Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Implícito


No era una persona directa, al menos no emocionalmente hablando. Podía dar un discurso de política sin siquiera tartamudear, pero no podía ni siquiera mirarlo a los ojos cuando la miraba por más de cinco segundos, con esa mirada de borrego degollado que ponía su mundo de cabeza.

Era un idiota. Un idiota con mayúscula, y se encargaba de recordárselo todo el tiempo. Siempre se lo decía. "Idiota", le llamaba una, y otra, y otra vez, sin llegar a cansarse. Sus conversaciones incoherentes terminaban más o menos así:

—¡Deja de mirarme! —gritaba ella, tratando de controlar el sonrojo de sus mejillas.


—No quiero —contestaba llanamente él, con esa sonrisa en su rostro, haciéndola apretar los dientes con fuerza para luego llamarle con ese apelativo tan cariñoso.


—Eres un idiota.


—Lo sé.


Al finalizar ese tipo de conversaciones ella simplemente rodaba los ojos y dejaba que el silencio incómodo se instalara entre ellos, uniéndolos. Y él continuaba mirándola con esos ojos insondablemente irritantes. Porque ¡era tan irritante! Era como si se esforzara cada vez más, buscando nuevas formas de hacerla perder los estribos.


Finalmente ella se alejaba, le daba la espalda y gruñía:


—Me caes mal.


Y lo decía con tanta convicción que él borraba la sonrisa, la maldita sonrisa, sólo para molestarla más.


—¿En serio te caigo mal?


Y quería contestarle que sí, que le caía tan mal que a veces soñaba despierta con arrojarlo por la ventana.


—Sí, me caes mal.


Y luego sus ojos se encontraban. Y la mirada de él trataba de esconder la burla, pero le era imposible. Y para ella era imposible mantener esa afirmación por más de un minuto.


—No, maldición, no me caes mal... ¡Pero eres tan jodidamente irritante!


Por respuesta él sonreía... y ella se sabía atrapada por su jugarreta.


—Lo sé. Y aún así te gusto.


Se burlaba de ella.


—Cállate...


Trataba de sonar imperiosa, pero nunca lo conseguía, y mucho menos cuando el muy odioso iba y la abrazaba con tanta fuerza que todo su enojo y toda su molestia se esfumaban de golpe, con su consciencia decidiendo irse de vacaciones y con su cuerpo reaccionando a ese abrazo.


—Eres tan tierna —le decía finalmente él, mirándola sin soltar el abrazo y haciéndola sonrojar.


—¡Vete al demonio! —ella se zafaba del abrazo y lo golpeaba con todas sus fuerzas, haciéndolo reír.


Y lo miraba. Lo miraba con el ceño fruncido, con los labios apretados conteniendo una sonrisa, mordiéndose la lengua y temblando para controlar el impulso de ir a abrazarlo.


Porque conocía sus verdaderos sentimientos.


Porque cuando le decía que era un idiota, quería agregar que era el idiota más lindo que nunca antes había conocido. Porque cuando decía que le caía mal, quería decir en realidad que se caía mal ella misma por ser tan asquerosamente dulce estando a su lado. Porque cuando lo hacía callar realmente quería decirle que continuara haciéndola reír. Porque cuando lo mandaba al demonio aguantaba el impulso de decirle que si se iba, que por favor la llevara con él.


Pero no lo decía. Nunca decía nada de eso... Porque estaba implícito.

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