Quienes me inspiran a seguir

jueves, 8 de noviembre de 2012

Salvación



No supo porqué lo había hecho, pero allí estaba, escondida tras la esquina entre una intersección de la avenida principal y un perro que la observaba como si estuviera loca, con el corazón a punto de salírsele por la garganta y sintiendo sus mejillas de pronto teñidas de carmesí. Y es que no había podido evitar hacer aquello cuando le había visto desde la distancia. Aquella mirada desconocida pero tan familiar le había dicho, le había gritado que la buscaba por la forma anhelante en que estaba sentado en esa banca. Dios, ¿porqué tenía que escoger exactamente ese día para volver a verlo?

—Cassie —una voz a sus espaldas y un grito ahogado escapando de sus labios.

— ¡Oh por Dios, Ange! —gimió nada más voltear a ver a su amiga, que la observaba de brazos cruzados y una ceja alzada— ¿Cuánto llevas allí?

—Lo suficiente —dijo la joven simplemente, poniendo ahora los brazos en jarra—. ¿Qué miras? O mejor dicho… ¿A quién miras?

—No estoy mirando nada —dijo titubeante Cassandra, acomodándose el morral sobre el hombro antes de comenzar a caminar directamente al parque—. ¿Vamos? Los chicos no deben tardar en llegar.

—Claro, claro —fue la simple respuesta despreocupada de su amiga antes de verla posicionarse a su lado.

Cassie no comprendía cómo era que Angélica siempre terminaba encontrándola en los peores momentos, pero la joven siempre, siempre lo hacía. Miró de reojo a su amiga y compañera. Sus largos cabellos castaños y esos profundos ojos verdes que resaltaban entre la multitud, aquel andar de “muévete que estorbas” que era capaz de empequeñecer hasta al más macho, aquella forma fría de mirar cuando algo no le interesaba o ese brillo de travesura que se posaba en sus dientes cuando sonreía al tener una idea maquiavélica. Sí, definitivamente era mejor tener a Angélica como amiga que como enemiga, eso seguro.

Saliendo de aquellos pensamientos tuvo que hacer tripas corazón cuando él la observó acercarse con esa mirada avellana tan anhelante y ella, como si fuera un desconocido de verdad, le pasó de largo mientras charlaba trivialidades con su compañera. Cassandra se dio cuenta que jamás olvidaría esa mirada de dolor en su vida, jamás sería capaz de no sentirse culpable cada que la recordara.

Continuaron caminando hasta la fuente del parque, sentándose en una de las bancas de color verde oscuro y mirando el agua que brillaba por el sol de media tarde.

— ¿Quién es ese que te mira tanto? —esa pregunta la sacó por completo de sus pensamientos, haciéndola enrojecer hasta la raíz del cabello.

—Nadie me está mirando —negó rápidamente, sintiendo como una estaca se clavaba en su corazón con fuerza. Ange, a su lado, bufó con molestia—. ¿Qué?

—Tú me estás escondiendo algo, Cassandra, y exijo saber inmediatamente qué es —ordenó la castaña de manera autoritaria. Cassie sintió un nudo en la garganta—. Anda, soy toda oídos.

— ¡Vale, de acuerdo! —jamás había sido capaz de soportar la presión de las preguntas de su amiga, por lo que con un suspiro le lanzó una mirada de reojo al desconocido de la banca— ¿Recuerdas que te dije el otro día que un tipo me había besado de la nada?

—Lo sabía, es él —ay no, ahora sí iba a arder Troya.

Angélica se levantó de la banca casi como impulsada por un resorte y comenzó a caminar hacia él con paso redoblado. Cassandra salió tras ella, tratando de retenerla, pero sus palabras eran tan inútiles como siempre que a Ange se le metía una idea en la cabeza. Solo esperaba que no lo destrozara, no podría vivir con eso…

Su amiga se plantó justo frente a él y puso los brazos en jarra, mientras ella se mantenía oculta a su sombra, anhelante y temblorosa, casi con el corazón en la mano. Él alzó la mirada y preguntó algo con esa voz que le había partido el alma en mil pedazos, Ange contestó con su voz fría y prepotente, con esa voz que intimidaba hasta a un gigante. Él se disculpó, Ange no cedió con sus demandas de una disculpa. Él se levantó y Ange se irguió mucho más, como si quisiera crecer así otro par de metros.

—Lamento lo del otro día, señorita —le dijo, mirándola por sobre el hombro de su amiga. Ella tembló otra vez, como si estuviera desnuda frente a la puerta abierta del refrigerador—, no fue mi intención pasarla a llevar ni asustarla.

—Está… No se preocupe —las palabras salieron lentas y temblorosas de sus labios por lo que, con un suspiro, se obligó a calmarse—. Está bien, siempre me confunden con otras personas…

—No está bien —la voz de Angélica otra vez, dura, lastimando esos ojos que estaban empañados por un velo de tristeza—. Una disculpa no es suficiente. ¡Le robaste su primer beso a mi mejor amiga!

— ¡Angélica! —Cassie chilló de la vergüenza el nombre de su amiga, rogando porque se la tragara la tierra.

Pero de pronto la vergüenza desapareció cuando le escuchó. Su risa como las campanadas del llamado de una iglesia, los ojos de pronto destellando felicidad, las mejillas de él, su piel saliendo del pálido lienzo que era el temor y la desilusión.

Al verlo reír, Cassandra supo que podría encontrar en él una salvación a sus penumbras.

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