Quienes me inspiran a seguir

domingo, 23 de octubre de 2011

Presente




... Quiero que tengas presente que, aunque pasen horas, días o semanas, jamás te olvido.

Quiero que tengas presente que siempre recuerdo tus palabras de amor, siempre.

Quiero que tengas presente que, aunque a veces soy una tonta, soy una tonta enamorada.

Quiero que tengas presente que siempre he pensado que tu amor es lo mejor del mundo, de MI mundo...


Jen dejó el lápiz a un lado, dobló la hoja de papel en cuatro partes y la metió en el sobre, que selló cuidadosamente antes de guardarlo en el bolsillo de su cazadora. El día sería pesado, lo sabía, pero ya encontraría un tiempo para enviar aquella extraña y corta carta de amor.

Y estaba feliz por eso...

jueves, 20 de octubre de 2011

Me Quedaré Contigo



La guitarra reposaba olvidada en aquel rincón polvoriento de la habitación. Ella estaba allí, sentada en la esquina opuesta, haciendo que el espacio entre ella y el instrumento pareciera una distancia abismal. Ella abrazaba sus piernas fuertemente contra su pecho, con sus brazos temblando, con la cabeza hundida entre las rodillas. Ella estaba triste, ella estaba sola, ella tenía miedo.

Habían tomado todo lo que necesitaban de ella, la habían dejado solo con un profundo pesar en el corazón, y ya no tenía nada más por lo que luchar o por lo que vivir. Estaba sola de vuelta, estaba sola y a nadie le importaba, ni siquiera a ella misma. ¿Dónde había ido a parar su resolución? ¿Dónde estaba la muchacha que decía que sola estaba mejor? Ahora tenía lo que quería, lo que había pedido, ahora estaba sola. Pero ya no le agradaba tanto como antes.

La tormenta afuera de esa oscura habitación se hacía más y más fuerte a cada momento, a cada segundo que pasaba los truenos adquirían más poder sonoro, tronando en el cielo como explosiones sin brillo ni luz, explosiones sin fuego que te alcanzan y te azotan, que te hacen estremecer. Y ella estaba allí, en medio de las explosiones de sonido, aterrada. La tormenta jamás cesaba para dejarla alcanzar su instrumento, y si no lo alcanzaba pronto la tormenta no se iría.

Un trueno resonó más fuerte que los demás, la habitación se iluminó con fuerza, ella gritó de terror, sollozando como una niña pequeña... Y unos brazos de pronto la tomaron y la arrastraron con ellos. Y una voz se alzó en la oscuridad, abriéndose paso entre el sonido casi ensordecedor de los truenos, una voz que cantaba, que reía, que susurraba.

—No temas —le dijo la voz, pero ella no abrió los ojos. Y luchó para soltarse de esos brazos que la asían con fuerza cariñosa, luchó porque aún tenía miedo.

—¡Déjame! —chilló, con lágrimas en los ojos. ¿Porqué no la dejaban sufrir en paz?

—Yo jamás te soltaré ni te fallaré —le dijo la voz, la voz con un cuerpo, con una forma, con mirar profundo y sincero.

Porque ella alzó la mirada para perderse en los ojos de ese ser y se encontró con la realidad, con confianza, con seguridad. De pronto la habitación dejó de dar vueltas, de pronto los truenos no eran más que brisa huracanada, de pronto podía escuchar a las estrellas tintinear como cascabeles, de pronto ya no tenía tanto miedo.

—¿Qué me hiciste? —le preguntó ella a la persona frente a sí, a ese joven que la sujetaba de los brazos con una fuerza cariñosa que la hacía estremecer.

—Te doy mi confianza, ¿puedes darme la tuya? —sonrió él, perdiéndose en los ojos de ella sin saber que hacía vibrar su alma con fuerza.

—No me conoces —tartamudeo ella, incapaz de soltarse del agarre de esos ojos, del poder magnético que habían generado en su persona.

—¿Eso importa acaso? —inquirió él, volviendo a arrastrarla por la habitación suavemente. Ella le siguió, sumisa, confiada— Confiar no es tan difícil, cariño.

Y en un segundo eterno ya estaban al otro lado de la habitación, junto a la guitarra que ahora parecía brillar junto a ellos. Y pudieron ver la habitación regada de papeles en el suelo. Partituras, poemas, historias de caballeros de brillantes armaduras, canciones, sueños puestos en papel, en una ilusión color blanco con puntitos negros. Y los truenos se detuvieron del todo cuando él acarició la mejilla de ella con tanta ternura que ella sonrió como jamás en su vida había hecho. Y el mundo pareció detenerse en ese instante en que sus labios sen encontraron en una caricia suave y fugaz, una caricia de reconocimiento.

—¿Puedo cantar para ti? —dijo de pronto ella, tomando la guitarra del suelo suavemente.

—Canta todo lo que quieras, yo estaré aquí, contigo —sonrió él, sentándose en el suelo, su espalda apoyada en la de pronto brillante muralla.

Y ella rió con ánimos cuando sus dedos tocaron las cuerdas del instrumento y las notas, de colores brillantes y sabores dulces se alzaron en la habitación. Y cuando su voz salió temblorosa durante el primer segundo se sintió tonta, pero lo vio a él y supo, en su corazón, que todo iba de maravilla.

Y ella cantó para aquel que iba a quedarse para siempre a su lado, para aquel que le había mostrado que volver a confiar no era tan difícil, para aquel que ahora la hacía tan inmensamente feliz.





Nota: Dibujo propiedad de Agustín Aguayo, yo solo se lo robé. ¡Gracias, Agustín!

martes, 18 de octubre de 2011

La Última Esperanza




Allí estábamos los dos, al borde del abismo. Yo temblaba como una bandera al viento huracanado, tú sujetabas mi mano con fuerza, tratando de darme parte de tu entereza. ¿Porqué viniste hasta aquí? Pudiste dejarme seguir sola, lo sabes, hubiera sido lo mejor. Pudiste dejarme caer aquella vez también, aquella vez en la que te mostré que si me lo proponía podía volar porque lo soñé. Sabías que no tengo alas, pero me seguiste en mi locura y cuando salté, tú me esperaste abajo, con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro. ¿Porqué lo haces, si mi locura es contagiosa?

—No tienes que hacerlo, Antu —susurré casi sin fuerzas, mirando el abismo de lava ardiente metros más abajo.

—No tengo... —suspiraste, aferrando más fuerte mi mano. Te miré desesperada, ¿acaso este es nuestro adiós?— Pero quiero hacerlo, Kashiri.

Estás loco, ¿sabías? Te abrazo con más fuerza, sollozando como la chica débil que soy. Te necesito, si no estas no sé que sería de mí, si no estuvieras aquí, tomando mi mano, abrazándome, ayudándome a caminar, creo que hubiera lanzado la toalla hace mucho con esta locura. ¿Qué haría yo sin ti? ¿Qué hubiera sido de mi sin ti? Llegaste precisamente en el momento justo de mi vida, llegaste con tu risa, con tu luz, con tus palabras hermosas y llenas de ternura, abrazaste mi alma como jamás nadie había hecho nunca... O tal vez yo me había negado a recibir abrazos así solo por esperar el tuya, a que tu presencia llegara a mi.

—¿Estás seguro de querer hacer esto? —susurro, secándome las lágrimas del rostro y respirando profundamente un par de veces. Me miras con tanta decisión que de pronto yo me siento valiente, igual que tu alma indómita.

—Cuando te conocí —me dices, abrazándome por la espalda y apegándome contra tu pecho. Tus brazos son tan cómodos y confortables, tan cálidos...—, pensé que tenía que ser una broma. ¿Cómo una chica así podría siquiera ayudarme? No podías ayudarte a ti misma en ese tiempo, pero ahora... Ahora eres esa última esperanza, y como tal, no te dejaré morir sola.

—Si tú brincas, yo interrumpiré tu caída esta vez —te digo, besando tu mejilla.

Creo que juntos somos la esperanza. No lo soy yo, no lo eres tú, lo somos juntos, unidos. Podrán intentar arrebatarnos los sueños, las ilusiones. Podrán intentar pasar por sobre nosotros, por sobre ti, por sobre mi, pero somos resistentes cada uno por su lado, pero juntos... Juntos somos una fuerza color verde tan infinita y poderosa que luchar, enfrentarse a nosotros sería cavar sus propias tumbas.

Nos tomamos de las manos una última vez, nos miramos a los ojos, nos perdemos un segundo en un suave beso que no tiene nada de romántico, en un beso que simboliza casi el traspaso de tu fuerza a mi y de mi propia fuerza a ti. Nos abrazamos como si quisiéramos fundirnos con el cuerpo del otro y luego, cerrando los ojos, nos dejamos caer.

¡Nos saldrán alas, ya lo verás!

Y si no salen... Habremos descubierto nuestra última esperanza, dejando a nuestros sueños flotar en forma de canto hacia las estrellas.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Sonríe, vale la pena ser feliz




—¿Me prometes que no vas a llorar más? —le escuché decir entre mis sollozos, y quise decirle firmemente que se fuera a la mierda, pero no pude hacerlo...

—Lo prometo... —sollozó ella, mirándome con esos ojos que demostraban tanta desvalidéz que llegaron a asustarme de momento.

—Yo tampoco voy a llorar más —me dijo, estrechándome en un poderoso abrazo que agradecí en el alma. ¿Cómo era capaz de hacerme sentir tan bien?

—¿En serio? —no puede evitar preguntarlo, por lo que regalé una amplia sonrisa, un beso en la frente y otro en la mejilla antes de darle una caricia en el cabello.

—Claro que sí, siempre hablo en serio con estas cosas —a veces me preguntaba dónde quedaba la chica segura que había presentado, siendo transformada en esta... Niña—. Así que, ya sabes, saldremos adelante juntos.

—¡Sí! —exclamó, abrazándome con suma fuerza— Te quiero, loco, te re quiero y te re amo...

—¡¿Y tú a quién le dices loco, loca?! —me reprochó, y no pude hacer otra cosa que romper a reír, la primera risa que marcaba el comienzo de este largo trayecto de sanación— No, es broma, yo también te quiero y te amo, amiga...

martes, 11 de octubre de 2011

Enamorarse





Ninguno de los dos esperaba que aquello sucediera, no lo habían imaginado, tampoco había sido alusión de sus más locos sueños. Pero allí estaban, mirándose a los ojos de manera tímida. Ella, con sus cabellos siendo despeinados por la fuerza del viento y él, mirándola a los ojos con la emoción desbordándose de sus poros. Ella bajó la mirada hacia sus manos, él se perdió en aquellas mejillas arreboladas.

—Hola... —susurró ella, pensando en que no querría despertar jamás de ese sueño.

—Hola —dijo muy seguro él, mirándola seriamente, sin saber qué más hacer.

¡El amor! ¿Cómo había florecido entre ellos sin siquiera conocerse? ¿Cómo había sido posible?

Enamorarse... Esa experiencia mágica, llena de sueños tontos e ilusiones hermosas con colas de colores que uno trata de entender, comprender y aferrar para que no se vayan. Ese sentimiento lleno de beldad, lleno de cariño, lleno de misterio, tan hermoso como caótico.

Ellos se vieron y se amaron, no necesitaron más que eso. Ella sabía que él era quien había estado esperando, a quien amaría por el resto de sus días. Él sabía que ella iba a reparar su corazón, la princesa en la torre a quien él quería rescatar. No necesitaron más que una palabra, un verso, una canción para recordarse de vidas pasadas e imaginar su amor eterno en vidas futuras. Se amarían para siempre, eso era seguro.

—Estoy enamorada de ti —admitió ella, abrazándose con fuerza a su amado, llorando de felicidad.

—Y yo estoy enamorado de ti —admitió él, sonriente y alegre, viendo el rostro taciturno y sonrojado de ella.

Habían esperado tanto, habían buscado tanto ese amor ingenuo y lleno de gracia y por fin estaba allí, entre sus brazos enamorados...

Y sabían que sería para siempre...

lunes, 10 de octubre de 2011

Apertura — Diván




Okey, sí, me tardé HORAS en actualizar esto, pero ya qué, se me fue y no me arrepiento de hacerlo tan tarde porque, sinceramente, mi tarde fue un asco y tenía ganas de mandar todo al carajo. Pero bueno, como dice una persona a la que tengo en gran estima: "a no decaer" y bueno, no decaigo, pero sí tengo una pereza suprema (aunque dormí como oso casi toda la tarde). Ahora, ¡a lo nuestro!

Hoy es la gran inauguración de Diván.

Diván es la historia de una chica común y corriente de casi quince años que vive su vida y nos habla de ella desde su propio punto de vista. No es nada escepcional, le gusta fumar y maldecir, no le gusta que la miren y odia al mundo como a sí misma. Su psicólogo trata, junto a sus queridos amigos, los cuales son todos mayores que ella, de insertarla en el mundo de los simples mortales y además trata de hacerla una persona mejor, por propia decisión de ella. Kashiri irá descubriendo, en aquel diván, que la vida no es tan absurda, que las personas no son tan malas y, que si uno de lo propone, siempre puede encontrar razones para sonreír.

Diván es una historia de superación personal por entero, no tiene grandes elementos más de lo que uno vive día con día, no hay poderes mágicos, gente famosa, nada en especial más que la vida de una típica chica adolescente que trata de vivir la vida como a ella le place, sin importarle demasiado lo que se diga o piense de ella.

Los invito a entrar a este Diván, a conocer a Kashiri y a sus amigos, a conocer su vida y, quizás, sentirse reconocido con ella o alguno de sus problemas.

Un beso, queridos lectores y... Hasta otro Update (con menos dolor de cabeza, espero).

sábado, 8 de octubre de 2011

Solo un Desvarío




-¡Hey! ¿A dónde vas? ¿Acaso no tienes un segundo para sentarte a beber con una vieja amiga?

-Lo siento, no tengo tiempo, tengo un informe que enviar a la oficina, luego alimentar a mi perro y luego seguir haciendo informes.

-Toma la silla y rompe la pantalla del ordenador.

- ¡¿Pero tú estás loca?! ¡No puedo hacer eso!

-Sí que puedes.

No es tan difícil dejar el trabajo a un lado para sentarte a disfrutar de la vida y charlar con un viejo amigo. No dejes que la vida se te escape y luego arrepentirte por no haberla vivido.

La vida es una sola, aprovéchala.

viernes, 7 de octubre de 2011

Jardín




Ángel acarició la lápida de su amada con la punta de sus dedos. La tumba blanca no había cambiado en nada durante esos años, y aún ver su fotografía allí era como tenerla frente a él. ¡Cuán duro había sido con ella! Había pensado que con un poco de indiferencia Edén se daría cuenta de su error al sentir culpabilidad de algo que ella no había buscado, pero solo la había ayudado a caer más hondo en el abismo. Y lo lamentaba…

Lo único que calmaba el agitado corazón de Ángel era aquel santuario que había preparado para ella, para su descanso eterno Aquel era el Jardín de Edén, era su pedacito de cielo en la tierra, el lugar en el que encontrar sus brazos entre los helechos, entre los tulipanes, entre los girasoles que a ella tanto le habían gustado en vida.

—Te extraño, Edén —suspiró Ángel, recordando como si fuera ayer sus sonrisas y sus gestos, sus caricias sobre su piel desnuda—. Y no sabes la falta que me haces… Y lo culpable que me siento por haberte dicho aquellas duras palabras. Pensé que Mabel te retendría, que te ayudaría, que te darías cuenta de que nada de lo que había pasado era tu culpa. Y quise desaparecer un momento de tu vida para que encontraras la paz que tanto necesitabas… Pero corriste al verme al otro lado de la calle, me viste como si fuera un espectro o un mal recuerdo, y me duele… —Ángel se secó una lágrima fugitiva que rodaba por su mejilla y suspiró otra vez, tratando de encontrar la calma— Ay, Edén, no sabes lo arrepentido que estoy. Te traté de aquella manera cuando más necesitabas de mi amor, te negué un abrazo en un momento de desolada desesperación, te asesiné con mis palabras y mi errada forma de actuar…

Nadie le contestó, sabía que ella desde su fotografía no le contestaría, que ahora Edén era ese jardín en el que estaba, que ella no volvería a sus brazos nunca más. ¡La extrañaba tanto!

La lluvia comenzó a caer sobre el Jardín de Edén, sobre aquel trocito de cielo que había preparado con tanto esmero para que por lo menos parte de su alma siguiera con vida, pero no era igual a sentir su risa al despertar cada mañana, o sus pequeñas maldiciones. Edén estaba soñando ahora en las estrellas, entre las nubes, y aún ahora Ángel se preguntaba qué soñaba.

Pero jamás lo sabría, porque Edén se había ido, porque su Jardín no tenía más vida que las mismas flores que cuidaba con tanto esmero, esperando que volviera, verla aparecer entre los arbustos con su sonrisa de traviesa maldad…


Fin

Oscuridad




Mabel estaba muy preocupada por su amiga. Edén llevaba días sin levantarse de la cama, no probaba bocado, no hablaba, y eso la tenía casi fuera de sí. Ahora estaba sentada junto al bulto enrollado entre las sábanas que era la muchacha, tratando de hacerle entrar en su dura cabeza que nada de lo que le había sucedido a Sebastián era su culpa, que no debería estar así, que todo iba a ir mejor si solo se calmaba y dejaba que el tiempo fluyera como siempre.

Pero no era que Edén no quisiera escucharla, es que no podía escucharla. Estaba tan sumida en aquella pesadilla, tenía tan presente el recuerdo de Sebastián tendido en el pavimento con su cuerpo contorsionado como el de una muñeca de trapo que sentía no solo su cuerpo, sino también su mente sumido en un mar de profunda oscuridad y desolación. ¿Dónde estaba la luz que la había hecho sonreír días atrás, meses atrás? Hasta había perdido la noción del tiempo con todo aquello, y estaba aterrada. ¿Dónde estaba su Ángel cuando más anhelaba sus alas protectoras?

Un grito de dolor se escapó de su garganta, seguido de un interminable sollozo que resonó en la habitación como un trueno antes de que la lluvia se hiciera presente en una ciudad destrozada por el caos. Mabel la alzó de la cama, abrazándola con fuerza y sintió el corazón de la muchacha latir desbocado mientras más gritos escapaban de su garganta destrozada. Cada día era lo mismo, cada noche, a cada hora los gritos de su amiga llenaban la casa hasta el más profundo y deshabitado rincón, remeciendo todo hasta los cimientos. Y ya no sabía qué hacer.

Adín entró hecho un bólido en la habitación, con su rostro contraído en un rictus de preocupación. Una semana las cosas llevaban así y ya ninguno sabía qué más hacer. Ángel estaba quedándose con ellos para cuidarla en las horas en las que no trabajaba, pero apenas él se marchaba, Edén comenzaba una nueva sesión de gritos y llanto que no eran capaces de frenar, y lo único que podían hacer por ella era abrazarla.

Edén se dejó abrazar y acariciar, tratando de mantener su dolor lo más oculto que podía, pero la oscuridad era más grande que ella y que su fuerza de voluntad. Se levantó de la cama y caminó sin ser consciente de lo que hacía, simplemente caminando y caminando, arrastrando los pies bajo las miradas curiosas de sus amigos. Salió de la casa y observó a su alrededor, viendo los automóviles pasar a cada segundo. Y sintió el movimiento en su abdomen plano, sintió la vida, sintió la muerte corriendo como sangre por sus piernas hasta el suelo, hasta el infierno. Y volvió a gritar, buscando desesperada el rostro de su Ángel de cristal que se alejaba batiendo sus alas graciosamente.

¡No, no me dejes!, quiso gritar, pero no fue capaz de hacerlo. Y quiso que todo acabara cuando dejó de sentir, tratando de ir tras su ángel y alcanzarlo, para retenerlo entre sus brazos…





Ángel aferraba con fuerza su mano, y la acariciaba con la yema de sus dedos, solo así ella podría ser capaz de encontrar la luz entre su oscuridad y despertar. Llevaba tanto tiempo así, tantos años, que no dudaba en que Edén había creado un mundo perfecto dentro de su mente para no despertar jamás. Pero él no sabía que la escena se repetía una y otra vez, que esos meses interminables se repetían en su cabeza, cambiando nombres, colores, rostros, simplemente cambiando todo para no ser alejada de la oscuridad.

Mabel se preguntaba qué podría estar soñando para que su corazón se disparara de esa manera y se preguntó si tenía que ver con aquel día, en la plazoleta, luego de aquella discusión entre ellos. Ángel le había pedido dejar de llorar, dejar de alucinar, hacerse tratar de una vez por todas para dejar todo el dolor atrás, pero ella se había negado, no podía evitar sentirse desdichada. O tal vez no quería evitar sentirse desdichada.

Había corrido esa tarde, tratando de alcanzarlo y el automóvil la había impactado de frente, haciéndola volar por los aires. Y Edén no iba a despertar jamás, lo sabían, sabían que no volverían a ver su mirada color chocolate brillando de emocionada felicidad nunca más, que el último recuerdo que tendrían de ella sería eso, su cabeza rota sobre el pavimento, sus labios tratando de susurrar un lo siento, sus ojos nublados tratando de enfocar, viendo algo lejano.

Ahora Edén vivía un sueño, y ellos no sabrían jamás que era lo que ella veía, lo que ella sentía, lo que ella sentía y soñaba. Tal vez era feliz en su sueño, tal vez era más feliz que nunca con los ojos cerrados y evadiendo la cruda realidad. Había perdido a su hijo, al hijo de Ángel y suyo y no podía perdonarse a sí misma, por eso lo había tergiversado todo, volteando la realidad, evitando lo que ella era, yéndose lejos en sus sueños y pesadillas.

El médico entró en la habitación y les preguntó si estaban listos. Ángel sollozó, besando la mejilla fría de Edén y suspirando. Mabel no fue capaz de ver, por lo que se tapó los ojos antes de perderse entre los brazos de su esposo, que miraba fijamente el cuerpo inerte de su antigua amiga. De pronto, y con un pitido de aviso, el corazón de Edén se detuvo para siempre.

jueves, 6 de octubre de 2011

Perdón




— ¡Aléjate de mí! —gritó Edén, mirando con rabia al hombre frente a ella.

Aún no podía entender como ese sujeto se dignaba tocarla otra vez, después de todo el daño que le había hecho. No, eso no era justo, eso no era correcto, ¡eso no tenía pies ni cabeza! Se zafó de las manos del hombre, que sujetaban uno de sus brazos con insistencia y lo miró con sus ojos color chocolate destilando odio. Ese hombre se las pagaría todas juntas, todas juntas de una sola vez, y siquiera se inmutaría al verlo tendido en el pavimento, muerto o agonizante, no le interesaba. Lo importante era verlo mal, muy pero que muy mal.

—Edén, escúchame por favor —suplicó el hombre, rogándole también con sus oscuros ojos.

—No tengo nada que escuchar, Sebastián —gruñó ella, palpando sus bolsillos en busca de un cigarrillo—. ¿Acaso no te bastó con hacerme tanto daño antes? ¿Soy tu deporte favorito o qué? —interrogó con rencor, mirándolo fervientemente.

Sebastián, el hombre de los ojos negros se acercó otro paso a ella, cerrando la distancia y abrazándola con fuerza. Edén luchó, gritó, lo empujó y lo golpeó hasta que él no intentó volver a tocarla. Ahora no solo tenía rabia, sentía su orgullo herido también. ¿Cómo era capaz de tocarla sin sentir culpa? Se alejó otro paso de él y lo miró con todo el odio del mundo a los ojos mientras una de sus manos, de manera inconsciente, se detenía en su vientre plano, acariciándolo con suavidad mientras la otra le devolvía el milagrosamente entero cigarrillo a los labios. La nicotina mantenía a raya sus impulsos de ahorcarlo aún en ese mar de gente que los rodeaba.

—Edén… —la llamó él otra vez, y ella le dio una bofetada con las lágrimas rodando por sus mejillas.

—No te llevaré a ver la tumba de MI hijo —gruñó, alzando la voz unas cuantas octavas—. No quiero saber tampoco que fuiste a verla, no tienes ningún derecho, Dema no es nada tuyo.

—Soy su padre —susurró Sebastián, bajando la mirada.

—No, no lo eres, Dema no tiene más padre o madre que yo, ¿comprendes? —Edén estaba que no podía más, tenía los nervios destrozados, necesitaba ver a Ángel.

— ¿Qué puedo hacer para que me perdones? —consultó Sebastián, mirando con súplica a la chica frente a él, a esa chica que había cambiado tanto en dos años y medio.

—Deja que un auto te arrolle y si sales vivo yo misma te llevo a ver la tumba de mi hijo, mal nacido —ordenó Edén, señalando la calle por la que pasaban más automóviles de los habituales.

Y para sorpresa de Edén, Sebastián sonrió, cerró los ojos y pasó a su lado dando pasos seguros y tranquilos. Edén volteó con los ojos muy abiertos y vio, horrorizada, como el cuerpo de quien le había destrozado el alma salía despedido por los aires. Sebastián cayó al suelo con un crujido potente, aún con los ojos cerrados y sin siquiera haber hecho una mueca de dolor en aquellos eternos segundos de colisión. No que no hubiera tenido tiempo, Edén se había equivocado con él, otra vez. Sebastián sí estaba lo suficientemente loco y además dispuesto a hacer todo lo que ella le dijera para merecer su perdón. Y ella había sido una completa zorra con él.

Pudo escuchar gritos a su alrededor, muchos gritos, pero ella no tenía cabeza para eso. Escuchó a las ambulancias llegar, policía, todo eso que llegaba cuando de un accidente así se trataba y pudo escuchar también a los paramédicos decir que tenía la cabeza intacta pero las cervicales astilladas. Si despertaba sería suerte, si caminaba, un milagro. Edén se sintió como basura cuando las personas la señalaron como la persona que había estado con él y unos hombres, policías, le pidieron que los acompañara a dar una declaración sobre lo acontecido. Asintió media ida, pensando solo en una persona. Ángel…




— ¡Edén! —Ángel la abrazó con todas sus fuerzas apenas la vio salir de la estación. Su rostro estaba tan demacrado, tan ausente, estaba tan ida que apenas podía corresponderle el abrazo— ¡Dios, Edén! ¡Estaba tan preocupado!

Pero Edén no contestó, no dijo nada, solo se apretó contra él, sollozando quedamente mientras Ángel la subía en un taxi mientras llamaba por móvil a Mabel, advirtiéndole de lo que acababa de suceder.

Noticia — Cancelación de Séptimo Mar




Debido a diversos inconvenientes, lamento decir que el Blog con mi historia de piratas, Séptimo Mar, será temporalmente cerrado y/o cancelado.

Una de las grandes razones es, como siempre que uno deja una historia inconclusa, la falta de inspiración. Al ser mi primera vez escribiendo una historia así, creo que no le tomé el peso y no puse la suficiente seriedad en el proyecto, por lo que se ha ido literalmente a pique.

Espero poder retomar el hilo de los acontecimientos y que Séptimo Mar no quede aquí, ya que sería una verdadera lástima tanto para los lectores como para mí, que siento he fracasado, a pesar de que la idea (según yo) es muy buena.

Muchas gracias a todos por su comprensión y su apoyo.

Liz

P.S: ¡Jorge, prometo acabarla algún día!

miércoles, 5 de octubre de 2011

Todo lo que necesitas




Edén abrió los ojos de manera perezosa. Las cortinas estaban descorridas por lo que la luz del sol de mediodía le daba de lleno en el rostro. Le dolía la cabeza como si le hubieran pasado con un tanque por encima y decidió, por el resto de sus días, no volver a beber nunca más. Se sentó en la cama lentamente, enfocando en la habitación y, aterrorizada, se dio cuenta que no era su habitación. ¿Dónde rayos estaba? Se levantó de un salto y notó que traía puesta una camiseta blanca que le quedaba enorme, a pesar de lo alta que era. Mierda, mierda, mierda, pensó buscando su ropa, que no encontraba por ningún lugar en esa habitación. Si Ángel se enteraba la iba a asesinar, la iba a desollar viva.

— ¿Edén? ¿Qué haces cariño? —inquirió una voz a sus espaldas y cuando volteó a ver notó a un muy desorientado Ángel tendido en la cama.

Suspiró. Claro, tonta, Ángel los había invitado a su departamento en su día libre y ellos habían ido a pasar el rato. Mabel y su novio se habían ido a casa temprano con la excusa barata de dejarlos pasar tiempo de calidad a solas con una sonrisita boba en la cara y ella no había encontrado nada mejor que sonrojarse ante la larga lista de preguntas que le esperaría en casa. Ángel estiró los brazos hacia ella y Edén, sonriendo, volvió a arroparse entre las mantas de la cama, contra el pecho de Ángel y respirando su perfume casi con necesidad. No hubiera cambiado ese momento por nada del mundo, eso definitivo.

— ¿No me dirás que estabas haciendo? —susurró Ángel contra su oído, y ella se hundió más contra su pecho, negando con la cabeza.

—No te diré nada —gruñó por lo bajito, sacándole una carcajada a su Ángel—. Me dejaste beber como imbécil anoche, no te diré nada.

—Eso no fue mi culpa —sonrió él, y Edén se sintió desfallecer ante sus casi inaudibles risitas—. Te veías tan linda hablando tanto que no quise aguarte la fiesta. Además, cuando intenté hacer que dejaras de beber casi me quedo sin descendientes.

Edén enrojeció hasta la raíz del pelo. ¿Qué le habría dicho? ¡Dios, si hasta casi lo había golpeado! Excelente imagen la que estaba creando para su novio. Se acurrucó más contra él y susurró que lo sentía, más Ángel se largó a reír, diciéndole que era la cosita más tierna que había visto en sus veintiséis años de vida. Eran la pareja más extraña, a su parecer. Él se reía de sus casi nulos berrinches y ella se estaba comportando cada vez más como una nena de preescolar a la que le quieren quitar su osito de peluche favorito. Pensó en la posibilidad de compartir su osito de peluche con el mundo y la idea del vacío y los celos no la dejó respirar por una fracción de segundo.

—No te compartiré —masculló de pronto, apretándose más contra él. Ángel le levantó el rostro, con la duda instalada en sus ojos color avellana—. Que pensaba en ti como un osito de peluche al que tengo que compartir y no me gusta la idea. No te compartiré —negó en rotundo, sonrojándose más aún.

Ángel soltó una carcajada y comenzó a repartir besos por todo el rostro de esa adorable chica que se había pasado la noche entera diciéndole cuanto lo amaba. Había sido tan hermoso, aunque no estuviera en sus cinco sentidos, tenerla recostada contra su pecho, ambos sentados en el sillón de la sala y hablando sobre los aliens o cualquier cosa con la que ella saltara. Escuchó la sonrisa de Edén, radiante y fresca cuando le besaba el cuello en roces juguetones. Tenía tanta energía siempre, no podía comprender cómo sus tontos compañeros de facultad le hacían la vida a cuadritos. De pronto, una idea genial le vino a la mente y no pudo evitar sonreír mientras se alejaba solo un poco para observar su, de pronto, aniñado rostro.

—Mañana pasaré por ti a la universidad —soltó de pronto Ángel, y Edén se sintió de pronto desorientada.

— ¿Qué? —inquirió, totalmente perdida en el rumbo que había tomado la charla, o lo que fuera que estuviera pasando en ese segundo.

—Que mañana pasaré por ti a la facultad —repitió sonriente él, acariciando los largos cabellos de ella, que se desparramaban sobre la almohada—. Tengo ganas de conocer a tus “agradables” compañeros.

Edén sonrió, con travesura y casi maldad en sus finos labios sonrojados. Eso sería la mar de divertido. Le besó los labios suavemente y sintió mareo, un mareo agradable recorrerle todo el cuerpo seguido de un cosquilleo que se instalaba en forma de calor justo sobre su corazón. Ángel era tan bueno, tan paciente y tan amable con ella, siempre haciéndola sentir bien que el tiempo a su lado pasaba como agua fluyendo en un manantial, en una cascada irrefrenable. Y ella amaba ese amor, lo amaba a él con todas sus fuerzas y supo, desde ese preciso momento cuando se perdió por millonésima vez en esos profundos y expresivos ojos color avellana que no necesitaba nada más que eso para ser feliz. Ángel era todo lo que necesitaba… Para siempre.

Café Y Lejía




Ángel se sentía casi como una rata de laboratorio ante el escrutinio de esos ojos verdes, que daban vueltas y vueltas a su alrededor. A su lado, Edén estaba roja hasta la raíz del pelo, mirándose las manos como si fuesen lo más interesante del mundo y evitando, por sobre todas las cosas, encontrarse con la mirada acusadora de Mabel, la amiga de su… ¿Novia?

—Así que… Ángel —dijo de pronto Mabel, haciéndolo dar un saltito asustado en su lugar—. Edén, querida, ¿nos dejas un momento a solas?

—No —la respuesta de Edén fue instantánea, tanto que llegó a enfrentar su mirada chocolate con las esmeraldas de la chica—. Mabel Hervia, te conozco y no. No, no, no y no.

—Serena, morena —rió Mabel, invitándolos a sentarse al otro lado de la mesa—. Ángel, ¿café?

—Dile que no, lo envenenará —gruñó Edén, con una pizca de pánico en su voz. Ángel rió.

— ¿Puede ser sin azúcar pero con crema? —consultó él, y Edén le dirigió una mirada aterrorizada.

—Claro, no faltaba más —sonrió Mab, sacudiendo su larga melena negra—. Edén, ¿quieres algo?

—Lejía —gruñó la chica, sacándoles una carcajada a ambos—. Y que sea para ti, si no es mucho pedir.

—Okey, un café sin crema ni azúcar —canturreó Mab antes de irse casi dando saltitos a la cocina.

Edén miró a Ángel, perdiéndose en esos profundos ojos avellanas que tanto amaba, sonrojándose hasta la raíz del cabello otra vez. Aún no comprendía por qué estaba así de nerviosa estando cerca de él, era algo tan tonto, tan infantil, pero simplemente no podía mantener a raya las reacciones de su cuerpo y corazón cuando él la miraba de aquella manera tan intensa.

Ángel se perdió en los ojos color chocolate de Edén, tan profundos, tan sinceros y expresivos, nada comparados con los ojos que había visto en aquellas fotografías. Esas fotos no le hacían ni la más mínima justicia a la chica que estaba sentada a su lado, con las mejillas arreboladas en aquella expresión tan tierna. Tomó una de las manos de ella, que descansaba sobre la madera de la mesa y la apretó suavemente, repartiendo pequeñas caricias.

—Ángel —le llamó ella con voz suave y aterciopelada, él sintió que con solo escuchar su voz tocaba el cielo.

—Dime, Edén —susurró suavemente en respuesta, y ella sintió que todo su ser se estremecía ante las palabras de él.

—No importa qué diga Mabel —tartamudeó Edén, bajando suavemente la mirada—. He cambiado y…

Ángel la acalló con una caricia suave sobre sus labios, antes de inclinarse lentamente para besarla, como si estuviera besando el pétalo de una rosa. El sabor de los labios de Edén era magnífico, fabuloso e irreal, nada comparable a una caricia normal o de este mundo. Para él, besar los labios de ella era perderse en el pecado, sentir como si las ninfas le arrastrasen hasta una hoguera ardiente, infinita.

Edén rodeó el cuello de Ángel con sus brazos, suavemente, torpemente, de manera tímida y sensual, algo demasiado espontaneo incluso para sus siempre ensayados movimientos. Los labios de él eran cálidos y delicados, cuidadosos, y no pudo imaginar nada mejor en ese mundo, en esa vida o en la próxima. Dejó que los brazos de Ángel se enredaran a su espalda y sintió escalofríos cuando la aproximó al máximo contra su cuerpo. Podía sentir los latidos de sus corazones chocando contra el pecho del otro, sus respiraciones dificultosas y entrecortadas por la emoción. ¿Cuántas veces había sentido aquello? Solo una vez… Con él. Con su Ángel.

— ¡Ustedes no pierden el tiempo, eh!

Se separaron bruscamente y Edén enrojeció otra vez, bajando la mirada y acomodándose mejor en su silla. Mabel reía. Lo cierto es que había estado observando desde el umbral de la puerta abierta mientras su novio, Adín, preparaba los cafés. Se miraban de manera tan intensa, tan apasionada y completa que esta vez supo su amiga no iba a necesitar que le pateara el trasero a algún aprovechado que solo quisiera llevársela a la cama por una noche.

Adín dejó la bandeja sobre la mesa suavemente, sonriendo, notando como aún los dedos de la pareja frente a él permanecían entrelazados bajo la mesa, notando como se miraban por el rabillo del ojo.

martes, 4 de octubre de 2011

Hola




Tranquila, Edén, que ya verás que aparece —escuchó la suave voz de Mab al otro lado de la línea—. Tienes que aprender a calmarte, mujer.

— ¿Calmarme? —inquirió Edén, sujetando con fuerza la cámara profesional en sus manos y apuntando al cielo, hacia las nubes que se movían lenta, perezosamente— Probablemente acabo de cometer la peor estupidez de toda mi existencia, ¿y tú me pides que me calme, Mabel?

La risa al otro lado de la línea la puso roja de la rabia. No es que Mab se estuviera burlando de ella, es solo que hasta ella reconocía que estaba actuando como una niña de preescolar. Suspiró, ajustando el manos libres mejor en su oreja sin dejar de apuntar al cielo, sujetando la pesada cámara con una mano, esperando el momento oportuno para disparar. Tenía que buscarse otro pasatiempo, eso era definitivo.

Ya, ya, tampoco es para tanto, Edén —interrumpió sus cavilaciones Mabel, aún riendo—. Si tan arrepentida estás de eso, ven a casa.

— ¿Y si aparece? —inquirió Edén de nueva cuenta, sentándose en el borde de la banca, mirando de pronto la estatua de Poseidón como si fuese lo más interesante del mundo.

Eres una loca, mujer —bufó de mala gana Mab—. Quédate o vuelve a casa, haz lo que quieras, pero espero que luego, si vuelves, no estés arrepentida por no haberte quedado.

Y antes de que pudiera replicar algo, Mabel cortó. Edén se quitó el manos libres de la oreja y lo guardó en el bolsillo del saco azul piedra que llevaba puesto. Dejó la cámara sobre su regazo solo un segundo para encender un cigarrillo con ansias, antes de tomar de nuevo el aparato entre sus manos y comenzar a revisar en la pantallita pequeña las tomas que había capturado, descartando las que a su parecer eran un completo asco. Tenía unas realmente buenas pero sabía que podía hacerlo mejor. Alzó la vista un segundo para llevarse el cigarrillo a los labios y, al otro lado de la plazoleta, justo junto a un árbol, lo vio.

Sabía que era él, cada fibra de su cuerpo lo decía aunque estuviera vuelto de espaldas. Sintió que su corazón comenzaba a latir más y más rápido, que el color subía a sus mejillas, que sus manos comenzaban a temblar de manera incontrolable y quiso gritar de terror, como las heroínas de una mala película de miedo.





Ángel cruzó la calle hasta la plazoleta, encendiendo un cigarrillo con ansias. Hacía frío, de seguro hubiera sido mejor cerciorarse de que ella estaba allí antes de salir a perder el tiempo con aquel helado clima que estaba bajando. El cielo aún estaba claro, eran cerca de las seis de la tarde y lo más probable era que dentro de poco los matices pasaran de celeste a anaranjado con una pizca de púrpura. Aunque nadie le aseguraba que al verla desde la ventana, merodeando por allí con sus largos cabellos al viento y su expresión dura, no se hubiera acobardado y se hubiera metido bajo la cama para nunca más volver a salir.

Se apoyó un segundo en un árbol, rascándose la barbilla con pereza mientras observaba a las personas caminar de un lado a otro. Había visto a una chica, probablemente igual de alta que Edén pero no era ella, lo había sabido nada más fijarse en su corto cabello rubio. Suspiró con desgana llevándose el cigarrillo a los labios y volteó para darle una fugaz mirada al otro lado de la plazoleta, que si bien no era muy grande, hacía difícil la labor de encontrar a alguien gracias a sus innumerables árboles. Fue entonces cuando la vio. Y ella lo estaba mirando.

Sintió que su corazón chocaba contra sus costillas una vez antes de detenerse, para comenzar de nuevo a martillar en su lugar como si quisiese salir corriendo de allí, salirse de su caja torácica. Ella estaba sentada en una banca, una de las pocas desocupadas, con las piernas cruzadas, con algo negro y grande en su mano derecha, algo que reconoció como una cámara fotográfica. En la otra mano y a medio camino de su rostro tenía un cigarrillo. Llevaba los cabellos atados en una cola de caballo alta, con su afilado rostro despejado. Era incluso más hermosa en persona, a pesar de la distancia.

Dio un paso adelante y ella se levantó de la banca lentamente, metiendo la cámara en una mochila antes de colgársela al hombro. Caminó hasta ella sin detenerse mientras la muchacha luchaba contra el cierre de la mochila para hacer que se cerrara y, cuando llegó junto a Edén, ella apenas había alcanzado a dar un paso adelante.

—Hola —dijo Edén, y para Ángel fue como escuchar a un sirena cantar, hermosa y letal.

—Hola —dijo él, y Edén sintió un corriente eléctrica cuando Ángel la abrazó fuertemente contra su pecho.