Quienes me inspiran a seguir

martes, 30 de octubre de 2012

Snuff


Autumn se congeló en su lugar, observando la escena con terror mientras su corazón desaparecía rápidamente. Pero más que eso, no podía hacer. Lo había intentado y de nada había servido. Le había amado con todas sus fuerzas y toda su alma, pero no era suficiente para él. No merecía a una inútil como ella. La sonrisa de él era demasiado grande para poder retenerla, su corazón demasiado puro como para poder abrazarlo junto al suyo, casi inexistente y manchado, mancillado. Se dio la media vuelta y comenzó a serpentear entre los árboles, tratando de alejarse todo lo rápido pero disimuladamente que pudo. Porque no podía soportar eso. Podía soportarlo todo menos eso.

Summer levantó la mirada hacia el linde del bosque al notar como las hojas que caían del árbol contra el que estaba apoyado soltaba sus hojas marrones sobre ellos. Y la vio justo en el momento que le daba la espalda.. El rostro de ella parecía tan imperturbable, tan sereno que no quería llegar a admitir que en el fondo ella pudiera estar sufriendo. Era más fácil poder verla sonreír que tener que soportar su llanto. Era más sencillo mentirse a sí mismo e ignorar todo lo demás. La herida en su pecho estaba sanando gracias a ella y a la nueva forma de ser que tenía para con él. No podían simplemente acercarse. Eran polos completamente opuestos.

Autumn corrió entre los árboles y de pronto Summer estaba corriendo tras ella, llamándola, pidiéndole que se detuviera. Pero ella se negaba a escucharlo. Continuaba corriendo, alejándose a las profundidades del bosque, de su bosque, del único lugar que ahora la hacía sentir segura. Pero... ¿Por qué el bosque no lo expulsaba? ¡No quería tener que enfrentarlo! ¡No todavía!

Summer logró alcanzarla, abrazándola con fuerza por la espalda, haciendo que su respiración acelerada chocara contra los salvajes cabellos de ella. Y la sintió inerte sobre sus brazos, laxa ante la caricia que dejó sobre su abdomen antes de dejarla ir. La obligó a voltear y vio en los ojos de ella palabras que querían escapar. Pero ella guardaría silencio, lo sabía.

Entierra todos tus secretos en mi piel
Vete lejos con tu inocencia
Y déjame con mis pecados
El aire que me rodea aún se siente como una jaula
El amor es solo un camuflaje
Que al final se asemeja a la rabia otra vez...

—No es lo que parece —susurró Summer, sintiendo que la perdía. Otra vez. Definitivamente—. Te amo... —dijo desesperado. Ella enfrentó sus ojos de otoño con los suyos, de verano.

Entonces si me amas, déjame ir —dijo Autumn con voz segura y los ojos brillantes—. Y vete lejos antes de que me entere.

—No... —gimió él, sintiendo como ella se escudaba en su mirada siempre firme e intensa— Te amo... Y tu me amas. Yo lo sé.

Mi corazón es muy oscuro para que me importe. No puedo destruír lo que no está ahí —continuó ella, destrozando con sus palabras todo lo que pudiera—. Así que déjame con mi destino. Si estoy sola no puedo odiar. No merezco tenerte... Mi sonrisa fue robada hace mucho tiempo. Si puedo cambiar espero nunca enterarme.

A pesar de toda la confusión plasmada en sus palabras, Summer pudo comprender el significado. Entendió que ella podía hacerse la tonta, pero no por demasiado tiempo. Y entendió que por eso ella había decidido simplemente marcharse, comenzando a cerrar cualquier entrada a su pedazo del bosque sin siquiera decir adiós. Autumn estaba cambiando, madurando, tratando de sanarse lo más lejos posible de todo y de todos. Incluyendo de él.

—Solo... Tratemos de ser amigos cuando estés mejor... —aceptó Summer, viendo como ella sonreía. Una sonrisa incluso más falsa que los químicos que usaban los humanos para hacer llover.

—Hasta siempre, Summer...

Summer sintió como una fuerza lo empujaba a través del bosque, arrojándolo directamente sobre el césped tibio de su lado de las estaciones. A su lado. Spring miraba el lugar del cual había salido con una sonrisa casi victoriosa. Siempre lo supo. Esas dos nunca iban a llevarse bien. Resignado, él se levantó y observó como el linde del bosque comenzaba a mutar, cerrando todas las posibles salidas o lugares en los cuales ellos siempre se encontraban. La tierra comenzó a quebrarse, separando al otoño de las demás estaciones.



—¡NO! —gritó Winter, viendo horrorizado como el río se dividía, una enorme pared de roca y árboles justo en medio de la corriente— ¡AUTUMN!

Pero ya era tarde, él lo sabía. Autumn perdonaba, pero no era tan fácil hacer que volviera a ser la misma que una vez fue. Se sintió estúpido, idiota por haber pensado que reteniéndola de esa baja manera a su lado podría asegurar su noble causa de amarla y adorarla incluso contra su voluntad. No... Autumn era demasiado indomable. Sobre todo para él.



Todavía presiono tus cartas contra mis labios
Y las guardo con cariño en partes de mi
Que saborean cada beso
No podría encarar la vida sin tu luz
Pero todo eso fue dejado atrás
Cuando te negaste a luchar...

Observó el caos que se alzaba a su alrededor. Los árboles contorsionados en extrañas y desiguales formas. La oscuridad que llenaba de pronto cada esquina, cada vuelta entre un arbusto y otro. La aspereza del césped que un día fue suave como el algodón en los pocos lugares en los que aún no desaparecía. Y en el centro de todo... La cabaña que ella y Summer habían construido. El recuerdo vivo de las cosas que habían hecho juntos incluso antes de ser algo más que amigos. Habían construido algo para ella, que dormía a la intemperie cada noche.

Summer siempre se había comportado como un príncipe azul...

Y ella siempre supo que los príncipes azules no existían. Y mucho menos para ella...

Entró en la cabaña y vio todos los retratos, las pinturas, las fotografías. Todo recuerdo junto a él. Y era hora de dejarlo ir.

Autumn se encaminó hacia un pequeño arcón del cual sacó un fajo de cartas atadas con un lazo. las pegó contra su pecho con fuerza, como si tratara de dejarlas allí para siempre y, mientras la primera lágrima se escapaba de su rostro, ella gritó. Y su grito atrajo a las raíces, que se alzaron alrededor de la cabaña, rompiendo y apretando como si fuesen serpientes que asfixian a su presa. Y Autumn se permitió llorar en medio de la destrucción, porque ya no quería hacer nada más hasta que los recuerdos desaparecieran por completo. Aunque ella sabía que los recuerdos jamás se iban...

Entonces ahórrate el esfuerzo, no te escucharé
Pienso que lo dejé muy claro
Tú no pudiste odiar lo suficiente como para amar
¿Se supone que fue suficiente?
Solo desearía que no fueras mi amigo
Entonces te podría lastimar al final
Nunca dije que fuera un santo...
Mi ser se desvaneció hace mucho tiempo...
Tuve que abandonar toda esperanza para dejarte marchar



Abrió los ojos sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones, sentándose de golpe sobre la cama y llevándose ambas manos al pecho mientras su acelerado corazón golpeaba contra las costillas. Todo le daba vueltas, una gran confusión estaba ahora instalada en su mente, su cuerpo se quejaba a cada movimiento, incluso ante el más pequeño, como si estuviera demasiado cansado y harto de mantenerse en la misma posición. Ella se llevó las manos al rostro y suspiró, tratando de controlarse, tratando de recordar aunque fuese quién era ella.

—¡Edén! —gritó una voz que le sonó familiar, demasiado familiar para su gusto.

Levantó la mirada y encontró a una joven de ojos tan verdes como las hojas de los árboles en verano acercándose a ella, con una enorme sonrisa y los brazos abiertos para apretarla contra su pecho. Y cuando esa joven la abrazó, no pudo evitar sentir que algo estaba realmente mal.

—¿Mabel...? —inquirió, el nombre llegando a sus labios incluso antes de poder contenerlo.

La joven se alejó del abrazo y observó a su amiga. Estaba tan alta y delgada, con el cabello tan largo y facciones tan afiladas y demacradas. No era la misma que una vez había sido, era como ver a otra persona. Incluso su mirada era distinta, más madura, más triste que antes de...

—Vas a recuperarte, ya verás... —susurró, sabiendo que probablemente ella no tenía idea que en realidad hablaba de una herida que no era física.

—¿Dónde está? —susurró Edén, haciendo que su amiga se tensara— Mabel, ¿dónde está Summer?

Edén observó fijamente la expresión contrariada de su amiga, sintiendo un nudo en el estómago por culpa de la confusión. Tuvo que obligarse a sí misma a hacer memoria, pero solo podía recordar momentos precisos. Una sonrisa, una puesta de sol, un árbol, una colina y... Él.

—Edén, tengo que hablar contigo —dijo Mabel, sabiendo que ahora que ella estaba despierta, esa charla no podía esperar.

Entonces destrozate tú misma contra tus piedras
Y escupe tu compasión en mi alma
Tú nunca necesitaste ninguna ayuda
Me vendiste para salvarte a ti misma
No escucharé tu vergüenza
Huiste lejos, eres la misma de siempre
Los ángeles mienten para mantener el control
Mi amor fue castigado hace mucho tiempo
Si todavía te importa... No me lo dejes saber


Fin de Autumn & Summer


P.S: Anthe... ODIAME.

sábado, 20 de octubre de 2012

Hipocresía


Despertó sobresaltada. Un fuerte dolor recorrió toda su cabeza y un grito ahogado, casi mudo escapó de sus labios. Apretó los ojos intentado ver algo más allá de las lágrimas que emborronaban sus mejillas, tratando con todas sus fuerzas de mantener el miedo lo más lejos posible de sus entrañas. Pero era difícil. Sentía que el aire le faltaba, sentía como si una gran mano enorme estuviera apresando su corazón, apretando con fuerza hasta el punto de muerte.

Salió de un salto de la cama, cayendo de rodillas al suelo. Se levantó, secó las lágrimas que corrían por sus mejillas casi con rabia, lastimándose con la aspereza de su mano antaño suave y cálida. Abrió los ojos, enfocando la vista en la madera ennegrecida por el barro y el paso del tiempo. Se levantó suavemente, sin prisas, manteniendo la estabilidad. Se irguió todo lo alta que era -lo cual no era mucho- y caminó fuera de ese pequeño cuarto que le hacía de habitación.

El frio aire de la madrugada le arañó las mejillas y la piel desnuda de los brazos, haciéndola estremecer. Volvió sobre sus pasos, tomó la vieja cazadora que había visto tiempos mejores y se la puso con movimientos torpes, casi desvalidos. Tomó los cigarrillos y los metió en su bolsillo, acomodó su arma al cinto y salió de nuevo del cuarto, dejando atrás las barracas.

Todo permanecía en sepulcral silencio. Los árboles no eran mecidos por la brisa, las estrellas no tintineaban como cascabeles o como copas chocando en un brindis. Ni un alma estaba presenta a esas horas y ella lo sabía bien. Desde que todo aquello comenzara, solo noches en solitario y eternos días negando al pasado tenía. Aunque jamás lo admitiría delante de sus compañeras, tampoco podía sentirse a gusto con ellas. Incluso compartiendo el mismo espacio con esas mujeres que lo habían perdido todo, al igual que ella, podía saciar su ansia de compañía. Se sentía sola y tener sentimientos de esa magnitud, la abrumaban sobremanera.

Encendió un cigarrillo mientras se sentaba contra el tronco de un árbol, suspirando. De nada servía el tratar de recordar algo que no quería. Tampoco admitiría jamás que estaba aterrada de descubrir algo que no le gustara. Tenía miedo. Pero en su afán de no acordarse, estaba enferma de recuerdos y pesadillas. Cada noche, cada día, ilusiones quiméricas se aparecían. Y una voz. Una voz que cerraba una puerta y la dejaba atrás, a su suerte, temiendo por su vida.

Apoyó su mano en el suelo y sintió algo sus dedos. Dirigió su agotada vista hacia allí y vio, doblado de manera desigual, un papel manchado con barro y algo más. Lo tomó y lo abrió, curiosa, manteniendo el cigarrillo en los labios. Una fotografía cayó sobre su regazo, de cara a sus muslos cubiertos por la tela del pantalón que también había visto tiempos mejores. Tomó la fotografía y en ella vio a una hermosa mujer, su cintura siendo rodeada por los brazos fuertes de un hombre de grises ojos de tormenta. Un grito quiso escapar de sus labios, una lágrima rodó por su mejilla. Sin ser realmente consciente de ello, comenzó a leer.

Querida Laurine:

Te extraño demasiado y apenas he comenzado con esto. No sé si podré soportar tanto tiempo lejos de tus brazos, de tus besos, de tus caricias y de tu voz. Te necesito, pero eres lo que me da fuerzas para poder estar en este horrible lugar cerca de... Ella.

Al principio pensé que era una coincidencia, un alcance de apellidos. Pero al llegar la vi.

Traté de ser todo lo indiferente que pude, pues sé que ella no me recuerda. Aunque debo decir que es complicado, cada noche la escucho gritar y me tiene con el alma en un hilo. Quisiera matarla para terminar con su estúpido sufrimiento, pero no me mancharé las manos con su sangre. Te lo prometí. Te prometí que si la encontraba, iba a ser todo lo delicado posible con ella. Trataré de hacerlo. Por ti. Porque te amo.

Prometo que pronto terminaré mi compromiso con ella, prometo que pronto seré exclusivamente tuyo. Y cuando regrese, diré a quienes la buscan que he encontrado su cadaver en algún lugar. No la buscarán. Además y de todas maneras, creo que ella planea acabar con su vida. Me da lástima...

Vanessa no quiso seguir leyendo, un nudo se había formado en su garganta y una lágrima pujaba por escapar de nuevo, fugitiva, para rodar por su mejilla. Dobló el papel casi con saña, apretando los dientes y casi siendo capaz de escuchar el sonido de su corazón al romperse en miles de pedacitos que jamás volverían a estar juntos. No se permitió llorar.

Pasó unos minutos más antes de levantarse, guardar la nota y la fotografía en su bolsillo, encender un nuevo cigarrillo y comenzar a caminar en dirección a las barracas masculinas, donde solo cinco hombres dormían. O eso se suponía. Porque cuando pasó junto al campo de tiro vio a cuatro de ellos allí, jugando cartas y riendo de manera silenciosa. Los saludó con una inclinación de cabeza al pasar junto a ellos y continuó con su camino, más tranquila y segura al saber que no tendría que expulsar a nadie de su litera. Llegó frente a la puerta, la luz estaba encendida. Alzó su mano para abrirla y se congeló. Escuchó voces. Específicamente la voz de Francesco y la de Drake. Discutían.

—¡Eres un maldito bastardo, Christopher Drake! ¡Un verdadero cabrón hijo de puta! —los gritos de Francesco seguramente podían escucharse por todo el lugar. Vanessa contuvo el aliento— ¡De haber sabido todo esto, jamás te hubiera dicho que vinieras! ¡Jamás hubiera pedido tu cambio de escuadrón para que estuvieras con ella!

—Tú no lo entiendes, Henrietta —la voz de Drake llegaba a sus oídos casi como un susurro. Vanessa aguzó el oído todo lo que pudo—. Yo perdí las esperanzas con ella, ahora solo estoy siguiendo su concejo, el que una vez me dio. Seguir con mi vida.

—Admítelo, Drake —siseó Henrietta, Vanessa imaginó la expresión molesta de la mujer—. ¿Amaste alguna ves a Vanessa?

—Yo aún la amo —dijo él, Vanessa no lo sintió seguro de sus palabras.

—¡Claro! ¡Y como la amas tanto, no dejas pasar ni una semana para buscarte otra mujer! —Vanessa apretó los ojos y los puños, el cigarrillo siendo destrozado en su mano— Porque sí, Drake. Averigüe que estás con esta tal "Laurine" desde hace casi dos meses. Mismo tiempo en el que Vanessa desapareció de la faz de la tierra. Por lo menos para ti, porque cuando yo la encontré y aunque ella no lo recuerda, repetía tu nombre como si el mundo se fuera a acabar. ¡Jamás amaste a Vanessa! Y probablemente nunca ames a nadie. Ni a esa mujer con la que estás ahora...

Ese fue el momento en que decidió interrumpir. Vanessa cuadró los hombros, encendió un nuevo cigarrillo y entró en la barraca con paso decidido, dejando atónitos a ambos participantes de la discusión. Henrietta tenía entre sus manos un enorme folio negro que desbordaba papeles. Drake la miraba como si estuviera viendo a un fantasma. Otra vez.

—Hubieras tenido los huevos de decírmelo —dijo con voz neutra Vanessa, sacando la nota y la fotografía del bolsillo y arrojándolas al suelo, a los pies de Christopher—. Toma tus cosas y lárgate antes de que me arrepienta de dejarte ir con vida, hipócrita. Te conviene tenerme muerta, ¿no? Después de todo, querías terminar conmigo. Por eso viniste.

—Nes... Yo no... —tartamudeó él, tratando de excusarse.

—Solo mis amigos pueden llamarme Ness, Drake —cortó tajante la Capitana, mirándolo altiva—. Me encargaré de que nadie jamás vuelva a aceptarte en un escuadrón, así tenga que venderme lo haré, lo prometo. No volverás a tomar un arma en tu vida y también me aseguraré de que seas el hombre más miserable de este mundo. Porque lo mereces —a continuación, Vanessa se quitó el anillo que se negaba a quitar y lo arrojó al suelo, sobre la fotografía y a los pies de Drake—. Sé feliz, Drake. Terminamos. Ahora largo antes que le envíe tu cuerpo a esa... Mujer en una bolsa.

Sin decir más, Vanessa salió de la barraca seguida muy de cerca por Henrietta. Una hora después, Drake abandonó esa antigua base sin arma, sin munición y sin nada que le protegiera pues por encargo de Francesco, ningún soldado lo dejó ir con algo que le sirviera de defensa por si se encontraba en un apuro.

Christopher Drake jamás volvió a saber de Vanessa.

Vanessa Aimé De Lellis comenzó de nuevo, tratando de sanarse.

Henrietta Francesco decidió alejar a los hipócritas de su amiga y no volver a dejar que nadie más se le acercara sin antes haberlo investigado a fondo.

viernes, 19 de octubre de 2012

Paso en Falso



Dos pasos adelante, uno en retroceso. Él observó como la silueta en forma de sombra casi danzaba a su alrededor, sintiendo como la fría neblina comenzaba a ascender desde el pavimento húmedo por sus piernas, como si la misma cortina vaporosa tuviera forma de manos invisibles que se aferraban a sus pantorrillas, tirando sus extremidades y entorpeciendo sus pasos.

Las luces ambarinas de los focos en la avenida titilaban de manera constante, dejando un eco de luz residual en el ambiente. Ella parecía reír ante el efecto que todo provocaba en la escena, sintiendo en su paladar el sabor del miedo y la insensatez cubriendo la piel de él y extendiéndose por el aire hasta ella, para poder saborearlo dentro de su boca.

—Ya te perdí el miedo —susurró ella con una voz frágil, casi quebrada mientras escapaba de las sombras y de la neblina para acariciar con una larga uña la espalda de él, que dio un respingo de susto antes de voltearse a mirarla—. Temo decirte que perdí esas insoportables emociones hace mucho, muchísimo tiempo…

—Pero aún pareces un pequeño animal asustado —en su voz él logró plasmar un timbre de amarga diversión, mientras que ella arrugaba el entrecejo ante el comentario—. No has cambiado lo más mínimo, Charlotte.

Ella retrocedió un paso, sus largos cabellos negros atados en una cola de caballo siendo mecidos por la ventisca huracanada que su rápido movimiento acababa de crear. Él, ya más seguro de sí mismo al ver esa reacción en la muchacha, se perdió en la mirada angustiada de congelados ojos celestes como el cielo de invierno de ella, recordando lo dulce que era la piel de la joven al contacto con su lengua. Y deseó muy fervientemente que el juego comenzara otra vez.

—Y tú continúas siendo un cerdo, Abraxas —ronroneó ella, fundiéndose con las sombras otra vez—. Tu mirada y tu sonrisa continúan siendo lo más desagradable que pueda verse en los alrededores.

— ¿Debo estar agradecido con aquel cumplido, pequeña musa? —inquirió él, comenzando a caminar entre la neblina que de pronto comenzaba a desaparecer, debilitándose— ¿O acaso debo tomarlo como una ofensa que viene de unos labios poco venenosos?

Abraxas continuó marcando un pausado recorrido, sus pasos resonando en el concreto húmedo. Buscó con sus ojos como la obsidiana entre la oscuridad, su ceniciento y largo cabello contrastando con la tonalidad grisácea, casi enferma de su piel. Se sabía observado desde algún punto en la penumbra que generaban las luces ambarinas de la avenida, una mirada afilada desde los innumerables callejones sin salida de aquella calle principal.

Y mientras ella observaba con ojo clínico cada paso que ese ser daba en los dominios de su mente, recordó que ahora poseía el poder y la voluntad suficiente para hacer lo que fuese. Recordó también que ese era su mundo y aquel era su juego esta vez. No había posibilidad alguna que perdiera.

—Quiero que juguemos un juego, Abraxas —sonrió Charlotte saliendo de la penumbra y la neblina, dejando una estela vaporosa de humo danzarín a su espalda. Abraxas enfrentó su mirar oscuro con el claro de ella, sonriendo—. Y sé que este juego mío te gustará tanto como te gustan los tuyos.

Ansioso, él acortó la distancia hacia ella, sus pasos ahora haciendo eco ahogado en el amplio paraje que se extendía ante ellos. Podía escuchar el sonido de las olas romper contra el acantilado, sobre su cabeza el cielo oscuro, la noche cerrada como boca de lobo le saludó con un frío “hola”. Charlotte volvió a alejarse un paso de él, sintiendo asco de su cercanía y del, de pronto dulce aroma que destilaba por cada poro de la grisácea piel de él. Perdió su mirada en el océano oscuro, con la neblina comenzando a extenderse desde mar adentro hasta la costa como los tentáculos de un enorme ser abisal que extiende sus dedos hacia la pureza de las damas que le esperan atadas de manos y piernas en los árboles.

—Me impacienta tanto suspenso… —sonrió él, relamiendo la comisura de sus labios con una larga lengua puntiaguda.

—La playa… —señaló la joven con un pálido dedo hacia la costa, sin mirarlo a él— Está cubierta por un campo minado desde hace muchos años. Quiero que corramos allí.

—Eso suena sencillo —se complació Abraxas con un ronroneo, sin dejar de sonreír—. Supongo que no estoy en desventaja, eso sería muy deshonroso de tu parte, pequeña musa.

—Tan desagradable e insolente como siempre —murmuró ella, asqueada ante el tono de voz de él y ante el insulto implícito en sus palabras—. Pero no, no conozco la disposición de las minas ni la magnitud de su poder. Ambos podemos arriesgarnos de la misma forma.

—Eso me parece muy justo —asintió él, ahora con verdadera emoción corriendo junto a la ennegrecida sangre de sus venas—. ¿Cuáles son las reglas?

Aquel era el momento que tanto había esperado. La joven observó a su contrincante con un brillo profundo y particular en sus ojos, mirándolo casi con superioridad antes de acercarse al borde del acantilado con paso seguro, sintiendo el viento frio y afilado cortar la piel de sus mejillas y de sus extremidades desnudas.

—La única regla es… Que gane el mejor —dijo la muchacha, sonriendo casi como una niña que prepara una jugarreta—. Quien recorra los treinta kilómetros de campo minado y llegue vivo al final será el vencedor. Todo está permitido en este juego menos la ayuda de terceros. Aquel que sobreviva debe hacerlo solo.

Si hubiese podido, la sangre en las venas de Abraxas se habría congelado. El hombre sintió como su corazón se detenía dentro de su pecho por una fracción de segundo, antes de comenzar a martillear con más fuerza en el interior de su caja torácica. Un juego emocionante sin lugar a dudas, nada menos que lo que esperaba de ella, la persona más competitiva que conocía en muchísimos años. Y sabía que tal como ella odiaba perder también odiaba la deshonra, por lo que no debía cuidar su espalda de un ataque sorpresa que no fuera de ella. Charlotte estaba floreciendo de la mejor manera, tal y como lo había planeado.

— ¿Cuándo comenzamos? —sonrió él, apretando los puños para no saltar contra ella, tragándose la tentación de destazar esa pálida piel.

—Ahora —anunció ella dándole la espalda y saltando desde la gran altura que representaba el acantilado hasta la arena.

Por un momento él había olvidado que ella era tan impaciente como veloz, por lo que tardó dos segundos completos en dar los pasos necesarios para estar al borde del acantilado y lanzarse en picado hacia abajo, tras el cuerpo de ella que estaba pronto a tocar la arena. Y desde su posición a unos metros de ella pudo ver como una ventisca se alzaba alrededor de ambos, ascendiendo desde la arena como un tornado y ellos mismos siendo envueltos en su caída en el ojo del huracán.

A unos metros del suelo ella alzó los brazos y dobló las rodillas, su cabello una mata enmarañada revuelta que golpeaba su rostro en el descenso. La arena saltó a su alrededor, formando un cráter en el ojo de la tempestad cuando sus pies tocaron el inestable suelo y con el mismo impulso de la caída saltó hacia afuera en línea recta, usando sus brazos en forma de escudo frente a su rostro y atravesando la cortina de arena y viento avasallador. Tras ella pudo escuchar un sonido ensordecedor similar al de una explosión, lo que la alertó de la cercanía de su contrincante.

Debido a su peso, Abraxas quedó con la mitad del cuerpo sepultado en la arena por lo que, utilizando la fuerza de sus brazos como soporte se empujó hacia arriba, escapando de la trampa de arena y observando como el viento a su alrededor soplaba con más fuerza. Sonriendo él solo comenzó a caminar, atravesando el muro de arena y viento casi como si atravesara una cortina de tela enmohecida. A lo lejos pudo ver una detonación y el cuerpo de la pequeña e ingenua musa saliendo despedido por los aires. Sin dudarlo, comenzó a correr en la misma dirección, siguiendo los mismos pasos y la misma suerte de ella.

Cuando cayó al suelo, Charlotte escuchó un tercer estruendo ensordecedor. Volteó un segundo su mirada hacia atrás mientras se levantaba, observando como el fuego y la arena se levantaban, lanzando esquirlas de acero en todas direcciones. Cuadró los hombros, enderezó rápidamente su codo dislocado y arrancó un trozo de acero caliente que se había incrustado en su pantorrilla antes de comenzar a correr otra vez. Había tenido razón en su teoría, las minas no mantenían la sensibilidad de antaño y ella, con su menudo cuerpo, solo debía ser un poco más precavida. Abraxas se quedaría atrás o, con un poco de suerte, explotaría en mil pedazos. Aunque eso último era pedir demasiado.

Con un grito de rabia él se levantó del suelo, lo blanco de sus ojos ahora refulgiendo como el acero líquido en su punto de moldeado. La chiquilla había sido astuta y a su vez él había sido estúpido. Abraxas se relamió los labios con deseo, con lujuria, pensando en las mil y una maneras de arrancar la piel y los órganos de la muchacha una vez la tuviera a su merced, entre la arena y su cuerpo. Sin más comenzó a correr sobre la arena a una velocidad tan vertiginosa que sus pies apenas tocaban el suelo, acortando la distancia con ella de una manera depredadora y peligrosa.

Pocos segundos tuvieron que pasar para que ella notara que las explosiones de las minas de pronto ya no se escuchaban. Solo dos explosiones y todo había quedado reducido a una persecución. Su piel no era tan dura como la de él, ahora se encontraba en desventaja si es que la alcanzaba. Ralentizó un poco su carrera, acumulando energía mientras aguzaba el oído y cerraba los ojos, sintiendo en la planta de sus pies desnudos las vibraciones bajo el peso de su cuerpo. Pero la arena era inestable, las pulsaciones cambiaban su intensidad a cada paso que daba. Abriendo los ojos decidió que no le quedaba más que ser lo que una vez fue: Un animal.

Casi la tenía, podía sentir la sangre caliente corriendo por sus manos y barbilla, la carne suave abriéndose paso por su garganta. Los ojos fijos en ella, que había bajado la velocidad de su carrera. Un paso más cerca y pudo sentir en su lengua el sabor de la adrenalina que expelía el cuerpo de ella en cada gota de sudor. Otro paso y la distancia era casi inexistente a pesar de los más de veinte metros que los separaban. Una nueva y larga zancada mientras extendía su brazo, su mano en forma de garra a punto de poder sentir la sangre caliente, dulce y deliciosa tan cerca de él.

Ella volteó justo a tiempo, sus ojos brillando intensamente, la palabra desafío implícita en cada movimiento de su cuerpo, en cada centímetro de su rostro. Encontró su mirada con la de él, celeste y amarillo contra rojo y negro. Alzó sus manos y tomó el brazo de él, que se extendía hacia ella y saltó, sus pies ahora sobre los hombros de él, usando sus músculos como suelo estable para su cuerpo. Podía sentir cada movimiento en cadena de los músculos, todos trabajando en conjunto. Con una sonrisa la energía viajó a todo su cuerpo, de pronto una capa protectora que resplandecía casi de color rosa en la noche oscura y cerrada.

Podía sentir la presión sobre sus hombros, hundiendo sus pasos en la inestable superficie, más peso para las sensibles minas que les rodeaban. Alzó sus manos por sobre su cabeza, alcanzando los hombros de ella y arrojándola lejos, sus miradas encontrándose nuevamente en una milésima de segundo que se hizo eterno para ambos. Y con sorpresa él pudo ver como el cuerpo de ella mutaba y brillaba, de pronto más grande pero notoriamente aún ligera y ágil.

Cayó de pie sobre el suelo, una mina explotando cuando su cuerpo estuvo con todo el peso sobre el artefacto. Mala suerte. La explosión no se hizo esperar y ella apenas alcanzó a dar un poderoso salto que la elevó varios metros en el aire, incluso más allá de su propio poder gracias a la potencia avasalladora de la explosión. Una esquirla de acero hirviente se clavó en su hombro. La arrancó en su descenso.

Salió aún con el paso constante de su carrera por entre las lenguas de fuego que parecían esquivarlo, como si él mismo fuera más caliente que las llamas del infierno. A lo lejos pudo ver el final de la costa, un nuevo acantilado alzándose majestuoso frente a sus ojos mientras la puesta de luna no se hacía esperar a su izquierda, anunciando las pocas horas que faltaban para la mañana. Podía sentir la victoria en sus manos, ni un solo rasguño sobre su piel tan dura como el granito. Y de pronto, en menos tiempo de lo que toma un suspiro, su rostro estaba enterrado en la arena y un fuerte dolor congelante atravesaba toda su columna vertebral.

Charlotte cayó sobre él, sus manos ahora en forma de afiladas garras de hielo atravesando el cuerpo caliente bajo ella. Sin esperar más tiempo saltó de su lugar y siguió corriendo sin mirar atrás, no podía darse el lujo de perder. Con un poco de suerte, Abraxas no se levantaría en muy buenas condiciones pero, por otro lado, su ira no tendría rival cuando se diera cuenta de la causa final de ese ataque.

Un gruñido gutural, casi animal salió de lo más profundo de su garganta mientras alzaba la vista, levantándose dificultosamente de la inestable superficie. Podía escuchar más minas explotando a su alrededor, de pronto todas activadas al mismo tiempo. Alzó su vista al cielo antes de observar en todas direcciones, notando como las estalactitas de hielo caían sin fin desde arriba, haciendo explotar las minas y congelando rápidamente todo a su paso.

—Mierda —maldijo por lo alto, casi en un grito cuando llegó al pie del acantilado.

Podía escuchar las explosiones a su espalda, no muy lejos. La arena caía sobre su cuerpo casi como una fina lluvia y se preguntó cuantos segundos tendría antes que él encontrara la forma de escapar de su trampa y la alcanzara. Miró hacia arriba, apretando los puños. Ni su mejor salto lograría acercarla a la cima del acantilado, pero no perdía nada con intentar. Retrocedió unos metros, las garras de hielo haciéndose presente en sus manos de nuevo y aceleró, cerrando los ojos cuando en el último paso reunió toda la fuerza en su pierna derecha, saltando con todo lo que tenía y como jamás había saltado.

Con un nuevo grito, su cuerpo se encendió en llamas. El fuego saliendo de su cuerpo de un fuerte color rojo, la base de las llamas pegadas a su piel de un amarillo tan brillante como el sol. Extendió el fuego a su alrededor como una explosión de químicos y sonido, tan poderosa como para dejar inerte el cuerpo de cualquier humano que estuviera lo suficientemente cerca. Pudo imaginar los oídos reventados de un par de seres inferiores, tan patéticos y débiles como solo ellos podían ser. La espalda le molestaba, sentía frio, pero no era nada de lo que su fuego no pudiese encargarse.

—Pequeña rata astuta —susurró sonriendo, observando como ella daba un largo paso antes de saltar, toda la fuerza marcando los músculos de sus piernas.

Se aferró enterrando las garras congeladas de sus manos en la roca, comenzando la escalada. Apoyó sus pies desnudos en las salientes imperfectas del acantilado, impulsándose cada vez más hacia arriba con toda la fuerza que había guardado durante la carrera. Había esperado más ataques de Abraxas hacia ella, y gracias a que eso no había sucedido ahora podía tener aunque fuese una oportunidad de ganar. Debía ganar, solo así podría recuperar su honor y parte de lo que una vez había sido.

Mientras corría hacia la base del acantilado el fuego se dirigió hacia su espalda, creando un par de alas de fuego de un color rojo tan brillante que iluminaron toda la playa con su resplandor ígneo. Alzó el vuelo relamiéndose los labios, acortando la distancia con ella de manera vertiginosa, extendiendo una de sus manos en dirección a su pequeño conejillo de indias.

Giró el rostro hacia él, sorprendida. Pudo sentir como las manos ardientes se aferraban a su cintura, apartándola con fuerza de la roca. Y por mucho que se aferró con sus garras congeladas, un gran trozo de piedra salió despedida con ella hacia atrás, cayendo de manera precipitada entre los escombros que pudo llevarse consigo en un intento desesperado por no caer.

Ya casi había llegado, la cima del acantilado estaba solo a un par de metros, podía volver a sentir el sabor de la victoria inundando su boca, podía volver a sentir la sangre bañándolo y el corazón muerto de ella en su boca, luchando por latir y no morir en sus fauces. Solo unos pocos metros más y ella sería por fin suya.

Cayó sobre la arena creando un nuevo cráter, al igual como lo había dejado en su primer descenso. Cubrió su cabeza con las manos y una cúpula de hielo se alzó a su alrededor, protegiéndola de la lluvia de escombros que caía sobre ella. Y una vez se sintió a salvo, alzó la vista solo para ver como él estaba ya en la mitad del recorrido hacia la cima. Tenía que pensar en algo lo suficientemente bueno, y tenía que ser ya.

— ¡ABRAXAS! —gritó ella, llamando la atención del aludido.

Él volteó la vista hacia ella, sorprendido. Charlotte volvía a ascender hacia la cima del acantilado, siguiendo sus pasos. A cada salto que ella daba en el aire una plataforma de hielo se formaba saliendo de la roca, haciéndole de soporte para impulsar su vuelo sin alas ni viento. Con una sonrisa macabra él reunió poder en una de sus manos, golpeando a continuación las salientes del acantilado y creando así más rocas que se precipitaron hacia ella, que ascendía rápidamente acortando terreno.

Charlotte intensificó el poder de sus manos y continuó su ascenso a saltos, cortando las rocas que caían en su dirección con sus afiladas garras de hielo. Estaba a punto de alcanzarlo, solo un poco más y todo habría acabado, no podía rendirse por lo que, luego de golpear el último trozo de escombros que se dirigía a ella, imitó a su contrincante, golpeando el acantilado antes de volver a saltar sobre una nueva superficie de hielo, su corazón latiendo a mil por segundo.

Giró su mirada hacia el acantilado solo para ver como un pilar de hielo se extendía desde la roca hacia él, golpeándolo en el hombro izquierdo. Salió despedido, perdiendo la estabilidad de su vuelo mientras veía como ella alcanzaba su altura rápidamente, impulsándose cada vez con más fuerza hacia la cima, protegida por escudos de hielo que danzaban a su alrededor, protegiéndola de cualquier ataque físico.

Un calor abrazador la envolvió, derritiendo su frágil defensa de hielo así como también los pilares de hielo que le hacían de suelo en su ascenso. En un rápido vistazo mientras escapaba de las lenguas de fuego pudo ver a Abraxas que se aproximaba rápidamente hacia ella envuelto en un escudo ígneo que encendía incluso las rocas del acantilado.

Quedaron ascendiendo hombro con hombro. Él intensificando el fuego para derretirla de una vez, ella usando sus últimas energías para protegerse del calor abrazador. En la distancia, lo único que pudo vislumbrarse fue una explosión de rojo y celeste mientras el acantilado se derrumbaba, los pesados escombros que salían despedidos en todas direcciones activando las minas al caer sobre la costa, creando un campo infernal de fuego, arena y acero caliente.

10 Cosas Que No Sabían Sobre Mi

A ver, comencemos con la entrada de hoy.

Sí, damas y caballeros, hoy no les traigo ninguna historia / cuento / lo-que-sea. Hoy les traigo un poco más sobre mi. Así como he hecho "30 Días - 30 Rolas" y varias entradas en las que casi he vomitado sin ningún decoro lo que siento, esta vez no será la excepción. No habrá muchas palabras bonitas, seré yo en mi peor momento -dicen que es la mejor forma de conocer a las personas- junto a mis palabras y quizás un que otro insulto, aunque trataré de medirme, en serio.

Muchas personas que siguen este Blog no me conocen, unas pocas sí. Esto va para quien quiera leerlo, así que son bienvenidos a leer si quieren y si no váyanse al carajo, pues no leen.

Sin más preámbulo, comencemos con esta primera lista de:

10 Cosas que no sabían sobre mí

-Número 10: Soy asidua fanática de Camilo Sesto.

Sí, leyeron bien, dije CAMILO SESTO.

La verdad es que desde que logro recordar cosas de manera coherente, el recuerdo más vívido que tengo es el de los domingos. Despertar con una agradable voz que no es tan agradable debido a los decibelios que alcanzaba a las seis de la mañana en, reitero, UN DOMINGO no es algo que se pueda olvidar. Mi santa madre tenía -y aún tiene, hasta donde sé- la mala costumbre de levantarse de madrugada, poner música y despertar a todo ser vivo o muerto que le rodea con la voz de este hombre. Al final resultó que con el paso del tiempo comencé a aprenderme la letra de estas canciones y, después de mucho tiempo -y muchos dolores de cabeza por despertar así-, terminé siendo fanática de este hombre.

En fin, son cosas del fútbol y de las madres desquiciadas como la mía.

-Número 9: Le tengo TERROR a las arañas / escorpiones / zancudos / etc.

Si gente, le tengo TERROR, PÁNICO, MIEDO, etcétera, etcétera, etcétera a esas... Cosas. Todos los insectos que pican me dan miedo, pero sobre todos esos, las arañas se llevan el premio.

Recuerdo cuando era una pequeña dulce e inocente -sí, claro- que no mataba ni una mosca -eso sí es verdad-. Mi hermano mayor coleccionaba arañas en frascos, a saber porqué. Un buen día una de las susodichas se le escapó de su frasquito en mi habitación, trepó en mi cama y me picó en el pecho. Pasado el susto y un par de días después con fiebre, salía a jugar como si nada hubiera pasado. Cuando me encontré con una arañita pequeña e inofensiva... Y corrí de manera histérica a esconderme debajo de la cama. Y debajo de mi cama había -adivinen- ¡un frasco con mini escorpiones! Demasiado para mi pequeña y asustada cabeza. Ahora hasta a los zancudos los miro con desconfianza y aplico con ellos el lema de "matar o morir".

-Número 8: Me gusta descargar frustración golpeando puertas.

Okey, creo que esa fue demasiada sinceridad. ¡Pero que mierda!

No hay mucha explicación, prefiero romper una puerta a patadas, sillazos u otro tipo de golpes a ir y golpear al objeto de mi frustración. Duele como el demonio después, pero no tengo que arrepentirme de nada. Una puerta rota se recupera fácilmente, una demanda por agresión... Difícil.

-Número 7: Mi color favorito es el Amarillo.

Síp, aunque no lo crean o les cueste creerlo, es verdad.

Me encanta el amarillo, desde muy peque es mi color preferido. O sea, me gustan muchos colores, pero si me hacen decidir una y mil veces, es el amarillo. Mi flor favorita es amarilla, el sol es amarillo -me gusta el sol, aún a pesar de preferir el invierno- y en otoño las hojas se visten de amarillo y se ven bonitas. Por esta misma razón, tengo un par de prendas amarillas entre mi ropa -las cuales uso tarde mal y nunca pero con mucho orgullo-.

-Número 6: En mi próxima vida, me gustaría ser un lobo.

Creo que esto no es tan sorprendente tomando en cuenta la novela que estoy escribiendo, pero ahora por si les quedaban dudas, se los confirmo. No pregunten porqué, ni cómo lo decidí ni nada, porque sinceramente no tengo idea. Solo quiero ser un lobo, nada más.

-Número 5: Cuando era niña, tartamudeaba.

Así es. Aunque me avergüenza decirlo, hasta que cumplí los doce o trece años... Tartamudeaba.

Al principio no era notorio, por lo menos no es mi casa. Pero en la escuela... Oh, santa mierda. Quedaba la grande. No podía decir más de dos malditas palabras de corrido sin que me quedara una ensalada de sílabas sin terminar a medio camino entre mi boca y el oído de mi interlocutor. Una basura.

Lo que es peor. Cuando me pongo nerviosa, aún ahora, tartamudeo.

-Número 4: Cuando estoy nerviosa, me río.

A ver, este va especialmente aquí porque está relacionado con el de arriba.

Ya dije que cuando estoy nerviosa, tartamudeo. Bueno, no suficiente con eso, me río. ¡Sí! ¡Me río como una estúpida desquiciada! -aunque cada quien se ríe como puede-. Lo que es peor es que, mientras más me río, más me pongo nerviosa y más tartamudeo. ¿Ven la relación entre todo? Es un maldito círculo de mierda de nunca acabar. Una patada al hígado... Y a los riñones... Y a todo.

-Número 3: Pienso incoherencias la mayor parte del tiempo.

No es tan difícil de imaginar, supongo. Digo, por la cantidad de cosas que subo aquí.

En fin, no hay muchas explicaciones. Paso 23 de 24 horas pensando incoherencias -algunas útiles, la mayoría son una total plasta-, incluso cuando duermo pienso/sueño incoherencias. No que me moleste, pero por culpa de eso mi atención se ha tornado bastante frágil. Quienes hablan constantemente conmigo pueden asegurarlo, de pronto me quedo "pegada" con la vista sin mirar nada en realidad mientras en mi mente se forman un montón de letras que tratan de ser una idea pero que terminan dejando peor mi estado de atención. Me trabo, me tildo, como quieran llamarlo. Al final termino diciendo estupideces porque se me olvidó o no puedo ordenar lo suficiente mi mente para decir algo coherente.

Pensar tanta incoherencia -basura- junta no es sano, en serio, se los digo yo.

-Número 2: No entiendo las indirectas... Ni las directas.

Así, tal como suena. Soy la persona más despistada que se conoce. Mi empatía es tremenda, debo decir, pero a la hora que se trata de mí... ¡Que alguien los libre! Al parecer mi mente no capta esas cosas a la primera... Ni a la segunda... Ni a la décima. Tienen que básicamente explicarme las cosas con manzanitas para poder entenderlas y, aún así, me cuesta pillarlas del todo. Es asqueroso. Pueden estar hablando de mí casi a gritos sobre un tema "privado" y yo no me voy a enterar de nada. A saber porqué soy así, solo lo soy. Me molesta.

-Número 1: Cuando tengo miedo, me escondo debajo de la cama.

Me escondo debajo de la cama abrazando un peluche o almohada, me hago una bolita y tiemblo tratando de no gritar. Soy una cobarde de primera, así que esto pasa más seguido de lo que me gusta aceptar. Y no, la verdad no me da vergüenza admitir esto porque considero que no es tan anormal como parece -mentira cochina, no conozco a nadie de veintiún años que haga esto- porque al final, así es como soy. Para bien o para mal, soy cobarde. Entierro mis miedos debajo de la cama temblando como una niña de cinco años.

Creo que quedé así luego de salir de Narnia. A saber...

-w-

Y bueno, ese fue el "10 cosas que no sabían sobre mí" de... Hoy (?). La verdad es que me tardé todo el día escribiendo esta entrada y no me importa, era algo que necesitaba tiempo. Tampoco les voy a soltar cosas groseramente importantes a la primera, me da vergüenza, pero creo que con esto basta y sobra... De momento.

Consultas, dudas, sugerencias, comentarios, wherever, hacerlos por acá, por MSN o CaraLibro -los que me tengan agregados, invitados quedan a seguirme- o no sé. Más que un gasto un gusto, se cuidan, coman chocolate y no usen esto en mi contra jamás POR FAVOR.

Un beso~

viernes, 12 de octubre de 2012

Sonrisas


Era casi como un deja vu, pero por mucho que trataba, no podía recordar nada. La frustración se hacía presente dentro de su pecho, por lo que solo lloró para ver si así, si acaso, podía aclarar un poco sus arremolinados sentimientos.

Podía sentir los últimos rayos del sol de ese día sobre su piel. El primer día del otoño estaba comenzando y ella no podía disfrutarlo. ¿Cuántas veces le había sucedido eso? ¿Cuántas veces más tendría que suceder? Quería, necesitaba respuestas pero sabía no debía forzarlas. Porque según lo que había escuchado del susurro del arroyo y el murmullo de la brisa, una vez hecho podría desatar cosas horribles.

Y ahora que comenzaba a pensar por sí misma, librándose de las cadenas de hielo de Winter, no pensaba en equivocarse de nuevo.



Dirigió sus pasos hacia la dirección en la que se escuchaban los sollozos. Todas las alertas de su mente le gritaban que diera la vuelta y corriera lo más lejos posible de allí, pero no podía. Simplemente, algo dentro de él, una parte de sí que no se había roto había decidido de pronto cobrar vida propia y empujarlo en locos nuevos impulsos. Y no quería hacerlo. O tal vez sí. Siendo sincero con él mismo, no lo sabía.

Pudo verla sentada sobre la colina que antaño solían visitar cada día en el que se les permitía estar juntos. Un día completo para tenerla entre sus brazos. Ella tenía el cabello más largo que la última vez en la que la vio, estaba más pálida también y se veía incluso más pequeña y desvalida que antes. Su ropa continuaba siendo del color de las hojas de los árboles en otoño, marrones y amarillas. Se veía incluso como una niña, una adorable niña grande.

El césped de brillante color verde contrastaba con su piel y los colores de su ropa, haciendo de señalética para quien estuviera lo suficientemente cerca en esa noche cerrada. Ella levantó la mirada y él pudo ver esos ojos que tanto le gustaban luchando por contener las lágrimas. Sin poder ni querer evitarlo, se acercó a ella con paso lento, dubitativo.

—¿Estás bien, Autumn? —susurró, sentándose frente a ella, buscando alguna señal que mostrara daño en su cuerpo. Ella tembló ante la cercanía de él, pudo notar.

—¿Quién... Eres...? —escapó como pregunta entrecortada de los labios de ella, que temblaban ante el frio glacial de la noche cambiante.

Él sintió como su corazón se detenía. Se veía tan pequeña y asustada, tan triste y desolada que un impulso escapó desde su destrozado corazón hacia sus brazos cubiertos por la gabardina verde oscuro que le cubría del frio. Se estiró despacio, lentamente para no asustarla y la abrazó, suavemente y sin prisas, acariciando los brazos desnudos de ella, pegándola a su pecho para que pudiera ser capaz de escuchar los latidos de su errático corazón.

—Me llamo Summer... Y soy tu amigo —fue capaz de decir, conteniendo el tono de su voz y superando el nudo que se formaba en su garganta.

Summer pudo sentir como Autumn se pegaba más a él, buscando su calor y su protección. Y él se lo concedió, su destrozado corazón lo necesitaba. Tal vez no fueran más que eso, amigos de ahí en adelante, pero eso era mucho mejor que vivir el resto de sus interminables días pensando en la herida abierta y expuesta que había en su pecho. Una herida que ahora, al parecer, tenía una posibilidad de sanar.



La noche dio paso a un amanecer cálido, agradable. Summer y Autumn estaban tendidos sobre la hierba, abrazados, casi sonriendo y suspirando. Los sueños son agradables mientras duran, por eso son sueños. Y por eso al parecer decidieron despertar al mismo tiempo, quedando los ojos de uno fijos en los del otro. Summer hizo ademán de levantarse, pero Autumn tomó el rostro de él entre sus manos y sonrió, una sonrisa cálida, verdadera, sincera y hermosa. El tiempo se les esfumó de las manos al perderse en la mirada del otro, en la sonrisa del otro...

Sonrisas como el atardecer que de pronto los había dejado sin tiempo para decirse nada más.

jueves, 11 de octubre de 2012

Nadie está solo


Estaba hasta las mismas narices de toda esa perorata sin sentido que estaba siendo obligada a escuchar. Solo quería que el día terminara para poder irse a su incómoda cama, tratar de dormir un par de horas, despertar con pesadillas y luego comenzar su día tres horas antes que las demás -a las tres de la mañana- con un cigarrillo y mirando las estrellas. Pero no, ahí la tenían, casi secuestrada contra su voluntad. Estaba comenzando a perder la paciencia.

—¿Ness? ¿Me estás escuchando? —inquirió una mujer alta, por lo menos diez años mayor que ella, con unos profundos ojos ébanos y unos brazos que daban miedo.

—¿Sinceramente? —Vanessa alzó una ceja, dándole otra calada al cigarrillo— No estoy escuchando nada de lo que dices desde hace... —miró su reloj, calculando— Treinta minutos, aprox.

—¡Serás imbécil! —la mujer alzó las manos, fastidiada. Las mujeres que cerraban el círculo suspiraron, cansadas— Ness, tú no eras así...

—No vuelvas a decirme Ness, Francesco —siseo la Capitana, estirándose perezosamente solo para no mirar a sus compañeras y pseudo amigas—. Mi nombre es Vanessa Aimé De Lellis, escoge de los dos nombres o limítate a llamarme Capitán, pero no vuelvas a repetir... Ese nombre.

Henrietta Francesco miró a su superior, entristecida. Esa no era ni de cerca la muchacha que había conocido meses atrás, esa mujer que le daba la espalda y caminaba con paso descuidado hacia las barracas era... Una desconocida. Una mujer desconocida y rencorosa que estaba dispuesta a tratar por el suelo a cualquiera que se le acercara lo suficiente. Le daba poco más que pena, sentía verdadera compasión de ella. Vanessa había sido una buena chica una vez, pero ahora el odio, la venganza y el dolor la consumían, dejándola ciega, sorda y muda ante todo lo que pasara a su alrededor. Y lo que era peor, era lo suficientemente cobarde para admitir que...

—¡Blast! —gritó, llamando la atención de todas, quienes ya casi habían comenzado a retirarse. Vanessa volteó a verla con fuego en sus ojos color chocolate.

—¿A quién acabas de mencionar, Henrietta Francesco? —inquirió la mujer, apretando los puños tan fuertemente que se le pusieron los nudillos blancos.

—Blast. Jean Blast —dijo de manera segura la veterana, caminando hacia su capitán con la espalda muy recta—. ¿Algún problema con ese nombre, Capitán?

—¡¿Cómo te atreves?! —gritó Vanessa, al borde del colapso. Todas las mujeres observaban la escena, atónitas— ¡Sabes lo mucho que me lastima eso y encima eres capaz de venir y sacármelo en cara! ¡Ese bastardo acabó con mi vida! ¡No deberías ni siquiera mencionarlo cerca de mi presencia! ¡Ni lejos! ¡Ni en ninguna parte!

—Ness, tienes que saber la verdad de una vez —susurró Henrietta, tratando de calmar a su, extrañamente hablando, amiga.

—No necesito saber nada más —susurró la capitana, comenzando a caminar hacia el campo de tiro.

No necesitaba saber nada, no necesitaba excusas baratas ni explicaciones. Jean Blast le había jodido la existencia y ella no iba a permitir que se le usara ni siquiera en una pelea de perros. Jean Blast estaba muerto, al igual que Ness y su pasado. Porque aquello era confirmación de que no podía confiar en nadie. ¿Amigos? No los necesitaba. ¿Amor? Eso era para débiles. El amor te nubla y te hace dudar, y Vanessa no estaba dispuesta a ninguna de esas cosas. Era una sobreviviente, al que le gustara bien y al que no, bien también.

Se detuvo en el campo de tiro, sacó un cigarrillo y lo encendió, mirando el cielo estrellado de la primavera que apenas comenzaba. Caos y confusión se expandían por su mente, por su corazón y por mucho que tratara de reprimirlo, golpeaba cada vez con más fuerza, incansable. Y ella ya estaba comenzando a cansarse de todo ello. Solo quería que la guerra terminara pronto para así poder cumplir con su parte del trato. El delicioso premio la esperaba al final, solo debía soportar un poco más.

—Capitana —un susurro a su espalda la hizo girar sobre sus talones, sobresaltada. La figura de Drake, el soldado nuevo, estaba frente a ella—. ¿Le molesta si la acompaño?

—Me molesta —casi rugió ella, furiosa—. Me gusta mi soledad y mi intimidad, disfruto de ella. No necesito que un hombre venga a mi lado y me trate como a una damisela en apuros. Soldado, no lo olvide nunca: Aquí-no-hay-damiselas-en-apuros. ¿Cappicci?

—Con todo respeto, capitán —Drake ya estaba comenzando a cabrearse de la actitud de esa mujer, lo tenía hasta las narices con su discurso de "soy fuerte, te meteré una bala en el trasero"—. Solo quería hacerle compañía, ya que siempre la veo sola. Pero si usted disfruta estando en esa soledad, aislándose de todos como si su vida dependiera de ello, allá usted. Si la matan en el campo de batalla será porque todos la preferirían muerta.

No fue hasta que lo había dicho que se dio cuenta de sus palabras. Apretó la mandíbula, cuadró la posición y esperó, observando como la mujer parecía estar luchando para no llorar. En una situación normal le hubiera dado lástima, pero esa situación... Era casi como un deja vu.

—Que así sea, soldado...

Una vez alguien le había dicho a Vanessa que nadie estaba solo, y aunque no lograba recordar quién era, tampoco le importaba. Le habían mentido, cosa nada rara, ya apenas si le importaba. Ella estaba sola y lo prefería así. Menos carga emocional, menos dolor. Más fácil despedirse del mundo.

Cruda Realidad


Él había esperado ver de todo. De todo menos... Eso.

Allí, en esa amplia explanada selvática simulada, instalada a las afueras de la gran ciudad. Allí, en ese campo de entrenamiento en medio de la nada podía ver, hasta donde alcanzaba la vista -y en esto estaba exagerando, en realidad solo él lo notaba así- mujeres. Solo mujeres. Mujeres vistiendo uniformes de camuflaje, enmarcando sus graciosas curvas sinuosas no aptas para estar en un lugar así.

Tuvo que parpadear un par de veces para salir de su asombro, dirigiendo sus pasos al campo de tiro, lugar donde le habían indicado podría encontrar al Capitán. Según lo que le habían dicho, sería capaz de reconocerlo al instante, pues era una persona llamativa. Seguro no le resultaría difícil encontrar a un capitán, un hombre de rango entre tanta... Fémina.

Se equivocó.

Al llegar al campo de tiro solo logró ver a una pequeña mujer de largo cabello rojo que fumaba un cigarrillo sentada entre una caja de municiones y otra de explosivos. En sus finas, pequeñas y blancas manos tenía un libro abierto, y sobre el puente de la nariz reposaban unos enormes anteojos torcidos por el uso y desgastados por el tiempo. Se acercó a ella sin dudar, no permitiría que una mujer viciosa los volara a todos en pedazos hasta las trincheras enemigas.

—Disculpe señorita —dijo él, plantándose cuan largo era frente a la pequeña mujer—. Está prohibido fumar en esta área.

Ella levantó el rostro y lo observó pausadamente, cerrando el libro entre sus manos antes de darle una profunda calada al cigarrillo. Él apreció que la mujer tenía unos grandes ojos color chocolate, ojos que una vez pudieron ser dulces, pero que ahora estaban endurecidos por el dolor soportado, por las explosiones y los intercambios de balas.

—¿Y quién dice que está prohibido? —susurró ella, con una voz tan suave y seductora que a él se le puso la piel de gallina.

—El reglamento interno de la base —dijo él sin inmutarse, viendo como ella se levantaba del suelo, enfrentándolo—. Además, no creo que al Capitán le haga gracia que una irresponsable adicta a la nicotina esté fumando junto a explosivos, poniendo en riesgo la seguridad de cada persona en estas instalaciones.

—Dígame soldado... —comenzó ella, dejando el cigarrillo en sus labios al tiempo que se quitaba los anteojos— ¿Sabe usted leer? —él abrió la boca dispuesto a callar a esa altiva mujer, pero ella tomó la palabra rápidamente de nuevo— Yo creo que lo que tienes es ceguera, sin lugar a dudas —prosiguió ella, señalando su pecho—. ¿Qué ves aquí?

—El bordado de su nombre  —contestó él, por inercia casi, cuadrando la postura.

—¿Puedes hacer el favor de leerlo? —pidió ella, sonriendo.

—V. De Lellis —susurró el soldado, queriendo que la tierra se lo tragara.

—¿Y... Cómo se apellida el capitán? —inquirió de nueva cuenta, alzando una ceja.

—De Lellis...

En una situación normal, Vanessa hubiera reído. Pero esa no era ni de cerca ni de lejos una situación normal. Normalmente los nuevo tendían a confundirla con Francesco, la veterana de batallón, pues de las dos la más antigua era quien a primera vista parecía ser quien llevaba la batuta. Pero jamás nadie la había tratado así, intuyendo de buenas a primeras que en ese lugar había un capitán y no una capitana. Y eso no le gustaba lo más mínimo.

—Dime, soldado —prosiguió Vanessa al ver la postura cuadrada del hombre—. ¿Crees que una mujer no es lo suficientemente capaz para ser una líder en tiempos de guerra?

—¡No quise insinuar eso, señor! —exclamó de inmediato él, tragándose la rabia, la vergüenza y la humillación.

—Entonces... —Vanessa dio una vuelta alrededor de él, inspeccionándolo— ¿Por qué asumiste que aquí había un capitán? —inquirió, mirándolo de nuevo a los ojos— Sinceramente —agregó.

—Bueno... —él tragó saliva, reuniendo valor— No creo que las mujeres estén hechas para la guerra, señor.

—¡Eso es porque te crees un macho cabrío cuando en realidad no eres más que un zángano desvalido de mundo pequeño y cerebro diminuto! —soltó ella fuera de sí, tomando su arma y ofreciéndola al soldado— Anda, tómala. Mátame y has un mejor trabajo que yo.

—Con todo respeto... —comenzó a tartamudear él, sorprendido. Ella le cortó al vuelo.

—¿Sabes porqué no eres capaz de matarme? —inquirió ella, él negó con la cabeza— Porque eres débil, soldado. Porque eres blando y te enviaron a mí a ver si puedo cambiar eso. ¿Crees que soy el "sexo débil"? —él volvió a negar con la cabeza— Claro que no y me alegro que no lo creas. Te conviene. Allá afuera hay más mujeres, enemigas que no dudarán un solo segundo en dejarte cual queso mientras tú decides si hacer tu trabajo o no. Por eso nos contrataron, porque no somos lo que parecemos —Vanessa señaló a las mujeres que se congregaban a su alrededor—. Porque estas mujeres, este lado del "sexo débil" ya lo perdió todo, incluso su deseo de morir. Ellas han visto caer a sus padres, sus hermanos, sus hijos y amigos. Todas las personas que han amado han caído ante sus ojos. Y no hay peor cosa que enfrentarse a la ira y la venganza del corazón destrozado de una mujer. ¿Entiendes, soldado?

—¡Sí, señora! —susurró él, al borde de las lágrimas.

—¿Qué harás la próxima vez que veas a una mujer en uniforme aliado? —inquirió ella, ya más calmada.

—¡No dar nada por sentado, señora! —contestó él con voz fuerte, clara y firme.

—¿Y si lleva uniforme enemigo? —consultó de nuevo, alzando una ceja y escondiendo una sonrisa.

—¡Disparar primero y preguntar después, señora! —dijo el soldado, cada vez más confiado.

—Aún te falta mucho, Drake... —Vanessa volteó, dirigiéndose ahora a su gente— ¡Aquí no hay nada que ver, zorras chismosas! ¡A lo suyo antes que se me olvide que alguna vez les cuidé el trasero!

Y así fue como Christopher Drake conoció a su Capitana, Vanessa Aimé de Lellis...

lunes, 1 de octubre de 2012

Notas de Papel [Edén]

Tal vez me he equivocado
Tal vez mañana sea un gran día
Tal vez hoy pueda recordarte
Tal vez no me estoy esforzando lo suficiente
Tal vez encontraste a alguien que te ame de verdad
Tal vez nuestra unión haya sido solo cosa del destino
Tal vez nuestra separación haya sido cosa del odio y la violencia
Tal vez ayer, cuando te escuchaba reír, no le tomaba la suficiente importancia
Tal vez hoy tu sonrisa me parece incluso más bonita
Tal vez mañana, al darme cuenta que no estás a mi lado, te recuerde bien
Tal vez algún día dejaré de tener tanto miedo
Tal vez un día seré sincera y diré que siento miedo
Tal vez un día llegue a ser más precavida
Tal vez no me creeré nunca una sola de estas palabras
Tal vez algún día aprenderé a decir lo que siento de verdad
Tal vez te extraño demasiado, pero no sé como decirlo
Tal vez nunca dejará mi corazón de latir por ti
Tal vez... Nunca te devolví tu corazón...
Y tú nunca me devolviste el mío...


—Edén, regresa aquí en este minuto —susurró alguien a sus espaldas, desde las sombras.

Ella se volteó, su mirada echando chispas, los puños apretados y la garganta seca, señales claras de que si no la dejaban salir de allí por las buenas, buscaría la forma de hacerlo por las malas. Odiaba estar encerrada. Odiaba tener que soportar a personas insoportables. Odiaba tener que estar allí solo porque una niñita ingenua y cobarde no tenía el valor suficiente para enfrentarla.

—¿Es una orden? —susurró, su mirada clavada de pronto en el papel que le habían arrebatado, papel con la tinta aún fresca en su superficie.

—Es una sugerencia y un chantaje —susurró la voz sin cuerpo, el papel extendido frente al lugar donde debería estar su rostro—. No sabía que eras poeta.

—Vete a la mierda...

Volteó de nuevo en dirección a la puerta y salió airosa de la habitación sin que nadie se atreviera a detenerla. Nadie la detendría porque, al final de todo, ellas también estaban ansiosas por salir. Desgraciadamente ninguna era lo suficientemente rebelde para ir en contra de las órdenes del "superior".

Edén salió del bloque de celdas que la aprisionaban y vio, en la distancia, la montaña. Su casa, su vida, todo estaba en esa montaña. Y ella iba a recuperar lo que le había sido arrebatado, así tuviera que arriesgar su vida para conseguirlo. Porque un papel con sus sentimientos jamás expresados no era nada comparado a todo lo que tenía deseos de gritar al viento.

Otoño Inexistente


Winter no podía creer lo que sus oídos estaban escuchando y lo que sus ojos estaban viendo. Frente a sus ojos estaba ella, la única persona que podía ser lo suficientemente irreverente, insoportable y tentadora para su cuerpo, aunque eso último jamás lo aceptaría en voz alta ante nada ni nadie, ni siquiera ante él mismo. Pero lo cierto era que estaba allí, entre su territorio y el de ella. Llevaban más de dos horas discutiendo y ella, como nunca antes desde que pasaban tiempo juntos, le había negado una petición. Y no era capaz de entender porqué.

—Autumn, pon los pies en la tierra —susurró todo lo calmadamente que pudo él, tratando de no perder los estribos—. No puedes ir al pueblo sola, es el cambio de estación.

—No estaré sola, el verano estará conmigo —aseveró ella, encogiéndose de hombros.

—Él no te protegerá —apeló Winter, tratando por todos sus medios el ganar la discusión.

—No necesito que nadie me proteja, no sería necesario —continuó explicando Autumn, tranquila como no estaba. Estaba nerviosa hasta la consciencia, pero no diría jamás eso—. Es solo un cambio de estación, nada más.

—¡Pero yo puedo cuidarte! —gritó él, la nieve cayendo con fuerza huracanada en su lado del prado.

—No quiero que nadie me cuide, no soy una niña —Auntumn estaba decidida a no dar su brazo a torcer.

Autumn quería ir sola a su primer cambio de estación, no podía ser de otra manera, no debía ser de otra manera. Aquella primera experiencia debería ser suya, solo suya. Su primer recuerdo sobre eso, sobre el contacto con otra estación que no fuera Winter. Ella le quería, sí, pues él había sido casi como su salvación desde ese día... Ese día en el que había sido incapaz de recordar nada sobre sí misma y sobre lo que hacía allí. Por eso todo era nuevo para ella y quería disfrutarlo al máximo. Pero Winter y su protección desmedida no la dejaban ni siquiera caminar por "su bosque" sola, haciendo su trabajo.

—Lo siento, Autumn... —susurró Winter, rogando que luego le pediría perdón de rodillas de ser necesario.


Summer llegó tarde al rito de cambio de estación. Esperaba tener la entereza suficiente para llegar, mirarla a los ojos y pasar de largo como si nunca nada hubiera sucedido, pero se había acobardado. Por eso llegaba tarde, porque esperaba con un leve destello de fe que ella no estaría cuando llegara, que se habría ido aburrida dejando el mando y la guía estacionaria allí, para que él pudiera reportarse con Naturaleza y terminar el papeleo correspondiente.

Pero se había equivocado.

En la distancia pudo ver una sombra de pie entre los arbustos que daban al sendero que debía recorrer hasta Naturaleza. Se había equivocado, ella sí había ido. Con un suspiro continuó caminando en la oscuridad de la noche, rogando porque el día completo que debía pasar junto a ella, pasara lo suficientemente rápido y que las oportunidades para quedarse solos y en silencio fueran nulas. Pero a medida que podía distinguir mejor la silueta, se dio cuenta que algo no encajaba. Ella nunca había sido tan alta y jamás había vestido de... Blanco.

—Winter —gruñó cuando el aludido volteó a mirarlo, notando su cercanía—. Más que un gusto, un gasto.

—Summer —invierno arrugó la nariz en una seña de asco, separando su distancia un paso más—. Que placer más repugnante.

—¿Qué haces aquí? ¿Se confundió tu reloj? —inquirió Summer, cruzándose de brazos en señal amenazadora. Winter puso los ojos en blanco.

—Ojalá no tuviera que estar aquí, pero estoy reemplazando a Autumn —dijo rápidamente, escondiendo una sonrisa al ver el rostro de sorpresa del verano—. ¿No lo notaste o nadie te lo dijo? Claro... Como ya no te acercas a esa parte de la línea, no tienes como saberlo —hizo una pausa dramática antes de continuar, tratando de sonar triste y asustado—. Autumn lleva meses sin aparecer, nadie sabe donde está. Yo he estado haciendo su trabajo el último tiempo, la pobre no da señales de vida. Pareciera que su bosque se la tragó.

Y sin decir una palabra más, Winter comenzó a caminar.

Y no fue hasta pasados varios minutos que Summer pudo ser capaz de salir de su asombro, hacer uso de toda su fuerza de voluntad y comenzar a caminar. Lo de ellos ya había pasado, nada de lo que a ella le sucediera debería importarle.