Quienes me inspiran a seguir

jueves, 21 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte I [Dolor]




Otro rincón sin salida…

Continúo caminando, chochando contra esas paredes translúcidas con la mandíbula apretada y notando que tal vez ya es demasiado tarde para salir de esta jaula de cristal que he construido yo misma, cual muralla china durante años para mantenerme alejada lo más posible del mundo.

Agotada me acomodo en una esquina, agazapada hecha un ovillo, abrazando mis piernas con los brazos entumecidos, hundiendo mi rostro entre las extremidades cual si eso fuese alivio de la aplastante soledad. Solo llevando mi traje de tela roída, cual si fuese una esclava, el frio me cala hondo en los huesos y en el alma. Soy esclava, claro, prisionera de mi misma y de mis miedos desde hace mucho tiempo, más no logro recordar desde hace cuanto con exactitud. Tanto tiempo ha transcurrido, tantas emociones contenidas que el tiempo, las horas son desdibujadas de mi mente por las imágenes de soledad oscura que rodea aquellos recuerdos lejanos.

-Eres una asesina, lo sabes… -susurra la oscuridad, la penumbra, las sombras que me asedian tormentosas alargándose desde mi propia sombra- Sola, desanimada, destruida por dentro y por fuera… A nadie le importas y a nadie le importarás jamás. Eres mala, la muerte te acecha en cada rincón porque lo mereces… Eres una asesina cruel.

-¡No! –sollozo aún con la cabeza hundida entre mis extremidades, temblando de frio, de terror.

Intento convencerme de que esas palabras son viles mentiras, manchas negras ensuciando un precioso y pulcro lienzo en blanco. Me repito que no soy yo misma la que las ha pensado y tiemblo. Tiemblo espasmódicamente cuando las sombras rozan mi piel con su frio tacto gélido parecido a la caricia de la dama Muerte.

-Levántate y mírate –ordenaron las sombras y yo, sin dudarlo me levanté, mirando el reflejo que el cristal oscuro me devolvía. Yo misma estaba allí, frente a mí, con una mirada sádica y una sonrisa torcida que no parecía de este mundo-. ¿Tienes frio?

-No –negué rápidamente, notando que mi aliento salía de mi boca en forma de una nube de vapor frio.

-Mientes. Estás sola y tienes frio, ese frio de la muerte que siempre te ha acechado, ilusa –mi reflejo en el espejo movía los labios mientras yo me mantenía en silencio. Me asusté.

-No estoy sola, no estoy muerta –volví a negar sin entusiasmo, sin fuerzas, sin voluntad-. Sé que pronto la soledad se irá, solo… Solo déjame en paz…

Esperé con paciencia a que mi reflejo me devolviera una respuesta, notando que de pie el frio era más intenso. Vi mi silueta como reflejo moverse por los cristales oscuros y la seguí apenas con la mirada, temerosa de perder la estabilidad al moverme un solo milímetro. Sentía el alma pesada, pesada de vacío, pesada por no tener nada que cargar.

-Nadie vendrá a sacarte de aquí –se mofó mi reflejo con una sonrisa sádica en sus filosos dientes se tiburón, amarillentos-. Nadie vendrá a protegerte de la soledad, de la oscuridad. Estarás aquí por siempre porque tú misma te encerraste aquí.

-Mentira… -mascullé apenas con un hilo de voz.

Comenzaba a desesperarme. A cada palabra de mi reflejo sentía el nudo de mi garganta acrecentarse y lo poco que me restaba de voluntad irse a los suelos. Mi reflejo se mofó de mi con carcajadas estruendosas, atronadoras como esos truenos que me hacían esconderme debajo de la cama. Solté un sollozo cuando quise voltearme a encarar al reflejo, más perdí la estabilidad cayendo al suelo, apenas alcanzando a apoyarme en el muro de cristal oscuro para no hacerme más daño. Notó como una vieja herida en mi mano se abría, dejando un borrón carmesí en el cristal, haciendo de mi dolor el goce de mi reflejo, aumentando sus carcajadas.

-¡Niña tonta, ilusa, débil y cobarde! –chilló mi reflejo, ahora mirándome con sus ojos carmesís sin dejar de caminar por el espacio al otro lado del cristal- ¡Chilla! ¡Grita! ¡Pide la piedad que siempre te será negada, vil perra!

-¡Cállate! –supliqué en un gemido alto, sofocado, mientras mis manos golpeaban el cristal para aplacar el sonido de su risa maldita.

Mi silencio continuó siendo roto por los incesantes sonidos de mis puños golpeando el cristal oscuro. Golpee con todas mis fuerzas mientras gritaba de manera triste, desgarradora, pidiendo un poco de ayuda, de piedad y compasión. Al final, luego de unos minutos que me parecieron eternos me detuve, mitad culpa del cansancio mitad culpa del desanimo. Comenzaba a faltarme el aliento, las manos me escocían de dolor culpa de los pequeños cristales que se habían incrustado en mis puños cuando golpeaba. Alcé la mirada esperanzada, con renovadas fuerzas al ver el cristal trisado, más mi desesperanza fue mayor cuando vi que el muro oscuro y reflectante se recomponía como en mis peores pesadillas. Algo húmedo recorrió mis mejillas y noté, con apremio, que eran lágrimas.

-¿Cuándo fue la última vez que lloraste? –me susurró mi reflejo ya cerca de mi otra vez, tratando de parecer amable y compasivo.

Confuso. No lograba recordar cuándo había llorado por última vez, solo sabía que había sido hace mucho, muchísimo tiempo. Recordé sin embargo que había llorado muchas veces, cuando escuchaba en susurros a mi conciencia repetir aquellas palabras que quería negar, palabras ciertas que salían de labios ajenos y que se quedaban en mi interior, enterrándose en mi corazón. Recordé tanto que el miedo se hizo presente más allá de la desolación. Y lloré…

Me incliné hacia el suelo, apoyando mis antebrazos allí, escondiendo mi cabeza hacia mi pecho mientras las lágrimas caían ahora hacia el suelo de cristal oscuro también. Aún con las manos empuñadas, enterrando más los cristales en la carne debido a la presión. Ni siquiera sentí ese dolor. Volví a gritar, a pedir piedad mientras las carcajadas se extendían otra vez a mí alrededor, las sombras como garras, como zarpas acercándose a mi cuerpo, lastimando, arañando, desgarrando piel y carne, haciendo sangre.

-¡No estoy llorando! –grité enfurecida, alzando los brazos de su apoyo y dejándome caer al suelo con fuerza, golpeando sin dejar la posición, abriendo más las viejas heridas.

Dolor, dolor, dolor. Todo en mi ser era eso, solo dolor. Grité todo y nada, desgarrando las cuerdas vocales alojadas en mi garganta como si con eso todo ese sentimiento amargo como hiel se fuese a marchar de mis entrañas. Las carcajadas cesaron abruptamente cuando una lágrima roja salió de mis ojos, en forma de sangre desde mi alma. Me detuve bruscamente al no escuchar las risas, las incitaciones a continuar mi masacre personal y, en el reflejo de cristal oscuro noté una luz ambarina, cálida, encendida justo a mis espaldas. Iluminaba con su calidez una mesita redonda y baja que portaba sobre si una pequeña cajita de música que me trajo paz durante un segundo. Me levanté del suelo, arrastrándose hacia mi nueva salvación…

1 comentario:

  1. Me atrajo la historia, voy a seguir leyendo lo demás que escribiste, me gustan las palabras utilizadas para explicar el momento haciendo incapié en detalles casi transformandolos en simbolismos. Genial. Saludos

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