Quienes me inspiran a seguir

jueves, 21 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte II [Punto Muerto]




-Esta paz no es eterna –me dije sujetando la pequeña cajita musical que reposaba sobre mi regazo, abierta, con su hermosa melodía rompiendo el silencio de aquella cárcel de cristal oscuro-. En algún momento terminará, ¿no es así, sombra mía?

-Por vez primera no me gritas, querida asesina –me contestó con sus dientes de tiburón sonriéndome, al tiempo que volvía mi cabeza al muro de cristal oscuro de mi izquierda para mirarla-. Y tal vez, te digo. Tal vez no dure para siempre como deseas, pero ten en cuenta el lado positivo, no estás sola, siempre estaré aquí para cuidarte del dolor externo.

-Aunque eso me desgarre por dentro –gemí acariciando a la bailarina de porcelana que sujetaban mis helados dedos. Por un segundo me perdí en esas cuencas carmesís que tenía mi reflejo por ojos y esta vez no me infundieron tanto temor-. Creo que comienzo a acostumbrarme a tu presencia.

-Eso no está bien –gruñó mi reflejo, sentado a lo indio junto a mí, al otro lado del cristal-. Mi deber es infundirte miedo, traer de vuelta a esta prisión aquella desesperación que quieres dejar atrás, para eso estoy aquí y lo sabes.

-Tienes razón –suspiré-. ¿Pero, sabes? Cuando el dolor viene de adentro llegas a un punto muerto en el que ya no te duele tanto. Aprendes a vivir con el de manera tal que solo tienes una escapatoria para volver a sufrir…

-¿Cuál escapatoria? –inquirió enseñándome sádicamente sus dientes de tiburón.

-Salir, dejar que alguien o algo me lastime fuera y luego simplemente volver a entrar –mascullé. La idea no me apetecía, pero así solamente podría vivir de nuevo.

-Buena lógica… -aceptó con su voz gutural como gruñido ensordecedor- Dime más sobre tu dolor –pidió saber casi con acritud-. A veces no entiendo a qué te refieres con tu sentido del dolor. ¿A qué te refieres con “punto muerto”?

-Significa que no siento nada –dije en un susurró suave, sin dejar de mirar la bailarina, escuchando la melodía sin interés, ya que lentamente estaba comenzando a volverse monótona-. ¿Recuerdas cuando entré aquí por primera vez? –pregunté mirando de soslayo al reflejo, asintió con una sonrisa que exhibía todos sus afilados dientes de tiburón.

-Cómo olvidarlo –asintió mi reflejo, casi extasiada con el recuerdo de aquellos días-. Tus gritos eran música, tan altos que salían desgarrando tu garganta.

-Eso era porque el daño apenas estaba hecho –expliqué arrojando lejos a la bailarina de porcelana, que se rompió en millones de fragmentos pequeños cuando chocó contra el cristal oscuro-. La herida de mi pecho estaba tan abierta que hasta en mis mejores momentos de lucidez me sentía… Muerta.

Guardé silencio, viendo como los fragmentos de porcelana brillaban en la oscura luminosidad que nos daban los espejos. Las sombras bailaban a mí alrededor, acechantes, alertas, esperando a que mi dolor naciera, aflorando desde mi pecho como huracán que todo lo destroza. Mi reflejo observaba también a la bailarina, de seguro preguntándose a qué se debía mi arranque de rabia. Jamás lo sabría, jamás se lo diría, nunca comprenderían nada que no estuviera más allá del dolor, pues esta pequeña prisión mía solo servía para eso, para evocar los recuerdos dolorosos que me hacían saber que estaba viva, que aún podía sentir algo, lo que fuera.

Dejé la cajita musical a un lado, abierta, con su música resonando en aquella estancia tan familiar, tan conocida, tan siniestramente acogedora. De pronto las sombras chillaron, sus voces resonando como el desgarro del metal que se hace jirones en una colisión, como esos gritos que solo los seres de abismo pueden sacar desde sus gargantas destrozadas de tanto gemir. Voltee a ver a mi reflejo, que corría de un lado a otro por el cristal oscuro, gritando, enterrando sus manos en forma de garras en su cabeza, haciendo puntos de sangre que se clavaban en su cráneo, con sus dientes de tiburón y sus chillidos de sirena maldita resonando en el espacio, con su cuerpo huesudo, feo, grisáceo como enfermo estremeciéndose, bailando con frenesí de miedo. Miré hacia arriba. Los espejos eran oscuros e interminables, mi vista no alcanzaba a divisar el final de aquella caída a la que siempre me sometía, aquella caída que rompía cada hueso de mi cuerpo, aquella caída que me veían practicar casi como las fases de la luna, hasta desaparecer en el vacío que yo misma había creado. Por fin había encontrado el punto muerto de mi prisión, aquel punto en el que no sentía nada pero lo sentía todo al mismo tiempo, aquel punto donde los millones de sueños no soñados se hacían bello polvo estelar oscuro, como magia infinita, como alucinación beligerante.

-Toma mi mano –ordenó una voz plateada, mientras un aroma que no era ni cítrico ni dulce, ni amargo ni almizcleño llenaba el ambiente.

-¡No! –chilló mi reflejo, golpeando con sus garras el cristal oscuro que la apresaba- ¡Es mía! ¡No te la llevarás!

-Tenemos un acuerdo, Dolor –la nombró, yo temblé ante el nombre de ella.

-¡Yo no firmé nada! –volvió a gritar Dolor, sin dejar de exhibir sus dientes de tiburón. El cristal oscuro que golpeaba parecía comenzar a ceder, pues esquirlas de espejo saltaban en todas direcciones.

-Cállense los dos –ordené mirando la cajita musical-. Dolor, deja de golpearte, te estás lastimando demasiado y eso debe doler.

-¡No me duele! –chilló y yo sonreí, pues al parecer y sin querer, los papeles se habían invertido en un segundo.

-Hazle caso, Dolor –secundó mi orden esa voz suave, aterciopelada, como la voz de un coro de ángeles cantando una nana.

Había encontrado mi punto muerto, aquel punto en el que el dolor y la esperanza, con apariencias cambiadas, podían estar juntas en la misma habitación. Mire a Esperanza, que salía lentamente de la cajita de música que yo había dejado en el suelo. Era un ente hermoso, casi como un verdadero ángel caído del cielo. Sus cabellos largos, de limpio color marrón brillaban aún en esa pulcra oscuridad. Sus ojos brillaban en infinitas tonalidades de verdes. Su sonrisa era amplia, limpia, casi como su risa en forma de cascada dulce y pura. Sus manos eran de largos dedos suaves a la vista, tan suaves, tan hermosos, y se estiraban en mi dirección, invitándome a dejar mi puerto seguro.

-A mi lado estarás segura –afirmó Esperanza, casi con amor en su voz.

-No te creo –refuté segura de mis palabras, no iba a salir de la seguridad recientemente encontrada-. Cuando la esperanza se marcha el dolor es más grande y lo sabes…

2 comentarios:

  1. cada parte de la historia es un proceso emocional. Espero no molestar en los comentarios pero siento la necesidad de expresar que entiendo perfectamente de lo que hablás, me gusta cómo se encuentran y funden tus palabras con mi propia vida. Se contemplan los hechos.

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