Quienes me inspiran a seguir

jueves, 22 de noviembre de 2012

Inseguridad



A veces se preguntaba por qué los hombres se empeñaban tanto en molestarla de esa manera.

No era divertido –por lo menos para ella- que un tipo que además de ser atractivo fuera agradable, tuviera ese pequeño defecto que ella tanto odiaba en todas las personas, sobre todo del sexo opuesto.

Odiaba sobremanera que la molestaran con eso…

Ella se conocía lo suficientemente bien como para saber que podía ser de todo menos… Eso. Y no entendía cuál era la afición de molestarla tanto cuando sabían que eso la acomplejaba a tal punto de darle crisis de pánico cada vez que tenía que salir de su casa. Porque así era. Odiaba salir de su casa, incluso para trabajar. Odiaba tener que mostrarse en público a pesar de ser una persona muy sociable. Algunos la tildaban de insegura, pero ella sabía la verdad:

Rebecca Cristal Erus era de todo menos “bonita”.

— ¿Becca? —inquirió una voz suave y aterciopelada, sobresaltándola.

Rebecca levantó la mirada de las hojas que analizaba y observó los enormes ojos color chocolate de su mejor amiga y confidente: Su hermana menor.

Cassandra era todo lo que ella no sería jamás. Cassie –como la llamaban sus amigos- era una muchacha pequeña y adorable, de enormes y profundos ojos, sonrisa pronta y sincera, menudita y delgada  como una muñeca de porcelana y, además de todo, era la persona más alegre y sincera que conocía.

Cassandra Lisette Erus era la persona más hermosa, interior y exteriormente que había conocido.

— ¿Qué pasa? —Rebecca volvió la vista a los papeles que organizaba, acomodándose los anteojos en el puente de la nariz. Otra bendición en su hermana: Tenía una vista perfecta.

—Voy a salir con Aramis y otros amigos, ¿quieres venir? —la muchacha sonrió con dulzura, sentándose al otro lado de la mesa— Va a venir ya-sabes-quién… —agregó Cassandra, como quien no quiere la cosa.

— ¿Cuántas veces te he dicho que ese tal Aramis va a romperte el corazón, niña tonta? —gruñó la aludida, taladrando la mirada chocolate de su hermana con la suya, marrón oscura.

—Ary jamás me lastimará —Cassandra se levantó como una exhalación, dirigiéndose a la puerta todo lo dignamente que podía—. ¡Amargada! —y salió dando un portazo.

Rebecca suspiró, recargándose en el respaldo de su asiento mientras encendía un cigarrillo, asintiendo con la cabeza. Su hermana menor tenía razón, era una verdadera amargada, pero no le importaba. Conocía lo suficiente al sexo opuesto como para saber que todos terminaban siempre rompiendo el corazón de las muchachas buenas –como su hermana- para terminar persiguiendo a verdaderas zorras desalmadas –como ella-. Y no importaba las veces que le diera tan buenos argumentos a la pequeña Cassie, ella parecía no entender a razones.

Por lo menos para ella era algo básico: Hombres es igual a problemas y problemas es igual a dolor.

Por eso ella se cuidaba la espalda, no creía en nadie y se escondía en la oscura habitación de su casa. Ese era el momento en el que amaba su trabajo. Al ser ingeniera en programación podía trabajar directamente desde su casa y eran contadas las ocasiones en las que se veía obligada a salir. Lo prefería así. Odiaba al mundo, el mundo mentía. Era cosa de lógica. Mantenerse lejos de los humanos y del contacto físico era agradable cuando te acostumbrabas a la soledad. Y Rebecca se había acostumbrado.

Aunque en momentos como esos le hubiera gustado tener el valor de salir al mundo exterior para cuidar de su hermana, pero sabía que no podía pasarse la vida corriendo tras ella y tratando de cuidarla. Cassandra debía enfrentar sus propios problemas y aprender de ellos tal y como ella había tenido que hacerlo un par de veces antes.

Solo esperaba que a Cassie no le pasara lo mismo que a ella, aunque lo dudaba. Cassandra, en cambio de ella, era preciosa y alegre. Su hermana menor no tenía nada que envidiarle y así estaban bien.

Rebecca alejó esos pensamientos de su mente y volvió la vista a los documentos que revisaba. Tenía que concentrarse si es que quería tener un contrato por los próximos meses y mantener la mente ocupada con algo que no fuera su propia autocompasión y baja autoestima. Aunque eso era algo que no iba a aceptar en voz alta ni siquiera delante de un psiquiatra. Jamás, nunca en la vida, ni aunque la amenazaran con un arma iba a admitir que esa era la realidad. Nunca. Ni aunque le pagaran.

Pasadas un par de horas y con una humeante taza de café entre las manos para sacudirse el frio de esa helada tarde de invierno, su teléfono sonó. Tomó el móvil como si estuviese cubierto por algo asqueroso y arrugó la nariz al ver el nombre que brillaba en la pantallita.

“Debiste venir con nosotros, hermosa. Cassie lleva toda la tarde llorándole a Aramis porque te dijo amargada. Deberías sonreír y salir más porque, ya sabes, eres hermosa”

Rebecca soltó un suspiro, arrojó el teléfono por encima de su hombro y bostezó, dispuesta a dormir un par de horas antes de volver a la carga con el trabajo. Así que dejó la taza de café sobre su mesita de noche, se hizo una bolita en la cama y cuando estuvo cubierta con las mantas incluso más arriba de la cabeza, se repitió su mantra diario para todas las horas del día:

No soy insegura, es solo que odio al mundo…

Y con ese pensamiento durante un par de minutos, se durmió sollozando al saber que era la peor mentira jamás dicha.

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