Quienes me inspiran a seguir

lunes, 5 de noviembre de 2012

Más Allá de las Miradas


Para él era muy difícil el poder explicar algo que no sabía de dónde provenía ni hacia adonde se dirigía. Pero más allá de eso, era más complicado el poder encontrarse frente a esa mujer de aspecto taciturno, huraño y, a pesar de todo, sonrojado. Era una prueba que jamás antes había tenido que superar y estaba repleto de terror. Y no era ese estilo común de terror, ese que congelaba la sangre en las venas y rompía el corazón a martillazos, no. Este miedo era diferente, tampoco nada similar al sudor frio de los nervios antes de la batalla inminente. Esa sensación nueva era como... Estar desnudo frente a un congelador que tenía la puerta abierta y, a su vez, estar atado a una silla.

—¿Mi rostro tiene algo que llame su atención, soldado? —la escuchó decir, sin poder dejar de mirar esos profundos ojos color chocolate que lo escrutaban sin piedad.

La mirada de esa mujer era comparable con el filo de una navaja lanzada por un experto, completamente letal. Era como si todo sentimiento y humanidad hubiera sido destrozado en ella y ahora solo quedara un inmenso vacío acompañado de una profunda oscuridad.

—No, señora —dijo firmemente, logrando recordar el tono que debía tener un soldado.

—Entonces le ordeno que deje de mirarme como si tuviera treinta y dos pares de manos —dijo ella, volteándose airosa antes de perderse en el campo de tiro.

Y sin poder evitarlo, él sonrió. Pero no fue el único, pues todas los soldados allí presentes, femeninos en su mayoría y los pocos masculinos que había, lanzaron distintas risas y frases ácidas de compañerismo y camaradería. Pudo ver a la Comandante Francesco sonreír incluso tras esa máscara casi imperturbable de austeridad y, a pesar de todo, fue similar a una mezcla de sorpresa y delirio de fantasía. Sin poder ni querer evitarlo, el soldado salió tras la Capitana hacia el campo de tiro.

—¡Capitana! —exclamó, llamando la atención de la mujer, que volteó de inmediato en su dirección.

Esta vez su mirada lucía diferente, más calma y menos huraña, pero aún así taciturna. Su mirada ahora reflejaba tanto dolor que sintió su alma desmoronarse, un sentimiento jamás antes presente en su interior.

—¿Sí? —esta vez, la voz de ella fue suave como la seda y dulce como el algodón de azúcar, aunque no dejaba de ser ácida y amarga, una combinación extravagante y devastadora.

—Solo... —acortó la distancia entre ellos hasta que solo unos centímetros los separaban. Sintió el frio desprenderse del cuerpo de ella a su vez que una corriente eléctrica azotaba sus extremidades desde el principio hasta llegar a su corazón para sobrecargarlo con una explosión jamás antes sentida ni imaginada— Sé que no debería hablarle así pero... Quisiera poder comprender los secretos de su mirada...




Vanessa se obligó a retroceder un paso, sorprendida ante las palabras del soldado. Sus ojos avellanas la asaltaban de una manera que no deseaba sentir, su cuerpo desprendía una calidez que ella no quería tener cerca y su voz... Era tan amable como en sus peores pesadillas. No. No podía tenerlo cerca. Tenerlo cerca sería caos y destrucción, sería lanzarse en caída libre sin paracaídas. Algo que jamás volvería hacer por nada ni por nadie.

—Mi mirada no tiene secretos, soldado —argumentó, tomando una postura incluso más fría y distante de lo normal—. Lo único que debería importarle, de todas maneras, son las balas del enemigo cuando estemos en las trincheras. No debería pensar en nada más si quiere vivir, Labadie.

Y aunque quería creerse sus propias palabras con fuerza desgarradora, le costó un segundo más de lo que quiso el poder desprenderse de esa mirada que, de pronto, le aportaba confianza y seguridad...

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