Quienes me inspiran a seguir

domingo, 11 de septiembre de 2011

Amiga




Se dejó caer en la cama pesadamente, sin siquiera quitarse los zapatos mientras abrazaba la almohada, tratando de conciliar el sueño. Había sido tan ruda, tan fría, tan ella que en cierto modo le había hasta dolido su manera de tratarlo, pero tenía que hacerlo si quería sacarse ese estúpido sentimiento de su corazón, de su cuerpo y de su alma. Ligeros golpes a la puerta la hicieron voltear la cabeza, mascullando un escueto “adelante” mientras veía como por el umbral atravesaba la figura alta de largos cabellos negros que la miraba con esos brillantes ojos verdes.

—Edén —la llamó con una voz suave, cantarina, mientras se sentaba en la cama junto a ella—. ¿Dónde pasaste la noche?

—En la playa —mintió incorporándose del lecho y alcanzando los cigarrillos que reposaban en la mesita de noche, encendiendo uno sin querer mirar a los ojos a su compañera de casa.

—No me mientas —exigió la muchacha aferrando la mano de su amiga, tratando de captar su mirada—. Sabes que no puedes mentirme, no a mí.

—Mira Mab —suspiró ella ahora encontrándose con las esmeraldas de su amiga-, da igual donde estuve, que hice o lo que pasó, da igual, estoy aquí, viva y entera así que no tienes que preocuparte.

—Me preocupo —interrumpió Mab viendo las pronunciadas ojeras que se marcaban bajo los ojos color chocolate de la muchacha—. No es el primer día que llegas a esta hora. Eso sumado a que no comes, casi no duermes, apenas y te ven en la facultad… Me preocupas amiga, lo sabes. Adín también está preocupado, mucho. No nos hagas esto…

— ¡Suficiente Mabel! —exclamó Edén levantándose de un salto de la cama y llevándose el cigarrillo a los labios— ¡Lo que haga o deje de hacer es mi problema así que deja de meterte en mi vida, ¿quieres?!

Mabel se levantó airada, encarando a la chica, plantándole cara con dureza, mirándola con sus ojos verdes ahora congelados, fríos y distantes, realmente enfadada. Alzó una mano que impactó en la mejilla de su amiga, quien la miró con fiereza antes de abrir la boca, pero fue acallada rápidamente por su amiga, quien al parecer estaba mucho más enojada con ella, mostrando que esta sí que no se la dejaba pasar.

— ¡Eres una estúpida! —grito Mabel, roja de cólera— ¡Claro! ¡Nosotros muertos de preocupación por ti y tú! ¡A ti todo te da igual! ¡Nadie te interesa más que tú y tu miseria! ¡¿Qué sacas auto compadeciéndote?! ¡Dímelo!

Edén dejó caer el cigarrillo al suelo de madera descuidadamente antes de sentarse en la silla del escritorio, su mirada fija en el suelo, viendo como el fuego del tabaco prendido comenzaba a ennegrecer la madera que tan cuidadosamente encerada estaba. Mabel aplastó el cigarrillo con saña antes de acariciar el flequillo de su amiga, sus dedos cuidadosamente acomodando los mechones monocromos mientras decidía si era prudente decir algo más. Le había dolido ser así de dura con ella que tanto había sufrido pero tenía que dejar de hundirse en su propia miseria. No estaba sola, la tenía a ella pero sabía en el fondo de su alma que eso para su amiga no era suficiente. Conocía su historia, sabía lo brutal que podía ser la vida…

—No saco nada… —gimió Edén llevándose las manos al rostro— Pero Mab, no sé hacer otra cosa y…

—Tranquila —susurró Mabel abrazando a la muchacha con fuerza, de manera posesiva y sin dejar de acariciar su largo cabello rojo, azul y negro—. Lo siento linda, no quise ser dura pero no puedes vivir toda tu vida de esos recuerdos. Ya diste el primer paso para salir de tu miseria y me alegra aunque no quieras contarme qué te impulso ese cambio —continuó hablando, su voz suave tranquilizando lentamente los destrozados nervios de la chica—. Sabes que puedes contar con mi apoyo pero linda… Por mucho que desees que las cosas fuesen diferentes no lo serán. Dema no volverá a ti…

— ¡Era mi hijo! —gimió Edén al fin dejándose llevar por un llanto desgarrador, abrazando la cintura de su amiga como si de un salvavidas se tratase.

Mabel la dejó llorar aferrada a su cuerpo, sintiendo como las manos de su amiga se cerraban en una fuerte presa en la camiseta que llevaba puesta, notando que la muchacha estaba comenzando a cambiar ya fuese para bien o para mal. Edén nunca, jamás había sido tan abierta con sus sentimientos, nunca se había mostrado ante nadie, ni siquiera ante ella de esa manera tan vulnerable y eso, en cierto sentido le asustaba. Aquella muchacha siempre había sido fuerte, o por lo menos se mostraba así desde que la conociera por lo que ese brutal cambio la tenía alarmada, pero feliz. Feliz porque sabía que su amiga iba a confiar más en ella de ahora en más, feliz porque ya no se sentía inútil ante el dolor que llenaba las paredes de esa pulcra habitación.

Edén, por su parte, no dejaba de aferrarse a su amiga de profundos ojos verdes, abrazando su cintura, aferrándose a ella, buscando el consuelo que tanto necesitaba, el bálsamo que sanara sus heridas.

1 comentario: