Quienes me inspiran a seguir

viernes, 8 de julio de 2011

Alianza




Corrió doblando la esquina de la callejuela oscura, ocultándose en la penumbra que creaban las sombras oscilantes de las farolas polvorientas, con su luz de velas que tentaba con apagarse a cada soplo, cada aullido del viento que pasaba entre los cristales rotos que debían proteger la flama. Aferró con más fuerza sus armas en sus manos y dobló otra esquina, apurando la carrera, sabiéndose invisible pero sin querer confiarse de aquellas habilidades que tan bien la definían. Su cabello oscuro, sus ojos claros, la piel pálida, fino contraste con la penumbra al igual que sus ropajes, rojos como la sangre y desgreñados, roídos culpa de ser aquel su único atuendo. Como si le importase verse bien...

-Tsubaki... -llamó un susurro camuflado con la brisa. La mujer se detuvo en seco, aguzando los sentidos, cautelosa- Atrás de ti...

Ella volteó, encontrándose de lleno con aquel hombre de cabellos negros como el ébano, cortos con un flequillo que cubría a duras penas una cicatriz sobre el lado derecho de su frente, que pasaba sobre la ceja y peligrosamente cerca de su ojo. Sus ojos eran de un profundo color negro, oscuros como la noche sin luna ni estrellas.

-No me asustes así, Devil -regañó ella, sonriendo débilmente.

-No te hubiera asustado si hubieras estado atenta -espetó el aludido, sacudiendo un poco de polvo que cubría su gabardina color carmín-. Estabas tan ensimismada en tu carrera que siquiera notaste que te seguía, no debes olvidar nada mientras corres, Tsubaki.

Ella suspiró, él jamás cambiaría. Le dedicó su mejor mirada antes de acercar su mano al rostro de él en un vano intento de acariciar su rostro, más él se alejó dando un paso atrás, sin siquiera mirarla. Su relación estaba marcada por esa brecha, hasta allí debía quedar y ella, ilusa, a veces pensaba que podría apartar la soledad de su mentor con uno de sus antaño gestos afectivos. Dejó que su mano peinara los cabellos que caían en cascada bajo la pañoleta que los sujetaba para que no se descontrolaran, acariciando las puntas quemadas culpa de las horas incansables de excursión en el desierto. Alzó su mirar a la luna, que brillaba en lo alto en señal de burla y allí, mientras su mentor pensaba, decidió decir por fin, por primera vez lo que pensaba.

-¿Sabe, Devil? -comenzó, él la miró de soslayo sin mucho interés- Estoy cansada de que me rompan el corazón así que decidí que se lo voy a dar a la primera persona que lo quiera...

-¡No! -exclamó él, mirándola furioso de pronto. Tsubaki abrió los ojos como platos, antes de voltear a ver a su maestro- ¡Júrame que jamás vas a hacer eso!

-Pero... -gimió ella, sin comprender.

-Mira niña -bramó él, tratando de controlar su impulso de continuar gritando-, no te menosprecies eso es un error por tu parte. ¿Acaso no entiendes que ellos son los que pierden al no tenerte a su lado?

-Devil...

-Nada -continuó él-, no vuelvas a decir semejante estupidez, ¿escuchaste?

-De acuerdo... -se hizo el silencio. Devil había desviado abruptamente la mirada hacia un rincón oscuro del callejón que pisaban mientras Tsubaki volvía a mirar la luna, pensativa- Maestro... -musitó suavemente, volviendo a llamar la atención de Devil.

-Dime, Tsubaki -masculló aún con la sangre hirviendo.

-Le tengo una propuesta -anunció. Él le hizo una señal de manos indicándole continuar y ella, tomando una bocanada de aire, continuó-. ¿Porqué no me deja alejar su soledad y usted cuida mi "corazón"?

Devil la miró asombrado. Lo cierto es que se esperaba cualquier cosa de ella, pero eso... ESO jamás. Trató de buscarle algún otro significado a las palabras de ella, pero al parecer había formulado la pregunta para que no hubiera confusiones.

-¿Estás segura? -inquirió, meditabundo.

-De no estarlo no habría abierto la boca, maestro -explicó ella con una sonrisa genuina.

-No seremos novios, ¿cierto? -volvió a preguntar, con el ceño fruncido.

-¡Claro que no! -exclamó ella, divertida- Será algo así como... Una Alianza por el Bien Común, ¿no lo cree?

Devil pensó la propuesta durante unos segundos y, al no hallar nada malo ni de doble significado en las palabras de Tsubaki, decidió acceder. Asintió mirándola a los ojos, a esos profundos ojos avellanas tan claros como el alba, que le hacían sentir una confianza inusitada desde que la había conocido, antes de tomarla como aprendiz. Estrecharon las manos en señal de pacto y, en un impulso, ella lo abrazó a él si que Devil fuera capaz de impedirlo aunque, debió admitir, aquel contacto humano luego de quinientos años le había sentado de maravilla a su alma. Tal vez ella lograría apartar un poco de su soledad y él, si se esmeraba, haría que la chiquilla dejara de hacer estupidez tras estupidez.

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