Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Suspiro



Ángel la observó durante un minuto completo, sonriendo. Era hermosa, casi tanto como ella, y eran tan parecidas físicamente que sabía que esa muchacha encajaba perfectamente entre sus brazos y sabía, también, que su cuerpo encajaba por completo sobre el de… Detuvo sus pensamientos. No, no podía pensar en esas cosas cuando apenas la conocía. Aunque, técnicamente, él la conocía perfectamente. Esa muchacha era igual a Edén, era obvio que la conocía.

La vio correr tras el enorme perro San Bernardo, tropezando con la arena que le impedía seguir avanzando. Era como un déjà vu. Muchas veces había visto a su Edén correr por la playa tras un perro callejero o, incluso, había visto su espalda, sus cabellos meciéndose con el viento cuando él la perseguía y ella escapaba como si en realidad quisiera alejarse de él. Un suspiro escapó de sus labios cuando la vio caer torpemente sobre la arena, envuelta en un ataque de risa.

Sin dudarlo, se levantó y caminó hacia ella, que en ese momento tenía el peso del enorme San Bernardo sobre ella. El perro le acariciaba el cuello con la nariz, haciéndole cosquillas. Ella se revolvía bajo el animal, tratando de escapar.

—A las damas no se les mantiene prisioneras —susurró, acariciando al perro tras las orejas y consiguiendo que se moviera—. Hola —sonrió, encontrándose con los ojos color chocolate de ella.

Cassandra se quedó inmóvil, tendida sobre la arena, mirándolo fijamente. Encontrarse con él era el colmo de sus rarezas porque: Primero, llevaba años tratando de encontrarse con una persona y al parecer el que tuviera su dirección, su número de teléfono y conociera su lugar favorito y a sus amigos no bastaba; Segundo, lo que menos quería era encontrarse con él y revivir el vergonzoso momento en que él se había reído por haberle robado su primer beso. Maldito fuera.

— ¿Hay alguien ahí? —inquirió Ángel, viendo la mirada de ella, dura como un bloque de concreto.

—No. Digo, sí —tartamudeo Cassandra, incapaz de mostrarle su molestia a ese hombre—. Solo me preguntaba si Dios me odia, eso es todo.

— ¿Y por qué Dios te odiaría? —Ángel sonrió, incapaz de no hacerlo ante ese hermoso gesto enfurruñado de ella, que se sentaba a lo indio sobre la arena.

—Porque me ha hecho pasar la peor de las vergüenzas contigo y, además de eso, no me permite morir de humillación tranquila, sino que te hace aparecer en mi visión siempre en mis peores momentos —dijo ella rápidamente, casi sin respirar.

Ángel no pudo no sonreír ante las palabras de ella, ante su expresión, ante su forma de expresarse. No había cambiado lo más mínimo con él, seguía siendo la misma mujer fuerte y segura que recordaba, la misma mujer que decía siempre lo que pensaba y demostraba lo que sentía ante las personas precisas y necesarias. Un suspiro se escapó de sus labios mientras pensaba en la forma de reconquistarla.

—Eres tal y como te recuerdo, Edén… —dijo sin poder evitarlo al perderse en los ojos de ella, expresivos y vivaces.

Cassandra quedó sin aliento. Ese hombre la miraba como si fuera lo más importante en su vida, la observaba con una devoción casi incomprensible, le sonreía con una sinceridad y un cariño que no podía comprender. Era como si esos ojos avellana de él tuvieran un magnetismo que la obligaba a no apartar la mirada. Pero a pesar de que su corazón latía frenético, su mente le gritaba que no se dejara vencer de nuevo por palabras bonitas, miradas directas y suspiros. Porque no eran para ella.

—No me llamo Edén —carraspeó ella, levantándose de la arena y acariciando el lomo del perro, que se posicionó a su lado—. Me llamo Cassandra y espero, en serio, no volver a verlo nunca más en mi vida.

Él la vio darse la vuelta y comenzar a correr con el enorme animal casi pisándole los talones. Era como si la vida le estuviera dando una segunda oportunidad para estar con ella, pero sin que él se enterase y, lo primero que hacía para joder las cosas a base de bien era arruinar la sorpresa que le habían preparado.

—Cassandra… —suspiró su nombre sintiendo que, en realidad, también le quedaba muy bonito.

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