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jueves, 28 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte V [Valor]




-Yo la llevaré –me dijo ella con sus profundos ojos como el océano brillante culpa del sol, que me miraba desde lo alto.

Mi rodilla izquierda se hallaba apoyada en el manto de espinos que hacía de suelo y yo, sujetando a Frustración a mi espalda, miraba con mis ojos cansados hacia ella. Su largo, larguísimo cabello caía raudo en cascada tras su espalda, contrastando con su piel cetrina, con sus labios enrojecidos y sus facciones fuertes y afiladas. Tomó a Frustración como si no pesara un gramo y la sentó sobre sus hombros cubiertos solo por una suave tela de color marfil, que no se ensuciaba a pesar del aire inmundo que nos rodeaba. Tendió su mano en mi dirección y yo, aterrada por la nueva forma de mis uñas solo me levanté por mí misma, no sin algo de dificultad.

-Gracias –musité volviendo a andar. Ella me ofreció su mano para ayudarme a andar, pero la rechacé con un movimiento de cabeza-. ¿Y qué te trae por aquí, Valor?

-Hacer esto es mi trabajo, siempre lo ha sido –inquirió con su voz suave como la seda pero dura como el granito-. Tu lugar no es al otro lado del espejo, ni en este sendero, ni en la cajita de música –continuó, pasándome el brazo izquierdo por la cintura, evitando que cayera de bruces al suelo-. Ahora invierto la pregunta… ¿Qué haces tú aquí?

Me quedé callada. Ni siquiera yo sabía lo que estaba haciendo, hacia donde me dirigía, cuál era mi propósito al irme a enfrentar a Odio. Perdería ante ella y su poder implacable. Si Valor no podía con ella, ¿cómo iba yo a poder? Sacudí la cabeza y me alejé del agarre de Valor suavemente, observándola mejor. Su cuerpo era alargado y fuerte, con los músculos de sus extremidades descubiertas brillando, resaltando en una fina capa de sudor mezclado con la sangre de sus heridas sin sanar. Me pregunté si le dolían, si aquellos cortes incesantes, esas laceraciones y cardenales que tenía en lo extenso de toda su piel como el granito brillante le dolerían aunque su rostro se mantenía con una expresión tan inescrutable como la verdad de su sonrisa.

-Quise venir –dije al fin, sentándome en una nueva roca que estaba en el camino solo por ese propósito-. Dolor y Esperanza se marcharon, no tendrás que ir por ellas otra vez.

-¿Se marcharon juntas? –inquirió Valor, con un brillo se sorpresa destellando en sus orbes azules como el cielo claro de primavera.

-Esperanza tomó a Dolor entre sus brazos y se la llevó volando –señalé, apuntando con un dedo al cielo, trazando una ruta imaginaria desde un punto de suelo gris hasta otro punto sobre nuestras cabezas, en el cielo rojo ennegrecido-. Al fin comienzan a llevarse bien.

-Buen trabajo –me dijo ella, acariciando con sus manos suaves y tibias mi cansado rostro-. Frustración, ¿estás lista para marcharnos?

-Déjame en el suelo, Valor –suspiró la pequeña Frustración, con un brillo que no logré reconocer en sus infinitos ojos marrones.

Valor la dejó en el suelo sin chistar y vi, con pesar, como las heridas de sus pies ya casi curadas volvían a abrirse al contacto de las espinas. Ella dio dos pasos vacilantes hacia mí y se sentó en el suelo, dándome la cara con expresión inocente e inescrutable. Abrí la boca para decirle que volviera a los brazos seguros de Valor, más ella me silenció con una sonrisa y un dedo sobre mis labios, antes de comenzar a silbar una nana, una tonada completamente desconocida por mí.

Durante inagotables minutos, o quizás horas, ella se mantuvo así, con sus piernitas sobre los espinos, con sus manos sobre las mías, mirándome fijamente. Las sombras que se habían apartado de mi volvieron desde los rincones alejados de los muros de cristal que había dejado atrás. Me levanté de un salto, agotada bajo el peso de mi propio cuerpo para interponerme entre las sombras que aullaban sin piedad y Frustración, que había dejado de cantar y miraba con ojos aterrados como se acercaban a nosotras a velocidad vertiginosa. Fue entonces que Valor, con toda su extensión nos cubrió a ambas, mirando hacia las sombras.

-¡Quítate! –le grité alarmada, ella no me escuchó.

Valor se mantuvo firme frente a nosotras y vi, horrorizada, como las garras de las sombras cortaba aún más su suave piel de granito reluciente. Sangre salpicaba en todas direcciones y chillé como si el dolor que ella recibía fuera mío propio. Me miró una vez con sus profundos e intangibles ojos azules y sonrió quedamente antes de voltear y abrazar a las sombras, absorbiéndolas hacia su propio ser. Frustración lloró desconsolada cuando el cuerpo de Valor cayó sin vida, inerte, brillando sin más sombra que los charcos de sangre.

-Murió –gimió Frustración desolada, sin esperanzas.

Me tambalee hacia ella y la abracé con fuerza, dejándola llorar en mi hombro mientras el cuerpo ensangrentado de Valor se disolvía en polvo multicolor a nuestras espaldas. Aferré su cabeza contra mi pecho, con el desbocado latido de mi corazón delatando mi estado nervioso, aquel estado que estaba comenzando a dejar atrás. Agité la cabeza, mirando mis manos aferrarse a la espalda desnuda de Frustración y noté que mis garras ya no eran garras, sino manos blancas como siempre lo habían sido, blancas y lastimadas.

-No murió, querida –susurré en su oído con voz calma, suspirando-. El valor nunca muere.

Ella me miró una última vez con sus ojos apagados y sonrió, limpiando las lágrimas que corrían por sus mejillas. Se separó de mí y miró el cielo oscuro, rojo como la sangre y levantó un dedo en señal de desafío hacia el castillo que se alzaba oscuro e imponente en interminables senderos llenos de espinas.

-Suerte –me dijo antes de voltear la espalda por donde habíamos venido, echando a correr a toda pastilla.

-¡No pares nunca! –le grité antes de verla desaparecer entre la oscuridad.

La escuché gritar de júbilo aún en la lejanía, cantando. Vi aterrada que las sombras comenzaban a alinearse en la oscuridad para darle alcance, más supe, en el fondo de mi corazón, que no lograrían alcanzarla jamás. Ella era demasiado rápida para ellos, tenía más fuerza y fe en sí misma de lo que todos creían, solo no debía rendirse ya más.

Voltee a ver el sendero espinoso que me esperaba y solté un suspiro, con renovadas energías dentro de mi ser. Di un paso adelante y las heridas no dolieron tanto. Avancé otro y casi no sentí las múltiples punzadas de dolor que recorrió la planta de mi pie. Continué a buen paso por el sendero que serpenteaba ahora colina arriba, viendo como las rocas de descanso estaban cada vez más alejadas la una de la otra. –Menos tiempo para detenerse, más para avanzar-, pensé airada, así si iba a medio camino entre roca y roca no habría posibilidad de rendirme ante la lucha del andar, siempre había que seguir adelante, caminando o corriendo sin jamás detenerse. Comencé a correr a todo lo que dieron mi extremidades.

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