Quienes me inspiran a seguir

viernes, 23 de noviembre de 2012

Casualidad



Estaba todo lo que se llamaba agotado. Había tenido la peor noche de su vida en el trabajo y lo único que quería era subir a su departamento, tirarse sobre la cama y dormir hasta que se le salieran los ojos. Lo bueno era que no tenía que trabajar esa noche porque, para su bendición, habían comenzado sus bien merecidas vacaciones. Aunque no es que la idea le entusiasmara, después de todo no tenía con quién pasarlas. Edén no estaba, Mabel se había ido de viaje por trabajo y no había visto en un mes a esa muchacha que le recordaba tanto a ella.

Sí, ya lo había aceptado… Edén no volvería ni siquiera pareciéndose a otra persona. Aunque Mabel había sido quien le había ayudado a entenderlo. Quizás, si hubiera estado solo, no hubiera podido con todo eso.

Atravesó las puertas de entrada de su edificio, saludó al recepcionista con un movimiento de cabeza y se encaminó casi arrastrando los pies hasta el ascensor, pulsando el botón y apoyando la frente contra el muro mientras esperaba que la máquina bajara y rogando por no quedarse dormido. Cuando el ascensor hubo llegado abajo y abierto sus puertas para él, entró aún arrastrando los pies y pulsó el botón del quinto piso.

Y justo antes que las puertas comenzaran a cerrarse, una figura se coló en el ascensor.

Abrió los ojos sin poder creer del todo lo que veía. Ella estaba frente a él, con la respiración agitada y mirándolo como si se tratase de un fantasma. Sus enormes y expresivos ojos color chocolate estaban fijos en los suyos, unidos como dos imanes extremadamente poderosos.

—Buenos días —dijo de pronto ella, bajando la mirada hacia el suelo mientras el ascensor iniciaba el ascenso.

—Buenos días —dijo él, sonriendo enternecido al notar las mejillas sonrojadas de ella—. ¿A qué piso vas?

—Am… —Cassandra volteó a ver el panel de botones, su corazón latiendo a mil por segundo— Al quinto también…

Definitivamente había hecho algo muy bueno alguna vez en su vida para recibir un regalo así por parte del cielo. La vio apretujarse contra la esquina del ascensor, mirando el suelo metálico fijamente y con el cabello cayendo en cascada, tapando la expresión aniñada que estaba seguro tenía en ese momento. Sonrió cuando las puertas se abrieron y él las detuvo, notando que la muchacha parecía no tener intenciones de salir de allí.

— ¿Vienes? —consultó, ganándose una mirada sorprendida.

Cassandra salió del ascensor sin decir una sola palabra, sintiendo cómo las puertas se cerraban tras ella cuando Ángel había sacado la mano para mantenerlas abiertas. Decir que estaba nerviosa era poco comparado a todo lo que sentía. Cuando lo había visto en lo primero que había pensado fue en la botella vacía que llevaba dentro de la mochila. Luego había pensado en Angélica y sus palabras para, después, pensar en que Dios tal vez no era un tan mal modelo a seguir. Descartó el último pensamiento, devolviéndose a la realidad cuando se encontró con los ojos de él.

Ángel no había podido resistirse. En cuanto ella hubo salido del ascensor, simplemente se había quedado clavada en su sitio, como si esperase que un agujero se abriera bajo sus pies y la succionara. Se veía adorable y confundida, con la cabeza en otro lugar. Por eso se había arrodillado frente a ella para encontrar sus ojos y poder decir, sin temor a equivocarse, que estaba dispuesto a tomar esa oportunidad para rehacer su vida.

— ¿Qué haces? —susurró Cassandra, atónita al notar que el hombre estaba arrodillado frente a ella.

—Miro tus ojos —fue la simple respuesta de Ángel, que mantenía la sonrisa en sus labios—. Son muy bonitos, deberías mantener la frente en alto para que todos pudieran maravillarse con ellos.

—Eso fue rebuscado —no pudo evitar sonreír mientras él se levantaba, siguiéndolo con la mirada—. Pero tal vez un poco, un poquitito bonito.

—Gracias —él hizo una reverencia exagerada que sacó una carcajada de Cassandra, que en ese momento, adoraba las casualidades y que el mundo fuera un pañuelo.

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