Quienes me inspiran a seguir

domingo, 17 de enero de 2016

30 días, 30 relatos - Día 12

12.- Convierte a alguien que conoces y quieres en un personaje. Escribe sobre ellos, dales una vida ficticia.


Nota: Para ti, que siempre andas leyendo mi Blog. Tu alter ego. ¡Disfruta!





Despertó con energía, muchísima energía. No era algo nuevo, ciertamente, todas sus mañanas eran así. Salió de la cama casi de un  salto, dirigiéndose a la ventana y abriendo las cortinas de par en par. Afuera aún estaba oscuro, pero no pasaría mucho tiempo antes de que el sol saliera.

Planificó su día, como siempre hacía. Primero iría al Monasterio, daría una vuelta y luego desayunaría en alguna taberna cercana a la plaza del pueblo. Era un lugar pequeño, pero acogedor, una ciudadela olvidada en medio del desierto. Tocaría un rato y luego vería qué le tenía preparada la tarde.

Se vistió, tomó su lira y salió sin mirar atrás.

Cassius siempre era así, planificador pero al mismo tiempo esperando que la vida le sorprendiera. Seguramente era debido a su oficio de trovador.

En el Monasterio se encontró con su hermano mayor, con quien mantuvo una larga y aburrida charla sobre el rumbo incierto de su vida. Silvanus siempre era así, maduro y controlador, cuando en realidad lo único que quería era un poco de emoción en su vida. Cassius aún no lograba entender cómo una personalidad como aquella se había inclinado a tomar los hábitos. Bueno, tampoco es que eso le quitara el sueño, sólo lo consideraba algo curioso.

Tal como había planeado, desayunó en Cuerno de Minotauro antes de sentarse en el centro de la plaza, instrumento en mano. A medida que cantaba y relataba, las personas comenzaron a congregarse a su alrededor. Las mujeres lo observaban, notoriamente embelesadas por su belleza sobrenatural. Eso le encantaba, la atención, las miradas, eso era algo por lo que valía la pena vivir.

Cassius era un vanidoso arrogante que se enorgullecía de serlo, y seguramente moriría de esa manera. Con su lira en la mano y rodeado de las miradas de mujeres que nunca podrían tenerlo. Porque él era un álfr, un ser superior.

Ninguna mujer lo merecía. O al menos, aún no había nacido la fémina capaz de capturar su corazón indomable.

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