Quienes me inspiran a seguir

jueves, 1 de diciembre de 2011

Memoria



Dolor.

Eso era todo lo que su mente podía decir en ese minuto, que dolía como el demonio.

Abrió los ojos de manera perezosa, pero con miedo de no saber lo que ante ella se encontraría. Estaba aterrada aún en esa mullida y calentita cama de ásperas sábanas. Se encontró de lleno con un techo blanco como la leche, pulcro y brillante culpa de los focos que estaban pendiendo del techo, encendidos. A su lado alguien soltó un gritito de ahogada felicidad.

Desvió la vista hacia aquel lugar y se encontró con uno par de ojos color chocolate, profundos, familiares y cálidos, pero ella no era capaz de dilucidar un recuerdo firme de dónde los había visto antes. Suspiró, sentándose en la cama suavemente y el joven, sonriente, la estrechó en un suave pero poderoso abrazo. Ella, confusa, le devolvió el gesto de afecto antes de separarse con cautela.

—¿Quién eres? —inquirió ella, sintiendo un horrible dolor de cabeza al ver esos ojos color chocolate que se llenaban de lágrimas.

No tuvo tiempo de decir algo más pues al tiempo un joven alto y de ojos iguales a los de ella y ese chico entró en la habitación seguido de un séquito de enfermeras y un par de médicos. Ella, confundida, vio que todos la rodeaban e intentó concentrarse con todas sus fuerzas en las preguntas que el especialista le hacía mientras ella observaba a ambos jóvenes hablar en señas muy rápido. ¿De qué mierda se estaba perdiendo?

—Señorita —la llamó el especialista, y ella fijó toda su atención en él por primera vez—. ¿Qué día es hoy?

—¿Hoy? —inquirió ella, dubitativa. Lo meditó unos segundos antes de responder con un hilo de voz— Pues... Septiembre treinta si mal no me equivoco, ¿no?

El hombre suspiró y las enfermeras cambiaron la antes sonrientes expresiones de sus rostros por muecas de pura preocupación y desdicha. Los jóvenes, que contemplaban la escena, se tomaban de las manos sin dejar de mirarla.

—¿Sabe quienes son ellos? —inquirió de nueva cuenta el especialista, observando como ella de pronto temblaba de pies a cabeza sentada en el lecho.

—Yo... —dudó otra vez. Esos ojos, ese mirar, ella los conocía pero... ¿De dónde? O... ¿En serio los conocía?— No lo sé... Estoy muy confundida, ¿qué pasó?

—Recibió un fuerte golpe en la cabeza —explicó el médico pacientemente, despachando a las enfermeras—. Tendremos que hacerle unos exámenes hoy, probablemente se sienta desorientada pero es natural y no hay nada de qué...

Ella ya no lo escuchaba. Esos ojos, ellos, los conocía pero, ¿de dónde? ¿Cuáles eran sus nombres? Dios, le dolía la cabeza a reventar, solo quería irse a casa y hablar con su mejor amiga y con el padre de la misma para asegurarles de que se sentía bien y volver al trabajo lo antes posible. También tenía que recobrar los ensayos de la banda, las visitas a sus niños, llevar a su amiga a la universidad...

—¿Dónde está Anna? —dijo de pronto ella, alzando la mirada. Ambos jóvenes palidecieron— ¿Qué hora es?

—Es mediodía —dijo escuetamente el especialista, tomando la ficha médica—. Llamaré a su protector, ¿recuerda el número?

Ella le dio el número que conocía de memoria y vio al médico emprender la retirada junto a ambos jóvenes, dejándola nuevamente sola. Decidió dormir otro tiempo más, necesitaba descansar a ver si así se le pasaba el dolor de cabeza.

Dolor y desorientación, ambas cosas en una mescolanza que no le hacía nada bien a su caótico cerebro.

Desorientación y tristeza sin motivos. ¿Porqué sentía que olvidaba cosas sumamente importantes?

Su memoria... Estaba hecha trizas.

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