Quienes me inspiran a seguir

jueves, 8 de septiembre de 2011

Perder




¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Comprendo —contestó casi al instante, demasiado apresurada para su gusto mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Ángel dice:

¿Estás bien? —leyó y, dando una profunda respiración, volvió a poner la máscara en el lugar correspondiente.

¡Paren el mundo que me quiero bajar! dice:

Claro que si, tonto —tecleó antes de llevarse un cigarrillo a los labios— Oye, debo irme, ya me siento mejor para irme a trabajar. Te veo al rato.

Y sin esperar respuesta cerró todo lo que tenía abierto antes de apagar la computadora mientras se cubría con una cazadora de cuero, tomando su morral y saliendo de la habitación de manera apresurada. Bajó las escaleras casi saltando de dos en dos hacia abajo para encontrarse con su amiga al pie de las escaleras. Una muchacha de largos cabellos lisos de color negro y unos ojos claros, un verde brillante y juguetón. Abrió la puerta al verla, notando su prisa y susurrándole un escueto “hasta pronto” antes de verla perderse corriendo como alma que lleva el diablo. Edén siquiera se dignó a contestarle, solo se dignó a correr, correr hasta que sus piernas no dieran más, hasta perderse para siempre, hasta dejar de sentir ese dolor que sentía. Apartó el cigarrillo de sus labios mientras corría, arrojándolo furiosa contra el pavimento mientras se detenía de golpe, recordando que debía trabajar. Acomodó el flequillo hacia un lado, endureciendo la mirada y secando los residuos húmedos que aún quedaban en sus mejillas antes de meter las manos en los bolsillos y caminar como si nada hubiese sucedido, esperando que el resto de su día no fuese tan mierda como lo era. Lástima que no sería así.

Al llegar a su trabajo en la tienda lo primero que hizo su jefa fue echarle la bronca por haber llegado tarde y sin avisar. Luego, cuando la habían enviado a limpiar los escaparates de la tienda de antigüedades en la que laboraba a uno de sus compañeros de facultad se le ocurre dar un vistazo hacia adentro y verla en una mala posición. Se acababa de caer por la escalera y la falda que llevaba, una hermosa falda blanca hasta la rodilla había acabado manchada de rojo debido a la cera de pisos y además, ya no cubría hasta donde debía cubrir sino mucho más arriba. Se maldijo al no ser tan rápida para gritarle un insulto cuando lo vio comenzar a reír.

Se levantó del suelo rápidamente, devolviendo la poca dignidad que le quedaba a su lugar cuando recordó que en su antiguo trabajo las cosas eran más fáciles…

—No Edén, no lo eran —se dijo en un susurro volviendo a la trastienda para poder cambiarse.

Por suerte siempre llevaba consigo otra falda o un par de pantalones, un hábito que había agarrado en su anterior trabajo cuando en ocasiones le tocaba “ir a terreno”. Se encerró en el camerino revolviendo las pertenencias de su morral hasta topar con la falda negra que había llevado por si acaso. Hasta ese día no recordaba porqué la había comprado en ese color, pero ahora todo parecía más claro. Había comprado esa prenda en ese justo color solo porque era así como siempre se sentía. Y por eso ahora usaba blanco, porque también se sentía así y podía decir sin miedo que lo único en su triste vida que tenía color era su cabello y sus ojos, nada más. Lo demás en su vida siempre había sido monocromo, blanco o negro, malo o muy malo, ni siquiera gris. Hasta que él había aparecido. Ángel…

Entonces Edén se dio cuenta de todo. Comprendió porqué lo amaba, comprendió porqué jamás lo hacía, porqué se había negado a volver a amar otra vez hasta que él se había colado de esa manera en su vida… Y en su corazón.

Sacudió la cabeza con fuerza antes de comenzar a cambiarse, maldiciéndose internamente por haberse dejado llevar unos minutos por su miseria y por su sonrisa. Por eso jamás confiaba en nadie, por eso no entregaba nada, por eso había decidido convertirse en una cáscara vacía, por eso solo tenía dos personas que se mantenían a su lado, al pie del cañón sin importar nada desde que ella se había transformado en lo que era. Claro, no siempre había sido así, no siempre había sido una perra desgraciada para con el mundo. No… Antes Edén era diferente, pero se había dado cuenta que el mundo no valía las sonrisas que se esforzaba por dar. No, ya nada lo merecía cuando lo había perdido a él… A Dema…

Y Ángel no la iba a volver débil, eso no volvería a suceder nunca más en la vida. Había jurado sobre la tumba inexistente que su vida sería diferente, que jamás iba a volver a ser la misma, así fuese para bien o para mal.

Salió de la trastienda solo para encontrarse de lleno con su jefa, que la miraba de arriba abajo y, notando el cambio en la falda y un rasguño en su rodilla izquierda prefirió pasar por alto el que la muchacha dejara su puesto. Le dio una palmadita en el hombro antes de decirle que podía irse temprano ese día, que la venta estaba floja y que mejor se fuera a estudiar para el examen de a saber cómo se había enterado si Edén y su jefa no se hablaban más allá del buenas tardes. Edén le dio las gracias quedamente antes de perderse por su morral y salir de la tienda encendiendo un cigarrillo y comenzando a caminar calle debajo de manera perezosa, intranquila. No quería llegar aún a casa…

1 comentario:

  1. Oh! Éden me encanta *-*. Los detalles ya te los estoy diciendo por msn xD.
    Me pregunto a quien habrá perdido. En fin esperando conti! :D

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