Quienes me inspiran a seguir

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Cobarde


Giró sobre sus talones todo lo rápido que su pequeño cuerpo le permitía. Sus cabellos rojos ondearon culpa del furioso viento de diciembre que azotaba las costas de la ciudad portuaria mientras, apretando el móvil en su mano con todas sus fuerzas, recorría las calles a una velocidad increíble para una joven de su tamaño. A pesar de que estaba cansada pues llevaba días trabajando sin parar, eso no fue obstáculo para que, por inercia, su cuerpo comenzara a esquivar a las personas que caminaban por la acera a esas horas de la tarde. De pronto, sin quererlo, chocó con una persona.

—Disculpe —dijo ella de manera atropellada y forzando una sonrisa antes de retomar su marcha a toda la velocidad que podía.

El joven contra el que había chocado apenas alcanzó a decirle que no había cuidado antes de ver desaparecer su espalda entre la multitud. Sintió una punzada en su pecho, pues la joven parecía realmente aterrada. Tal vez era su imaginación, había tenido un pesado día en el trabajo.

¿Quién lo sabía? ¿Quién lo pensó?
Nada en sus gestos lo delató
Nadie la oía, nadie la vio
Girar la cara a su dolor

Ella continuó recorriendo las calles a toda velocidad. Podía sentir su aliento aún en la nuca como hacía mucho tiempo, podía escuchar su voz susurrándole al oído aunque lo hubiera escuchado solo por el móvil. Dios, ¿acaso aquello jamás acabaría? ¿Acaso jamás la dejaría en paz?

Atravesó el parque que tantas veces había fotografiado la última semana y entonces tropezó de nueva cuenta con otra persona. Alterada alzó la cabeza cuando aquella persona la asió en un abrazo poderoso, pero en lugar de encontrarse con el rostro de él, se encontró con el rostro de su nuevo amigo. Drew, allí estaba de nuevo para abrazarla. Se perdió en su pecho un largo segundo antes de separarse y sonreír, aunque por dentro solo tenía deseos de gritar y llorar.

—¿Que pasa, querida? Te vez rara —inquirió el modelo, mirando a la joven fijamente a sus ojos color chocolate.

—No pasa nada, no te preocupes —ahora la sonrisa salió de sus labios de manera más espontanea antes de encender un cigarrillo—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en otra sesión?

—Nos soltaron antes —susurró él, acompañándola en un paseo corto.

A veces Drew se sorprendía. Ella era tan buena, tan atenta. Cuidaba a su hermano menor con su vida, cuidaba de sus amigos, de otros niños que no podían cuidarse solos. Cuidaba plantas, a personas que ni siquiera conocía, cuidaba animales también y aún se mantenía activa con una sonrisa, aunque las modelos que fotografiaba le hicieran la vida imposible, aunque su jefa fuera un arpía la mayoría de las veces.

—¡Oh Dios! —la escuchó decir y, antes de poder decir cualquier cosa, la vio arrojar la colilla del cigarrillo al suelo y correr hacia un niño que se había caído de su bicicleta.

No pudo evitar que una sonrisa aflorara en sus labios.

Por el parque la vi pasear, ángel hecho mujer
Toda amabilidad
Y aunque estaba llena de dolor
No dejó de sonreír hasta el día final

Al cabo de una hora había podido convencer a Drew de que estaba bien, que todo iba sobre ruedas y que volvería al hostal, más en el fondo de su corazón sentía unas ganas locas por enterrarse viva. Se despidió de él con la mejor sonrisa que pudo fingir y se alejó a toda velocidad, encendiendo un nuevo cilindro de tabaco. estaba tan nerviosa, sentía tanto terror... Pero tenía que mantenerse firme, entera. Si él olía su miedo estaría perdida, tenía que soportar.

Dobló la esquina hacia el edificio en el cual se hospedaba y el móvil volvió a sonar, martilleándole la cabeza con cada pitido. Con su cuerpo temblando de pies a cabeza sacó el aparato del bolsillo, apretó el botoncito verde sin mirar la brillante pantalla parpadeante y se llevó el auricular al oído.

—¿Bueno? —tartamudeó suavemente, ahogada con sus propias palabras. Tranquila, se instó a pensar, lanzando un suave suspiro antes de escuchar la voz al otro lado de la línea.

Si vuelves a colgar el teléfono, pagarás caro —siseó esa voz al otro lado de la línea, arrancándole un escalofrío de terror—. ¿Dónde estás?

—A media cuadra del edificio —susurró ella con la voz contenida. Tranquila, pensó de nuevo, cerrando los ojos y llevándose el cigarrillo a los labios. Solo quiere asustarte, nada más—. ¿Porqué? ¿Acaso olvidas la orden de alejamiento?

¿Olvidas que la orden es por ti, no por él? —su cuerpo se paralizó y un grito de terror quiso escapar de su garganta.

No supo como fue capaz de contenerlo, pero lo hizo.

Creyó que algún día él podría llegar a cambiar
Soñó lo feliz que era con él
Lloraba a escondidas intentando callar la verdad
Maldigo al que pegue a una mujer
¡Que el infierno se cebe con él!

No había podido pegar ojo en toda la noche. Se había mantenido agazapada junto a la cama, rodeando sus piernas con los brazos y apoyando el rostro sobre las rodillas. Sus pantalones estaban empapados culpa de las lágrimas que no habían dejado de fluir desde sus ojos color chocolate. Quería gritar, quería desparecer de la faz de la tierra. ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría planeando su podrido cerebro? Dios, tantas cosas llegando a su cabeza, tantas imágenes, tantos recuerdos.

Apoyó la cabeza en la muralla con cuidado, los mechones de cabello rojo pegándose a su rostro anegado en un rictus de dolor y desolación. Tenía que mantener la cabeza fría, tenía que mantener la calma y pensar con cuidado cual debía ser su siguiente movimiento. Lo primero, hablar con el abogado. Lo segundo, enviar a su hermano a algún lugar donde él no pudiera encontrarlo jamás. Tercero y final... Enfrentarlo en el divorcio.

—Estoy hasta el cuello... —gimió, levantándose del suelo con cuidado.

Sus extremidades gritaron de dolor cuando un calambre la tiró de bruces al suelo, cosa normal si pasabas más de cinco horas en la misma asquerosa y deplorable posición. Y no encontró las fuerzas en su interior para levantarse, por lo que se quedó allí tendida en el suelo de la habitación, sin deseos de levantarse, de pelear más.

No te rindas, dijo una voz en su cabeza, la voz de quien le había dado el impulso para continuar adelante, quien le había dado el valor de romper su cárcel de cristal. No quería rendirse, pero mantenerse en la pelea se le hacía cada vez más difícil, cada vez más agotador. No quería rendirse, pero cada palabra de él era como un puñal envenenado dirigido directamente a su corazón.

Lentamente sus ojos se fueron cerrando culpa de las horas en vela, culpa del cansancio mental y emocional al que estaba sometida. No le importaba tener que trabajar en un par de horas más, no le importaba morir de hambre si eso significaba quedarse en aquellas estrechas pero seguras cuatro paredes. Con un último suspiro de dolor y agonía, ella se unió a Morfeo.

Creyó que algún día podría llegar a cambiar
Soñó lo feliz que era con él
Lloraba a escondidas intentando callar la verdad
Maldigo al que pegue a una mujer...

—¡Preciosa, que bueno que despiertas! —escuchó que le decían nada más abrir los ojos.

Se incorporó en la cama con cuidado. ¿Dónde estaba? Porque aquella no era la habitación en la que había estado, aquel no era el lugar en el que se había dormido, ¿o desmayado?

—¿Dónde estoy? —consultó confusa, mirando aquellos ojos como el cielo de manera dubitativa.

—En mi casa, te dormiste en el suelo de una de las habitaciones del hostal de Margareth —contestó él de manera atropellada antes de alargarle un vaso con agua a la joven. Ella bebió ávidamente y él esperó paciente hasta que ella dejó el vaso a un lado—. Tienes algo que decirme.

—¿Eh? —susurró ella confundida, abriendo desmesuradamente sus ojos color chocolate— Ay Drew, lo siento, sé que falté a mi trabajo y seguro la arpía de...

—No es con el trabajo —negó él, suspirando. O bien ella era tonta o demasiado inocente, pero lo cierto era que no sabía mentir. Tomó el móvil de ella entre sus manos y mostró el número de llamadas perdidas con apremio—. Cincuenta llamadas perdidas, treinta mensajes de texto, cinco mensajes de voz.

—Seguro es de mi hermanito... —intentó arrebatarle el móvil de las manos, pero él fue más rápido. ¡Dios, no!


—Los mensajes de texto, amenazadores —mostró él con cuidado. Lo cierto es que mientras los leía, una punzada de dolor helado se había instalado en sus entrañas—. Los mensajes de voz son insultos y más insultos.

—Puedo explicarlo —gimió ella, con nuevas lágrimas rodando por sus mejillas.

—Te escucho, preciosa —dijo él, sonriendo suavemente para alentarla.

Lentamente, ella comenzó a relatar su historia.

Creyó que algún día él podría llegar a cambiar
Soñó lo feliz que era con él
Lloraba a escondidas intentando callar la verdad
Maldigo al que pegue a una mujer
¡Que el infierno se cebe con él!

—¿En que pensabas cuando decidiste no contarme? —gruñó él. No estaba realmente enojado, pero le sorprendía la ingenuidad de ella, sobre todo con aquella actitud tan vivaracha que solía mostrar a veces.

—Lo siento... —agachó la mirada lentamente, mirándose las manos apretadas en puños sobre las mantas. Tonta, tonta, tonta, se reprendió mentalmente, abrumada.

Y es que solo eso le faltaba, que Drew se enterara de aquella manera de lo que le había pasado. No, siquiera eso era lo que la hacía sentir deprimida y estúpida, era el hecho de que se hubiese enterado lo que la hundía más en su miseria. Quería tratar de arreglar eso sola, ya había tenido suficientes problemas luego de contarlo una vez, ya había tenido problemas una vez por soltar la lengua en lugar de quedarse callada como una "chica buena".

Escuchó durante unos minutos a su compañero modelo despotricar e insultar a los cuatro vientos, pero ella le escuchó la mitad de lo que decía, y eso con suerte. Su mente estaba preocupada de memorizar los mensajes de texto y las grabaciones de los mensajes de voz en su móvil que otra cosa, por lo que se perdió la mitad de la perorata del modelo.

Luego se distendió de él con la excusa de cambiarse, por lo que se escabulló al baño, móvil en mano y preparada para discar aquel número de teléfono que conocía más que bien. El primer tono de la bocina fue un segundo horrible en el que todo su cuerpo tembló. El segundo se obligó a sí misma a calmarse, a guardar paciencia y encontrar un poco de estabilidad para que su voz no se quebrara. Al fin, en el tercer tono, esa voz habló y ella, como nunca, se sintió con fuerzas para enfrentarlo.

Pensé que te habías acobardado —dijo él de manera burlona. Aún ella, allí sola, podía verlo frente a sí misma, con esa sonrisa de triunfo burlón en su moreno rostro. Apretó los ojos un segundo y se armó de valor.

—Yo no soy una cobarde como tú —le espetó, y su voz salió tan endurecida que hasta ella se sorprendió de su valía.

Será mejor que controles tu lengua si quieres que tu hermanito esté entero —dijo él, amenazador. Por un segundo de nuevo ella fue capaz de sentirlo a solo un paso de su cuerpo, con los puños preparados para lastimarla. Un nuevo suspiro y las palabras fluyeron solas.

—Si tocas a mi hermano vas a conocer quien soy de verdad, zángano —eso era mucho más de lo que había esperado decir, por lo que otra vez se encontró sorprendida de su valor. De pronto se sintió fuerte, poderosa por primera vez, y eso le gustó—. Tu problema es conmigo, así que arreglemos esto entre nosotros.

Bueno, princesa —se burló él, al parecer sin amedrentarse de las palabras de la joven. Eso fue suficiente para tirar sus ánimos al suelo—. Arreglaremos esto entre los dos y luego veremos si eres tan fuerte como quieres parecer.

Quiso replicar, pero ya era tarde. Él había colgado la llamada.

—¡Te odio! —gritó ella, como si él fuera capaz de escucharla, antes de desplomarse sobre sus rodillas en las baldosas del baño— ¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Cobarde!

Y allí se quedó, buscando de nuevo la manera de enfrentarse a él...

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