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jueves, 21 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte III [Esperanza]




Y allí estaba yo, observando aquellas dos figuras que se batirían a duelo para conformarse en su propio consuelo y regocijarse en su propia victoria. Dolor se abría paso por el cristal oscuro, aferrando con sus garras los bordes del cristal que rompía, que saltaba en grandes trozos en todas direcciones, lastimando a las sombras que acechaban desde mi propia sombra. Sus manos se enterraban en los cristales, arañándose el cuerpo mientras salía de su lugar seguro, del lugar donde podía lastimarme solo con palabras, pues el dolor físico ya era parte de mí. Solo yo podía lastimar mi cuerpo, y lo sabía.

Esperanza la esperaba, con sus hermosos y largos brazos colgando a los costados, mirando a Dolor lastimarse como una niña pequeña que no entiende la situación, con una sonrisa tensa en sus labios perfectos, una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos verdes. A cada movimiento de Dolor, Esperanza vacilaba entre continuar plantada en su lugar, inmóvil, o ir a ayudar a su contraparte, que se lastimaba en su salida profiriendo alaridos de frustración.

-Vuelve adentro, Dolor –imploré en un susurro, dando un paso hacia ella.

Hizo caso omiso de mis palabras y suspiré cuando su cuerpo ensangrentado estuvo fuera de una vez. Si bien Esperanza parecía una niña pequeña de expresión inocente aún en su elegante cuerpo desarrollado, Dolor era una verdadera niña. Era más baja que yo misma, encorvada sobre sí misma, con sus cuencas carmesís brillando en amenaza, con las garras sujetándose con fuerza a los brazos, enterrándose en la carne, salpicando gotas de sangre a cada paso que daba, a cada movimiento de su tembloroso y pequeño cuerpo, con su rostro sombrío distante de haber conocido otra cosa que no fuera esa oscuridad. Sentí lástima de ella.

-No vayas con ella –gimió en una súplica casi inaudible. Di un paso firme hacia ella y escuché a Esperanza gritar mi nombre-. Siempre te deja, siempre que vuelve para llevarte con ella llegas llena de heridas, de dolor externo. Yo soy puerto seguro… Querida asesina…

-Ella se lastima por lo que le metes en su inocente cabecita –suspiró Esperanza, tomando mi mano para llevarme con ella. Me pregunté en qué momento se había acercado tanto a mí.

-¡Tú la dejas lastimarse! –chilló Dolor, amenazante, mostrándole todos sus amarillentos dientes de tiburón a su contraparte- ¡Tú tienes la culpa de que ella termine más mal que bien! ¡Alimentas lo que no existe!

-¡Basta las dos! –ordené con la voz más segura de lo que esperé, sujetando las manos de ambas. La mano de Esperanza era suave y cálida, curaba con su tacto mis heridas sangrantes mientras la mano de Dolor sujetaba helada y pétrea la mía, enterrándome sus garras, haciendo sangre. Ambas me miraron, expectantes- Dolor tiene razón, Esperanza, siempre que me marcho contigo la caída es más dura.

-¡Te lo dije! –gritó victoriosa Dolor, sonriendo sádicamente.

-Pero Esperanza también tiene razón, Dolor –continué sin mirarlas-. Tú metes cosas, ideas en mi cabeza, haciéndome creer que todo siempre irá mal –guardé silencio durante una fracción de segundo, soltando las manos de ambas-. Mátense si quieren, yo me marcho.

-¿A dónde irás? –consultó Esperanza, abrazando por sobre el hombro a Dolor, que se removió entre sus cálidos brazos que cerraban las heridas de su cuerpo al contacto de sus pieles.

-No lo sé –suspiré, acercándome al gran agujero que había creado Dolor en su salida del cristal, acariciando el vidrio cortado con cuidado de no lastimarme-. Iré por este camino y luego ya veré.

-Ven conmigo a la cajita de música –imploró Esperanza, con su voz musical, sin soltar el agarre que tenía sobre su contraparte-. No permitiré que hagas más cosas tontas, lo prometo, solo… Solo no vayas allá.

-Ambas le temen tanto a lo desconocido –suspiré con una sonrisa melancólica-. Al igual que yo.

-¿Es eso que veo en tus ojos una luz de esperanza? –agregó casi feliz, pero dubitativa, Esperanza.

-No –negué, también meneando la cabeza-. La semilla de la esperanza la plantas tú, cuando te miro a los ojos y sanas mis heridas. Dolor hace lo propio con su semilla oscura.

Miré a Dolor, que había recuperado gracias al toque de Esperanza parte de lo que alguna vez había sido. Sus cabellos oscuros, solo unos tonos más oscuros que los de su contraparte brillaban de limpios, las heridas cerradas siquiera habían dejado cicatrices, sus garras habían desaparecido al igual que sus dientes de tiburón. Lo único que permanecía igual era su mirar, con sus ojos carmesís brillando como una gema preciosa.

-No vayas –suplicó Dolor, aferrándose a la túnica brillante de Esperanza-. Allí es feo, lastiman, sangras, te hacen mal.

-Te lastimaron mucho, querida –susurré conciliadora, acariciando sus largos cabellos que caían sobre su cuerpo sin desarrollar-. No vuelvas allí, pase lo que pase no vuelvas allí y no me sigan –decreté con firmeza-. Esperanza, tampoco vuelvas a la cajita de música.

-¿Porqué? –preguntó confusa, con una nota de alarma en su voz de miel.

-Porque sembrarse uno mismo esperanzas es destructivo –afirmé solemne-. Tomen la mano
de la otra y protéjanse, pero no vuelvan a los lugares de donde salieron.

Di media vuelta y por el cristal oscuro vi a Dolor cerrar la cajita de música suavemente, antes de entregármela con cuidado. Acaricié sus manos suavemente y besé su frente antes de hacerla volver con Esperanza, que la aferró entre sus brazos con fuerza. Suspiré antes de entrar por el agujero que Dolor había creado en el cristal antes de voltear a verlas, viendo como el agujero filoso se cerraba, creando sonidos ensordecedores. Cuando estuvo cerrado sonreí, lanzando con fuerza la cajita al suelo, haciéndola mil pedazos. Vi a Esperanza alzar el vuelo con sus brillantes alas de color verde limón, sujetando a Dolor entre sus brazos como quien carga a un bebé. Las vi desaparecer en la infinidad de la cárcel de cristal.

Voltee, observando con suspicacia el camino oscuro que se manifestaba como epifanía ante mí, esperándome quizás por cuánto tiempo. Me había desligado del dolor y la esperanza, ahora me quedaba un más largo camino por recorrer y medité cuál sería mi próximo objetivo.

-Ven a mí, si te crees tan valiente –siseó una voz gutural, muy pagada de sí misma.

-Caerás, y lo sabes… -susurré comenzando a caminar, enterrándome en la planta de los pies las espinas que se extendían por el camino- No cantes victoria antes de que te encuentre, Odio.

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