Quienes me inspiran a seguir

martes, 27 de noviembre de 2012

Vómito Verbal

Suceden cosas curiosas cuando te guardas algo y, al final de todo, termina saliendo. Y es gracioso cuando ese algo sale de la manera más esperada pero menos prevista.

Hace unos días nos vimos en una galería y creí haberte dicho todo lo que quería decirte, todo lo que tenía atorado, pero me di cuenta que al final nada ganaba haciéndolo porque terminé chocando, como antes, contra una muralla infranqueable de cinismo y estupidez. Por eso me dije a mí misma que lo mejor sería ignorarte de allí en más. Si volvía a verte en un lugar público simplemente te ignoraría y seguiría con mi camino y con mi vida como si en realidad no existieras, como si en realidad jamás te hubiera visto. Y si por azares del destino -pues el destino es caprichoso, un verdadero hijo de puta- tenía que interactuar contigo sería con lo más usado en el mundo para ser tajante con alguien: monosílabos.

Ahora el problema es que me di cuenta que tú te paseas por estos lugares, leyéndome en silencio, discretamente y saliendo sin haber dejado ninguna huella más de tu fugaz aparición que mi contador de visitas en un número más alto.

¿Y cómo me di cuenta que esto sucedía?

Porque fuiste lo suficientemente idiota de dejarme un mensaje en CaraLibro, reprochándome cosas de las cuales en realidad no tienes derecho alguno nombrar.

Además, tu mensaje aparte de desagradable fue también muy molesto. Creo que, al final de todo, a la única persona de la cual me molestarán eternamente las faltas ortográficas -aunque lo tuyo son más bien horrores- eres tú. Y no tienes idea todo lo que me molesta el haber recibido ese mensaje, el haberme dado cuenta de su existencia un mes después de que lo dejaste. Bueno, nadie puede culparme, hay cosas desagradables que uno ignora de manera inconsciente, eso es un punto para mí.

Ahora, ¿a qué viene todo esto? Pues que te pido. No. Te exijo que no vuelvas a aparecer por estos lugares. Así como no me interesa tu vida tampoco quiero que estés al tanto de la mía. Me tomé las libertades correspondientes de bloquearte de CaraLibro y de miles de aplicaciones sociales que, a pesar de que no las conoces, tampoco es que te falte ingenio -o tal vez sí, demasiado- para imaginarlo y buscar otro método de joderme la existencia.

Porque, al final de todo, no soy yo la que debería agachar la mirada, sino más bien tú. Y por eso, porque yo ya pasé por el ciclo en el que todo es caótico luego de pasar algo fuerte con una persona en la que depositaste tu confianza, es que no tengo miedo en realidad de decir esto. Porque, al final de todas las cosas que sucedieron, yo no tuve culpa alguna más que mi propia tontería de creer que serías diferente a lo esperado. Maldición, las apariencias engañan realmente, porque a pesar de que muchos te ven y dicen "pero que persona más dulce y adorable", yo te conozco de verdad y sé quién realmente eres.

No te sientas tan importante cuando leas esto, en serio. Si llego a verte de nuevo créeme que no será lindo que te diga esto de frente.

Atentamente, la única persona que te apoyó de verdad y a la cual traicionaste y apuñalaste sin piedad esperando que muriera. Sorpresa, soy inmortal ante esos ataques.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Contradictorio



Aún no entendía por qué había accedido a hacer la locura que estaba a punto de hacer, pero por cosas de ese loco mundo en el que vivía, lo estaba haciendo. Pero es que no había podido ignorar ese mensaje, aunque la hubiera despertado a los cinco minutos de apoyar la cabeza en la almohada. Tampoco había podido ignorar el lugar y la hora del encuentro, pero claramente tampoco tenía muchas opciones. Si salía de día, su hermana la ametrallaría con preguntas a las que ella no sabría responder. Si salía de madrugada, cuando ella durmiera, lo más probable era que no se diera ni por enterada. Además, tampoco quería tenerlo metido en su departamento. No de nuevo.

Encendió un cigarrillo y suspiró, sintiendo dolor de cabeza. Tenía que dejar de darle tantas vueltas al asunto, pero no podía, le costaba demasiado. El mensaje había sonado tan desesperado, tan horriblemente desgarrador y lleno de emociones que, otra vez se recordó, había sido imposible ignorarlo. Estaba en un verdadero dilema, dilema del que no quería conocer la solución.

—Becca —ella alzó la mirada para encontrarse con los ojos grises repletos de desolación. Él se sentó a su lado, taciturno—. No pensé que vendrías…

—Te respondí en un mensaje que lo haría —sin poder evitarlo suavizó la mirada y le abrazó por sobre el hombro, sintiendo el calor de él llegando a su cuerpo—. ¿Qué pasó?

—Rompí con mi novia —dijo él, bajando la vista y alejando sus ojos grises de ella. Rebecca era adicta a esa mirada, por eso sintió un enorme vacío en sus entrañas al no tenerla—. Le dije que estaba confundido, que no me sentía querido y que… No sé. Son muchas cosas, no creo que entiendas.

—Puedes tratar —como no había hecho en mucho tiempo con nadie, Rebecca sonrió. Y él le devolvió la sonrisa cuando la miró—. Oye, Leo, sabes que siempre entiendo todo —le animó antes de darle una calada al cigarrillo.

—Sí, tienes razón —Leo suspiró antes de acomodarse mejor en la banca, recargándose contra ella suavemente—. Hace tiempo que veníamos con problemas, ¿sabes? Ella me engañó y yo dejé a una chica maravillosa por ella, que al final siempre termina buscándome cuando yo ya no puedo más. Y ahora que no pude, ella simplemente me dijo que me amaba, cosa que jamás hace. No la entiendo… Te abandoné por ella y no valió la pena. Ahora me odias y sé que lo merezco, pero en todos estos años no he logrado arrancarte de mi corazón.

Rebecca se quedó congelada, con el cigarrillo a medio camino en la trayectoria a sus labios. ¿Había escuchado bien? ¿Leo se acordaba de… lo que habían tenido? ¿En serio lo recordaba? ¿Y ahora le decía que, básicamente, había terminado con su novia por… ella? Rebecca no lo podía creer. Sabía que tenía una expresión impagable, pero no le importó. Sabía que debía decir algo, pero no sabía qué debía decir. Sabía que Leo estaba esperando una respuesta, la que fuese, pero no tenía siquiera el impulso de contestar un “también te quiero” o, en el mejor de los casos, golpearlo por haber tardado tanto. Pero lo que sí sabía era que estaba feliz.

Ahora miles de sentimientos reprimidos escapaban de sus jaulas. Aceptación, cariño, dolor, alegría, angustia. Eran tantos que no sabía dónde terminaba uno y comenzaba el siguiente. Lo que era peor, los sentimientos estaban acompañados de una infinidad de recuerdos que había tratado por años de borrar de su mente al pensar que él la había olvidado. Pero Leo no la había olvidado. Leo la recordaba y sentía cosas por ella al igual como ella siempre sentiría cosas por él.

—Ah… —Rebecca espabiló, llevándose el cigarro a los labios antes de removerse incómoda— No sé qué decir, Leo. Perdona.

—Tranquila, no espero que me digas nada —él le sonrió de esa manera tan despreocupada que solo él tenía y ella sintió que se derretía—. Solo quería decirlo, que lo supieras. Cuando estuvimos juntos no nos dijimos muchas cosas y ese fue mi error. O sea, tú siempre fuiste sincera conmigo, pero yo me encargué de joder las cosas a base de bien. Perdón por eso, Becca.

—No hay nada que disculpar —ella apagó el cigarrillo, deshaciéndose del abrazo y levantándose de la banca con gesto despreocupado—. Creo que necesitaré unos días para pensar y asimilar esto. Digo… No es que no me haga feliz, pero quiero estar segura de que esto que sientes y de lo que yo puedo llegar a sentir está bien.

—No hay problemas —Leo se levantó y la abrazó por la espalda, apoyando su barbilla en el hombro de Rebecca—. Pero tienes que saber que eres perfecta para mis brazos, igual que lo eras entonces.

—Tonto… —gruñó por lo bajo ella, escondiendo el sonrojo de sus mejillas bajo su alocada mata de cabello corto— Tengo que volver, si Cass despierta y no me ve seguro le entra un ataque de nervios.

Rebecca no esperó a despedirse, no tuvo el valor siquiera de mirarlo a los ojos. Se escabulló de los brazos de Leo y corrió en dirección a su edificio a todo lo que daban sus piernas, con el corazón golpeando dentro de su pecho y no necesariamente por la carrera. Se suponía que lo odiaba, se suponía que debía odiarlo con todo su ser por lo que le había hecho pero… ¡Dios! Siempre que lo veía miles de cosas se removían en su interior y ahora, con ese nuevo conocimiento, sabía que estaba total e irremediablemente perdida.

Cuando llegó al departamento se encerró en la habitación, se escondió entre las mantas y se quedó allí, muy quieta hasta que, justo cuando estaba a punto de quedarse dormida, su móvil vibró en el bolsillo de su pantalón. Lo sacó y miró la pantallita brillante que iluminó su rostro escondido entre las sábanas.

Buenas noches, princesa de mis sueños congelados.

Y luego de leerlo cinco veces, Rebecca se permitió llorar hasta que el sueño la venció.

domingo, 25 de noviembre de 2012

No Te Lo Diré


La lluvia caía con fuerza en esa tarde de invierno. Nadie estaría tan loco para salir de cubierto solo para mantener la mente ocupada. O por lo menos nadie estaría tan loco como ella, que buscaba cualquier pretexto para alejarse de las preguntas que caían sobre ella como la lluvia y a las cuales trataba de evitar porque no sabía qué más hacer.

—Ness, déjalo ya —susurró Henrietta, viendo como su Capitana le regalaba una mirada furiosa y decidida.

—¡Jamás! —gritó Vanessa, estirándose hasta rozar con los dedos una cuerda— Ya casi... Solo...

Henrietta no podía creer la capacidad de recuperación que esa mujer poseía. Era como si fuese una mujer completamente distinta a la que había despedido al cabronazo de Drake hacía solo dos semanas atrás. Era como si hubiese retrocedido en el tiempo hasta conocer otra vez a la mujer que Vanessa había sido. Una mujer fuerte, testaruda, orgullosa y risueña que no estaba dispuesta a rendirse ni a dar su brazo a torcer con nada ni nadie. Y sabía que el resto del escuadrón valoraba ese cambio.

—Te vas a caer, Ness —suspiró Francesco, esperando y contando mentalmente.

Tres...

—No me voy a caer —negó la Capitana, acomodándose mejor en la endeble tabla que la sostenía sobre una fosa de barro, el agua dificultando sus movimientos—. Ahora cállate y deja de molestar.

Dos...

—Hazme caso y pídele ayuda a Labadie, él sí está dispuesto a ensuciarse por ti —Henrietta vio a Vanessa hacer equilibrio peligrosamente en la tabla cuando quiso enviarle una mirada venenosa por su comentario—. ¿Qué? No hagas de cuenta que no es verdad. Todos notamos como te mira, prácticamente te almuerza con esos ojos que tiene.

Uno...

—¡Él no me mira de ninguna mane...!

¡Bingo!, pensó Henrietta al ver a su Capitana caer medio metro en una fosa de barro, salpicando sustancias asquerosas de dudosa procedencia en todas direcciones. Y no pudo evitar reírse cuando la vio salir de la fosa con los anteojos manchados en una mano y apretando con fuerza la otra en un puño, lanzándole cuchillos con la mirada mientras la lluvia arreciaba sobre ella.

—No me gusta decir te lo dije, pero... —la Comandante se tapó la boca con una mano, aguantándose la risa.

Vanessa miró a Henrietta, desafiándola a decir algo más antes de relajar la postura y comenzar a caminar hacia las barracas para cambiarse y quitarse un poco el barro de encima. Y pensó que iba a morirse cuando sus ojos color chocolate se encontraron de frente con unos ojos avellanas que la esperaban justo frente a la puerta del lugar en el que descansaba. El rostro de él estaba enmarcado por su cabello inusualmente largo y, por un momento, sintió deseos de acariciar esas hebras mojadas que se pegaban a la piel pálida. Vio como Labadie abría la boca para decir algo, pero ella fue más rápida y pasó como una exhalación, gritando:

—¡No te lo diré!

Lo que era peor, no se refería a lo que acababa de suceder, sino más bien a la pregunta en la que ella había mentido de manera descarada y que él repetía con constancia y perseverancia todos los días desde que llegara a aquel lugar.

Los secretos de su mirada.

Cada día desde que le había conocido le costaba más el mantener la mentira de que no tenía nada que esconder, de que no sentía nada y de que, en realidad, era solo una mujer hecha para poder servir de escudo humano a los cobardes que se encontraban en ese momento sentados tras un escritorio, bebiendo whisky y sacando cuentas alegres sobre las bajas en cada escuadrón que protegía la frontera. Cada día desde que él le hiciera esa pregunta por primera vez sus barreras bajaban más y más. La muralla inquebrantable que había construido a su alrededor resultaba no ser tan inquebrantable en esos momentos pero aunque doliera luego no estaba dispuesta a abrir sus miedos a nadie más nunca otra vez.

Una persona ya la había lastimado suficiente para toda la vida. No iba a permitir que alguien ocupara ese lugar de ser sádico para transformarla en un títere masoquista.

Labadie quería saber demasiado y ella no estaba dispuesta a cooperar, ni en ese momento ni en mil años. No quería decirle nada. No iba a decirle a nadie más cómo se sentía, lo que guardaba y los miedos que escondía. Eran suyos y no estaba dispuesta a escuchar que nadie se compadeciera de ella o incluso le dijera que no podría salir jamás del abismo en el que a ella le gustaba pero odiaba estar.

Paradojas de la vida.





—¿Otra vez te dijo que no? —inquirió Francesco, parándose junto a Labadie. El hombre suspiró y asintió con la cabeza— Tranquilo, mañana será otro día y le podrás preguntar de nuevo. Ánimo.

Henrietta sabía que tarde o temprano Vanessa soltaría la lengua y las palabras que se guardaba. Hasta ese momento iba a hacerle la vida tan imposible que rogaría por descubrir lo que se traía entre manos y que se negaba a ver a pesar de tener una mente brillante.

Apropiado



No podía creer lo que estaba haciendo pero allí estaba, a las ocho de la mañana sentada en el sillón del departamento de un desconocido, con un vaso de jugo de manzana en las manos y esperando a que ese desconocido terminara de hacer lo que fuera que estaba haciendo en el baño. Bien podía ser un psicópata violador, pero ahí estaba, idiota como ella sola, aceptando una invitación a desayunar de alguien que apenas conocía. Sacó el móvil de su bolsillo nerviosamente y envió un mensaje corto y conciso a su hermana mayor y a su mejor amiga avisando sobre la tamaña estupidez que estaba haciendo, diciendo que si no daba señales de vida en una hora, la buscaran con un equipo SWAT en el departamento del susodicho.

—Ya me decía Ange que estoy más loca que una cabra… —suspiró Cassandra, recordándose que era la mayor idiota de todo el universo.

— ¿Quién es “Ange”…?

Solo por inercia y debido al susto, Cassandra le arrojó todo el contenido de su vaso al psicópata violador que acababa de asustarla antes de levantarse de un salto del sillón, tropezando con la alfombra y cayendo al suelo entre la mesita de cristal y el sillón de piel en el que antes hubo estado sentada. Ángel observó la escena, atónito, con jugo de manzana cubriendo su rostro y buena parte de la camiseta que se acababa de poner. La muchacha volteó a verlo, asustada, y él decidió que era la cosita más adorable del mundo.

— ¡Perdón! —chilló la muchacha, levantándose torpemente del suelo para quedar frente al hombre— En serio lo siento, es que me asustaste… Perdón.

—Tranquila, no pasa nada —Ángel se encogió de hombros, sonriendo—. Un poco de jugo no me va a matar. Ni que fuera ácido —y despareció entre carcajadas de vuelta al baño.

Cassandra levantó el vaso vacío del suelo y observó a su alrededor, encontrando la entrada de la cocina a unos pasos de ella. Se encaminó hacia allí con pasos nerviosos y tímidos, dejando el vaso en el fregadero antes de lavarse rápidamente las manos allí y secarlas en sus pantalones antes de volver al sillón como si no hubiera pasado nada. Y es que ahora se sentía como la reina de las idiotas, por lo que escondió el rostro entre las manos tratando de no gritar de frustración.

— ¿Porqué siempre tiene que verme hacer el ridículo…? —suspiró, a punto de un colapso nervioso.

—Tus ridículos me parecen adorables…

La muchacha volteó a ver en dirección de la voz con el corazón en la mano, a punto de entrar en paro cardiaco. Allí, junto al sillón y con una camiseta diferente estaba ese hombre, con esa enorme sonrisa preciosa y sincera, con esos ojos avellanas tan lindos y brillantes, tan…

— ¡¿Porqué tienes que asustarme así?! —gritó Cassandra, roja hasta las orejas. Y estaba roja de indignación, aunque también de vergüenza.

—No es mi culpa que esa cabecita linda esté siempre en las nubes —Ángel le acarició los cabellos con dulzura, viendo la expresión enfurruñada de ella.

—No estaba en las nubes, tú apareces de la nada como un ninja —gruñó ella, sonrojada.

— ¿Ninja? —él se sentó a su lado, esperando saber más.

—Sí, como los de las películas —continuó Cassandra, encogiéndose de hombros—. No me sorprendería que tu nombre fuera de esos raros, como chino-mandarín o algo así.

Ángel explotó en una sonora carcajada, sintiendo su corazón inundado en felicidad. Ella era igualita a Edén, tenían los mismos gestos y usaban las mismas palabras rebuscadas pero adorables. Incluso eran del mismo tamaño, altas y delgadas, hermosas. Tan hermosas que él no podía simplemente ignorar el magnetismo de esa segunda Edén que se presentaba en su vida para sanar las heridas.

—Pues para que sepas, me llamo Ángel —rió él, viendo la expresión contrariada de ella.

—Oh… —Cassandra observó fijamente a Ángel, sorprendida— Pues, para que sepas y para que te suba el ego, ese nombre es muy apropiado para ti.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Ojos Grises



Despertó sobresaltada, con el corazón latiéndole a mil por segundo y con un desagradable sudor frio cubriendo todo su cuerpo. Miró a su alrededor, notando la penumbra que envolvía la habitación antes de mirar el reloj de su mesita de noche que marcaba las dos de la madrugada. Había dormido demasiado y eso era inaceptable.

Se levantó de la cama, tomó la taza de café que ahora estaba frio y se dirigió a la cocina bebiendo a largos tragos el café amargo. Encendió la luz de la cocina, dejó la taza en el fregadero y se encaminó al baño, donde se lavó la cara y mojó su cabello sin siquiera mirarse al espejo. Luego cruzó el pasillo y abrió la puerta de la habitación de su hermana menor, notándola dormida sobre las mantas con el teléfono en la mano y una sonrisa en el rostro. Suspiró. Cassandra jamás aprendería. Entró en la habitación, dejó el teléfono sobre la mesita de noche y tapó a su hermana con cuidado antes de salir de la estancia de manera sigilosa, cerrando la puerta tras de sí.

Volvió a su habitación, tomó los lentes y regresó a la sala, sentándose frente en la mesa y volviendo a observar los documentos que debía organizar antes de pasarlos en un documento al ordenador y hacerlos llegar nuevamente a la empresa.

Mientras trabajaba, su mente no podía dejar de pensar en él. Y lo odiaba, pues no quería recordarlo, no quería tenerlo en su cabeza y deseaba fervientemente arrancarlo de su corazón. Pero jamás podía, jamás lo lograba y se odiaba incluso más por eso. Habían pasado años desde aquellos incidentes y él no la recordaba, había rehecho su vida vetándola de todos sus recuerdos y la cortejaba como si fuese una desconocida. Maldito bastardo. Le había hecho tanto daño y el muy desgraciado ni siquiera lo recordaba.

Se levantó encendiendo un cigarrillo y fue a la cocina, preparándose el café incluso más cargado de lo normal, agregándole solo por gusto un chorrito de whisky. Su médico se lo había advertido, si seguía así tendría una úlcera que ni Dios le iba a quitar de encima, pero no le importaba. Le gustaba el café, no podía vivir sin sus dos litros diarios y no lo iba a dejar solo porque un anciano sabelotodo se lo dijera. Su rutina había funcionado por años y estaba segura que continuaría así. Regresó a la mesa, encendió el ordenador y bebió café a sorbos mientras fumaba.

Aún no entendía por qué él no dejaba de molestarla, se suponía que tenía novia y Rebecca no estaba dispuesta a ser su segunda opción. No de nuevo. Ni de él ni de nadie. Los hombres ya habían jugado lo suficiente con ella y ya había aprendido la lección, estaba muy bien cómo eran las cosas en ese momento, no necesitaba cambios en su vida. No necesitaba que pusieran su mundo de cabeza de nuevo cuando lo tenía todo bajo control.

De manera masoquista, Rebecca abrió un archivo oculto de su ordenador y observó todo lo que allí había. Poemas, cuentos, “cartas” románticas, fotografías… Mil recuerdos de esos meses que estuvieron juntos antes que la tormenta se desatara en esos ojos grises. Había sido tan idiota al pensar que él cambiaría definitivamente a su ex novia por alguien como ella. Eso no pasaba en la vida real. En la vida real los hombres eran unos cabrones que hacían lo que les venía en gana, que se cogían a cualquiera con tal de mantener las cosas en su lugar.

Había sido realmente estúpida al pensar que esos ojos grises serían sinceros con ella. Y lo peor de todo es que estaba segura que sería capaz de cometer el mismo error dos veces si no lo vetaba de su vida de una buena vez y para siempre.

—Mierda… —gruñó, cerrando todo y apagando el ordenador— No puedo trabajar así…

Apagó el cigarrillo en el cenicero, asesinó el resto de su café de un trago y se encerró en el baño, dándose una corta ducha rápida antes de vestirse y salir del departamento con las llaves y los cigarrillos en el bolsillo. El cabello mojado se le pegó al cuello y a las mejillas, pero no le importó. Cuando salió del edificio una brisa gélida le acarició los brazos desnudos y, encendiendo un cigarrillo, comenzó la caminata.

No sabía hacia dónde se dirigía, solo sabía que quería estar lo más lejos posible de él y de todo lo que le recordara a él. Aunque era imposible. El departamento, las calles, la noche, el invierno… Todo era un recuerdo constante que odiaba con toda su podrida e intoxicada alma. Pero seguía odiándose más a sí misma que a él. Por alguna razón, siempre encontraba fundamentos para excusarlo, cosa estúpida si le odiaba tanto.

Caminó por largos minutos sin dirección alguna, encendiendo un nuevo cigarrillo siempre que el anterior se consumía por completo. El aire frio de la madrugada le sentaba bien a sus músculos aunque estaba consciente que su piel necesitaba un poco de vitamina D pues el color que estaba adoptando rallaba en lo insano, casi cadavérico. Las ojeras se hacían presentes bajo sus ojos, aunque nunca le había importado lo más mínimo su apariencia. Cassandra era la atractiva, ella era… La hermana mayor trabajadora. O algo así. No que se quejara, le gustaba ser una sombra y quizás por eso solo salía de noche a estirar las piernas y tomar un poco de aire.

Llegó al parque y se sentó en una banca, escuchando el susurro de la brisa fría entre los árboles, el sonido de los pocos automóviles que pasaban a esa hora y observando el cielo que apenas se notaba estrellado en una ciudad donde había más luz artificial que natural. Estaba tan acostumbrada a la soledad… Que era como si ahora fuese una persona viva y fuese, a su vez, su mejor amiga. Sonrió ante ese pensamiento tan idiota.

—Pero que milagro…

Rebecca volteó sentada en la banca y sus ojos marrón oscuro se encontraron con unos grises risueños. Sentía que tenía la boca patéticamente abierta, que estaba quedando como estúpida y que debía hacer algo para detener esa situación. Se llevó el cigarrillo a los labios, dándole una profunda calada antes de levantarse.

—Que placer más repugnante —ella arrojó la colilla al suelo y la aplastó con saña. La sonrisa de él se amplió—. ¿No te bastó con arruinarme la tarde, ahora quieres arruinarme la noche?

—Lo que pasa es que me atraes con un magnetismo casi animal —dijo él, dirigiéndole una mirada tipo escáner a Rebecca, de esas que tanto le molestaba—. En serio, Becca, ser tan bonita debería ser ilegal…

— ¡Eres imposible! —gritó ella, volteándose para irse a su departamento lo más rápido posible.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Casualidad



Estaba todo lo que se llamaba agotado. Había tenido la peor noche de su vida en el trabajo y lo único que quería era subir a su departamento, tirarse sobre la cama y dormir hasta que se le salieran los ojos. Lo bueno era que no tenía que trabajar esa noche porque, para su bendición, habían comenzado sus bien merecidas vacaciones. Aunque no es que la idea le entusiasmara, después de todo no tenía con quién pasarlas. Edén no estaba, Mabel se había ido de viaje por trabajo y no había visto en un mes a esa muchacha que le recordaba tanto a ella.

Sí, ya lo había aceptado… Edén no volvería ni siquiera pareciéndose a otra persona. Aunque Mabel había sido quien le había ayudado a entenderlo. Quizás, si hubiera estado solo, no hubiera podido con todo eso.

Atravesó las puertas de entrada de su edificio, saludó al recepcionista con un movimiento de cabeza y se encaminó casi arrastrando los pies hasta el ascensor, pulsando el botón y apoyando la frente contra el muro mientras esperaba que la máquina bajara y rogando por no quedarse dormido. Cuando el ascensor hubo llegado abajo y abierto sus puertas para él, entró aún arrastrando los pies y pulsó el botón del quinto piso.

Y justo antes que las puertas comenzaran a cerrarse, una figura se coló en el ascensor.

Abrió los ojos sin poder creer del todo lo que veía. Ella estaba frente a él, con la respiración agitada y mirándolo como si se tratase de un fantasma. Sus enormes y expresivos ojos color chocolate estaban fijos en los suyos, unidos como dos imanes extremadamente poderosos.

—Buenos días —dijo de pronto ella, bajando la mirada hacia el suelo mientras el ascensor iniciaba el ascenso.

—Buenos días —dijo él, sonriendo enternecido al notar las mejillas sonrojadas de ella—. ¿A qué piso vas?

—Am… —Cassandra volteó a ver el panel de botones, su corazón latiendo a mil por segundo— Al quinto también…

Definitivamente había hecho algo muy bueno alguna vez en su vida para recibir un regalo así por parte del cielo. La vio apretujarse contra la esquina del ascensor, mirando el suelo metálico fijamente y con el cabello cayendo en cascada, tapando la expresión aniñada que estaba seguro tenía en ese momento. Sonrió cuando las puertas se abrieron y él las detuvo, notando que la muchacha parecía no tener intenciones de salir de allí.

— ¿Vienes? —consultó, ganándose una mirada sorprendida.

Cassandra salió del ascensor sin decir una sola palabra, sintiendo cómo las puertas se cerraban tras ella cuando Ángel había sacado la mano para mantenerlas abiertas. Decir que estaba nerviosa era poco comparado a todo lo que sentía. Cuando lo había visto en lo primero que había pensado fue en la botella vacía que llevaba dentro de la mochila. Luego había pensado en Angélica y sus palabras para, después, pensar en que Dios tal vez no era un tan mal modelo a seguir. Descartó el último pensamiento, devolviéndose a la realidad cuando se encontró con los ojos de él.

Ángel no había podido resistirse. En cuanto ella hubo salido del ascensor, simplemente se había quedado clavada en su sitio, como si esperase que un agujero se abriera bajo sus pies y la succionara. Se veía adorable y confundida, con la cabeza en otro lugar. Por eso se había arrodillado frente a ella para encontrar sus ojos y poder decir, sin temor a equivocarse, que estaba dispuesto a tomar esa oportunidad para rehacer su vida.

— ¿Qué haces? —susurró Cassandra, atónita al notar que el hombre estaba arrodillado frente a ella.

—Miro tus ojos —fue la simple respuesta de Ángel, que mantenía la sonrisa en sus labios—. Son muy bonitos, deberías mantener la frente en alto para que todos pudieran maravillarse con ellos.

—Eso fue rebuscado —no pudo evitar sonreír mientras él se levantaba, siguiéndolo con la mirada—. Pero tal vez un poco, un poquitito bonito.

—Gracias —él hizo una reverencia exagerada que sacó una carcajada de Cassandra, que en ese momento, adoraba las casualidades y que el mundo fuera un pañuelo.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Inseguridad



A veces se preguntaba por qué los hombres se empeñaban tanto en molestarla de esa manera.

No era divertido –por lo menos para ella- que un tipo que además de ser atractivo fuera agradable, tuviera ese pequeño defecto que ella tanto odiaba en todas las personas, sobre todo del sexo opuesto.

Odiaba sobremanera que la molestaran con eso…

Ella se conocía lo suficientemente bien como para saber que podía ser de todo menos… Eso. Y no entendía cuál era la afición de molestarla tanto cuando sabían que eso la acomplejaba a tal punto de darle crisis de pánico cada vez que tenía que salir de su casa. Porque así era. Odiaba salir de su casa, incluso para trabajar. Odiaba tener que mostrarse en público a pesar de ser una persona muy sociable. Algunos la tildaban de insegura, pero ella sabía la verdad:

Rebecca Cristal Erus era de todo menos “bonita”.

— ¿Becca? —inquirió una voz suave y aterciopelada, sobresaltándola.

Rebecca levantó la mirada de las hojas que analizaba y observó los enormes ojos color chocolate de su mejor amiga y confidente: Su hermana menor.

Cassandra era todo lo que ella no sería jamás. Cassie –como la llamaban sus amigos- era una muchacha pequeña y adorable, de enormes y profundos ojos, sonrisa pronta y sincera, menudita y delgada  como una muñeca de porcelana y, además de todo, era la persona más alegre y sincera que conocía.

Cassandra Lisette Erus era la persona más hermosa, interior y exteriormente que había conocido.

— ¿Qué pasa? —Rebecca volvió la vista a los papeles que organizaba, acomodándose los anteojos en el puente de la nariz. Otra bendición en su hermana: Tenía una vista perfecta.

—Voy a salir con Aramis y otros amigos, ¿quieres venir? —la muchacha sonrió con dulzura, sentándose al otro lado de la mesa— Va a venir ya-sabes-quién… —agregó Cassandra, como quien no quiere la cosa.

— ¿Cuántas veces te he dicho que ese tal Aramis va a romperte el corazón, niña tonta? —gruñó la aludida, taladrando la mirada chocolate de su hermana con la suya, marrón oscura.

—Ary jamás me lastimará —Cassandra se levantó como una exhalación, dirigiéndose a la puerta todo lo dignamente que podía—. ¡Amargada! —y salió dando un portazo.

Rebecca suspiró, recargándose en el respaldo de su asiento mientras encendía un cigarrillo, asintiendo con la cabeza. Su hermana menor tenía razón, era una verdadera amargada, pero no le importaba. Conocía lo suficiente al sexo opuesto como para saber que todos terminaban siempre rompiendo el corazón de las muchachas buenas –como su hermana- para terminar persiguiendo a verdaderas zorras desalmadas –como ella-. Y no importaba las veces que le diera tan buenos argumentos a la pequeña Cassie, ella parecía no entender a razones.

Por lo menos para ella era algo básico: Hombres es igual a problemas y problemas es igual a dolor.

Por eso ella se cuidaba la espalda, no creía en nadie y se escondía en la oscura habitación de su casa. Ese era el momento en el que amaba su trabajo. Al ser ingeniera en programación podía trabajar directamente desde su casa y eran contadas las ocasiones en las que se veía obligada a salir. Lo prefería así. Odiaba al mundo, el mundo mentía. Era cosa de lógica. Mantenerse lejos de los humanos y del contacto físico era agradable cuando te acostumbrabas a la soledad. Y Rebecca se había acostumbrado.

Aunque en momentos como esos le hubiera gustado tener el valor de salir al mundo exterior para cuidar de su hermana, pero sabía que no podía pasarse la vida corriendo tras ella y tratando de cuidarla. Cassandra debía enfrentar sus propios problemas y aprender de ellos tal y como ella había tenido que hacerlo un par de veces antes.

Solo esperaba que a Cassie no le pasara lo mismo que a ella, aunque lo dudaba. Cassandra, en cambio de ella, era preciosa y alegre. Su hermana menor no tenía nada que envidiarle y así estaban bien.

Rebecca alejó esos pensamientos de su mente y volvió la vista a los documentos que revisaba. Tenía que concentrarse si es que quería tener un contrato por los próximos meses y mantener la mente ocupada con algo que no fuera su propia autocompasión y baja autoestima. Aunque eso era algo que no iba a aceptar en voz alta ni siquiera delante de un psiquiatra. Jamás, nunca en la vida, ni aunque la amenazaran con un arma iba a admitir que esa era la realidad. Nunca. Ni aunque le pagaran.

Pasadas un par de horas y con una humeante taza de café entre las manos para sacudirse el frio de esa helada tarde de invierno, su teléfono sonó. Tomó el móvil como si estuviese cubierto por algo asqueroso y arrugó la nariz al ver el nombre que brillaba en la pantallita.

“Debiste venir con nosotros, hermosa. Cassie lleva toda la tarde llorándole a Aramis porque te dijo amargada. Deberías sonreír y salir más porque, ya sabes, eres hermosa”

Rebecca soltó un suspiro, arrojó el teléfono por encima de su hombro y bostezó, dispuesta a dormir un par de horas antes de volver a la carga con el trabajo. Así que dejó la taza de café sobre su mesita de noche, se hizo una bolita en la cama y cuando estuvo cubierta con las mantas incluso más arriba de la cabeza, se repitió su mantra diario para todas las horas del día:

No soy insegura, es solo que odio al mundo…

Y con ese pensamiento durante un par de minutos, se durmió sollozando al saber que era la peor mentira jamás dicha.

Comparación



Por alguna razón, simplemente no podía dejar de pensar en él. ¡La sacaba tanto de quicio! Era un hombre muchísimo mayor que ella que alucinaba con otra persona al verla. Era la cosa más insana que había visto jamás pero… No podía olvidar la forma en la que la había mirado esas tres veces que se habían visto, cada una más bochornosa que la anterior. Bochornosa para ella, por supuesto.

—Te gusta, eso es lo que pasa —dijo con seguridad Angélica, depositando una botella de agua frente a su amiga.

Y definitivamente el peor error que había cometido era ir tras su mejor amiga de lengua viperina para pedirle consejo. Claro, había sido la idea más brillante que se le hubiera ocurrido jamás. Y aunque sabía que su amiga tenía razón, no iba a admitirlo en voz alta frente a ella ni frente a nadie. Ni siquiera delante de un psiquiatra bajo secreto profesional. Nunca.

—No me gusta —suspiró, destapando su botella sin dignarse mirar los ojos verdes de su amiga—. Lo he visto tres veces y puedo decirte que cada vez que lo veo me parece más molesto e irritante.

—Eso no es impedimento alguno para que te guste —sonrió la muchacha de ojos verdes—. No olvidemos que te enamoraste de Ara…

— ¡Ni se te ocurra decirlo! —Cassandra golpeó la mesa con los puños, mirando enfurecida a su amiga. Algunos curiosos voltearon a mirar en su dirección pero a ella, por primera vez, no le importó— Pensé que habíamos quedado en que ese tema era intocable e irrepetible, Angélica. Por favor, deja tus palabras ácidas para una persona que te soporte.

—Eso le da fuerza a mi lógica, Cassandra —Angélica acarició las manos de su amiga, tratando de tener un poco más de tacto con ella. Y es que se olvidaba a veces que su queridísima amiga era un poco… Emocional—. Mira, para que lo entiendas mejor te lo voy a explicar así —la muchacha tomó las dos botellas de agua y las puso una junto a la otra, sonriendo—: ¿Qué diferencia ves en estas dos botellas?

—Ninguna, son iguales —dijo la muchacha de ojos color chocolate, pensando que a su amiga se le acababa de caer el último tornillo.

—No seas idiota, observa —ordenó la muchacha de ojos verdes, perdiendo la paciencia.
Cassandra fijó su vista sobre las botellas, pensando concienzudamente en la respuesta. No había diferencias destacables en ellas aparte de…

—El contenido es diferente —susurró, sin apartar la vista de las botellas.

— ¿Porqué? —inquirió Angélica con una sonrisa triunfal en su rostro— Ambas son iguales, ¿o no?

—O sea, ambas tienen agua, pero las cantidades que tienen son diferentes —agregó Cassandra.

—Ese es mi punto —Angélica captó la mirada de su amiga y sonrió más ampliamente—. Cass, puede que por fuera se vean igual o los sientas igual, pero hay diferencias entre ambos. Diferencias que tienes que aprender a apreciar si quieres dejar ir algunas cosas. Está bien, lo de “él” no funcionó, pero puede que el destino… O lo que sea… Te estén dando una oportunidad. La oportunidad que te mereces.

Cassandra se quedó fija mirando las botellas, sin saber qué decir. Angélica tenía razón, aunque bueno, siempre la tenía, pero eso no iba al caso. Las cosas con “él” no habían funcionado y puede que esa fuese la oportunidad para enamorarse y que, en lugar de ser unilateral, fuera recíproco. Era la oportunidad que se había cansado de esperar pero que había aparecido al final de todo.

—Mejor vamos a clase —terminó por decir Cassandra, tomando su botella y comenzando a caminar hacia la salida de la cafetería.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Suspiro



Ángel la observó durante un minuto completo, sonriendo. Era hermosa, casi tanto como ella, y eran tan parecidas físicamente que sabía que esa muchacha encajaba perfectamente entre sus brazos y sabía, también, que su cuerpo encajaba por completo sobre el de… Detuvo sus pensamientos. No, no podía pensar en esas cosas cuando apenas la conocía. Aunque, técnicamente, él la conocía perfectamente. Esa muchacha era igual a Edén, era obvio que la conocía.

La vio correr tras el enorme perro San Bernardo, tropezando con la arena que le impedía seguir avanzando. Era como un déjà vu. Muchas veces había visto a su Edén correr por la playa tras un perro callejero o, incluso, había visto su espalda, sus cabellos meciéndose con el viento cuando él la perseguía y ella escapaba como si en realidad quisiera alejarse de él. Un suspiro escapó de sus labios cuando la vio caer torpemente sobre la arena, envuelta en un ataque de risa.

Sin dudarlo, se levantó y caminó hacia ella, que en ese momento tenía el peso del enorme San Bernardo sobre ella. El perro le acariciaba el cuello con la nariz, haciéndole cosquillas. Ella se revolvía bajo el animal, tratando de escapar.

—A las damas no se les mantiene prisioneras —susurró, acariciando al perro tras las orejas y consiguiendo que se moviera—. Hola —sonrió, encontrándose con los ojos color chocolate de ella.

Cassandra se quedó inmóvil, tendida sobre la arena, mirándolo fijamente. Encontrarse con él era el colmo de sus rarezas porque: Primero, llevaba años tratando de encontrarse con una persona y al parecer el que tuviera su dirección, su número de teléfono y conociera su lugar favorito y a sus amigos no bastaba; Segundo, lo que menos quería era encontrarse con él y revivir el vergonzoso momento en que él se había reído por haberle robado su primer beso. Maldito fuera.

— ¿Hay alguien ahí? —inquirió Ángel, viendo la mirada de ella, dura como un bloque de concreto.

—No. Digo, sí —tartamudeo Cassandra, incapaz de mostrarle su molestia a ese hombre—. Solo me preguntaba si Dios me odia, eso es todo.

— ¿Y por qué Dios te odiaría? —Ángel sonrió, incapaz de no hacerlo ante ese hermoso gesto enfurruñado de ella, que se sentaba a lo indio sobre la arena.

—Porque me ha hecho pasar la peor de las vergüenzas contigo y, además de eso, no me permite morir de humillación tranquila, sino que te hace aparecer en mi visión siempre en mis peores momentos —dijo ella rápidamente, casi sin respirar.

Ángel no pudo no sonreír ante las palabras de ella, ante su expresión, ante su forma de expresarse. No había cambiado lo más mínimo con él, seguía siendo la misma mujer fuerte y segura que recordaba, la misma mujer que decía siempre lo que pensaba y demostraba lo que sentía ante las personas precisas y necesarias. Un suspiro se escapó de sus labios mientras pensaba en la forma de reconquistarla.

—Eres tal y como te recuerdo, Edén… —dijo sin poder evitarlo al perderse en los ojos de ella, expresivos y vivaces.

Cassandra quedó sin aliento. Ese hombre la miraba como si fuera lo más importante en su vida, la observaba con una devoción casi incomprensible, le sonreía con una sinceridad y un cariño que no podía comprender. Era como si esos ojos avellana de él tuvieran un magnetismo que la obligaba a no apartar la mirada. Pero a pesar de que su corazón latía frenético, su mente le gritaba que no se dejara vencer de nuevo por palabras bonitas, miradas directas y suspiros. Porque no eran para ella.

—No me llamo Edén —carraspeó ella, levantándose de la arena y acariciando el lomo del perro, que se posicionó a su lado—. Me llamo Cassandra y espero, en serio, no volver a verlo nunca más en mi vida.

Él la vio darse la vuelta y comenzar a correr con el enorme animal casi pisándole los talones. Era como si la vida le estuviera dando una segunda oportunidad para estar con ella, pero sin que él se enterase y, lo primero que hacía para joder las cosas a base de bien era arruinar la sorpresa que le habían preparado.

—Cassandra… —suspiró su nombre sintiendo que, en realidad, también le quedaba muy bonito.

martes, 20 de noviembre de 2012

Enamoramiento

— ¿Aramis? —me llamas suavemente, tus ojos mirándome hasta tocar mi alma con su luz.

— ¿Qué pasa? —inquiero, haciendo tripas corazón ante esa facilidad tuya para alcanzarme siempre.

—Voy a dejar de pelear por tu cariño —susurras, una sonrisa tímida en tu rostro. Mi corazón se detiene, pero tú no pareces percibirlo—. Hay alguien que sí puede decirte todo lo que pasaste con ella, hay alguien que te ama mucho más que yo… Y no voy a interponerme en su camino porque sé que con el tiempo, también puedes llegar a amarla como jamás me amarás a mí.

Jamás pensé que la situación se invirtiera entre nosotros, pero desgraciadamente ha sucedido. Y yo soy el único culpable de sentir esto aquí y ahora. Mi orgullo fue demasiado alto en algún momento de nuestra relación, mi ceguera demasiado intensa. Tú trataste de acercarte a mí, pero yo simplemente te alejé con excusas baratas. Y luego sufriste tu accidente. No recuerdas algunas cosas, apenas puedes recordarme a mí…

¿Recuerdas cuando solíamos ver el atardecer en el horizonte?
Y cómo decías: “Esto nunca terminará”
Yo creí cada una de tus palabras y supuse que tú también lo hiciste
Pero ahora estás diciendo: “Hey, pensemos que esto terminó”

—Pero Cassie —tartamudeo, tomando tus manos pálidas entre las mías, que tiemblan de manera incontrolable—. Tú ya tienes mi cariño, siempre lo has tenido y siempre lo tendrás.

—Sabes que no me refiero a eso, corazón —sonríes de nuevo, soltando una de mis manos para acariciar mi mejilla—. Sabes que me refiero a que me cansé de amarte…

Es cierto que solo era cuestión de tiempo para que esto sucediera, pero aún así es demasiado pronto. No he pasado el tiempo suficiente a tu lado, no me has recordado lo suficiente como para dejarte partir, no hemos visto los suficientes amaneceres juntos como para permitirte soltar mi mano. Y sé que esto que siento y pienso es sumamente egoísta, que podría ser hasta hipócrita pues te he negado encontrar el amor en otras personas, aún cuando yo no soy capaz de corresponderte.

Tomaste mi mano y me acercaste a ti, tan cerca de ti
Tengo el presentimiento que no tienes las palabras
Tengo una para ti. Beso tu mejilla, digo “Adiós” y me marcho
No mires hacia atrás porque estoy llorando

Creo que esto es lo más sensato que he hecho con respecto a ti. Aunque esto me duela mucho, aunque luego ya no podamos vernos como antes, siento que esto es lo mejor que puedo hacer por ti y por mí. Este cariño egoísta nunca nos llevaría a ningún lugar, y aunque esperaba jamás te dieras cuenta de ello, ya es hora de dejarnos atrás mutuamente y comenzar a caminar por caminos más distantes, un poco más separados el uno del otro.

Es lamentable como nuestros caminos se juntaron, pero jamás se entrelazaron. Creo que solo fuimos como un bote salvavidas para el otro. Primero me necesitaste tú, luego te necesité yo y ahora, cuando nos necesitamos mutuamente, hemos decidido que estas aguas no nos pertenecen y que llevamos demasiado tiempo luchando contra lo inevitable.

Recuerdo pequeñas cosas, tú difícilmente lo haces
Dime porqué. No sé porque esto terminó
Recuerdo estrellas fugaces del paseo que dimos esa noche
Espero que tu deseo se haga realidad. El mío me traicionó

Y lo que es peor, lo único que puedo hacer al cerrar los ojos es escuchar tus palabras cuando me salvaste de mis demonios. Aquellas palabras dulces, cargadas de ternura mientras acariciabas mis cabellos y me incitaba a vivir un día más, sonriendo un poco más. “El enamoramiento es una etapa para el verdadero amor, Aramis. Si superas esa etapa, miras a la persona que está a tu lado y aún sientes mariposas en el estómago, significa que no solo estás enamorado. Significa que lo tuyo es amor de verdad”.

En tus fantasías delirantes siempre fui un caballero de noble armadura, un príncipe. Siempre me dijiste que no creías en los príncipes azules pero que yo, para ti, era como un príncipe verde. Dijiste que era verde porque era tu color favorito, pero yo sé que no es así. Yo sé que quedó grabada en tu retina aquel traje verde de una noche de brujas que pasamos juntos. Y en mí quedó grabada tu imagen de aquel traje dorado que usabas. Reímos hasta el amanecer y un poco más. Me gustaría volver a ese momento.

Soltaste mi mano y fingiste una sonrisa para mí
Tengo el presentimiento que no sabes qué hacer
Miro profundamente en tus ojos, dudo un momento
¿Por qué estás llorando?

—No puede ser… —susurro deteniéndome bajo nuestro árbol, mi corazón golpeando dentro de mi pecho.
¿Cómo es posible que solo después de escucharte rendirte, sea capaz de darme cuenta que estoy enamorándome de ti? ¿Cómo puede ser que haya sido tan ciego, tan sordo y tan mudo ante mis sentimientos? ¿Por qué, si siempre te tenía a mi lado, no me di cuenta antes…?

Y es que desgraciadamente, uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde y yo ya te he perdido a ti. Yo, que siempre estuve repitiéndote que estuvieras atenta ante el verdadero amor, que seguramente estaba esperando por ti en algún lugar… No me di cuenta que pude haber sido ese amor para ti. Que pudimos ser nuestras propias mariposas en el estómago del otro.

Pero creo que tuve miedo. Creo que en realidad tuve miedo de perderte definitivamente si nos enamorábamos el uno del otro pues en ti había encontrado no solo a una amiga leal, sino a una consejera del corazón como ninguna otra. En ti había encontrado el bálsamo para sanar la herida permanente que otra dejó antes de ti, sin darme cuenta que haciendo eso solo terminaba asesinando nuestra amistad para convertirla en algo que negué hasta el final.

Tallulah, es más fácil vivir solo, que el miedo a que el tiempo lo acabe
Tallulah, encuentra las palabras y háblame. Oh, Tallulah
Esto podría ser… El cielo

Y ahora que te amo de manera irremediable, me doy cuenta que ya es más tarde de lo que pensé sería. Te he visto innumerables veces caminando del brazo de otros hombres, regalando tus sonrisas y tu corazón de nuevo al primero que te sonría de vuelta. Continúas con tu actitud ingenua, sigues siendo la misma princesa llena de temor, esperando que alguien salte a protegerla. Y muchos lo hacen. Puedo ver como cada vez que alguien desea hacerte mal, un valiente salta en tu auxilio, pidiéndote a cambio un beso en la mejilla y un abrazo que tú no eres capaz de negar.

Otras veces te he visto sola luego de aquella tarde en la que te dije adiós. Tus labios sonríen, pero soy consciente de que la felicidad no llega a tus ojos. Es entonces que siento deseos de correr a ti y volver a ser un poco de lo que fuimos otra vez pero… Ya no podrá ser.

Alguien toma mi mano y nos alejamos. Tú no nos has visto y ella tampoco te ha visto a ti. ¿Qué pensarías de mí si supieras que ahora camino de la mano, como una vez hice contigo, con tu mejor amiga?

Te veo caminando de la mano con el baterista de cabello largo de la banda
Enamorado de ella, o eso parece. Él está bailando con mi hermosa Reina
No me atrevo a saludarte, aún me trago el adiós
Pero sé que los sentimientos siguen vivos. Siguen vivos…

—Deberías acercarte a ella, te necesita —susurra nuestra mejor amiga, sonriendo y sacándome de mis cavilaciones.

—No sé de qué hablas —susurro yo a su vez, mirando el cielo estrellado y buscando tu sonrisa en el firmamento.

—Nosotras actuamos mal, ¿sabes? —continúa ella, abrazando sus piernas con sus brazos— Ambas enamorándonos de ti y yo tomando la oportunidad adecuada cuando ella perdió la memoria para acercarme más a ti, aún sabiendo lo que sentían el uno por el otro. Fui una muy mala amiga con Cassandra…

—Cassie y yo solo somos amigos —digo suavemente, buscando una de sus manos. Ella estrecha mi mano y apoya su cabeza en mi hombro, suspirando—. Además, eso no hubiera funcionado jamás.

—Continúa repitiéndote eso en voz alta, tal vez un día te lo creas y se lo hagas creer al resto también…

Sus palabras no tienen ningún doble significado, no son hirientes y no dañan lo más mínimo. La verdad jamás lastima de esa manera cuando sabes que es verdad, cuando no eres capaz de negarla. Además, yo sé que no me necesitas, yo sé que eres más feliz sin mí robándote de los demás. Siempre te frené, absorbiendo tu tiempo como una esponja absorbe el agua. Y lamento haberlo hecho…

Perdí la paciencia una vez, ¿así me castigas ahora?
Yo siempre te amaré, no importa lo que hagas
Volveré a ganarte si me das una oportunidad
Pero hay una cosa que debes entender…

— ¡Ary! —exclamas, lanzándote a mis brazos con fuerza y aún con esa enorme sonrisa— ¡Oh, Ary! ¡Ha pasado tanto tiempo! ¿Cómo estás?

Te separas un poco del abrazo y me miras directo a los ojos, tu mirada con ese brillo tan especial y que tanto me gusta. Y me siento como un idiota por haberte perdido, pero más idiota me siento por no ser capaz de volver a recuperarte pues te he visto besando a otro muchacho, mirándolo como si estuvieras verdaderamente enamorada de él.

—Estoy bien —digo sonriendo, tomando tus manos entre las mías como hace mucho tiempo hice, como cuando te dije adiós—. ¿Y a ti, Cassie? ¿Cómo te trata la vida?

—No soy fuerte, pero soy resistente —tus ojos brillan con traviesa dulzura y siento que si me esfuerzo, podría ser capaz de recuperarte un poco más—. La vida me ha hecho extrañarte, ¿sabes?

—La vida no hace extrañar, eso lo hacen el tiempo y la mente —susurro, dos pares de ojos mirándonos fijamente—. También extrañaba a mi amiga…

Tallulah, es más fácil vivir solo, que el miedo a que el tiempo lo acabe
Tallulah, encuentra las palabras y háblame. Oh, Tallulah
Esto podría ser…

Nos abrazamos de nuevo y yo ya no tengo más palabras que decirte, no sé por dónde comenzar así que prefiero guardar silencio, esperando que mi abrazo y los latidos de mi corazón te hablen y que tú seas, como siempre has sido, capaz de entender esos latidos. Puedo observar por sobre tu hombro la figura de ese muchacho que me mira, su mirada perdida y una sonrisa extraña en sus labios. Creo que es la misma sonrisa que ponía yo cuando tenía que compartirte con alguien más.

Al final nuestra mejor amiga se marcha, empujando a tu novio con ella. Y él no dice nada, tampoco se despide de ti como un novio lo haría. Ella tampoco lo hace. Nosotros nos quedamos de pie, mirándolos marcharse un poco más de tiempo de lo debido antes de sentarnos bajo el que una vez fue nuestro árbol, manteniendo nuestra distancia como si estuviera prohibida nuestra cercanía. Observo tu perfil de reojo, observas el cielo estrellado con una sonrisa, como si estuvieras esperando algo mágico y maravilloso. Sé que lo esperas, siempre lo has esperado…

—Se ven muy bonitos juntos, Ary —susurras por fin, volteándote a mirarme con otra reluciente sonrisa—. Aunque me hubiera gustado más que me lo dijeras antes de tener que descubrirlos, me sorprendió mucho cuando los vi. Fue… Fue una linda sorpresa.

Tallulah, es más fácil vivir solo, que el miedo a que el tiempo lo acabe
Tallulah, encuentra las palabras y háblame. Oh, Tallulah
Esto podría ser…

Te escucho hablar sin parar, solo mirando tu perfil sin poder decir demasiado. Sabes que no soy un hombre de muchas palabras, jamás lo he sido, pero creo que en el fondo no encontraba algo apropiado que decir. Tú siempre fuiste quien llevaba nuestros temas de conversación, siempre opinando sobre algo, siempre con algo importante que decir. Jamás me molestó que hablaras hasta cansarte, incluso me agradaba ver tu expresión avergonzada cuando sentías que habías hablado de más y pedías disculpas, mirando al suelo apenada mientras decías que no sabías cuando callarte. Yo creo que no es que no sepas cuando callar, sino más bien yo nunca sé qué decirte en verdad.

Pasamos largas horas juntos, como cuando lo hacíamos antes. Pero ya no es lo mismo. Tú ya no buscas mis brazos, yo ya no busco tus “te quiero”. Tú ya no buscas mi mejilla para besarla, yo ya no busco perderme en tus ojos. Creo que para el mundo somos como dos desconocidos, creo que esa es la impresión que damos ahora.

Y cuando nos despedimos el abrazo no es tan apretado, no hay tantos “cuídate” o “nos vemos pronto”, tampoco hay tantos “te quiero” llenos de emoción y cariño. Veo cómo te marchas por la calle adoquinada, las manos en los bolsillos y la luz de la luna recortando tu figura. No volteas a mirarme ni una sola vez. Me has superado.

Yo ahora solo espero poder superarte algún día.


°~ Final de Lo que siente él