Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 27 de julio de 2011

Guardiana




Sentí mis extremidades pesadas y, aún estando ida, como drogada, logré abrir los ojos.

Lo que vi, en cierto modo, no me espantó, aunque debió haberlo hecho. Estaba allí, recostada en la húmeda tierra, sintiendo todo a mi alrededor como una mancha oscura, borrosa, como si una neblina mágica y misteriosa se hubiera instalado en el lugar. No era bosque, no era ciudad, no era campo, llano o páramo, pero también era un poco de todo eso y quizás más.

Me incorporé, la cabeza dándome vueltas una y otra vez. ¿Donde estoy? ¿Que hago aquí? Típicas preguntas cuando alguien se encuentra en una situación como esta, no soy la excepción. Sentía como si estuviera lejos, pero cerca de un lugar especial. ¿Dónde ir? ¿Que hacer? Di un paso titubeante, mi pie se hundió en el fango, como si yo misma pesara una tonelada. Seguí caminando.

No sé durante cuanto tiempo caminé, pero sí sé que fue durante muchas, muchas horas. Los árboles, las plantas, todo era igual a medida que avanzaba, no había diferencias entre una rama y otra. Me detuve, abatida, recargando el peso de mi cuerpo agotado en un árbol, quizás un arce, no sé bien, tampoco quiero saber.

De pronto un aullido se alzó en todas direcciones de la espesura y mi cuerpo se estremeció como si aquel miedo irracional fuese siempre a crear aquel temor en mi. Supe que tenía que correr, cada célula de mi cuerpo me lo gritaba. ¡Corre, corre lejos, aléjate de los aullidos! Y lo hice, aún agotada como me encontraba comencé a correr por la espesura, tratando de no tropezar con las engañosas ramas a ras de suelo.

Los aullidos se hicieron más fuertes, más cercanos, como si trataran de darme alcance mientras las patas de lo que fuera que me perseguía rasgaba la tierra. Un claro, a lo lejos, iluminado por una luz verdosa y ambarina, extraña, me recibió, lleno de plantas multicolores, flores exóticas y un precipicio. Voltee con el espanto grabado en mis facciones. No quería morir.

Retrocedí hacia el claro cuando escuché los aullidos a mi espalda, dando un salto hacia atrás, cual conejo asustado. Vi esas... Cosas, acercarse a mí, acechadoras, imponentes, bestiales, exhibiendo sus grandes hileras de colmillos filosos. Chillé de espanto. Una de esas criaturas se dispuso a atacar y yo, asustada, me hice hacia atrás, cayendo sobre mi espalda en la hierba alta y, cuando vi mi final cada ve más cerca un rugido detuvo sus pasos, girando su enorme cabeza hacia atrás.

Un gato grande. No, no era un gato, era casi como una pantera, completamente negra, hermosa y majestuosa, terriblemente peligrosa había saltado desde la espesura hacia mi, por sobre las bestias que me iban a engullir. Miré aterrada a la pantera de proporciones épicas y mi mirar se encontró con sus brillantes ojos verdes. No había mal en ellos.

La pantera saltó hacia las bestias, desgarrando, cortando con sus poderosas y grandes garras toda la carne que alcanzaban sus peligrosas patas... Hasta que no quedó ninguna bestia abominable por asesinar. Fue cuando noté que me ardía el brazo, cerca del hombro y asustada rasgué sin decoro la tela que cubría mi extremidad. El tatuaje de una pantera al acecho estaba allí, rodeado por una aro de piel quemante, como chamuscada. Miré los ojos de la pantera y vi en ellos bondad, sabiduría y años de experiencia en la lucha. Supe que en ella podía confiar.



Abrí los ojos. Aún estaba sentada en el sillón y, en mi regazo, estaba sentada mi querida gata. Sonreí, sintiéndome tonta ante aquel extraño e irreal sueño. La gata me devolvió un maullido.

—¿Nunca dejarás que me suceda algo, cierto? —le pregunté con una sonrisa, ella solo me aulló en respuesta, antes de volverse a dormir.

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