Quienes me inspiran a seguir

viernes, 30 de diciembre de 2011

Ella



Porque ella lo sabía, lo comprendía y, aún más importante, lo había aceptado. Ella estaba defectuosa, estaba rota, no servía...


Y ya no le importaba.


No le interesaba que los demás vieran en ella el símbolo de la pureza, no le importaba cuantas veces le dijeran que era adorable. Lo único que a ella le importaba era sonreír, mantener en su rostro la imagen de la felicidad llegando a sus ojos y mostrar que todo estaba bien, aunque fuera una mentira.


Esa era la única manera que conocía para vencer el temor al defecto latente.


Muchos le decían que no estaba rota, que era una buena chica, que tenía un sinfín de cualidades, pero ella simplemente no podía creerlo. Por eso, cuando le regalaban aquellos hermosos halagos ella huía, corría a un lugar lejano y terminaba de romperse, sollozando y gritando, cantando, desgarrando su garganta durante horas en soledad hasta que la calma volvía a serenar su corazón congelado y casi muerto que jamás había conocido ni conocería el amor.


Cuando terminaba de gritar, de romperse, miraba los fragmentos a su alrededor y una mueca de terrible dolor poblaba las siempre frías facciones de su rostro. Decidida, pero no mucho, se remangaba la camiseta que cubría las heridas de sus brazos, ataba su cabello en una coleta y comenzaba la labor de recoger los trozos de su alma destrozada para acomodarlos de vuelta en su lugar antes de que alguien fuera capaz de notar nada. Entonces, finalizada su labor, se sentaba agotada en un rincón y volvía a sollozar mientras trataba de recordar la manera en la que debía hablar y sonreír.


Ese era el momento en el que siempre aparecía él.


Él, quién no tenía nombre, pero tenía muchos nombres. Él, quién no tenía sonrisa, pero destilaba felicidad. Él, quién no era nadie, pero lo era todo para ella.


"No estás rota", le decía él con su suave voz, aterciopelada y cálida, devolviéndole un poco del calor que ella misma se había arrebatado, pero era imposible.


Ella volvía a acomodar la sonrisa en su rostro [por él], volvía a impregnar sus ojos de felicidad [solo por ver sus ojos brillar] y reía, comportándose como a él le gustaba, como solo con él podía [y quería] ser. Porque no concebía que alguien más que no fuera él viera sus millones de defectos, aquel sinfín de imperfecciones disfrazadas en una máscara de alegría infinita.


Pero aún ante todo eso, aquel corazón congelado y casi muerto se dignaba a latir con más fuerza que un suspiro de ángel caído, pues hacerlo latir más que eso concluiría en la muerte de ella, que tanto se había esforzado en levantar murallas para que nadie acariciara aquel corazón. Aquel corazón que se había arrancado del pecho luego de no ser capaz de soportar más dolor, más pesar, más lágrimas de todo lo que ya había soportado.


Por eso estaba defectuosa...


Porque era una cobarde que no quería admitir más allá de sus palabras que vivir en el mundo dolía. Porque más allá de sus palabras "valientes" sobre vivir y recibir el mañana con una sonrisa, no era capaz de admitir que despertaba cada día sollozando de dolor, tratando de alcanzar aquel corazón congelado y casi muerto que reposaba en un frasco de cristal. Porque no importaba cuantas veces dijera que todo estaba bien, nada estaba bien, nada era igual.


Había dejado que una persona alcanzara su corazón, porque había dejado que él alcanzara su corazón... Y eso era muerte.


Porque él no la quería de la forma que ella anhelaba...


Y ahora estaba defectuosa porque jamás podría volver a amar de la manera correcta...


Pero ya no le importaba, pues estaba acostumbrada.

—Quisiera poder decir que no soy yo —dijo ella, dejando de leer de aquel arrugado trozo de papel. Las personas que la rodeaban no terminaba de salir de su sorpresa—, pero eso sería una mentira aún más grande que decir que la luna es de queso. Esto es lo que soy, esto es lo que escondo y... Y soy una cobarde por haberme escudado en esa sonrisa perfecta, en aquellas palabras que son solo palabras. No soy aquella que conocen, aunque me gustaría...

—O sea... —susurró uno de los asistentes, una muchacha de cortos cabellos azabaches, que tenía la sonrisa torpe congelada en el rostro— O sea que nos haz mentido todo este tiempo, ¿no es así, Lise?

—Lo siento, Scar... —sollozó ella, escondiendo la mirada entre sus cabellos rojos y azules.

Nadie se movió, nadie fue a abrazarla... Como lo había esperado.

Sin esperar nada más, pues sería una pérdida de tiempo tomó su morral, metió en el aquel papel arrugado y enfiló por la avenida sin siquiera mirar atrás, con las lágrimas recorriendo su rostro rápidamente, furiosas e incontenibles. Por un segundo quiso que alguien, que él fuera tras ella, pero eso jamás sucedería... Pues él tenía ya a alguien importante en su vida.

Y sumida en su miseria no pudo ver la máquina. Y sumida en sus gritos de dolor no pudo escuchar la alarma. Y sumida en su tristeza de muñeca rota y defectuosa no sintió el impacto que la arrojó por los aires antes de devolverla al suelo.

Ella supo que aquel era el momento en el que jamás volvería a armarse de nuevo, pero ya no le importaba, pues ellos... Pues él no había ido tras ella.

1 comentario:

  1. Me ha dado pena :/ aunque tengo la leve sospecha de que es de otra serie... o no es así?

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