Quienes me inspiran a seguir

sábado, 16 de enero de 2016

30 días, 30 relatos - Día 11

11.- Escribe una pequeña historia no ficticia sobre tu primer trabajo.




Dejo caer la mochila detrás del mesón y saludo a voz en grito. Recibo gritos similares en respuesta mientras entro al baño para refrescarme un poco, pero cuando entro al baño lanzo una gran exclamación. El lugar tiene más cajas apiladas que la última vez, y apesta como si hubieran volcado un camión de basura descompuesta adentro. Escucho risas afuera y sé que esto lo hacen a propósito.

Salgo del baño y grito:

—¿Quién quiere comer?

Recibo dos gritos afirmativos, por lo que me agacho junto al mesón mientras Cristian cierra la puerta y pone el seguro. Eduardo baja con su expresión amargada y me da un pequeño golpe en la cabeza.

—Aprende a dejar de gritar, niña —me gruñe, recibiendo su envase de comida—. ¿Qué es?

—Arroz con carne recién hecho —sonrío, dándole su comida a Cristian—. Ahora suban a comer que me voy a poner a barrer, ¡este lugar es una pocilga!

—Bueno, para eso te pagamos —Cristian me desordena el pelo y yo alejo su mano con un golpe.

—"Pagamos" me suena a manada —ríe Eduardo.

Ambos suben y yo me quedo abajo, planeando por dónde comenzar.

Miro las repisas llenas de cómic, los estantes con mangas, series y peluches, las vitrinas con figuras y lanzo un suspiro. No puedo creer que apenas hayan pasado tres días y ya esté todo hecho un desastre. Reúno los artículos de limpieza, pongo música, me quito la camisa, amarro mi cabello y comienzo a barrer.

Es increíble trabajar aquí. No gano demasiado, pero me encanta. Tengo las primicias de los cómic, veo series gratis y me queda tiempo para estudiar. Es el trabajo soñado de cualquier chica ñoña... aunque no conozco otra chica ñoña que trabaje con dos mastodontes y viva para contarlo. Sobre todo por el tipo de humor ácido que tienen. Aún me pregunto cómo es que nos aguantamos.

—¡¿Acaso ustedes no pasan la escoba cuando no estoy?! —pregunto, barriendo por segunda vez.

—¡Somos hombres! —grita Cristian— ¡No esperes que hagamos lo que tú haces!

—Maldito machista —murmuro, metiendo la basura en una bolsa.

Sé que lo dice en broma, y sé también que me escuchó. Nos gusta molestarnos así, es divertido.

Cuando bajan luego de comer ya limpié el piso con blanqueador, y ahora me entretengo pasando un trapo seco en los estantes de los cómic, quitando el polvo que se acumula sobre los plásticos protectores. Cristian toma otro trapo y me ayuda con la sección de mangas, mientras Eduardo se ocupa de sacar la basura. No es como que ellos no me ayuden cuando vengo a hacer la limpieza, pero a veces prefiero que no lo hagan porque solemos distraernos hablando o lanzando bromas. Pero esta vez no. Esta vez acabamos rápido.

Cristian abre la puerta cuando el lugar parece brillar de limpio y yo entro al baño para ocuparme de ese desastre.

—¿Necesitas una mascarilla? —se burla Eduardo al verme hacer arcadas.

—Necesito más limpiadores y aromatizantes —digo con un gemido.

Puede que no sea el trabajo que todos quieren hacer, pero a mí me entretiene. Me pongo los guantes de goma y suspiro, sin saber por dónde comenzar.

—Oye, Eduardo —escucho decir a Cristian—, ¿le dijiste de fin de mes?

—¡Espero que no me vayan a despedir! —grito— ¡No sobrevivirían sin mí!

Los escucho reír, porque saben que es verdad. Eduardo se para en la puerta del baño justo después de que tiro una caja con basura hacia afuera.

—Tenemos un evento. ¿Vas a ir?

Mis ojos se iluminan, y aguanto una sonrisa.

—¿Cuánto me vas a pagar?

Ambos hombres ríen. Saben que aunque joven, sigo siendo una chica de negocios. Supongo que por eso me respetan, aunque tenga quince años y sea una boca floja la mayor parte del tiempo.

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