Quienes me inspiran a seguir

jueves, 24 de noviembre de 2011

Cuchillo




Abrió el libro en una página cualquiera y comenzó a leer, hastiada en realidad de solo tener que hacer eso para poder desconectar su mente de la realidad. Porque vivir en el mundo real era tan doloroso para ella que prefería, aunque se cansara, abrir un libro y perderse en sus páginas, en las oscuras letras en las cuales, en más de una ocasión, encontraba dibujos de un mundo perfecto lleno de sueños, de colores y de cosas de las cuales él le hacía perder la ilusión. Por eso ella ya no se ilusionaba, porque sabría que cuando le arrancaran la esperanza de las entrañas otra vez, todo su mundo se sumiría en una nueva y más profunda oscuridad. Y no creía poder con todo ello...

Jugueteó entonces con el arma entre sus dedos pálidos, frios y temblorosos, dudando en su siguiente paso. Siempre había querido hacer algo así, lo había soñado tantas veces que el hecho de estar decidida a por fin hacerlo le resultaba casi como el sentimiento de aquel niño que está a punto de recibir su primer golosina de la vida. Temblaba de emoción gélida al sentir, por primera vez en mucho tiempo, que podría ser libre otra vez. Sus ojos continuaron viajando por las líneas que se extendían infinitas frente a ella mientras los dedos de su mano izquierda, de manera temblorosa y torpe se asían al mango del arma letal con la que tantas veces había cortado los vegetales. Una sonrisa se formó en sus labios, torcida y sin gracia cuando leyó la muerte de su personaje favorito mientras la hoja del arma viajaba por toda la extensión de su antebrazo derecho. No sintió dolor.

Cambió el arma de mano luego de voltear la página y suspiró, notando que había ensuciado buena parte de lo que sería su próxima lectura, pero no le importó tanto cuando, en sus últimas palabras el valiente joven le decía a su amada que siempre había sido en serio que daría la vida por ella. Mientras las palabras de emoción por la lectura se atragantaban en su sistema, la mano derecha que ya casi no tenía fuerzas asió el mango del arma y pasó rápidamente y sin demora la hoja por la extensión de su brazo izquierdo. Limpió luego una lágrima fugitiva manchando así su normalmente arrebolado rostro, ahora pálido por la pérdida de sangre con el líquido carmesí que manaba desde las heridas, extendiéndose por su pálida piel.

Ella suspiró otra vez, sonriendo pues el frio ya no le molestaba tanto mientras dejaba el arma sobre las páginas abiertas del libro, manchando de carmín todo lo que a su paso estaba. Cerró los ojos pensando en su amor imposible de niña tonta y sumisa y deseó que, al otro lado del portal de fuego que se extendía frente a ella, estuviera lo que tanto ansiaba.

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