Quienes me inspiran a seguir

viernes, 30 de septiembre de 2011

Mensaje — Segunda Parte




Ángel releyó por enésima vez en los últimos treinta minutos el mensaje de Edén, sin poder creer lo que allí ponía. No sabía qué hacer con ello, todo era tan rápido, inesperado, tan precipitado que ahora el nerviosismo había ocupado cada poro de su cuerpo, haciéndolo temblar como una bandera en el viento huracanado.

Querido Ángel:

Primero que todo y antes que nada… Ángel, perdóname por ser una estúpida impulsiva de primera.

Acabo de leer tu mensaje y, sin ánimos de lastimarte, debo decir que me largué a llorar como una niña chiquita. Pero antes que te sientas mal déjame decirte que son lágrimas de felicidad, como las de esa misma niña chiquita que está observando maravillada el mejor regalo de navidad de su corta y desabrida vida. ¡Y hoy no es navidad!


Ángel rió por lo bajo ante la última frase. Normalmente Edén no era una persona que dijera cosas así, la ternura en ella era demostrada de otra manera completamente diferente, pero aún luego de leer tantas veces aquella línea no podía dejar de imaginar la sonrisa traviesa en los labios pintados de púrpura de la muchacha. De seguro estaba igual de sonrojada escribiendo aquello como él estaba sonrojado ahora leyéndolo.

Como sea, ya estoy comenzando a desvariar. Mi punto es que debí darte una oportunidad y no comportarme como la mayor estúpida inconsciente de toda la faz de la tierra. Quiero decirte, quiero que sepas que aunque me comporte como una tonta, que aunque al igual que tú estoy desencantada del amor, te creo. No puedo dejar de creerte, dejar de pensar que tus palabras son sinceras y verdaderas. ¿Qué ganarías con mentirme? Yo creo que nada, en realidad, no puedes lastimarme con una mentira así, pero sí puedes lastimarme diciéndome que me odias y que quieres que me aleje de ti lo más posible. Y, para ser más sincera, tampoco creo que pueda mantener las distancias contigo.

Volvió a sonreír, una sonrisa dulce posada en sus finos labios. Ella le creía y, lo que era mejor que eso, era que ella describía justamente como él se sentía. Cuando Edén le había dicho esas dos palabras él, a pesar de estar hecho un lío pensando en que su nueva casi mejor amiga había creado esos sentimientos hacia él, una extraña sensación de alegría lo inundó los días siguientes. Solo que era consciente de esa alegría ahora, cuando no estaba preocupado por su extraña desaparición.

Sé que vivimos en la misma ciudad, ¿sabes? Jamás ninguno dijo de donde éramos, pero reconozco el lugar donde estabas cuando te sacaste una de las fotografías que me enviaste antes de que el cataclismo de mi impulsividad pasara por aquí. Y también quiero decirte, con mucha vergüenza, que estoy dispuesta a encontrarme contigo, aunque el solo pensamiento de verte a la cara me haga temblar como una tonta esquizofrénica.

¿Por qué jamás le había preguntado donde vivía, de dónde era? Había estado tan ocupado pensando en lo encantadora que era que había olvidado por completo aquel detalle, el detalle de saber cuántas horas de distancia había entre ellos, si es que había mar entre su nuevo amor. Aunque ahora había algo más importante que esa insignificancia de la distancia, ya que vivían en la misma ciudad. ¿A cuantos minutos estaría su departamento de la casa de ella? El pensamiento de tenerla tan cerca le puso los pelos de punta. Y también el hecho de que ella quería verlo tanto como él quería verla a ella.

Hoy tengo que andar cerca de la plazoleta, donde estabas en la fotografía número cinco que me enviaste. No esperaré a que llegues, sé que tienes que descansar y todo eso, no soy tan inconsciente como para luego reclamarte el que no aparecieras. También sé que es bastante precipitado, pero es algo que quiero hacer. Estaré allí, solo para que lo sepas, por si te queda de paso y nos vemos aunque sea para saludarnos con la mano en la distancia.

Y ahora me despido sin nada más que agregar.

Te ama.

Edén.


Dirigió su vista a la ventana en un gesto que trató de ser desenfadado, pero no consiguió mantener la mirada en el cristal por más de un segundo. ¿Quedarle de paso el lugar donde ella estaría? Vivía en el quinto piso de edificio de departamentos New Imperial, justo frente a la plazoleta que en su centro tenía un hermoso obelisco de Poseidón. Y lo más probable era que Edén estuviera allí.

Miró el reloj de pared un largo segundo, con las inmóviles manecillas marcando las cinco en punto de la tarde. Se levantó de un salto de la silla y se dirigió hacia el baño, encerrándose rápidamente para alistarse para salir. De todas maneras dentro de cuatro horas tendría que salir de allí para irse a trabajar, por lo que un paseo no le haría daño a sus ya destrozados nervios.

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