Quienes me inspiran a seguir

sábado, 10 de septiembre de 2011

Poema Final




Sujetó el trozo de papel con ambas manos, aferrándolo contra su pecho con todas sus fuerzas. Sus mejillas llenas de lágrimas estaban pálidas culpa del miedo que le había congelado la sangre, dejándola igual de moribunda que hace cinco minutos, cuando él había pasado a su lado mirándola con una expresión carente de personalidad más allá de esos ojos fríos como un témpano de hielo.

Cuando te sientas solo, y el mundo te dé la espalda
Dame un momento, por favor, para calmar tu salvaje corazón
Sé que sientes que las paredes se cierran en torno a ti
Que es difícil encontrar alivio
Y que la gente puede ser muy fría


—Liz... —la llamó una voz suave a su espalda. Ella sujetó su vientre de embarazada sin dejar de llorar.

—Lárgate —gruñó con la voz contenida.

—Tienes que olvidarle si él ya está olvidándose de ti —susurró el hombre, acercándose a ella.

—¡Lárgate! —la muchacha golpeó la mano que iba a acariciar su mejilla con todas sus fuerzas.

No quería ayuda, no necesitaba ayuda. Quería perderse en su infierno personal lo antes posible, morir dicho sea de paso. Esa mirada le había quitado el aliento más que cualquier otra, la había dejado paralizada su postura de chico malo indiferente. Miró el papel que reposaba en el suelo y gritó, maldiciéndose a sí misma.

Cuando la oscuridad esté sobre tu puerta
Y sientas que no puedes más
Deja que sea yo a quien llames
Si tú brincas, yo interrumpiré tu caída
Elévate y volaré contigo a través de la noche


No tenía idea si aquellas palabras eran poema, canción o relato, lo único que le importaba, lo único de lo que tenía idea era que estaba harta. ¿De qué le había servido, acaso, tomar el camino largo? De nada le había servido. Embarazada, esperando gemelos para ser madre soltera a sus cortos veinte años. Sola, con la promesa del amor eterno atorado en la garganta. Con el reflejo de sus ojos frios grabado a fuego en su retina, extraña dualidad. Se encogió sobre sí misma, con una de sus manos acariciando su enorme barriga y con la otra sobre sus labios entumecidos de frio, tratando de dejar de sollozar. ¿De qué le había servido, entonces, dejar de sufrir por un abusador?

Si necesitar estar aparte
Yo puedo arreglar tu roto corazón
Si necesitas explotar, explota
Y arde, pues yo arderé contigo
No estás solo


¿Y quién la cuidaba a ella? Nadie. Se iba, se exiliaba para poder ser mejor el día de mañana y, al final del día, lo único seguro que tenía era un amor profundo que no sabia como expresar, una regadera de hojas a su alrededor y una nueva idea escrita en lapicero en la palma de su mano. La guitarra yacía rota y olvidada en aquel rincón de la habitación y deseo con todas sus fuerzas el no haber tenido ese acceso de ira asesina apenas un mes antes, el día que marcaría el comienzo como el final.

—Ya basta, Liz —le ordenó el hombre, mirándola fijamente y enjugando sus lágrimas—. No quiero decir te lo dije, hija, pero...

—¡Vete a la mierda!

Cuando te sientas solo
Y un amigo te sea difícil de encontrar
Estarás atrapado en una calle de una sola dirección
Con monstruos en tu cabeza
Y criaturas de horror a tus espaldas
Más yo cuidaré tu retaguardia


—¡Aguanta! —le imploró una voz a su lado, unas manos sujetando la suya firmemente.

No quería aguantar, estaba cansada de aguantar. Podía escuchar la sirena de la ambulancia en la que iba, pero no le importaba, ya nada le interesaba. Miró a su padre con los ojos aún anegados en lágrimas y sintió una nueva oleada de dolor recorrer su vientre hasta la médula y luego hasta la cabeza, arrancándole un alarido de dolor. El hombre a su lado le sujetó con más firmeza la mano mientras la chica lloraba desconsolada. Demasiado dolor para soportar, demasiado dolor para cargar...

Cuando las esperanzas y los sueños se encuentren lejos
Y te sientas como si no pudieras enfrentar los días
Deja que sea yo a quien llames
Si tú brincas, yo interrumpiré tu caída
Elévate y volaré contigo esta noche


Tantos sueños rotos, tantas promesas desbordándose de sus manos llenas de papel y sangre. Sintió que le estrechaban más su mano y abrió los ojos, encontrándose en esa blanca habitación. Vio muchos pares de ojos posarse sobre su rostro contraído de dolor y soltó un suspiro, cerrándolos de nuevo. No quería ver eso, no quería que le dijeran lo que había pasado. Ya no le interesaba, ahora lo único que deseaba saber era cuando le darían el alta.

—Actualicé tus páginas hoy también —escuchó que alguien le decía quedamente, ella asintió—. Liz, creo que...

—Cállate, Bri —gruñó la chica, con su cabeza ahora girada hacia la ventana, mirando el cielo cubierto de nubes grises—. Solo díganme cuánto tiempo más me quedaré en esta pocilga...

Si necesitas estar aparte
Yo puedo arreglar tu roto corazón
Si necesitas explotar, entonces explota
Y arde, pues yo arderé contigo
No estás solo


Y allí estaba de nuevo. La alfombra aún conservaba parte de la sangre que había derramado aquella tarde hacia casi un mes. ¿Cómo habían llegado a eso? ¿Cómo ella había podido ser tan ingenua? Y es que claro, debió haberlo notado antes, estúpida. Él se alejaba de ella a pasos cortos pero rítmicos, como un trote de pre calentamiento. Ella jamás hubiera podido seguirle los pasos. Y lo había notado por causa de esa pesadilla, por esas palabras que ya no eran tan dulces, porque ya no le interesaba y, en el fondo, ella lo sabía desde hacía mucho tiempo.

—¿Lista para irnos? —la llamó una voz desde el umbral de la puerta, ella ni siquiera volteó.

—Ya voy —anunció encendiendo un cigarrillo—. Y dile a Susi que actualice mi mierda de página más seguido, parece abandonada...

Porque siempre nos da un ataque al corazón
Y un inmenso dolor
Pero cuando esto se acabe respirarás de nuevo


Miró la fachada de la pensión en la que había pasado los últimos meses. No la extrañaría para nada, ahora solo quería volver a su ciudad, a su hogar con sus amigos, a romperle la cara a quienes le desearon mal... Pero por sobre todo quería volver para mirar el mar, lanzarse de cabeza al agua y poder decir que estaba de vuelta, que la maldita sádica había vuelto del averno luego de dar como sacrificio a sus hijos a cambio de su vida. Bonita historia sería aquella, seguro si la escribía y la transformaba en novela ganaba algún premio.

—Vámonos, gente —dijo llevándose el cigarrillo a los labios y acariciando su vientre plano de manera repetitiva, esperando poder encontrar vida—. Larguémonos de esta mierda de pueblito.

Cuando te sientas solo, y el mundo te dé la espalda
Dame un momento, por favor, para calmar tu salvaje corazón…

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho. Sobre todo por el poema, yo nunca he sido capaz de crear algo así de bonito ^^

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