Quienes me inspiran a seguir

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mensaje — Segunda Parte




Ángel releyó por enésima vez en los últimos treinta minutos el mensaje de Edén, sin poder creer lo que allí ponía. No sabía qué hacer con ello, todo era tan rápido, inesperado, tan precipitado que ahora el nerviosismo había ocupado cada poro de su cuerpo, haciéndolo temblar como una bandera en el viento huracanado.

Querido Ángel:

Primero que todo y antes que nada… Ángel, perdóname por ser una estúpida impulsiva de primera.

Acabo de leer tu mensaje y, sin ánimos de lastimarte, debo decir que me largué a llorar como una niña chiquita. Pero antes que te sientas mal déjame decirte que son lágrimas de felicidad, como las de esa misma niña chiquita que está observando maravillada el mejor regalo de navidad de su corta y desabrida vida. ¡Y hoy no es navidad!


Ángel rió por lo bajo ante la última frase. Normalmente Edén no era una persona que dijera cosas así, la ternura en ella era demostrada de otra manera completamente diferente, pero aún luego de leer tantas veces aquella línea no podía dejar de imaginar la sonrisa traviesa en los labios pintados de púrpura de la muchacha. De seguro estaba igual de sonrojada escribiendo aquello como él estaba sonrojado ahora leyéndolo.

Como sea, ya estoy comenzando a desvariar. Mi punto es que debí darte una oportunidad y no comportarme como la mayor estúpida inconsciente de toda la faz de la tierra. Quiero decirte, quiero que sepas que aunque me comporte como una tonta, que aunque al igual que tú estoy desencantada del amor, te creo. No puedo dejar de creerte, dejar de pensar que tus palabras son sinceras y verdaderas. ¿Qué ganarías con mentirme? Yo creo que nada, en realidad, no puedes lastimarme con una mentira así, pero sí puedes lastimarme diciéndome que me odias y que quieres que me aleje de ti lo más posible. Y, para ser más sincera, tampoco creo que pueda mantener las distancias contigo.

Volvió a sonreír, una sonrisa dulce posada en sus finos labios. Ella le creía y, lo que era mejor que eso, era que ella describía justamente como él se sentía. Cuando Edén le había dicho esas dos palabras él, a pesar de estar hecho un lío pensando en que su nueva casi mejor amiga había creado esos sentimientos hacia él, una extraña sensación de alegría lo inundó los días siguientes. Solo que era consciente de esa alegría ahora, cuando no estaba preocupado por su extraña desaparición.

Sé que vivimos en la misma ciudad, ¿sabes? Jamás ninguno dijo de donde éramos, pero reconozco el lugar donde estabas cuando te sacaste una de las fotografías que me enviaste antes de que el cataclismo de mi impulsividad pasara por aquí. Y también quiero decirte, con mucha vergüenza, que estoy dispuesta a encontrarme contigo, aunque el solo pensamiento de verte a la cara me haga temblar como una tonta esquizofrénica.

¿Por qué jamás le había preguntado donde vivía, de dónde era? Había estado tan ocupado pensando en lo encantadora que era que había olvidado por completo aquel detalle, el detalle de saber cuántas horas de distancia había entre ellos, si es que había mar entre su nuevo amor. Aunque ahora había algo más importante que esa insignificancia de la distancia, ya que vivían en la misma ciudad. ¿A cuantos minutos estaría su departamento de la casa de ella? El pensamiento de tenerla tan cerca le puso los pelos de punta. Y también el hecho de que ella quería verlo tanto como él quería verla a ella.

Hoy tengo que andar cerca de la plazoleta, donde estabas en la fotografía número cinco que me enviaste. No esperaré a que llegues, sé que tienes que descansar y todo eso, no soy tan inconsciente como para luego reclamarte el que no aparecieras. También sé que es bastante precipitado, pero es algo que quiero hacer. Estaré allí, solo para que lo sepas, por si te queda de paso y nos vemos aunque sea para saludarnos con la mano en la distancia.

Y ahora me despido sin nada más que agregar.

Te ama.

Edén.


Dirigió su vista a la ventana en un gesto que trató de ser desenfadado, pero no consiguió mantener la mirada en el cristal por más de un segundo. ¿Quedarle de paso el lugar donde ella estaría? Vivía en el quinto piso de edificio de departamentos New Imperial, justo frente a la plazoleta que en su centro tenía un hermoso obelisco de Poseidón. Y lo más probable era que Edén estuviera allí.

Miró el reloj de pared un largo segundo, con las inmóviles manecillas marcando las cinco en punto de la tarde. Se levantó de un salto de la silla y se dirigió hacia el baño, encerrándose rápidamente para alistarse para salir. De todas maneras dentro de cuatro horas tendría que salir de allí para irse a trabajar, por lo que un paseo no le haría daño a sus ya destrozados nervios.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Mensaje — Primera Parte




Tienes un nuevo mensaje en tu bandeja de entrada

Edén había abierto su messenger esperando, rogando que pasado un buen rato Ángel se hubiera marchado a dormir, esperando no encontrarse con él. No lo vio conectado por lo que supo que se había ido a la cama luego de una larga noche de jornada laboral y se maldijo mentalmente por haberse comportado como una niña. Abrió la bandeja de entrada de su e-mail desganada, esperando esos tan típicos mensajes de cadena que siempre le enviaban, incluso esperando también ver otro texto de amenaza de muerte de uno de sus tantos compañeros de facultad. ¿Por qué no la podían dejar amargarse y vivir en paz? Tan ensimismada estaba recordando la última amenaza que, cuando la página terminó de cargar, un gemido ahogado escapó de sus labios.

Urgente: Léelo y dame una oportunidad, por favor – Ángel Labadie – 18/05/2010 – 08:30 A.M.

Apenas se había tardado menos de un segundo en leer esa línea, tardándose el resto de ese segundo en que las alarmas en su mente se dispararan, haciendo martillar rápidamente su corazón, golpeando con violencia dentro de su pecho, con las mejillas ardiendo y los nervios apoderándose de cada molécula de su cuerpo. ¿Debía leerlo? ¿Sería sano para su alma leer aquello? Podía simplemente borrarlo pero… Pero podía ser importante. O podía ser que aquello terminara destrozando su razón de una buena vez y para siempre. Como fuera, tenía que tomar una decisión y tenía que hacerlo rápido. Si no lo leía estaba la posibilidad de arrepentirse luego, si lo leía era igual, podía arrepentirse de hacerlo. Ella no se caracterizaba por arrepentirse luego de haber tomado una decisión, por lo que cliqueó el mensaje rápidamente para abrirlo, esperando que cargara lentamente mientras ponía música y se ajustaba los cascos sobre la cabeza. Cerró los ojos antes de suspirar para, al abrirlos, ver el largo mensaje que estaba dispuesta a leer así luego doliera.

Querida Edén:

Sé que me he comportado como un verdadero tarado en este último tiempo, que pareciera que quiero jugar contigo luego de primero decirte que te veo solo como amiga, para luego llegar y soltarte que me gustas. Pero quiero que trates de comprender que también es difícil para mí, que al igual que tú estoy desencantado del amor, que igual que tú no tengo confianza suficiente en este sentimiento tan conocido pero tan nuevo a la vez.


Edén estaba comenzando a arrepentirse. Odiaba los peros y ese mensaje estaba lleno de eso, de peros. “Es la excusa de los perdedores”, recordó que le había dicho alguien una vez, más alejó las ganas de tirarse a un poso para continuar leyendo. Ya había comenzado y ella jamás dejaba las cosas a la mitad, aunque tuviera muchas ganas de hacerlo.

Cuando te conocí pensé que serías solo una chica más, una muy tímida por cierto. Al leer tus palabras me encontré con una chica sincera, pura y alegre, más cuando comencé a conocerte mejor sentí que solo eras así con pocos y, que al igual que yo, estabas aterrada por dentro. No fue hasta pocos días después que comenzaste a abrirte realmente conmigo, contándome tus alegrías y tus penas, haciéndome sentir útil para alguien más. Siempre fui un hombre de sonrisa pronta, siempre alegre y optimista, pero tú me mostraste que no siempre se puede ser así, que en algunos casos el dolor le gana al sentimiento de querer sentirse bien.

Suspiró. La valoración que Ángel tenía en ella le daba nauseas, pues sentía que lo estaba engañando y, lo que era aún peor, que lo había dejado engañarse a sí mismo en cuanto a ella. Sacudió la cabeza volviendo a alejar los nuevos pensamientos para retomar la lectura.

Y es eso lo que más me atrajo de ti, Edén. Tu sinceridad al soltar una bronca, tus lágrimas escasas pero verdaderas, tu manera de enfrentar el mundo aunque quisieras darte un tiro entre ceja y ceja, como dices tú. Me costó tu distancia el darme cuenta que me estaba enamorando de ti, y sentí miedo de perderte luego, cuando ya era demasiado tarde para retractarme de mis palabras, cuando ya era tarde para cambiar el “te quiero como amiga” a un “creo que estoy comenzando a amarte”. Y ahora estoy como un tonto tratando de enmendar mi error, tratando de que me veas, de que me sientas, de que me creas, de que en realidad creas que mis palabras son sinceras.

Me encantaría decirte a la cara que estoy comenzando a amarte.

Un beso enorme.

Ángel.


Edén se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, lágrimas que no sabía cuando habían comenzado a salir de sus ojos, pero que allí estaban, presentes y, de algún modo retorcido, alegres, calmando el dolor que se había instalado en su pecho luego de dejarlo hablando solo, otra vez.

Y entonces la resolución brilló en sus ojos cuando comenzó a escribir, dejando que todo saliera de adentro de ella, dejando que lo que sentía y lo que pensaba se apoderaran de sus dedos en un largo mensaje para Ángel… Para SU Ángel.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Declaración de Amor Fallida




—Entiendo —la escuchó decir al tiempo que levantaba la mirada, sus ojos color chocolate estaban opacados por un velo de tristeza que le fue muy palpable—. Bueno, entonces te deseo lo mejor y ya sabes, tu alegría te llevará adelante.

— ¡¿Qué?! —exclamó algo pasmado— Edén, ¿a qué te refieres? —preguntó mirando como la muchacha se llevaba el cigarrillo a los labios y, por primera vez en esa mañana él mismo hizo aquello, encender un cigarrillo sintiendo las manos temblar.

—Lo acabas de decir, no quieres ser mi amigo —contestó la muchacha mirando la cámara fijamente, notando como una lágrima rodaba por su mejilla—. Eso significa que este es el adiós…

— ¡Pero mujer! —exclamó el, completamente sorprendido— ¡¿Te dije que te quiero y lo tomas como un adiós?!

—Pero dijiste que no querías ser mi amigo… —aquella frase apenas la había escuchado pues Edén había hablado muy despacio, antes de llevarse el cigarrillo a los labios rápidamente.

—Me gustas —musitó Ángel igual de bajo que ella.

La expresión que puso Edén fue impagable. Se veía sencillamente adorable con las mejillas sonrojadas, los ojos vidriosos y las lágrimas saliendo de esas ventanas del alma color chocolate. Tenía los labios ligeramente entreabiertos, la mano que sostenía el cigarrillo detuvo la trayectoria a los labios pintados de rojo y hasta parecía que temblaba ligeramente. Sabía que él mismo estaba más rojo que nunca, pero lo pasó por alto cuando la muchacha enarcó las cejas y terminó de acercarse el cilindro a los labios, dándole una profunda calada.

—Con esas cosas no se juega, Ángel —dijo ella y entonces la imagen desapareció de manera tan imprevisible como había aparecido.

Iba a escribir que no se fuera, que lo escuchara, más no alcanzó pues inmediatamente después apareció la ventanita que decía “Edén acaba de cerrar sesión”. Dejó el cigarrillo a un lado y se llevó las manos a la cabeza, tratando de entender lo que había pasado para que ella pasara de un sonrojo enternecido y tímido a una furia que la llevó a irse de aquella manera en la que últimamente había agarrado de hacer, dejándolo hablar solo. Suspiró quitándose los fonos y arrojándose a la cama, queriendo una explicación de que rayos había pasado, sin encontrar lógica en todo aquello.

Las últimas palabras de Edén estaban grabadas a fuego en su corazón. “Con esas cosas no se juega, Ángel”. Gritó. Él no estaba jugando ni mucho menos, le había costado un poco darse cuenta que él también la quería de aquella manera, que le gustaba todo de ella más que en el significado de amigos, que la amaba aunque no quería aceptarlo del todo. Claro que le costaba, estaba desencantado del amor, estaba harto de amar y tener luego que cargar con aquellas piedras pesadas que formaban la cruz de la desilusión en la espalda y sabía que en el fondo ella sentía lo mismo. Ambos estaban tan alejados de ese sentimiento que tenían miedo de lo que pudiera pasar luego, por eso actuaban de esa manera pero… Pero la muchacha estaba equivocada.

Se levantó decidido de la cama y volvió a tomar asiento en la silla frente al ordenador, comenzando a escribir a todo lo que sus dedos daban, sacando todo lo que llevaba adentro con el máximo de sentimiento como hacía años no lo había hecho. No supo muy bien cuanto tiempo estuvo en eso pero se dio el lujo hasta de revisar bien su trabajo, agregando y arreglando lo que creía necesario hasta que quedó conforme con el resultado final. Lo envió sin dudar y apagó el ordenador antes de volver a arrojarse a la cama sin siquiera cambiarse. Estaba agotado. Entre que su turno laboral había sido un fiasco total y ahora esas emociones invadiéndolo le tenían los nervios de punta, quizás fue por eso que a los pocos minutos de dar vueltas en la cama cayó rendido a los brazos de Morfeo.

Si bien Ángel nunca había sido muy bueno cuando de interpretar sueños se trataba, sí supo muy bien lo que el suyo significaba apenas abrió los ojos pasadas las cuatro de la tarde, dándose cuenta que a pesar de la tensión que había sentido antes de caer rendido al sueño, había tenido una siesta realmente reparadora. Se levantó de la cama perezosamente, encendiendo el ordenador de manera automática mientras se arrastraba como una sombra al baño, lavándose el rostro mientras escuchaba el ronroneo apagado del polvoriento ordenador. Cuando volvió a la habitación, ya más espabilado, abrió su cuenta de correo electrónico mientras observaba cuidadosamente y ligeramente sonrojado lo que allí ponía.

Declaración de amor fallida – Edén Vanner – 18/05/2010 – 10:30 A.M.

Abrió el mensaje con cada centímetro de su piel temblando de impaciencia y nerviosismo mientras sus ojos veían el texto que la muchacha le había enviado.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Amistad Inestable




Jamás supo de dónde demonios había sacado el valor para hacer lo que había hecho pero supo que era lo correcto, que era la mejor forma, momentáneamente, de arreglar las cosas entre ellos. Ella sabía que él tenía su cámara conectada al ordenador, incluso él muchas veces le había dicho que se hiciera de una para así poder verse y además, dejar el tedio de la charla manual para pasar a algo más amistoso, a las palabras hechas y derechas. Por eso, hacia solo dos días y sabiendo que en algún momento tendría que enfrentarlo había comprado el aparatito, habiéndolo olvidado en su morral sin siquiera conectarlo al ordenador .Por eso, cuando vio la pregunta aparecer en la ventana de mensajería instantánea no lo dudó un segundo. Caminó a su morral y tomó el aparato junto a los fonos que había comprado especialmente para eso, de esos con micrófono incorporado y comenzó la labor de instalarlos en tiempo record. Se puso los fonos a penas, pues le eran muy incómodos y sin dudarlo un segundo envió la solicitud para iniciar el video llamado. Mientras la imagen cargaba encendió un cigarrillo, solo para darse cuenta que estaba más nerviosa de lo que creyó y esperó a que no se le notara tanto.

Vio aparecer la imagen de Ángel en la parte superior izquierda de su pantalla y trató de no sonreír. Llevaba el cabello un poco más largo de lo que lo había visto la última vez y hasta se le veía un poco más oscuro que de costumbre. Sus ojos avellana, a su parecer, no emanaban esa alegría típica que siempre la había hecho sentir bien y, haciendo tripas corazón, implorando a todos los Dioses que su voz saliera controlada habló.

—Dame una buena razón para no mandarte de un insulto a Plutón, Ángel de mierda…

Vio como las cejas de Ángel se alzaban hasta límites nuevos para ella y reprimió una carcajada cuando el hombre comenzó a mover los labios sin que un solo sonido saliera de ellos, como si quisiera hacer tiempo para encontrar una razón válida. Al final pareció rendirse pues se llevó una mano al rostro y se rascó la barba que comenzaba a hacer acto de presencia.

—No hay nada que me justifique —lo escuchó decir y su voz, suave y algo gruesa la dejó con el alma congelada—. Soy un estúpido que solo se da cuenta de que mete las patas hasta el fondo cuando ya es demasiado tarde…

—Okey —terminó cediendo sin siquiera poner guerra de por medio, Ángel pareció asombrado, pues abrió los ojos como una persiana que sube demasiado rápido—. Está bien, Ángel, no te preocupes, ya pasó. Podemos seguir siendo igual de amigos que antes.

Decir aquello le había costado horrores. No porque sus palabras no hubieran causado un efecto en ella. ¡Claro que lo habían causado! ¡Ella no era de hierro! Le había costado porque había llegado a esa palabra. Amigos. Al instante en que esa palabra hacía acto de aparición en su mente podía ver las palabras de Ángel aquel día que se le había ocurrido la grandiosa idea de confesarse. “Te quiero solo como amiga”. Cuanto le había dolido eso, pero ella, por sobre todas las cosas le daba un valor tan distinto a los demás a esa palabra, después de todo solo tenía dos amigos y esos eran precisamente los que vivían con ella en esa enorme casa.

Alejó todos los pensamientos de su cabeza para poder serenarse y que Ángel no notara que su expresión había cambiado ligeramente. Se llevó el cigarrillo a los labios y le dio una profunda calada al cilindro al tiempo que inspeccionaba la expresión de su interlocutor. Estaba con las cejas enarcadas, tanto que casi podían chocar la una con la otra, la nariz la tenía ligeramente arrugada, los labios estaban apretados y podían notar un leve color rojo en sus mejillas.

—Me preocupo —lo escuchó decir con un tono de voz tan seguro que casi le quitó el aliento—. Me preocupo porque te quiero y porque eres importante para mí así que no digas estupideces como “No te preocupes, ya pasó”.

—No seas tarado —cortó de manera seca, no quería hacerse ilusiones y sabía que si Ángel continuaba tratándola con esa amabilidad las lágrimas saldrían—. Mira, ya pasó y como dije, podemos seguir siendo amigos a como éramos hasta hace un mes, así, sin dramas ni broncas ni nada.

Lo había dicho todo tan rápido que le faltó un poco el aire, por lo que suspiró pesadamente antes de llevarse el cigarrillo a los labios, bajando la mirada para no verlo a él ni el reflejo de sí misma, de la máscara que lentamente iba cayendo, dejando entrever solo un poco de su alma desgarrada como un velo de seda.

—Es que yo ya no quiero ser tu amigo, Edén…

Abrió los ojos rápidamente, sintiendo como una lágrima escapaba de la ventana de su alma, rodando rauda por su mejilla hasta perderse en su cuello, aún sin siquiera mirar la imagen de Ángel. Tenía miedo de lo que venía ahora, no quería siquiera escuchar lo que se venía pero recordaba claramente las palabras de su amiga de ojos verdes, que le había dicho aquel día en que le había confesado su amor por alguien: “será lo que tenga ser”. Alzó la vista aterrada de lo que sus ojos verían y entonces se desmoronó por completo al ver la expresión compungida de Ángel, con los ojos vidriosos y los labios apretados, como si quisiera decir algo más pero no encontrara las palabras para hacerlo. —Por lo menos no soy la única que no quiere que esto acabe—, pensó llevándose el cigarrillo a los labios y dándole una profunda calada.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Reencuentro — Segunda Parte




Ángel casi se desmaya de la impresión, o sea se esperó de todo menos eso. Edén le había comentado que no se llevaba muy bien con sus compañeros de carrera pero jamás pensó que llegaran a los extremos de hacerle algo que la llevara al hospital. Quiso teclear algo pero no sabía que decir, quería hablar con ella pero temía que ella no quisiera saber nada de él, quería tenerla entre sus brazos y poder acariciar sus cabellos mientras ella le comentaba cómo había sucedido todo pero… Pero estaban tan lejos.

Ángel dice:

Gracias por decirme, dile que espero que se recupere pronto —suspiró mientras escribía, sabiendo que eso era lo único que podía hacer por ella, desearle bien.

Edén dice:

Mensaje recibido —leyó y su pulso se aceleró cuando la siguiente línea apareció en la ventanita de mensajería— Igual no tienes que preocuparte, te dije que me sé cuidar muy bien sola.

Sintió que le volvía el alma al cuerpo con eso. Edén le acababa de responder igual que siempre, una respuesta un tanto seca pero se había dignado a tomarle dos minutos de atención. Volvió a suspirar al tiempo que tecleaba, preocupado por saber más.

Ángel dice:

Sé que eres grande y que te puedes cuidar sola pero eso no va a evitar que me preocupe por ti —contraatacó rápidamente— Ahora dime, ¿qué pasó?

Edén dice:

Nada —comenzó la muchacha, tan campante como si hablara del clima al parecer de Ángel— Creo que a mis compañeros de la uni se les fundieron las neuronas con el sol porque pensaron que iba a ser ultra divertido quitar el cartel de “Cuidado, suelo resbaloso” mientras yo pasaba.

La ironía y la acidez en las palabras de la muchacha eran palpables para él a pesar de siquiera saber la expresión que debía traer. Sonrió recordando una de las fotografías que la chica le había enviado, a petición de él mismo, claro. En la imagen ella llevaba el cabello atado en una cola de caballo alta, dejando que solo el flequillo monocromo se le escapara rebelde hacia adelante. Sus ojos chocolates brillaban con una chispa parecida a la maldad, más sus labios estaban contraídos en una fina línea, como si estuviera tratando de no hacer ningún comentario malintencionado. Ella misma le había mencionado que esas expresiones en ella eran muy habituales, que siempre terminaba poniendo la misma cara larga cuando estaba molesta y quería gritar pero no se atrevía. A él eso le había parecido sencillamente adorable.

Ángel dice:

¿Los demandaste, supongo? —fue lo único que atinó a decir, tratando de alejar aquellos recuerdos de largas mañanas y tardes en los que charlaban animadamente sobre todo y nada a la vez, deseando poder tirarse de un puente.

Edén dice:

No, pero la que les espera cuando los vea, se van a arrepentir de haberse metido conmigo —leyó y en seguida imaginó a la chica con esa mirada de traviesa maldad que una sola vez le había visto, cuando él mismo le había pedido hacerle un video para escuchar su voz.

Ángel dice:

¿Y a mí me llegará algo así por ser el idiota número uno de todo el puto universo? —se atrevió a preguntar, aquel era el momento de la verdad.

Pasaron uno, tres, cinco, diez minutos y Edén no contestaba. De pronto se vio a si mismo sudando frio, con los puños apretados y la garganta cerrada, casi ahogándose con su propia respiración que se mantenía lenta pero tan pausada que en cualquier momento se hubiese detenido. De pronto, cuando pensó las cosas estaban que ardían le apareció un mensaje que casi lo hace caerse de la silla.

“Edén quiere iniciar una video llamada”, decía en letras negras y luego aparecían las opciones “Aceptar” o “Rechazar” en azul para poder acceder al servicio o denegarlo. Con un temblor recorriéndole todo el cuerpo puso “Aceptar”, dejando que el cuadrito donde estaba la imagen de la chica cambiara, cargando primero para luego dejarlo ver el rostro de ella, sereno pero con las cejas enarcadas en un rictus pensativo. Los labios estaban apretados, su cabello caía graciosamente alborotado en todas direcciones, apenas controlado por los fonos que la chica se había puesto y podía ver una de sus manos de largos y pálidos dedos que sostenían un cigarrillo con gracia. Podía ver también una mesita de noche un poco más atrás, estaba atestada de libros y con una taza en una esquina, peligrosamente a punto de caer. También, más atrás pudo ver la puerta que tenía un gancho del cual colgaba una chaqueta de cuero, la misma con la que salía la chica en la mayoría de las fotografías que le había enviado. La vio despegar los labios y sintió que se le iba el aliento cuando la escuchó decir:

—Dame una buena razón para no mandarte de un insulto a Plutón, Ángel de mierda…

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Reencuentro — Primera Parte




Mabel no pudo sino desternillarse de risa cuando leyó aquellas palabras en la ventana de mensajería instantánea, llamando la atención de una adormilada Edén que hojeaba su libro de “Fotografía Aplicada Volumen 3” con un cigarrillo en la mano y una humeante taza de café reposando sobre la mesita de noche frente a la cual estaba sentada. La miró con una ceja alzada, notando que su mejor y única amiga siquiera se había dado cuenta que la había desconcentrado de lo interesante que era leer la diferencia entre un modelo de cámara y otro. Se levantó de la incómoda silla en la cual estaba recargada y caminó tambaleante los dos pasos que la separaban del escritorio donde reposaba el antiguo ordenador que Mab en ese momento estaba usando para revisar sus cosas como siempre hacía. Tamaña sorpresa que se llevó cuando vio que su amiga estaba usando su messenger sin autorización y que además estaba hablando con nada más y nada menos que Ángel.

Apenas si habían cruzado unas pocas palabras, suficientes para poder leer la conversación completa que no llevaba más de tres a cinco minutos según calculaba ella, pero eso había sido suficiente para que los colores se le subieran al rostro. Se maldijo internamente, tratando de hacer nota mental de cerrar su dirección de mensajería instantánea cada que dejara a su amiga usar el aparatito ese. Tomó el hombro de Mabel con fuerza inusitada, haciendo que la chica lanzara un grito despavorido mientras la volteaba a mirar tan pálida como un fantasma. Ni siquiera la había escuchado acercarse a pesar de que Edén usaba unos tacones que hubieran resonado a kilómetros de distancia.

— ¡No me des esos susto, mujer! —exclamó Mab, completamente indignada, más calló al ver la expresión de su amiga, que miraba fijamente la pantalla.

—Cierra eso —dijo en un murmullo, llevándose una mano a la cabeza. No quería enfrentarlo, no todavía.

— ¿Quién es? —preguntó al instante la muchacha, perforando la figura de su amiga con sus verdes ojos brillando de manera suspicaz.

—Nadie —cortó Edén antes de volver a su asiento como si nada le importase, poniendo su mejor cara de póker, que en esas circunstancias no era la mejor—. Cierra eso o no le digas a nadie como estoy.

Mabel se levantó, pasando de estar sentada en la silla del escritorio a estar recargada contra la mesita de noche que su amiga usaba para estudiar, así fuera pequeña e incómoda. Se miraron unos segundos, taladrando los verdes a los chocolates de manera inquisitiva y reprobatoria. Hacía dos semanas habían tenido una muy larga charla sobre confianza y ambas habían llegado al acuerdo de contarse todo, así fuese solamente para dar cuentas de a qué hora habían ido al baño. Edén suspiró derrotada, llevándose el cigarrillo a los labios pero decidida a no decir una palabra hasta que la chica de largos cabellos negros soltara su tan típica frase.

— ¿Y bien? —apuró Mabel poniendo los brazos en jarra.

—Ya te hablé de él —dijo simplemente la muchacha, escondiendo su mirar bajo el flequillo monocromo con vergüenza.

Mab puso los ojos en blanco ante la escueta respuesta de su amiga, pero sinceramente no esperaba más. Miró la pantalla del ordenador y notó que el estado del susodicho no había cambiado y que incluso había agregado la frase “¿Alo?”, esperando una respuesta. Sonrió de medio lado. Claro que recordaba lo que su entrañable amiga le había contado de él, por supuesto. Ella en ningún momento le había llamado por un nombre pero pudo darse cuenta rápidamente que era él quien hacía suspirar de amor y llorar de dolor a su amiga cada día, aunque las lágrimas no salieran de sus ojos sino más bien de su alma, como una nube negra cerniéndose sobre ella. Volvió al escritorio frente al ordenador y tecleó rápidamente, a sabiendas que su amiga la observaba por el rabillo del ojo.

Edén dice:

Está bien —comenzó, saboreando el momento que se venía. Él quería saber, ella le daría en el gusto así luego terminara peleando otra vez con su amiga depresiva— Estuvo en el hospital hace unos días, sus compañeros de la universidad le hicieron una broma muy pesada que le terminó en un desgarro de tendón de la pierna izquierda.

Escuchó un fuerte y claro “¡MABEL HERVIA!” que casi le rompe los tímpanos de lo agudo que había salido el grito de la garganta de su amiga y entonces dijo patitas para que las quiero, saliendo de la habitación a toda carrera, cerrando la puerta de un azote y topándose con su novio, que la miraba con las cejas alzadas. Ella se encogió de hombros antes de que una carcajada escapara de sus labios, arrastrando a su novio escaleras abajo, comentándole lo que acababa de suceder mientras le invitaba un chocolate caliente.

Por su parte, Edén miraba la pantalla con los ojos chispeantes y los puños apretados de rabia contra su amiga, deseando tener un revolver y poder darse un tiro entre ceja y ceja a ver si con eso salía del dilema en el que la había dejado sumida la muchacha de brillantes ojos verdes.

martes, 20 de septiembre de 2011

Preocupación




Ángel inició la sesión de Messenger sin esperanzas de ver conectada a la muchacha que lo traía con los nervios de punta. Desde aquella mañana en la que Edén se había mostrado tan fría, lejana y agresiva para con él habían pasado ya casi dos semanas, la misma cantidad de tiempo que habían pasado sin hablar luego de que la chica se le confesara. Estaba preocupado por ella, eso estaba más que claro pues era lo único que podía pensar en sus días y noches de arduo trabajo arreglando computadores para la importante empresa que lo había contratado justo unos días antes de conocerla.

Eran las seis de la mañana y hacía un frio del demonio por lo que, mientras la sesión iniciaba caminó hasta la cocina para preparase un café caliente y cargado que pudiera relajarlo tanto como las palabras alegres que ella le había regalado durante casi tres meses. Volvió a la habitación con la taza en la mano y se sentó frente al ordenador, inspeccionando quienes estaban en línea a esa hora de la mañana. Grande fue su sorpresa al ver conectada a Edén en su típico estado de ocupado, con su nombre escrito en letras rojas y azules, con un subnick que decía claramente “Mon Petit Ciel”. A saber a qué se refería con eso. Hizo doble clic con el corazón latiéndole a mil por segundo y tecleo lentamente, sin saber con claridad a donde lo llevaría todo aquello. Se dio cuenta mientras tecleaba que la personalización de la muchacha había cambiado otra vez, pero ahora el color que lo asaltaba era un marrón claro mientras que el avatar que traía esta vez era nada más y nada menos que ella misma. Una fotografía de ella que él jamás había visto y que definitivamente casi hizo que le saltara una lágrima de angustia. La muchacha miraba a la cámara con ojos vacios, opacos y sin brillo mientras una de sus manos sujetaba el cigarrillo que sus labios pintados de púrpura suave sujetaban casi como si un pétalo de rosa estuviera apoyado contra ellos. Sus mejillas estaban enrojecidas y una lágrima apenas perceptible rodaba lenta por la mejilla izquierda, casi siendo cubierta por el flequillo monocromo.

Ángel dice:

Buen día —“sí, muy atinado de tu parte”, se regañó mentalmente. Tenía tanto que decir y solo se le ocurría saludar de aquella manera tan escueta y formal.

Edén dice:

¿Qué onda?

Las letras en marrón oscuro, contrastando con el marrón claro de la personalización de la ventana de mensajes lo sorprendieron sobremanera. “¿Qué onda?” ¡¿Quién rayos era esa y qué había hecho con su Edén?! Edén jamás le hubiera saludado así en la vida, la conocía lo suficiente para saber que no era ella así que las palabras brotaron de sus dedos sin dudarlo ni un solo segundo, diciendo lo que su cabeza había pensado.

Ángel dice:

¿Quién eres tú y que hiciste con mi Edén? —se mordió el labio inferior, palideciendo. Se le había escapado el lado posesivo que solo usaba en su mente cuando la imaginaba a su lado, mirándolo con esos bellos ojos color chocolate.

Edén dice:

¿Eres el novio de Edén?

Ángel dice:

No, soy un amigo —contestó rápidamente. Esa pregunta le había dejado muy en claro que la persona con la cual hablaba no era con quién quería hablar en aquellos momentos.

Edén dice:

¿Amigo? —leyó rápidamente, más el o la desconocida continuaba escribiendo, por lo que aguardó pacientemente— Qué raro, Ed nunca me ha hablado de ti.

Ángel dice:

¿Eres amigo/a de ella? —tecleó con las manos congeladas de frio, tratando de calmar los temblores de su cuerpo— ¿Podrías decirme como está?

Edén dice:

Soy Mabel, su compañera de casa —aclaró la muchacha rápidamente para luego agregar— Y sí, Edén está bien, se recupera de a poco.

Las alarmas de Ángel se dispararon como una bala hasta el cielo. ¿Recuperarse? ¿Estaba enferma? ¿Le habrían hecho algo? ¿Tal vez su rechazo había sido demasiado para ella? Tantas preguntas generándose en su cabeza, tanto nerviosismo recorriéndole cada célula del cuerpo que se sintió desfallecer ante una inminente desgracia. Hasta la imagen de ella, su silueta pura recortada por la luz ambarina de la lámpara, su expresión triste le rompió el corazón y fue lo primero que imaginó sintiéndola un mar de lágrimas por alguna causa que deseaba saber ya mismo. Tecleó frenético, hundiendo los dedos en las teclas, que sonaban con dureza al paso de sus manos por el aparato, creyendo que lo rompería si continuaba maltratándolo de esa manera.

Ángel dice:

¡¿Qué rayos le pasó a esta chica ahora?! ¡Júrame que está bien, por favor!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Una Charla Conmigo Misma

Hace unas noches, mientras me embriagaba con música y me ahogaba en el humo de los cigarrillos, que desaparecían de mi atado uno tras otro, me dediqué largos e incontables minutos a charlar conmigo misma. Ustedes dirán: Eso es de locos, seguro esta demente. Yo les digo: Es el ejercicio más sano que he hecho en toda mi corta y miserable vida.

—Hay cosas en esta vida que realmente te sacan de quicio, Liz —me dije, observando el techo de la habitación, con la mirada perdida, los ojos empañados.

No es que solo te pase a ti —contestó mi misma voz, pero con el acento de quien observa sentado en un palco, como un oyente todopoderoso, como un ser neutral—. Muchos sufren tanto o más que tú ahora, muchos no tiene la suerte que tú tienes.

—¿Suerte? —dije con ironía, llevándome el cigarrillo a los labios— Lo que yo tengo no es suerte, es más bien... Una decisión que esperó a ser tomada por alguien, yo la vi y pues patee al que iba en frente y la tomé.

Eso es muy rudo de tu parte, no es necesario pasar por sobre los demás para alcanzar tus metas, pequeña Lizzie —me dijo la voz de acento extranjero, mi voz de acento extranjero. Arrugué la frente—. Tienes algo que no todos tienen, tienes algo que es envidia de muchos, ¿porqué no lo explotas?

—Explotarlo sería dejar la cáscara de la seguridad en la que estoy ahora —contesto cerrando los ojos, sintiendo una angustia enorme apoderarse de mi alma—. Estoy tan cómoda sentada aquí, solo viendo que los acontecimientos pasen frente a mi, esperando a que estén lo suficientemente cerca para tomarlos entre mis manos y apretarlos hasta dejarlos sin vida.

Tus manos son creadoras de versos hermosos, de historias llenas de anhelos y sueños, pero tu mente, lejana a todo eso, solo ve la amargura de esos acontecimientos que tergiversas lentamente para poner en el papel, Liz —dice, dando dolorosamente en el clavo—. Eres lo que hoy elegiste ser, una mediocre que se estanca entre su propio lodo, soñando entre papeles por un futuro por el que no está dispuesta a pelear.

—¿Y para qué pelear? —consulto con la voz ahogada, luchando contra las lágrimas que anhelan salir de una vez por todas— ¿Para que levantarme y decir "yo puedo", si su sombra poderosa se cierne sobre mí, destruyendo lo poco de sueños que quedan?

Tú dejas que rompa tus sueños así como dejas que te rompa la moral —reprocha la voz, sonando ya más distante—. Dejas que nos asesine porque tienes miedo de tomar las armas que dejaste en el suelo y levantarte a luchar, a dar la pelea.

—No puedo vencer, y lo sabes —aseguro, llorando ya.

Puedes... Todo está en ti...

El silencio es roto por mis sollozos y ya no sé más. Aún ahora estoy llorando en silencio porque no sé que más hacer, porque no sé que más decir. ¿Rendirme? No gracias, no soy una perdedora. ¿Luchar? No gracias, estoy cómoda aquí.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Amiga




Se dejó caer en la cama pesadamente, sin siquiera quitarse los zapatos mientras abrazaba la almohada, tratando de conciliar el sueño. Había sido tan ruda, tan fría, tan ella que en cierto modo le había hasta dolido su manera de tratarlo, pero tenía que hacerlo si quería sacarse ese estúpido sentimiento de su corazón, de su cuerpo y de su alma. Ligeros golpes a la puerta la hicieron voltear la cabeza, mascullando un escueto “adelante” mientras veía como por el umbral atravesaba la figura alta de largos cabellos negros que la miraba con esos brillantes ojos verdes.

—Edén —la llamó con una voz suave, cantarina, mientras se sentaba en la cama junto a ella—. ¿Dónde pasaste la noche?

—En la playa —mintió incorporándose del lecho y alcanzando los cigarrillos que reposaban en la mesita de noche, encendiendo uno sin querer mirar a los ojos a su compañera de casa.

—No me mientas —exigió la muchacha aferrando la mano de su amiga, tratando de captar su mirada—. Sabes que no puedes mentirme, no a mí.

—Mira Mab —suspiró ella ahora encontrándose con las esmeraldas de su amiga-, da igual donde estuve, que hice o lo que pasó, da igual, estoy aquí, viva y entera así que no tienes que preocuparte.

—Me preocupo —interrumpió Mab viendo las pronunciadas ojeras que se marcaban bajo los ojos color chocolate de la muchacha—. No es el primer día que llegas a esta hora. Eso sumado a que no comes, casi no duermes, apenas y te ven en la facultad… Me preocupas amiga, lo sabes. Adín también está preocupado, mucho. No nos hagas esto…

— ¡Suficiente Mabel! —exclamó Edén levantándose de un salto de la cama y llevándose el cigarrillo a los labios— ¡Lo que haga o deje de hacer es mi problema así que deja de meterte en mi vida, ¿quieres?!

Mabel se levantó airada, encarando a la chica, plantándole cara con dureza, mirándola con sus ojos verdes ahora congelados, fríos y distantes, realmente enfadada. Alzó una mano que impactó en la mejilla de su amiga, quien la miró con fiereza antes de abrir la boca, pero fue acallada rápidamente por su amiga, quien al parecer estaba mucho más enojada con ella, mostrando que esta sí que no se la dejaba pasar.

— ¡Eres una estúpida! —grito Mabel, roja de cólera— ¡Claro! ¡Nosotros muertos de preocupación por ti y tú! ¡A ti todo te da igual! ¡Nadie te interesa más que tú y tu miseria! ¡¿Qué sacas auto compadeciéndote?! ¡Dímelo!

Edén dejó caer el cigarrillo al suelo de madera descuidadamente antes de sentarse en la silla del escritorio, su mirada fija en el suelo, viendo como el fuego del tabaco prendido comenzaba a ennegrecer la madera que tan cuidadosamente encerada estaba. Mabel aplastó el cigarrillo con saña antes de acariciar el flequillo de su amiga, sus dedos cuidadosamente acomodando los mechones monocromos mientras decidía si era prudente decir algo más. Le había dolido ser así de dura con ella que tanto había sufrido pero tenía que dejar de hundirse en su propia miseria. No estaba sola, la tenía a ella pero sabía en el fondo de su alma que eso para su amiga no era suficiente. Conocía su historia, sabía lo brutal que podía ser la vida…

—No saco nada… —gimió Edén llevándose las manos al rostro— Pero Mab, no sé hacer otra cosa y…

—Tranquila —susurró Mabel abrazando a la muchacha con fuerza, de manera posesiva y sin dejar de acariciar su largo cabello rojo, azul y negro—. Lo siento linda, no quise ser dura pero no puedes vivir toda tu vida de esos recuerdos. Ya diste el primer paso para salir de tu miseria y me alegra aunque no quieras contarme qué te impulso ese cambio —continuó hablando, su voz suave tranquilizando lentamente los destrozados nervios de la chica—. Sabes que puedes contar con mi apoyo pero linda… Por mucho que desees que las cosas fuesen diferentes no lo serán. Dema no volverá a ti…

— ¡Era mi hijo! —gimió Edén al fin dejándose llevar por un llanto desgarrador, abrazando la cintura de su amiga como si de un salvavidas se tratase.

Mabel la dejó llorar aferrada a su cuerpo, sintiendo como las manos de su amiga se cerraban en una fuerte presa en la camiseta que llevaba puesta, notando que la muchacha estaba comenzando a cambiar ya fuese para bien o para mal. Edén nunca, jamás había sido tan abierta con sus sentimientos, nunca se había mostrado ante nadie, ni siquiera ante ella de esa manera tan vulnerable y eso, en cierto sentido le asustaba. Aquella muchacha siempre había sido fuerte, o por lo menos se mostraba así desde que la conociera por lo que ese brutal cambio la tenía alarmada, pero feliz. Feliz porque sabía que su amiga iba a confiar más en ella de ahora en más, feliz porque ya no se sentía inútil ante el dolor que llenaba las paredes de esa pulcra habitación.

Edén, por su parte, no dejaba de aferrarse a su amiga de profundos ojos verdes, abrazando su cintura, aferrándose a ella, buscando el consuelo que tanto necesitaba, el bálsamo que sanara sus heridas.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Poema Final




Sujetó el trozo de papel con ambas manos, aferrándolo contra su pecho con todas sus fuerzas. Sus mejillas llenas de lágrimas estaban pálidas culpa del miedo que le había congelado la sangre, dejándola igual de moribunda que hace cinco minutos, cuando él había pasado a su lado mirándola con una expresión carente de personalidad más allá de esos ojos fríos como un témpano de hielo.

Cuando te sientas solo, y el mundo te dé la espalda
Dame un momento, por favor, para calmar tu salvaje corazón
Sé que sientes que las paredes se cierran en torno a ti
Que es difícil encontrar alivio
Y que la gente puede ser muy fría


—Liz... —la llamó una voz suave a su espalda. Ella sujetó su vientre de embarazada sin dejar de llorar.

—Lárgate —gruñó con la voz contenida.

—Tienes que olvidarle si él ya está olvidándose de ti —susurró el hombre, acercándose a ella.

—¡Lárgate! —la muchacha golpeó la mano que iba a acariciar su mejilla con todas sus fuerzas.

No quería ayuda, no necesitaba ayuda. Quería perderse en su infierno personal lo antes posible, morir dicho sea de paso. Esa mirada le había quitado el aliento más que cualquier otra, la había dejado paralizada su postura de chico malo indiferente. Miró el papel que reposaba en el suelo y gritó, maldiciéndose a sí misma.

Cuando la oscuridad esté sobre tu puerta
Y sientas que no puedes más
Deja que sea yo a quien llames
Si tú brincas, yo interrumpiré tu caída
Elévate y volaré contigo a través de la noche


No tenía idea si aquellas palabras eran poema, canción o relato, lo único que le importaba, lo único de lo que tenía idea era que estaba harta. ¿De qué le había servido, acaso, tomar el camino largo? De nada le había servido. Embarazada, esperando gemelos para ser madre soltera a sus cortos veinte años. Sola, con la promesa del amor eterno atorado en la garganta. Con el reflejo de sus ojos frios grabado a fuego en su retina, extraña dualidad. Se encogió sobre sí misma, con una de sus manos acariciando su enorme barriga y con la otra sobre sus labios entumecidos de frio, tratando de dejar de sollozar. ¿De qué le había servido, entonces, dejar de sufrir por un abusador?

Si necesitar estar aparte
Yo puedo arreglar tu roto corazón
Si necesitas explotar, explota
Y arde, pues yo arderé contigo
No estás solo


¿Y quién la cuidaba a ella? Nadie. Se iba, se exiliaba para poder ser mejor el día de mañana y, al final del día, lo único seguro que tenía era un amor profundo que no sabia como expresar, una regadera de hojas a su alrededor y una nueva idea escrita en lapicero en la palma de su mano. La guitarra yacía rota y olvidada en aquel rincón de la habitación y deseo con todas sus fuerzas el no haber tenido ese acceso de ira asesina apenas un mes antes, el día que marcaría el comienzo como el final.

—Ya basta, Liz —le ordenó el hombre, mirándola fijamente y enjugando sus lágrimas—. No quiero decir te lo dije, hija, pero...

—¡Vete a la mierda!

Cuando te sientas solo
Y un amigo te sea difícil de encontrar
Estarás atrapado en una calle de una sola dirección
Con monstruos en tu cabeza
Y criaturas de horror a tus espaldas
Más yo cuidaré tu retaguardia


—¡Aguanta! —le imploró una voz a su lado, unas manos sujetando la suya firmemente.

No quería aguantar, estaba cansada de aguantar. Podía escuchar la sirena de la ambulancia en la que iba, pero no le importaba, ya nada le interesaba. Miró a su padre con los ojos aún anegados en lágrimas y sintió una nueva oleada de dolor recorrer su vientre hasta la médula y luego hasta la cabeza, arrancándole un alarido de dolor. El hombre a su lado le sujetó con más firmeza la mano mientras la chica lloraba desconsolada. Demasiado dolor para soportar, demasiado dolor para cargar...

Cuando las esperanzas y los sueños se encuentren lejos
Y te sientas como si no pudieras enfrentar los días
Deja que sea yo a quien llames
Si tú brincas, yo interrumpiré tu caída
Elévate y volaré contigo esta noche


Tantos sueños rotos, tantas promesas desbordándose de sus manos llenas de papel y sangre. Sintió que le estrechaban más su mano y abrió los ojos, encontrándose en esa blanca habitación. Vio muchos pares de ojos posarse sobre su rostro contraído de dolor y soltó un suspiro, cerrándolos de nuevo. No quería ver eso, no quería que le dijeran lo que había pasado. Ya no le interesaba, ahora lo único que deseaba saber era cuando le darían el alta.

—Actualicé tus páginas hoy también —escuchó que alguien le decía quedamente, ella asintió—. Liz, creo que...

—Cállate, Bri —gruñó la chica, con su cabeza ahora girada hacia la ventana, mirando el cielo cubierto de nubes grises—. Solo díganme cuánto tiempo más me quedaré en esta pocilga...

Si necesitas estar aparte
Yo puedo arreglar tu roto corazón
Si necesitas explotar, entonces explota
Y arde, pues yo arderé contigo
No estás solo


Y allí estaba de nuevo. La alfombra aún conservaba parte de la sangre que había derramado aquella tarde hacia casi un mes. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿Cómo ella había podido ser tan ingenua? Y es que claro, debió haberlo notado antes, estúpida. Él se alejaba de ella a pasos cortos pero rítmicos, como un trote de pre calentamiento. Ella jamás hubiera podido seguirle los pasos. Y lo había notado por causa de esa pesadilla, por esas palabras que ya no eran tan dulces, porque ya no le interesaba y, en el fondo, ella lo sabía desde hacía mucho tiempo.

—¿Lista para irnos? —la llamó una voz desde el umbral de la puerta, ella ni siquiera volteó.

—Ya voy —anunció encendiendo un cigarrillo—. Y dile a Susi que actualice mi mierda de página más seguido, parece abandonada...

Porque siempre nos da un ataque al corazón
Y un inmenso dolor
Pero cuando esto se acabe respirarás de nuevo


Miró la fachada de la pensión en la que había pasado los últimos meses. No la extrañaría para nada, ahora solo quería volver a su ciudad, a su hogar con sus amigos, a romperle la cara a quienes le desearon mal... Pero por sobre todo quería volver para mirar el mar, lanzarse de cabeza al agua y poder decir que estaba de vuelta, que la maldita sádica había vuelto del averno luego de dar como sacrificio a sus hijos a cambio de su vida. Bonita historia sería aquella, seguro si la escribía y la transformaba en novela ganaba algún premio.

—Vámonos, gente —dijo llevándose el cigarrillo a los labios y acariciando su vientre plano de manera repetitiva, esperando poder encontrar vida—. Larguémonos de esta mierda de pueblito.

Cuando te sientas solo, y el mundo te dé la espalda
Dame un momento, por favor, para calmar tu salvaje corazón…

viernes, 9 de septiembre de 2011

Distancias




Habían pasado dos semanas y de Edén ni sus luces. El primer día, cuando ella se le había declarado supo por su respuesta que no volverían a charlar ese día y quizás al siguiente, ya al tercer día había comenzado a sentirse nervioso, al cuarto le había enviado un mail que al quinto día no había sido contestado. Ya cuando llevaba diez días había vuelto a insistir con el mensaje y ahora, el día número catorce los nervios se lo estaban comiendo vivo mientras las preguntas se apilaban una sobre otra, demasiado pesadas para pensar en otra cosa al punto de llegar a tener pesadillas en las que aquella hermosa chica volvía a ese trabajo de mierda que le había contado tenía solo para no tener tiempo de volver a encontrárselo. Ahora, mirando el monitor con nerviosismo se daba cuenta que estaba preocupándose demasiado por ella, que tantos nervios no eran normales.

Abrió la fotografía de la muchacha y se perdió en esos brillantes ojos color chocolate, en esa “trollface” como solía llamarla ella. Si, Edén era una hermosa chica, tanto que él mismo se sentía ligeramente atraído por ella, cosa normal ante ese cuerpo, ante ese rostro cetrino y afilado, esas mejillas sonrojadas, esos labios que deseaba besar…

-Oh… Mi… Dios…

Susurró suavemente, pasmado. Pasó una mano por su cabello de manera descuidada, nervioso, mientras su mandíbula temblaba ligeramente y sus ojos avellanas viajaban por la imagen frente a él, tratando de grabar a fuego a la muchacha, más de lo que ya lo estaba, memorizando cada detalle. Y entonces sucedió, una ventanita se abrió en la parte inferior derecha de su pantalla, una frase que no era la que esperaba pero que sabía era a quien había esperado por catorce días. Ansioso cliqueó sobre la ventanita y esta se abrió, dejando que la ventana de charla del messenger se abriera en finos colores violetas que eran la personalización de la muchacha.

Ángel dice:

¿Edén?

Garden~ Heal the Scars dice:

Aún no me cambio el nombre, así que creo que soy yo —leyó rápidamente. Por el sarcasmo supo que no estaba bien, pero aún así preguntó lo obvio.

Ángel dice:

¿Estás bien?

Garden~ Heal the Scars dice:

Supongo… Estoy viva y entera que yo sepa —vio que aparecía en una línea en su pantalla, más la chica seguía escribiendo— ¿Y tú qué tal?

Ángel dice:

Estoy bien, solo estuve preocupado por ti, como no aparecías y eso —se sinceró con el corazón latiéndole a mil por segundo.

Garden~ Heal the Scars dice:

No tienes que preocuparte por mí, me sé cuidar sola.

Eso era malo, muy malo. Edén estaba tomando una postura muy agresiva con él, más de lo necesario. Bueno, tal vez no tanto, la chica estaba ¿triste? ¿Enfadada por su rechazo? Ni idea de lo que sentía, era una muchacha tan misteriosa que si él no le preguntaba qué era lo que sentía ella jamás en su vida lo diría. Tal vez debía darle más tiempo para que se recuperara, para que lo… ¿Olvidara? Pero, por alguna razón el pensar en alejarse de ella, en no hablarle a diario como habían estado haciendo los últimos meses lo ponía nervioso, ansioso y hasta podría decir que triste y acongojado.

Ángel dice:

Estás molesta conmigo —aseguró, viendo el avatar de Edén, una mariposa envuelta en llamas.

Garden~ Heal the Scars dice:

No digas estupideces, solo tuve un mal día —leyó.

Ángel dice:

Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, linda —la animó, o trató ya que el color de la personalización de la ventana de charla había cambiado de un hermoso violeta claro a un gris oscuro, opaco.

Garden~ Heal the Scars dice:

No merece la pena hablarlo ahora y, ¿sabes? Estoy cansada, acabo de llegar del trabajo, son las siete de la mañana por si te habías dado cuenta, tengo sueño… Te cuidas.

Y sin más el estado de disponible de la chica cambió a desconectado.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Perder




¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Comprendo —contestó casi al instante, demasiado apresurada para su gusto mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Ángel dice:

¿Estás bien? —leyó y, dando una profunda respiración, volvió a poner la máscara en el lugar correspondiente.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Claro que si, tonto —tecleó antes de llevarse un cigarrillo a los labios— Oye, debo irme, ya me siento mejor para irme a trabajar. Te veo al rato.

Y sin esperar respuesta cerró todo lo que tenía abierto antes de apagar la computadora mientras se cubría con una cazadora de cuero, tomando su morral y saliendo de la habitación de manera apresurada. Bajó las escaleras casi saltando de dos en dos hacia abajo para encontrarse con su amiga al pie de las escaleras. Una muchacha de largos cabellos lisos de color negro y unos ojos claros, un verde brillante y juguetón. Abrió la puerta al verla, notando su prisa y susurrándole un escueto “hasta pronto” antes de verla perderse corriendo como alma que lleva el diablo. Edén siquiera se dignó a contestarle, solo se dignó a correr, correr hasta que sus piernas no dieran más, hasta perderse para siempre, hasta dejar de sentir ese dolor que sentía. Apartó el cigarrillo de sus labios mientras corría, arrojándolo furiosa contra el pavimento mientras se detenía de golpe, recordando que debía trabajar. Acomodó el flequillo hacia un lado, endureciendo la mirada y secando los residuos húmedos que aún quedaban en sus mejillas antes de meter las manos en los bolsillos y caminar como si nada hubiese sucedido, esperando que el resto de su día no fuese tan mierda como lo era. Lástima que no sería así.

Al llegar a su trabajo en la tienda lo primero que hizo su jefa fue echarle la bronca por haber llegado tarde y sin avisar. Luego, cuando la habían enviado a limpiar los escaparates de la tienda de antigüedades en la que laboraba a uno de sus compañeros de facultad se le ocurre dar un vistazo hacia adentro y verla en una mala posición. Se acababa de caer por la escalera y la falda que llevaba, una hermosa falda blanca hasta la rodilla había acabado manchada de rojo debido a la cera de pisos y además, ya no cubría hasta donde debía cubrir sino mucho más arriba. Se maldijo al no ser tan rápida para gritarle un insulto cuando lo vio comenzar a reír.

Se levantó del suelo rápidamente, devolviendo la poca dignidad que le quedaba a su lugar cuando recordó que en su antiguo trabajo las cosas eran más fáciles…

—No Edén, no lo eran —se dijo en un susurro volviendo a la trastienda para poder cambiarse.

Por suerte siempre llevaba consigo otra falda o un par de pantalones, un hábito que había agarrado en su anterior trabajo cuando en ocasiones le tocaba “ir a terreno”. Se encerró en el camerino revolviendo las pertenencias de su morral hasta topar con la falda negra que había llevado por si acaso. Hasta ese día no recordaba porqué la había comprado en ese color, pero ahora todo parecía más claro. Había comprado esa prenda en ese justo color solo porque era así como siempre se sentía. Y por eso ahora usaba blanco, porque también se sentía así y podía decir sin miedo que lo único en su triste vida que tenía color era su cabello y sus ojos, nada más. Lo demás en su vida siempre había sido monocromo, blanco o negro, malo o muy malo, ni siquiera gris. Hasta que él había aparecido. Ángel…

Entonces Edén se dio cuenta de todo. Comprendió porqué lo amaba, comprendió porqué jamás lo hacía, porqué se había negado a volver a amar otra vez hasta que él se había colado de esa manera en su vida… Y en su corazón.

Sacudió la cabeza con fuerza antes de comenzar a cambiarse, maldiciéndose internamente por haberse dejado llevar unos minutos por su miseria y por su sonrisa. Por eso jamás confiaba en nadie, por eso no entregaba nada, por eso había decidido convertirse en una cáscara vacía, por eso solo tenía dos personas que se mantenían a su lado, al pie del cañón sin importar nada desde que ella se había transformado en lo que era. Claro, no siempre había sido así, no siempre había sido una perra desgraciada para con el mundo. No… Antes Edén era diferente, pero se había dado cuenta que el mundo no valía las sonrisas que se esforzaba por dar. No, ya nada lo merecía cuando lo había perdido a él… A Dema…

Y Ángel no la iba a volver débil, eso no volvería a suceder nunca más en la vida. Había jurado sobre la tumba inexistente que su vida sería diferente, que jamás iba a volver a ser la misma, así fuese para bien o para mal.

Salió de la trastienda solo para encontrarse de lleno con su jefa, que la miraba de arriba abajo y, notando el cambio en la falda y un rasguño en su rodilla izquierda prefirió pasar por alto el que la muchacha dejara su puesto. Le dio una palmadita en el hombro antes de decirle que podía irse temprano ese día, que la venta estaba floja y que mejor se fuera a estudiar para el examen de a saber cómo se había enterado si Edén y su jefa no se hablaban más allá del buenas tardes. Edén le dio las gracias quedamente antes de perderse por su morral y salir de la tienda encendiendo un cigarrillo y comenzando a caminar calle debajo de manera perezosa, intranquila. No quería llegar aún a casa…

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Llamar a Dios




—Dios —salió en un suspiro de los labios de Ángel, que miraba la fotografía que llenaba la pantalla de su ordenador. ¿Y así decía ella que no era bonita? ¡Por dios que esa chica era preciosa!

Al final, después de insistir un buen rato ella había accedido a enviarle una foto suya antes de marcharse al trabajo. Llevaba sus buenos diez minutos sin despegar los ojos de la imagen que se presentaba ante él, tratando de imaginar qué tipo de persona podía ser tan rematadamente estúpida de dejar a semejante belleza con el corazón roto.

Tal vez no se conocían hace mucho tiempo (vamos, que tres meses tampoco es tanto tiempo) pero en ese lapso de tiempo ya conocía por completo la “miserable vida” de Edén. La chica le había contado tantas cosas, tantas de sus penas que él pensó que un alma fea estaba en un cuerpo feo, pero al final después de muchas advertencias por parte de ella había terminado accediendo a cada cosa que él le pedía saber. Ella misma se catalogaba como una horrible persona, cosa que él no lograba tragarse ni con un largo trago de agua. Claro, él también le había advertido sobre sí mismo, ya que no se encontraba en el mejor momento de su vida cuando la había conocido pero bueno, al igual que él mismo ella había dicho “entre tú y yo, yo soy peor”, lo que había acabado en una discusión de horas contándose el porqué ambos eran malas personas. Al final había terminado riéndose mucho. Ella no era mala persona, solo estaba asustada.

Se obligó a salir de sus pensamientos cuando una ventanita se abrió de pronto en la parte inferior derecha de su pantalla, haciéndolo sonreír. ¡Paren el mundo que me quiero bajar! acaba de iniciar sesión. Cliqueo rápidamente sobre la miniatura, sonriendo.

Ángel dice:

¿Qué no te ibas a trabajar? —preguntó sonriendo.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

No me siento bien del todo para ir —leyó, preocupándose al acto— Además, debo decirte algo muy importante.

Ángel dice:

¿Decirme el qué? —ahora si estaba preocupado. ¿Acaso habría vuelto a tener problemas con sus “antiguos clientes”?

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Mira, Ángel… Creo que esto no está bien. Digo, yo no estoy bien —hubo una larga pausa en la que se sintió tentado de apurarla a continuar, pero prefirió esperar, apretando los puños— No quiero que te preocupes en vano, no es nada grave, es solo que tengo un problema y no sé cómo solucionarlo.

Ángel dice:

Sabes que puedes confiar en mí —la apoyó y es que claro, él estaría allí para ella siempre que lo necesitara.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Ese es el problema corazón, tú menos que nadie puede ayudarme —se tensó al leer aquello, aterrándose ante la posibilidad de que Edén hubiera roto la promesa de alejarse de aquel dolor contra el que tanto habían luchado, o incluso, que él mismo le estuviera causando daño— Mira, no te aterres ni nada que esto no es tu culpa… Solo pasa que me di cuenta de algo, algo que te molestará —hubo otra larga pausa hasta que pudo leer claramente las dos palabras que más temor tenía de volver a leer o escuchar en su vida otra vez— Te amo.

—Dios —repitió, esta vez con un gran nudo en su garganta-, Dios no… ¡Edén, no!

Y no pudo evitar que aquel grito escapara de sus labios, un grito ahogado, nervioso, lleno de rabia… Un grito que hasta le era incomprensible. Jamás había tenido una reacción tan aterrada por algo en su vida y eso, sumándole la declaración de esa hermosa muchacha le estaba poniendo realmente mal los nervios. Meditó largos minutos, mirando como el estado de la muchacha con la que charlaba se mantenía inmóvil en color verde y con la palabra “disponible”, que parecía recalcarle que debía o decir algo o huir como cobarde. Y él no era un cobarde. Tomó aire luego de darse cuenta de los largos minutos en los que había permanecido sin decirle nada y tal vez hasta matándola de los nervios, más de los que lo consumían a él.

Ángel dice:

Lo siento Edén —tecleó rápidamente, con sus dedos temblando ligeramente— En serio lo siento pero yo te quiero… Y te quiero solo como amiga…

martes, 6 de septiembre de 2011

Felicidad Absurda




Edén arrojó furiosa su maleta sobre la cama antes de apoyar la espalda contra la puerta de su habitación y encendiendo un cigarrillo, aspirando el humo como si su vida dependiese de ello. Se acarició el flequillo monocromo que caía sobre su ojo izquierdo antes de acomodar los anteojos que resbalaban por el puente de su nariz con un gesto descuidado. Miró su camiseta favorita, blanco perfecto ahora arruinada por un idiota que le había derramado encima media taza de café y apenas y se había disculpado por ello.

Apoyó el cigarrillo en un cenicero antes de quitarse la prenda rápidamente, volviendo a acudir a su cilindro al notar lo peligrosamente enrojecida que había quedado su piel.

— ¡Perfecto, Edén! —masculló encendiendo el viejo ordenador que casi nunca ocupaba— ¡Perfecto!

Se quitó las botas con una mano mientras tecleaba rápidamente la contraseña con la otra. Una vez hubo encendido completamente abrió su amado reproductor de música, dejando que la música de Rammstein invadiera la habitación con la canción "Asche zu asche". Automáticamente después abrió el messenger en estado "ocupado" mientras buscaba una de sus tantas películas de terror que copiaba para su único y mejor amigo.

Ángel dice:

¿Muy ocupada? -y allí estaba su salvación, la única persona que podría hacerla sentir bien en ese momento.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Tengo tiempo para ti —bromeó solo como con él podía (y sabía) hacerlo— ¿Que tal tú, Ángel? -Consultó curiosa encendiendo otro cigarrillo.

Ángel dice:

Podría estar mejor pero eso sería tener una sobredosis de endorfinas —sonrió por lo bajo antes de asesinar la colilla que había quedado mal apagada y olvidada en el cenicero hacía rato.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Si tú lo dices —tecleó rápidamente antes de levantarse y cubrir su torso semidesnudo con una camisa que estaba tirada por ahí.

Ángel dice:

Eres tan divertida, nena —y cuando leyó eso sintió las mejillas arder de pronto, su corazón latiendo a mil por segundo.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Odio que me llames nena, lo sabes —reprochó tratando de mantener su pulso bajo control— Solo dime... No sé, cualquier cosa menos nena.

Ángel dice:

Vale, vale —terminó cediendo, para el bienestar de los nervios casi destrozados de Edén, que se acomodó mejor en la silla— Pero me debes un favor, ¿eh?

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Okey, pero solo por esta vez —sonrió, inspeccionando de manera impaciente un estuche repleto de dvd´s— A ver, ¿qué quieres como compensación?

Ángel dice:

Déjame pensarlo… —Edén se carcajeó ante la larga pausa que hacía su interlocutor solamente para dejarla en ascuas, pero la sonrisa se le torció al ver la petición de él— Quiero una fotografía tuya.

-¡¿Qué?! —gritó levantándose de la silla de un salto, dejando caer los dvd´s que reposaban en su regazo. Miró la pantalla casi con miedo, sintiendo que cada músculo de su cuerpo se contraía por culpa de los nervios.

Caminó de un lugar a otro de la habitación, tratando de mantener la cabeza fría mientras coreaba la canción que se reproducía. El cigarrillo había quedado olvidado entre sus dedos, que se apretaban un poco más cada vez que miraba la pantalla que no tenía respuesta. Estaba aterrada ante la petición. Claro, no era nada raro después de los meses que habían pasado juntos, charlando y apoyándose, siendo la mano ayuda del otro cuando lo necesitaba. Sabían muchas cosas del otro pero ella siempre lo había dejado hasta allí, hasta saber solo un poco por temor a la repulsión de Ángel o, por defecto, a que él se enterara de que estaba loca y perdidamente enamorada de una persona que jamás vería.

Ángel dice:

¿Estás? —apareció en la pantalla de pronto, justo cuando se había volteado a mirarla otra vez.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Si claro, lo siento corazón, copiaba una película —mintió descaradamente mientras volvía a sentarse frente al ordenador

Ángel dice:

¿Y bien? —Edén tembló— ¿Me mandarás tu fotografía?

domingo, 4 de septiembre de 2011

Primer Encuentro




¡Paren el mundo que me quiero bajar! acaba de iniciar sesión

Ángel miró el mensaje con una ceja alzada antes de hacerle clic sin muchas ganas. No recordaba quien era el desconocido o, por defecto si era un tipo que simplemente se había topado con su messenger en una de las tantas páginas personales que visitaba para pasar el tiempo. Pero en ese momento le daba igual. Tecleó rápidamente antes de estirar los brazos de manera perezosa.

Ángel dice:

Hola, ¿quién eres? —fue su escueto saludo. No pasó mucho tiempo antes de obtener una respuesta.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

¿Es necesario contestar, Ángel? —tal vez no fuese buena idea tener su propio nombre como nickname.

Ángel dice:

Me gustaría poder llamarte con un nombre, "paren el mundo que me quiero bajar" es muy largo y me da pereza -fue su simple respuesta- Además, ¿qué te cuesta decirme tu nombre?

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Podrías ser un depravado sexual. Primero es el nombre, luego la edad y después quieres quedar -No pudo evitar reírse ante aquello.

Ángel dice:

¡¡¡Pero si tú me agregaste!!! —reclamó llevándose la coca-cola a los labios y bebiendo ávidamente.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

No recuerdo haber hecho tal cosa —contraatacó el desconocido— Pero si tanto te interesa, me llamo Edén.

Ángel dice:

¿Edén? ¿Como el jardín? —tecleó sin pensar, esperando recibir un...

¡Paren el mundo que me quiero bajar! cerró sesión.

Perfecto, simplemente perfecto. Bueno, no se deprimiría por ello así que cerró la pestaña y se perdió un buen rato leyendo cosas en un sitio personal que se había encontrado sin querer.

La chica que escribía era buena. Tal vez solo le faltara la experiencia que te dan los años pero eso era lo de menos. Por lo demás estaba realmente entretenido leyendo "Formas Idiotas Para Amar".

Cuando casi hubo acabado el capítulo 10, momento en que Ange, la protagonista se comía la cabeza pensando en su amor unilateral de telenovela para con el chico más idiota de su clase pero por sobre todo siempre negando cualquier clase de atracción por él fue cuando se dio cuenta que se le había acabado la gaseosa y que tenía un hambre del demonio. Por lo que, dejando la lectura inconclusa partió a la cocina con su vaso en mano.

Una vez allí se tomó el lujo de registrar a fondo su nevera, topándose con la grata sorpresa que tenía, aún, un trozo de la tarta de fresas con chocolate que había comprado la tarde anterior. Volvió feliz con su trozo de tarta y un nuevo vaso rebosante de coca-cola a la habitación, sentándose frente al ordenador y mirando la ventanita de mensaje instantáneo que brillaba en verde.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Lo siento, mi modem es asqueroso y creo que se le quemó algo a mi note, no carga bien y se suspende solo. Como sea, sí, me llamo igual que el puto jardín de mierda y no es algo que me enorgullezca en absoluto, pero bueno. De todas maneras gracias por hablarme, fueron tres segundos de mi vida que no olvidaré (nótese la ironía).

Terminó de leer con una enorme sonrisa en el rostro mientras engullía lo último de tarta que le quedaba. Él (o ella, no le quedaba muy claro por el nombre ambiguo a su parecer) era una persona interesante a quien iba a conocer. Bebió un poco antes de teclear rápidamente un mensaje corto y conciso para su nuevo (a) amigo (a) que en ese momento aparecía con el estado "no disponible".

Sonrió satisfecho con el resultado final y confirmó la hora en su reloj de pulsera, horrorizándose al notar que el tiempo se le había pasado volando. Apagó el ordenador mientras se acomodaba la cazadora sobre los hombros, agarrando las llaves del recibidor y saliendo de la casa dando grandes zancadas.