Quienes me inspiran a seguir

lunes, 2 de septiembre de 2013

Promesas

Advertencia: esto es sólo una catarsis más, está dirigida a una persona en especial y lo que saldrá de mis dedos -y que ustedes leerán- será incluso más de lo que estoy dispuesta a decir por mucho tiempo. Por eso uso este medio como último recurso. Por primera vez este espacio no es el primer recurso, sino que es el último. Si continúan de este punto, es su responsabilidad. Algunos verán palabras que no les gustarán, pero me importa un carajo. Esta es la única forma que tengo ahora de decirle a algo a Alguien importante para mí con la ingenua, estúpida esperanza de que aún se pasee por estos lados. Y eso. Lean bajo su propio riesgo.


Querido A:

Escribo estas palabras dirigidas por primera vez hacia ti.

Fui muy egoísta, siempre lo fui, siempre lo he sido, lo sabes. Y tengo tantas cosas atoradas que no sé por dónde comenzar. He estado planeando este momento por mucho, muchísimo tiempo y por fin estoy explotando de esta manera. Y lo detesto, lo odio, es vulgar y me estoy arrepintiendo. Pero continuaré porque necesito decirte estas cosas, escribirlas e imaginar que estás en algún lugar, leyendo, pensando en mí aunque sea solo para odiarme.

Merezco que me aborrezcas, lo merezco en verdad.

Recuerdo el día que te conocí, ¿lo recuerdas tú? Acá era un día lindo, soleado, hacía un calor horrible en realidad, y era por la tarde. Temprano por la tarde, lo sé, pero no recuerdo la hora exactamente. Solo recuerdo que el día era bonito y que me pasé dos horas riéndome como loca luego de que agarráramos confianza.

F. nos presentó, ¿te acuerdas? Yo lo recuerdo como si acabase de suceder. Estabas con L. y yo llegué con F. y nos presentaron. Y hablamos durante tantos, tantos minutos que la hora se me pasó volando. Y me hicieron reír como no había reído en meses y tomamos nosotros dos una confianza casi confidencial, como pactada secretamente. Y con ese mismo pacto mudo comenzamos a hablar más, y más, y más, hasta llegar a un punto en el que me costaba pasar el día sin saber de ti.

¿Te cuento un secreto? (...) Aún me cuesta.

Con el tiempo la confianza creció hasta transformarse en casi una necesidad del otro. Una necesidad de cariño, de cercanía, de calor y comprensión. Ya no solo hablábamos de música y de temas relativamente triviales, no. Comenzamos a hablar de nuestras vidas, de lo que nos gustaba hacer en el tiempo libre, de miles de cosas. Comenzaron a aparecer los seudónimos cariñosos, los apelativos irreales e incoherentes pero adorables que me dejaban una sonrisa atontada bailando en los labios. Comenzamos a llorar juntos, también. A sentir el dolor del otro como propio. Comenzamos a necesitarnos de manera más profunda, más especial. Pero siempre que uno se sentía mal, miserable, triste y desdichado estaba el otro allí, aferrándolo, sujetándolo y esperando para volver a sonreír.

He de admitir que estuviste más tú para mí que yo para ti. Y eso me llena de asco hacia mí misma, de asco y de vergüenza ante mis actos asquerosamente desagradables y egoístas.

¿Recuerdas la conexión, A.? ¿Recuerdas las múltiples promesas que nos hicimos?

Te prometí llevarte siempre en mi corazón, y lo hago. Cada día miro al cielo cubierto de estrellas, suspiro y elevo una petición por ti, por tu seguridad, por tu bienestar, por tus sonrisas. Y te extraño, maldita sea, te extraño. He tratado de sacarte de mi corazón y de mi alma pero esta maldita promesa que te hice me lo impide aún cuando sé que yo no soy nada ya para ti. Y duele tanto el haber pasado de ser “tu ternurita” a ser “esa que me rompió el corazón”. Esa.

Mierda que duele el pensamiento... la emoción. Duele como el infierno...

Te extraño, A. Sigo siendo egoísta porque te extraño, te necesito, y aún sabiendo que no merezco ni un solo segundo de tu atención, sigo tratando de encontrarte sin resultado alguno. Y me preocupo y me frustro, y grito y lloro, y maldigo hasta desgarrarme la garganta, hasta quedarme sin maldiciones, sin voz y sin reproches. Pero mierda, A., ¡te necesito! ¡Con un demonio que te necesito! Necesito que me aferres de esa manera que solo tú sabías hacer, que lo hagas y me sostengas porque yo siento que ya no puedo más. Y cuesta, porque también te prometí que sería fuerte y que siempre sonreiría, pero las sonrisas se me acaban y ya no sé de dónde sacar más. Las sonrisas se me apagan y la esperanza ya no me alcanza. ¡No me alcanza!

Recuerdo el día de la despedida con tanto dolor, tanto que me mata cada día. Porque siempre cuando abro los ojos recuerdo el día que nos conocimos y el último pensamiento que tengo antes de cerrarlos y acabar mi día es ese momento en el que te destrocé de todas las maneras posibles. Y me siento basura cuando lo recuerdo. Llevo cuánto, ¿dos años?... sí, más o menos eso... Todo ese tiempo sintiéndome como una completa basura. Sucia, podrida, asquerosa.

Era mediodía, ¿recuerdas? Era mediodía y estaba harta, cansada, destrozada. Y te arrastré a ti, ¡a ti precisamente en mi desastre y en mi caos! Te llevé a la destrucción, te asesiné y no me detuve a pensar en todo el daño que te estaba haciendo. No lo pensé, nunca pienso nada. Soy imbécil y torpe. Soy una idiota.

Ese día lloraste, A. Y yo también lloré. Lloramos hasta quedarnos secos e incluso cuando dejamos de hablar, cuando te dije adiós continué llorando hasta que me quedé sin fuerzas. Y al día siguiente de ese seguí llorando. Y al siguiente seguí. Y no paré de llorar por tantos días que ahora, reviviendo esos momentos, el dolor se me hace agonizante.

Soy estúpida de verdad, ¿cierto? No te valoré lo suficiente en ese momento, debí haberlo hecho. Debí quedarme, lo sé, debí hacerlo porque sino no estaría sintiendo este dolor destructivo. ¡Pero soy masoquista! Soy masoquista porque este dolor me hace sentirte de alguna manera. Porque ya no puedo recordar con claridad los momentos lindos que pasamos hablando durante horas, hablando y jugando, porque estas nubes de tormenta emborronan en una mancha gris todo el cielo claro que una vez pintaste con tanta dedicación para mí.

Fui una maldita desgraciada, una malagradecida con todo el afecto y el calor que me diste durante meses. Todo eso me importó un carajo y llevo tanto, tanto tiempo buscando la forma de remediarlo. ¡Si hasta me hice un maldito Facebook con la intención oculta de encontrarte otra vez y poder hablarnos! Esperando poder pedirte disculpas, rogarte así fuera de rodillas para que me perdonaras, para que aceptaras mi amistad de regreso aunque fuera. O por lo menos un saludo. Un saludo cada día me bastaría. Una pregunta una vez a la semana me bastaría. Escucharte reír otra vez me bastaría.

Saber que estás bien aunque fuera por un tercero... me bastaría...

Lo siento. Sé que una disculpa no arregla una mierda de todo lo que te hice, pero lo siento. Y... y aunque duele... aunque no quiero hacer esto creo que...

Creo que ya es hora de soltarte...

El solo pensamiento me aterra, maldición. Me aterra y me duele, y me deja confundida y perdida sin poder ver bien el camino. Pero creo que si te suelto, si suelto tu recuerdo, si lo dejo ir tú... ¿estarás mejor? Quiero que estés bien, A. Te quiero bien y feliz, es lo único que he querido todos estos eternos meses que han pasado con la ausencia de ti en mi vida.

Porque marcaste un antes y un después. Pocos han logrado eso en mí...

Lo siento por no merecer nada de lo que me diste y de lo que me pudiste haber dado. Lo lamento en serio.

Lamento no haber podido darte lo que necesitabas, lo que querías, lo que anhelabas. Lo hubiera hecho, en serio, ¡en serio! Pero hay cosas que... hay cosas que simplemente no puedo definir. Hay cosas que aún no puedo ni quiero soltar. Hay cosas que debo hacer, miles de ellas, aunque no quiera.

Me hubiera gustado explicarte todo, A. Estoy segura, segurísima que hubieras entendido, que hubieras comprendido y me hubieras dicho que todo estaría bien. O tal vez no estoy tan segura, pero me gusta imaginar ese final para nosotros. Juntos pero separados. “Distantemente juntos”, como dijo Cortázar.

Te quiero, A. Tal vez no lo creas, estás en todo tu derecho, pero te quiero. Con alma, vida y corazón. Te quiero.

Hasta otra vida, pedacito de cielo. Hasta que en un nuevo amanecer donde no sepamos del pasado ni del futuro, podamos hablar sin tener el recuerdo doloroso de lo que te hice. Hasta ese momento te deseo lo mejor de la vida, lo mejor que el universo te pueda entregar. Siempre lo mejor.

Y aunque no lo sepas, aunque no lo creas... Estoy siempre, siempre estaré.

Con amor,

Tu ternurita.