Quienes me inspiran a seguir

martes, 4 de octubre de 2011

Hola




Tranquila, Edén, que ya verás que aparece —escuchó la suave voz de Mab al otro lado de la línea—. Tienes que aprender a calmarte, mujer.

— ¿Calmarme? —inquirió Edén, sujetando con fuerza la cámara profesional en sus manos y apuntando al cielo, hacia las nubes que se movían lenta, perezosamente— Probablemente acabo de cometer la peor estupidez de toda mi existencia, ¿y tú me pides que me calme, Mabel?

La risa al otro lado de la línea la puso roja de la rabia. No es que Mab se estuviera burlando de ella, es solo que hasta ella reconocía que estaba actuando como una niña de preescolar. Suspiró, ajustando el manos libres mejor en su oreja sin dejar de apuntar al cielo, sujetando la pesada cámara con una mano, esperando el momento oportuno para disparar. Tenía que buscarse otro pasatiempo, eso era definitivo.

Ya, ya, tampoco es para tanto, Edén —interrumpió sus cavilaciones Mabel, aún riendo—. Si tan arrepentida estás de eso, ven a casa.

— ¿Y si aparece? —inquirió Edén de nueva cuenta, sentándose en el borde de la banca, mirando de pronto la estatua de Poseidón como si fuese lo más interesante del mundo.

Eres una loca, mujer —bufó de mala gana Mab—. Quédate o vuelve a casa, haz lo que quieras, pero espero que luego, si vuelves, no estés arrepentida por no haberte quedado.

Y antes de que pudiera replicar algo, Mabel cortó. Edén se quitó el manos libres de la oreja y lo guardó en el bolsillo del saco azul piedra que llevaba puesto. Dejó la cámara sobre su regazo solo un segundo para encender un cigarrillo con ansias, antes de tomar de nuevo el aparato entre sus manos y comenzar a revisar en la pantallita pequeña las tomas que había capturado, descartando las que a su parecer eran un completo asco. Tenía unas realmente buenas pero sabía que podía hacerlo mejor. Alzó la vista un segundo para llevarse el cigarrillo a los labios y, al otro lado de la plazoleta, justo junto a un árbol, lo vio.

Sabía que era él, cada fibra de su cuerpo lo decía aunque estuviera vuelto de espaldas. Sintió que su corazón comenzaba a latir más y más rápido, que el color subía a sus mejillas, que sus manos comenzaban a temblar de manera incontrolable y quiso gritar de terror, como las heroínas de una mala película de miedo.





Ángel cruzó la calle hasta la plazoleta, encendiendo un cigarrillo con ansias. Hacía frío, de seguro hubiera sido mejor cerciorarse de que ella estaba allí antes de salir a perder el tiempo con aquel helado clima que estaba bajando. El cielo aún estaba claro, eran cerca de las seis de la tarde y lo más probable era que dentro de poco los matices pasaran de celeste a anaranjado con una pizca de púrpura. Aunque nadie le aseguraba que al verla desde la ventana, merodeando por allí con sus largos cabellos al viento y su expresión dura, no se hubiera acobardado y se hubiera metido bajo la cama para nunca más volver a salir.

Se apoyó un segundo en un árbol, rascándose la barbilla con pereza mientras observaba a las personas caminar de un lado a otro. Había visto a una chica, probablemente igual de alta que Edén pero no era ella, lo había sabido nada más fijarse en su corto cabello rubio. Suspiró con desgana llevándose el cigarrillo a los labios y volteó para darle una fugaz mirada al otro lado de la plazoleta, que si bien no era muy grande, hacía difícil la labor de encontrar a alguien gracias a sus innumerables árboles. Fue entonces cuando la vio. Y ella lo estaba mirando.

Sintió que su corazón chocaba contra sus costillas una vez antes de detenerse, para comenzar de nuevo a martillar en su lugar como si quisiese salir corriendo de allí, salirse de su caja torácica. Ella estaba sentada en una banca, una de las pocas desocupadas, con las piernas cruzadas, con algo negro y grande en su mano derecha, algo que reconoció como una cámara fotográfica. En la otra mano y a medio camino de su rostro tenía un cigarrillo. Llevaba los cabellos atados en una cola de caballo alta, con su afilado rostro despejado. Era incluso más hermosa en persona, a pesar de la distancia.

Dio un paso adelante y ella se levantó de la banca lentamente, metiendo la cámara en una mochila antes de colgársela al hombro. Caminó hasta ella sin detenerse mientras la muchacha luchaba contra el cierre de la mochila para hacer que se cerrara y, cuando llegó junto a Edén, ella apenas había alcanzado a dar un paso adelante.

—Hola —dijo Edén, y para Ángel fue como escuchar a un sirena cantar, hermosa y letal.

—Hola —dijo él, y Edén sintió un corriente eléctrica cuando Ángel la abrazó fuertemente contra su pecho.

1 comentario:

  1. Me encantó. Aunque como siempre dejas con la intriga y las ganas de seguir leyendo. Te detesto profundamente por ello! xD
    Esperando conti

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