como si lloviera bajo cero a nuestro alrededor, como si te dejaran desnudo en medio de la nieve, como si todo el calor se hubiera marchado para jamás regresar.

No necesariamente alguien tiene que morir para que tú sientas ese frío. Puedes sentirlo al perder una amistad, cuando los lazos familiares se rompen, cuando pasa lo inevitable y te sientes solo, aunque estés rodeado por una multitud.

Ahora siento frío, más del que he sentido jamás...

Y estoy asustada por ello...

Por eso, tú...

Ayúdame a salir de este frío, devuélveme ese sol que me robaste, regresa aquel calor a mi cuerpo, a mi espíritu y, por favor, no me dejes morir sola entre esta nieve helada porque sabes que si te llevas ese calor, si me alejas de tu sol personal, moriré de frío y soledad...

miércoles, 6 de julio de 2011

Ámame




Siempre te vi desde lejos. Pasabas el tiempo sentado en esa esquina de la plazoleta, a veces solo mirando a la nada con tus ojos negros perdidos en el horizonte, otras tantas veces estabas rodeado de personas, charlando todos animadamente y yo, desde la otra esquina de la plazoleta los veía, a todos los observaba pero en especial mi mirar se dirigía inmediatamente a ti. Desde que llegabas hasta que te ibas, o incluso cuando yo llegaba y tú ya estabas en tu puesto, cuando me marchaba de regreso a casa con la súplica interna del: Mírame…

Jamás volteaste a mirar en mi dirección y yo, resignada, me perdía entre la música de mis fonos, mis hojas de papel donde escribía poemas de amor, las colillas de cigarrillo que caían una a una a mí alrededor. Pasaba las tardes mirando cada tanto en tu dirección antes de volver mi vista al papel, un suave carmesí reposando en mis mejillas con timidez. A veces personas, amigos recién hechos se acercaban y pasaban un rato conmigo antes de marchar. Más de una vez salí con uno de ellos, con algunos galanes que querían conquistar mi corazón pero rápidamente quedaba en fracaso al yo no prestarles tanta atención como a ti. Mi corazón se dividía entre el anhelo que generaba tu misterio y aquellas palabras de galanes que me rodeaban con flores recién cortadas, pidiendo uno que otro verso.

Una tarde, una bella tarde de finales del verano te acercaste a mí. Yo estaba triste, lloraba, tenía problemas muy grandes que pesaban sobre mi espalda, haciendo ese nudo en la garganta. Te sentaste a mi lado y me preguntaste que pasaba. “Estoy triste”, dije yo con la voz contenida, hipando. Sonreíste, acariciaste mis cabellos y charlamos largamente. Nos hicimos amigos en pocos minutos. Pasaban los días y charlábamos a veces sentados en mi esquina, la mayoría de las veces lo hacíamos en la tuya, ese lugarcito que tenía tu nombre. Ese lugar que nadie más que tú y los tuyos usaban pues nadie más se acercaba a ese lugar. Tanto llegué a quererte que dejé a mi mente divagar, hasta que un día me dije que no podía más y, paulatinamente, como un ocaso, comencé a alejarme de ti hasta que solo volví a mirarte desde la lejanía.

Comencé a salir de nuevo con otras personas, a rodearme de gente, regalando mi corazón y mis sentimientos al primer galán que me dijera una palabra bonita para que todo volviera siempre a terminar. Tanto dejé que me lastimaran que yo comencé también a lastimar, era un caos, un torbellino de sentimientos solo para poder sacarte de mi corazón.

Ahora estoy sola de nuevo, sentada en esta esquina, mirándote observar a la nada con tu mirada soñadora y escribiendo una y otra vez los poemas que salen de mi mente con tu nombre plasmado en cada sílaba, escapándose como una mariposa que muere en cada batir de alas marchitas. Mientras te observo ahora susurro con los ojos llorosos una y otra vez, rogando que este deseo se haga realidad una sola palabra.

Ámame…

Padre




Y ahora vienes... Ahora cuando no necesito ni quiero nada de ti ni contigo, cuando te quiero lo más lejos posible mi, luego de quemar todas tus fotografías, de ahogar el recuerdo de tu espalda en el océano oscuro, quemando el retrato que te hice, mirando como las cenizas se consumen.

Ahora vienes, cuando ya no te necesito, dándotelas de héroe, de salvador, del señor de la cordura y la razón. Te plantas frente a mi, y lloras, y te muerdes los labios, y te haces sangre. Aprietas los puños, sin mirarme, te avergüenza siquiera darme la cara.

Y yo no quiero nada de ti, no necesito nada de ti...

Hace mucho tiempo dejé de querer provocar tu afecto. Hace mucho tiempo dejé de tratar de ser la hija perfecta. Ya no quiero nada de ti, ni tu cariño, ni tus disculpas, no ahora que ya es tarde.

Quédate con tus abrazos jamás dados, quédate con tus palabras vacías, quédate solo porque ya no correré tras de ti como cuando era niña y necesita, anhelaba tu protección. Tu padre fue más padre para mi que tú, así que vete, aléjate de mi, piérdete, no te quiero...

Y dudo poder quererte de nuevo...

Si es que alguna vez te quise...

¿Sabes que es lo único bueno que recuerdo de ti? ¿Sabes lo que trato de no olvidar cuando te veo o te nombro?

Trato de no olvidar aquella vez que, muy de niña, tendría unos seis o siete años nos vimos y me llevaste a pasear al parque. Le dijiste a mi abuelo que me vistiera bonita y él, complaciente y bueno, me puso un vestido celeste con lazos blancos con zapatos de charol. Me cargaste en tus brazos, fue la única vez que lo hiciste. Una vez en el parque te subiste a un columpio y me sentaste en tu regazo, yo me abracé a mi muñeca de trapo y tú, con tu brazo derecho tan fuerte como lo recuerdo, me aferraste mientras nos balanceábamos suavemente. Me dijiste que siempre me protegerías...

Mentiras...

Siempre mentiste demasiado bien y yo, tonta, estúpida...

Siempre te creí...

Luego de eso solo recuerdo peleas, gritos y tu espalda que se alejaba por mucho que tratase de alcanzarla. Corría siempre tras de ti, siempre, pero por mucho que te llamé jamás volteaste a mirarme...

Hasta ahora...

Ahora que ya no te necesito, ahora que ya no te quiero, ahora que te perdí el respeto...

Ahora que te odio...

Y digo, atragantada por las palabras y las lágrimas de tristeza porque esto no pasó antes, porque tu arrepentimiento como padre no llegó cuando lo necesité...

Ya te perdí el respeto...

Siento que haya pasado de esta manera...

Adiós... Papá...

martes, 5 de julio de 2011

Historias Lobunas

Y hoy acaba un camino.

Historias Lobunas ha culminado hoy, Martes 5 de Julio, luego de cuatro meses dedicándole buena parte de mis ideas a esa novela en su capítulo 23.

Espero todos hayan disfrutado leyendo esta historia, la historia de los Clanes que se esconden en la nieve, que acechan entre la espesura de los bosques, aullando para nosotros bajo la hermosa luz de la luna.

Cierto es que disfruté escribiendo Historias Lobunas, me sacó lágrimas y sonrisas, puso mi piel de gallina y espero, de todo corazón, que también hayan disfrutado esta aventura que tuvo, como todo en esta vida, un final.

Agradezco a quienes me sirvieron de inspiración en este escrito:

Sniper (Felipe), Hunter (Jefferson), Leonard (Louise), White Fury (Fabricio), Luthien (Janis), Cristalië (Anna), Sturms (Karina), Kirk (Marcelo), Duvet (Fatima), Garden (Ximena), Ivanov (Adin) y Anthe (Mabel).

Una vez más, muchas gracias a todos, en especial a ti, Marcelo.

Que los Aullidos de los Lobos te acompañen en las estrellas...

Se despido con un beso:

Miralys


domingo, 3 de julio de 2011

Amor




El amor…

Dicen que cuando te enamoras ves el mundo color de rosa.

Estoy enamorada y aunque no veo todo color de rosa, sí veo el mundo de una manera más brillante y vivaz.

sábado, 2 de julio de 2011

30 Días - 30 Rolas



¡Hola a todos!

Sí, sí. Sé que JAMÁS he hecho un Update personal pero... ¡Bah! Hay una primera vez para todo y este no será el primero ni el último Update personal que suba aquí [espero].

Okey, la cosa va así. Como soy una persona con DEMASIADO [creo] tiempo libre, tomé treinta días y en una hoja de papel [para que vean lo rara, teniendo el ordenador lo hago en hojitas sueltas que luego no encontré...] fui escribiendo cada día una canción [si gente, eso es una "rola" para los que no lo sabían] según lo que sintiera. La idea, cortesía de una amiga que me lo apostó por ocio [¡te gané, Bri!] a ver quien terminaba primero. ¿Recompensa? Cigarrillos.

Ahora, sin más preámbulos... LA LISTA [chan chan chaaaaaaan]:

Día 1, mi canción favorita: Don't Stop Believin' - Journey [Versión de Arnel Pineda]. Lo cierto es que me costó DEMASIADO decidirme por una, siempre he recalcado que no tengo enlace con ningún tipo de música en específico, pero esta rola me acompaña desde que me levanto hasta que me voy a dormir así que, es oficial, esta es mi favorita.

Día 2, la canción que más odio: Papanamericano. No tengo idea de quien es la rola, pero la ODIO CON TODO MI SER, andar caminando, estar en la casa tranquila o no sé, estar bien relajada y escuchar el "papanamericano" con esos soniditos asquerosos me saca de quicio...

Día 3, canción que me pone triste: While Your Lips Are Still Red - Nightwish. Es oficial también. Me costó elegir esta rola porque vaya que hay temasos que me ponen decaída pero ESTA MALDA' se llevó el primer lugar, escucharla ya hace que me salten las lágrimas.

Día 4, canción que me recuerde a alguien: Tierra de Lobos - Saratoga. Felipe, TÚ tienes la culpa de eso por hacerme escribir Historias Lobunas. Cada que escucho esta rola me acuerdo de todas y cada una de las secuencias de esa "novela" y, por ende, me acuerdo de ti. Te llevaste el premio.

Día 5, canción que me recuerde un lugar específico: El Muelle de San Blass - Maná. Esta canción hace que recuerde las horas que pasaba escribiendo, dibujando o haciendo el tonto con mis amigos en el Muelle Barón, allá en Valpito lindo y querido.

Día 6, canción que me pone contenta: Yes, man - Munchausen By Proxy. Si no la conocen, tienen que escucharla, es MUY buena. Es una canción que sale en la película "Yes, man" de Jim Carrey. Cada que escucho esta canción me acuerdo de una escena genial de la película y, por consecuencia, me río sola.

Día 7, canción que me recuerde un momento: Drinking - Bôa. Por alguna extraña razón y sin relación aparente esta canción me recuerda la primera vez que me embriagué con unos amigos. En realidad me recuerda el momento exacto en que me llevé a la boca una botella de Blue Curacao y le hice fondo...

Día 8, canción cuyas letras me sepa completamente: [Afirmense porque esta lista es larga] Separate Ways - Journey. Cantar esta rola a todo pulmón mientras tratas de coordinar los dedos con la guitarra es maravilloso. Cry Just a Little - Avantasia. Sumale un teclado o un piano a la voz y queda fantástico [sin importar si eres buen o mal músico]. Todas las canciones de los tres últimos discos de Saratoga. Soy FAN de ese grupo, hasta creo [solo creo] que es mi favorito. Aún me falta sacar algunos temillas en guitarra pero bah, tiempo a eso hay.

Día 9, canción que pueda bailar: Aunque no lo crean [o no lo vean posible] es Bohemian Rhapsody - Queen.

Día 10, canción con la que puedo dormir: Winter - Vivaldi o Claro de Luna - Debussy. La verdad es que con la mayoría de la música clásica, pero esas dos me llevan al quinto sueño en dos segundos [y no es porque me aburran, es porque me relajan a ese extremo, aunque a veces, solo a veces, tienen el efecto contrario...]

Día 11, canción de mi banda favorita: Ratas - Saratoga [era que no...]

Día 12, una canción de una banda que odie: No sé si es una banda pero como los odio, en serio que sí... Abusadora - Wisin & Yandel.

Día 13, canción que me gusta en secreto: Como un Lobo - Miguel Bosé. En realidad no es que me avergüence decir que "me gusta" Miguel Bosé, solo que nadie jamás preguntó...

Día 14, la canción que más he escuchado en mi vida: Esta me tomó HORAS. La verdad es que he escuchado tantas canciones en mi vida y tantas veces las mismas que me costó encontrar la indicada, pero creo que es Si Amaneciera - Saratoga.

Día 15, una canción que me describa: Iris - Goo Goo Dolls. Las explicaciones aquí están de más [creo].



Día 16, una canción que me gustaba pero que ya no soporto: Diabulus in Música - Mago de Oz. La escuché TANTAS veces cuando me gustaba Mago que ahora solo la intro me llega como patada en los riñones.

Día 17, una canción que escuche en todos lados [adivinen]: Papanamericano. [¿Ya ven porqué no la soporto? Si no la escucho por lo menos una vez en el día el reproductor automático de mi cabeza salta solo y comienza a pasarla hasta que me encuentro gritando a los cuatro vientos: ¡ODIO esta canción, maldita sea!]

Día 18, una canción que me gustaría escuchar más seguido: For What It's Worth - The Cardigans. En mi casa no soportan esta rola... Qué se le va a hacer.

Día 19, una canción de mi disco favorito [vuelvan a adivinar]: El Planeta se Apaga - Saratoga [Disco Secretos y Revelaciones].

Día 20, una rola que me gusta escuchar cuando estoy enojada: Hell - Disturbed. Poner esta canción a todo lo que dan los altoparlantes, abrir todas las ventanas, tomar la guitarra, conectarla al amplificador y comenzar a gritarla [porque no canto esta canción cuando me gana la rabia, la grito] por lo menos unas veinte veces seguidas hasta que la garganta no me da más es muy relajante. ¡A la porra los vecinos!

Día 21, una rola que me gustaría escuchar en vivo: Hijo de la Luna - Stravaganzza [la misma letra que la original de Mekano, pero esta es mucho mejor con las guitarras eléctricas, la batería y los bajos].

Día 22, una que me recuerde al amor de mi vida: Living in a Dream - Finger Eleven. No más explicaciones, ¡he dicho!

Día 23, una canción que quiero para mi boda: Paranoid - Megadeth [no pregunten].

Día 24, una canción que quiero para mi funeral: A Tout Le Monde (Set Me Free) - Megadeth con Cristina Scabbia. Y la verdad estaba entre esa y She-Wolf, también de Megadeth, ahora bien, si en mi entierro [o cremación, como sea que quieran hacer desaparecer mi cuerpo] si las ponen las dos yo feliz gritando donde sea que llegue mi alma. ¡A la porra lo demás si ya estoy muerta, ¿no?!

Día 25, una canción que me pone contenta [sé que está dos veces en la lista pero bah, uno no todos los días se siente igual, ¿no?]: Scoty Doesn't Know - Lustra. La verdad verdad es que esta canción casi nadie la conoce porque sale en una película MUY buena que se llama Euro Trip, véanla, no se van a arrepentir.

Día 26, una que puedo tocar en un instrumento: Nothing Else Matthers - Metallica. Esta rola me salía antes de separarme por laaaargo tiempo de mi guitarra, ahora apenas me sale la intro y eso con suerte [sobre todo porque a mi tarra le falta una cuerda].

Día 27, una que me gustaría cantar en público: Pussy - Rammstein. Lo cierto es que ir cantando esta canción con un grupo de gente en medio de la calle antes de chocar contra un árbol es mi sueño frustrado, aparte... La rola esta es muy sugestiva, ¡ jajajaja!

Día 28, una rola que me pone [ya saben, no me hagan decirlo que me da vergüenza]: Pussy - Rammstein [¿les dije que era sugestiva?]

Día 29, una rola de mi infancia: Falling Away From Me - Korn. La verdad es que, aunque ya ni escucho Korn me sigue gustando esta canción. Cuando era peque la escuchaba por el MTV, claro que la sacaron de circulación hace mucho tiempo.

Día 30, mi rola favorita en este momento pero el año pasado: Rusty Nails - X Japan. ¿Sabían que X Japan viene a Chile? PTM, Kiru y Franky, los detesto, ustedes van a ir y yo no. ¡Cualquiera de los dos están en la obligación de grabarme ese concierto! ¡No quiero gritar "Forever Alone" en mi casa mientras ustedes la pasan en grande!

Bueno, en teoría termina aquí... ¡Pero vamos! Como estaba aburrida y, como dije, tengo mucho tiempo libre [creo], hice un Bonus Track List de 10 días más. ¡Enjoy!



Bonus day 1, una canción del primer disco que compré: Californication - Red Hot Chilli Peppers. Para ser muy sincera, ni siquiera compré este disco, me lo regalaron y es el único del que me he hecho [viva descargar música por internet] pero también cuenta, ¿no?

Bonus day 2, una canción del disco con mi portada favorita: Hunting High and Low - Stratovarius. ¿A quién no le gustan los delfines? [ok, no]

Bonus day 3, una canción que me recuerde un miembro de mi familia: Jamás - Camilo Sesto. Me recuerda a mi madre, por alguna extraña razón... [¿Creen que tenga algo que ver despertar todos los domingos a las siete de la mañana durante seis años consecutivos escuchando esta rola?]

Bonus day 4, una canción de una banda que acabo de descubrir: Grande - Stravaganzza. Okey, no acabo de descubrir esta banda, pero solo hace unas semanas me estoy familiarizando con la discografía y podría decirse que es una banda nueva para mi [vale, que solo conocía dos o tres rolas de este grupo, no me jodas Franky...]

Bonus day 5, una canción que me encanta escuchar en el auto: Hell - Disturbed. Aparte de quitarme la rabia me quita el mareo, ¿a que es pro la rola?

Bonus day 6, la canción con el mejor video: Our Truth - Lacuna Coil. tal vez no sea un GRAN video, pero a mi me fascina.

Bonus day 7, una canción que descubrí gracias a mi mejor amiga: Pulmón - Bajofondo. Anna, te debo este temaso que me da ganas de fumar.

Bonus day 8, mi canción favorita de los 90's: Yellow Ledbetter - Pearl Jam. Tengo que escucharla por lo menos una vez al día, sino me siento incompleta.

Bonus day 9, mi canción de amor favorita: The Reason - Hoobastank. Al principio, la primera linea "No soy una persona perfecta...", esa parte me MATA.

Bonus day 10, canción que quiero dedicarle a alguien muy especial [pecaré de repetitiva]: Don't Stop Believin' - Journey [Versión de Arnel Pineda]. ¿Razón? Muy sencillo, mi abuelo me la dedicó a mi y él era la persona más importante de mi vida hasta que falleció, ¿captan el vínculo?

Y bueno, ahora sí se acabó esta lista de 30 Días - 30 Rolas con sus 10 Bonus Day correspondientes. Ahora a mis amigos os invito a hacer esto en sus respectivos Blogs y postearlo [si quieren tardarse 30 días en hacer el post es cosa de ustedes, yo me tardé 40 sumando los bonus, para que vean el ocio]. Un placer haber dado señales de vida más allá de mis escritos y, ¡eh, gente!, este es el post más largo que he hecho en la trayectoria de este Blog, ¡celebremos eso! (¿?).

Un abrazo, se cuidan, coman quaker y sean felices. Un beso y, como los ninjas...

¡Me fui!

Escucha




Estoy aquí, ¿puedes verme?

Sabes que estoy aquí, ¿no quieres verme?

Estoy gritando mucho, ¿quieres escucharme?

Sabes que te estoy llamando con fuerza, ¿acaso no quieres oírlo?

No puedo gritar, no te puedo llamar más fuerte.

Alzo la voz, estiro los brazos, trato de atraerte, giro alrededor de tu orbita, mi sangre corre con fuerza, fría por las venas, ¿acaso no lo notas?

¡¿Acaso no quieres escucharme?!

¡Me desangro si no estás aquí!

Quédate, no te marches al ocaso, aunque el crepúsculo te llame.

¡No hay sol que te detenga ni luna que te ate!

¡¿Acaso no quieres verme tanto como yo a ti?!

Estoy desesperada, por favor, te lo ruego solo…

Solo voltea y escucha lo que tengo que decir…

viernes, 1 de julio de 2011

Guerra




La maldita guerra… Para eso nacimos, para eso entrenamos. Aunque sé bien que al igual que a mi te gusta la guerra, en el fondo de tu corazón, al igual que en el fondo del mío…

Desearías que terminara…

Solo para poder por fin mirar hacia atrás y verlo todo. Todo lo que hemos hecho, quizás por eso me he ablandado ahora. Debo confesar que ya no soy la misma persona que conociste, cambio un poquito más cada vez que nos encontramos y creo que eso se debe a que por fin veo la guerra desde otro punto de vista. Desde afuera.

Y me di cuenta de lo que ya era obvio…

La muerte rondaba en cada esquina y vi a todas las personas que asesiné alguna vez (si bien siempre había pasado, las pesadillas jamás te dejan), el frenesí de la guerra siempre me impedía pensar en ello porque no había tiempo para detenerse a meditar aquellas cosas, a sentir un instante de culpa. Ahora que todo está más calmo esas vidas que arrebaté alguna vez vuelven por las noches a tratar de cobrar venganza pero…

Sé que es algo con lo que todo soldado sufre, la muerte no es algo que se pueda llevar fácilmente, a todos nos afecta solo que, lamentablemente, mientras más tiempo pasa menos nos afecta, más te acostumbras a vivir con los cadáveres a tu alrededor.
He olvidado muchas cosas, pero jamás olvidaré tu rostro. Tu acostumbrado cigarrillo de la mañana, apenas despuntar el alba… Esas cosas son las que siempre recordaré de la guerra, el ánimo que siempre me dabas al iniciar cada día.

Esas son las cosas que prefiero recordar y trataré de recordar más, ahora que todo está calmo y que tú estás de nuevo junto a mí.