Quienes me inspiran a seguir

domingo, 4 de noviembre de 2012

Previsto



Comenzó a avanzar hacia aquella muchacha de arremolinados cabellos cortos y brillantes que destilaban felicidad en sus tres colores. Y sus ojos, aquel brillante mirar color chocolate que resaltaba entre la multitud, destilando sensualidad. Su porte, aquella manera de sentarse en la banca que solían ocupar juntos en el parque, sujetando el libro con ambas manos y con la vista fija en la lectura mientras la música retumbaba en los fonos que llevaba puestos… Incluso así parecía salida de un sueño. Pero él podía distinguir los sueños de la realidad.

—Edén —le llamó, quedando de pie frente a ella.

Ella alzó la mirada, mostrando unas mejillas arreboladas y brillantes culpa del sol de verano. Le miró con sus ojos profundos y brillantes un largo segundo mientras se quitaba los fonos de los oídos, sin soltar el libro que ahora reposaba sobre su regazo.

— ¿Disculpa? —inquirió ella, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Y Ángel no pudo resistir el impulso de su mirada. No pudo ni quiso resistirse al magnetismo, al poder que aquella expresión había causado en su persona, por lo que se inclinó lentamente sobre ella, tomando su rostro entre sus manos y besando suavemente los labios pintados de carmesí de la joven.




Apenas él se separó de ella cerró su libro con fuerza, se levantó de un salto y comenzó a caminar sin decir una sola palabra, realmente confundida y enfurecida. Aquel había sido su primer beso. Aquel extraño le había arrebatado su primer beso.

Sintió que una mano la detenía por la muñeca suavemente apenas había dado unos pasos y, al voltear a ver a aquel descarado, se encontró con la mirada más desolada que había visto en toda su vida.

—No me dejes, Edén —escuchó que le decía, y ella sintió el impulso de echarse a llorar en sus brazos.

—Creo… Se ha equivocado de persona, lo siento —tartamudeó con un nudo creciendo en su garganta, al tiempo que él le soltaba la muñeca lentamente—. Lo siento…

Cassandra no entendía por qué era ella quien se disculpaba con el extraño que le había robado su primer beso, pero algo en aquellos ojos le había gritado que no le hiciera daño, que él no era una mala persona. Siguiendo un tonto impulso, Cassandra acarició con delicadeza el rostro de aquel extraño, besó su mejilla con cuidado y luego, sin esperar ni decir nada, echó a correr por la avenida, perdiéndose entre la gente.

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