Quienes me inspiran a seguir

lunes, 5 de noviembre de 2012

[Notas de Papel] Foehammer

Sucede algo muy curioso con esa cosa llamada "Amor".

Resulta que un buen día la persona que está a tu lado te quiere, te promete casi el universo entero. Sientes que eres tanto o más importante para él que el aire que necesita para respirar... Y de pronto, de manera inesperada, tú simplemente pasas a ser una sombra. E incluso menos que eso.

El amor que él te juraba, que prometía y gritaba a los cuatro vientos de pronto ha desaparecido incluso más rápido de lo que inició. Es tan inesperado. De pronto sientes que no vales nada, que el suelo ha desaparecido bajo tus pies, que el oxígeno nunca será suficiente para llenar tus aplastados pulmones. Los latidos de tu corazón comienzan a ser más lentos, cada movimiento es inmensamente dificultoso. No sientes nada más que dolor.

Te han arrebatado la manta que te protegía, han apagado el fuego que te mantenía caliente. Te han amarrado a una silla y han dejado la puerta del congelador abierta para que mueras así. Ahora sientes que todo está perdido. Era tu última oportunidad para confiar y creer que el amor era más que una vaga ilusión tonta e inmoral. La puerta se ha cerrado una vez más y ya no tienes fuerzas ni ánimos para intentar abrirla. Te has rendido.

Sin nada más que hacer te sientas y esperas. Primero lloras la pérdida pues te duele de verdad el haber sido desechada como si fueses un pañuelo lleno de mocos, tirada al fondo de un basurero, rodeada de pañales usados. Pero lentamente, aunque de manera notoria, comienzas a sentir más. Y más. Y más...

Primero se hace presente la culpa. Te sientes culpable por haber fallado, sientes que pudiste dar más y no lo hiciste. Miles de interrogantes hacen acto de presencia entonces: ¿Qué hiciste mal? ¿Porqué no te esforzaste más? ¿Porqué no te dedicaste a enamorarlo todos los días?

Aunque ese sentimiento no permanece por mucho tiempo contigo.  Al momento en que tratas de convencerte que nada de lo sucedido es tu culpa, que no hiciste nada mal, un nuevo sentimiento llega, poderoso y devastador como una avalancha que nadie -y mucho menos tú- vio venir.

Rabia.

Te has dado cuenta que el amor, aunque permanece allí, ya no es tan fuerte como antes. Su traición te ha lastimado de tal manera que ahora te encuentras en un punto de quiebre y verdad sin retorno.

Te empeñas en odiarlo, pero solo sientes rabia. Rabia hacia ti por ser tan débil y rabia contra él porque te ha transformado en el despojo irreconocible que eres ahora. Ni siquiera logras convencerte de que el odio llene el vacío y calme la destrucción que dejó a su paso su traición.

Y después de lo que parece una eternidad, logras sanarte. Solo que después de esa sanación "parche" ya no sientes nada. No sientes nada por él y ni siquiera sientes por ti misma.

Logras controlarte y pones tus sentimientos como naipes sobre la mesa, pero en solitario. Aún sientes miedo de confiar, aunque básicamente y según tú, no sientes nada.

Analizas tus sentimientos con cuidado, delicadamente, como si se tratara de un tesoro delicado y valioso. Básicamente lo es. Son tu tesoro y dudas en compartirlo. Pero te centras y piensas con cuidado, concienzudamente, como si fueras un filósofo. Te das cuenta que si él ya no te ama de la noche, no es tan terrible. Aún te tienes a ti. Magullada, con el orgullo y el amor propio heridos, moribundos... Pero te tienes y este no es el final.

Comienzas a sanar tus heridas, esta vez en profundidad y te lanzas al vacío. Entregas tu confianza y tu cariño a otros, sin perder de vista la desconfianza supuestamente ya sobrepasada, y todo vuelve a su cauce natural. Casi como si nada hubiese sucedido.

Ahora te sientes liberada, como si te hubieses quitado un enorme peso de la espalda y del corazón. Vuelves a enfrentarte a la puerta del amor, aterrada, pero teniendo en cuenta que si la abres, puede que encuentres un nuevo amanecer que ilumine el mundo oscuro que antes alguien dejó a su paso.

Es curioso. Lo recuerdas pero ya no te duele. Casi te es indiferente.

Gracias a eso tomas más valor y empujas la puerta, sin verdadero miedo de lo que pueda pasar. Le has superado.

Pero más importante... Te has superado a ti misma.



Sus ojos metálicos vieron por última vez el papel antes de arrojarlo a las llamas de la hoguera encendida que usaba para calentar el acero para las forjas. Se sentó en el yunque, apoyó ambas manos en la empuñadura del martillo y suspiró mientras el resto de su cuerpo se volvía metálico. Luego, casi mecánicamente, una de sus manos se dirigió a su cuello y acarició con dedos frios el relicario metálico que allí tenía. Lo arrancó de un tirón, la cadena cortándose contra la presión de su férreo cuello. Observó con sus ojos grises como la tormenta en su apogeo el grabado que allí había antes de arrojar con desprecio hacia las llamas aquella preciosa pieza de acero moldeado a mano.

—¿No te arrepentirás? —susurró una voz a sus espaldas, sin sorprenderla en realidad.

—Nunca me he arrepentido de ninguna decisión tomada antes y esta no será la primera vez que lo haga —contestó ella con voz firme antes de tomar el ramo de rosas metálicas y arrojarlas al fuego junto a un fajo de cartas—. ¿Cuándo saliste? —inquirió, volteando a ver a la mujer de cortos cabellos negros y ojos oscuros repletos de soledad.

—Hace un rato, aunque Siobhan tampoco debe tardar en decidirse —contestó la mujer, sonriendo—. Ya es hora de dejar la basura en su lugar.

—Amén por eso, Edén —sonrió Foehammer, chocando los cinco con su hermana antes de salir del lugar, dejando que las llamas lo consumieran.

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