Quienes me inspiran a seguir

domingo, 4 de noviembre de 2012

Demencia



— ¡Era ella, te lo puedo jurar! —exclamó Ángel, casi fuera de sí.

No comprendía porqué de todas las personas tenía que ser justamente ella quien no le creyera. Ella, que la había conocido tan bien. Ella, que le había acompañado incluso en el peor momento. Ella, quien le había prestado su hombro para llorar incluso cuando su propia estabilidad se estaba desmoronando.

—Ángel, siéntate y cálmate. Ahora —ordenó ella, moviendo su larga cabellera negra mientras negaba con la cabeza. Esperó a que él hiciera lo que le había dicho antes de mirarlo fijamente con sus ojos verde botella—. Cariño, tú sabes que ella nos dejó hace mucho tiempo. Tú y yo fuimos testigos de aquello…

—Mabel, por favor, tienes que creerme —casi le suplicó, pero ella negó con la cabeza.

—Yo sé que la extrañas mucho, yo sé que te hace falta —susurró con voz comprensiva, sentándose frente a él en el suelo y aferrando sus manos entre las de ella—. Yo también la extraño, pero no podemos estar mirando entre las personas a alguien que se le parezca. 
Ángel, Edén murió hace un año ya… Déjala ir…

Y él se derrumbó. Ángel sintió que el peso verdadero de esas palabras le caía en la cabeza como un bloque de concreto y el dolor desgarrador luego de aquel encuentro con ella se hizo presente otra vez, creando un agujero en su pecho tan grande que ni la locura era suficiente salida para alejarse de ese dolor.

Buscó los brazos de Mabel con desesperación y ella, comprensiva, le abrazó con fuerza, acariciando sus cabellos con suavidad mientras le arrullaba con palabras de aliento. Ambos se estaban volviendo locos con esa situación, ambos estaban cansados de buscarla entre la multitud. Ella apenas había sido capaz de entrar a la que fuera la habitación de su amiga luego del funeral, entrar allí era un suicidio para su desgastado corazón.

Aunque quisieran perderse en la demencia, ambos sabían que debían dejarla ir.

Y había llegado el momento de superar el duelo y dejar el luto.

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