Quienes me inspiran a seguir

lunes, 25 de julio de 2011

Relatos Oscuros, Parte IV [Frustración]




Observé con los ojos apagados el panorama que se extendía a mis pies, todo el espinoso camino recorrido hasta allí, que me había dejado en aquel deplorable estado. Me ardían las plantas de los pies y el pecho me pesaba, como si hubieran intercambiado mi corazón muerto con una roca. Los susurros se habían detenido hacia cuestión de metros antes de alcanzar la cima y lo único que había conseguido al llegar allí era frustrarme.

Suspiré, dejándome caer en aquella cima rocosa que había alcanzado. No podía sentir los latidos frenéticos de Esperanza, tampoco las plegarias de Dolor, plegarias que me habían acompañado todo el camino hasta allí. Miré mis manos, las uñas negras en forma de garras, las venas cada vez más hinchadas en mis brazos, dándole un tono mortecino de color a mi piel. La sed me raspaba la garganta, que se contraía ante la saliva seca que se abría paso por el esófago que se quemaba y la nariz ardía ante el beligerante aroma del azufre que provenía desde todos y ningún lugar. Sonreí sarcástica y los colmillos, aquellos caninos, me alertaron de que algo en mi boca iba mal. Chillé despavorida, llevándome las garras a los labios para palpar los dientes que ya se sentían afilados. Sentí el sabor metálico de la sangre sobre la lengua.

Alejé mis manos de los labios. Temblaban y no precisamente de frio. Tenía que hacer algo rápido. Me levanté de la roca y continué caminando, esta vez colina abajo por el espinoso camino serpenteante que aún me quedaba a la espera, largo e interminable, fatal.

-¿Porqué no vuelves? –inquirió una voz malograda, distorsionada en el amplio espacio sofocante-. ¿Por qué no simplemente te rindes? Yo lo hice y estoy mejor así... Levantarse para volver a intentarlo es…

-Frustrante –concluí por la voz, sin dejar de andar.

-Si sabes que no puedes cambiar nada –continuó ella, como si no hubiese dicho nada-. ¿Para qué seguir intentando?

-No soy como tú –recriminé, malhumorada. Lo que menos necesitaba en ese preciso momento era que justamente ella apareciera.

-Eso se nota a la legua –dijo en tono burlón-. ¿Qué sacaste liberando a Dolor y a Esperanza? ¿Qué ganaste con ello? No te dieron nada, ni las gracias…

-No necesito eso –dije no muy convencida de mis palabras. Cierto era que me hubiera gustado por lo menos una palabra de aliento-. Como sea, lárgate, me…

-¿Frustras? –terminó ella con su voz despechada, más como pregunta que como afirmación-. Dilo, voltéate a decirme algo que no sepa. Por eso nadie se acerca, porque los agobio, porque se cansan de mi desesperanza.

Voltee rápidamente con la ira plasmada en mis facciones y vi entonces quién me perseguía desde hacía unos minutos, o quizás horas. Su cabello marrón era corto, cortado irregularmente con las propias pequeñas garras que salían desde sus manos, con sus ojos marrones apagados y sin brillo, sin sonrisa, sin nada. Vacía. Alcé una mano para tocarla y sentir que era real, pero la imagen de mi propia mano como garra que se cernía hacia su cuello me espantó y la alejé rápidamente, escondiéndola tras mi cuerpo y dando un titubeante, temeroso paso atrás. Ella me miró con sus desolados ojos marrones y una lágrima de frustración rodando por su mejilla pálida y polvorienta.

-¿Cuál es tu nombre? –inquirí sin dejar de mirarla.

-Puedes llamarme como gustes –me dijo en un suspiro frustrado-. Me cansé de tratar de hacer que me llamen por mi nombre. Ya olvidé cómo me llamo.

-¿Y cómo te dicen? –rectifiqué mi pregunta, tratando de no desesperarme.

-Desilusión, desengaño, desesperanza, decepción… -enumeró ella con sus pequeñas garras y con una mirada ausente sobre ellas- Pero me llaman más Frustración que otra cosa.

Frustración.

Se veía tan… Frustrada. Tal vez por eso mismo, porque la habían privado tanto tiempo de sus objetivos que hasta había olvidado el nombre que le dieron para izar como bandera en sus luchas por salir a destacar en el mundo que la rodeaba. Ya no sentí pena de ella, más bien curiosidad, una curiosidad inmensa e infinita. La comprendía, claro, pero siempre de un modo diferente, al igual que a las otras.

-Tal vez si dejas de rendirte recuerdes tu nombre –susurré meditabunda, volteando para comenzar a caminar.

Frustración no se movió ni un centímetro de su lugar, lo sabía pies las espinas se quebraban a mi paso, delatando que íbamos por el sendero mortal. Voltee la cabeza para mirarla y ella, con sus apagados ojos marrones negó, sin sonrisa, sin esperanza, sin fe. Sin nada tal y como yo había estado una vez. Volví en mis pasos y me agaché frente a ella, mostrándole mi espalda y sonriendo de medio lado, fuerte, segura, pero con una pisca de petulancia en el brillo de mis ojos, eso seguro.

-Las espinas se enterrarán más a tus pies si me cargas –dijo Frustración, quedándose a resguardo del sendero sin espinas, rodeaba de sangre seca-. ¿Por qué no te quedas de este lado, muy quieta?

-Porque me cansé de rendirme –le dije, mirando hacia el suelo cubierto de espinas-. Nadie nos dice que el camino va a ser fácil, nadie nos asegura que dolerá menos que la recompensa del final pero… Pero llega un momento en que, de la misma manera en que te cansaste de luchar, te cansas de tu propia infundada y autoalimentada frustración.

Supe que me miraba con sus apagados y confundidos ojos marrones, dubitativa sobre la decisión que tomar. Estaba tan cómoda y segura entre las espinas, en ese caminito que se había creado de tantas veces que había pasado por el, conocido y reconfortante, más con un suspiro resignado, aún sopesando la verdad ilógica de mis palabras, ella trepó con cuidado en mi espalda, pasando sus ligeros brazos de porcelana fría y resquebrajada, seca y polvorienta, por mi cuello. Sus piernas se enroscaron en mi cintura en una presa fuerte, aferrándose a mi cuerpo como si fuese un bote salvavidas. Pasé mis manos hacia mi espalda para sujetarla por las piernas mientras comenzaba a andar lentamente, sin prisas. Frustración apoyó su cabeza sobre mi hombro, con sus labios secos y fríos posados contra mi cuello, con su aliento amargo chocando contra mi piel tibia.

-¿Estás segura de esto? –inquirió ella, temblando de pies a cabeza.

-Más que nunca –dije, muy pagada de mi misma, sonriendo y comenzando a tararear una nana.

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