Quienes me inspiran a seguir

domingo, 1 de mayo de 2011

Un Sentimiento





Y la chica terminó de estirarse con pereza. Levantó la vista, sus ojos enrojecidos por el llanto, sus mejillas con los residuos secos de las lágrimas, la sonrisa inexistente posada en sus labios que se mantenían entreabiertos para poder respirar mejor. Pasó una de sus manos por el enmarañado cabello, sintiéndolo demasiado enredado para su gusto y caminó por la habitación con pereza, arrastrando los pies y notando la punta de sus dedos azules por el frío. Le dio igual. Se metió en el baño sin siquiera cerrar la puerta, abriendo la llave de la ducha y metiéndose bajo la regadera aún vestida, dejando que las gotas de agua helada la mojaran de pies a cabeza, para que esa misma agua helada se llevara sus penas... Si es que se podía...

Cuídate...

Resonó en su cabeza una voz lejana, proveniente de un lugar que ella ahora quería sellar. Que tonta, que ingenua, que... Nada.

Durante el transcurso de la noche, sentada en esa esquina de su habitación y llorando con la cabeza escondida entre sus brazos y piernas se había dado cuenta de tantas, tantas cosas. Había descubierto sentimientos que la aterraban por un lado y, por el otro, la llenaban de felicidad pues podría ser el mejor comienzo que esperara jamás. Dentro de su parte lúcida había encontrado ira, una rabia tan grande que la mismísima furia de los Dioses quedaba pequeña a su lado. Y le gustaba. Le gustaba haber encontrado esa furia pues así era capaz de decirse a si misma "Si se meten contigo te la pagan" y ser capaz de cumplirlo, que era lo más importante de todo. También había descubierto tristeza, una tan grande que acabó por dejarla en el suelo durante largo tiempo, mirando el ordenador de la habitación contigua, mirando sus poemas regados en el suelo, las hojas una a una mirándola desde su posición, casi como burlándose de ella.

Esa misma tristeza la había hecho levantarse, dándole paso a la furia. Tenía rabia porque estaba triste y estaba triste... No tenía idea porqué, solo estaba triste y eso la llenaba de bronca. Su vida estaba cambiando, no tenía porqué sentirse de esa manera cuando todo le estaba saliendo demasiado bien. Entonces, mientras soltaba un grito ahogado, una maldición, notó que estaba aterrada.

Abrió los ojos bajo el agua de la regadera y salió de allí, cortando el agua y sacándose la ropa mojada como si fuese un ataque de racionalidad aquello que le estaba sucediendo. Quedó desnuda frente al espejo de medio cuerpo que colgaba tras la puerta, mirando su torso y sintiendo una feliz nostalgia por una fracción de segundos. Recorrió su cuerpo con la mirada, asombrándose de lo rápido que habían sanado las heridas y, por primera vez después de mucho tiempo se sintió "bonita". Tal vez no fuese demasiado, pero lo había descubierto y eso era lo importante. Se descubrió acariciando sus antebrazos con la yema de sus dedos, mirando de manera perdida las marcas que muchos filos habían hecho a través de los años de sufrimiento en una vaga ilusión de que todo acabase. Una esperanza tan inútil como maldita.

Golpeó el espejo con el puño cerrado, con todas su fuerzas, con una nueva lágrima corriendo por su mejilla y el cristal, asombrosamente viejo y asombrosamente frágil terminó por romperse, cortando su mano, magullando más su cuerpo. Miró su mano, sangraba lentamente y se quedó como hechizada con eso. Recordaba tantas cosas al ver su mano sangrante, tanto dolor...

"Ninguna clase de amor te deja sangrar a distancia..."

Sonrió. Que gran mentira, que gran y absurda mentira. Cubrió su cuerpo con una camisa que yacía en el suelo desde la tarde anterior, una camisa grande de color azul que le encantaba para dormir y salió del baño arrastrando los pies pero con la vista en alto, como orgullosa de enfrentarse a la guillotina o a la horca. Salió de su habitación, absorbiendo el mismo desastre que ella había generado (y que no le importaba volver a causar mientras dejase de sentirse como se sentía) antes de meterse en la habitación contigua que aún mantenía el ordenador encendido. Pateó desganadamente sus poemas, sus versos y sus cuentos de hadas, de caballeros de brillantes armaduras y de dragones, más le fue inevitable posar su mirada sobre ese libro que la miraba desde sus pies, a punto de ser lanzado lejos. "Cien sonetos de Amor". Sonrió, alargando la mano hacia el escritorio y tomando uno de los cigarrillos que le habían quedado de la noche anterior, encendiéndolo con desgana. Dejó escapar el humo del tabaco por sus labio amoratados por el frío y recordó, estando segura que cada palabra iba a ser la correcta...

-No te amo como si fuera rosa de sal, topacio o flecha de claveles que propagan el fuego -musitó, apretando los ojos como si le doliera en el fondo del alma el decir esas palabras-. Te amo como se aman esas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma...

-¿Pendeja? -la interrumpió una voz, entrando en la habitación y asombrándose por el desastre que estaba hecha- ¿Estás bien?

-Te amo como la planta que no florece y lleva dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo el apretado aroma que ascendió de la tierra -continuó ella, llevándose el cigarrillo a los labios.

-Ven linda, necesitas dormir -susurró la mujer frente a ella, alzando una mano en su dirección, esperando que la recibieran, más la muchacha simplemente se dejó caer en la silla y continuó recitando.

-Te amo sin saber como, ni cuando, ni de donde, te amo directamente sin problemas ni orgullo... -una nueva lágrima rodó por su mejilla al tiempo que su amiga, mirando el movimiento de la mano que sostenía el cigarrillo se percataba de que sangraba- Así te amo porque no se amar de otra manera...

-¡Anna! -exclamó la mujer, saliendo de la habitación rápidamente, con una expresión aterrada en su rostro. A la muchacha no le importó.

-Si no de este modo en que no soy ni eres... Tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía... Tan cerca que se cierran tus ojos en mi sueño...

Terminó su soneto con nuevas lágrimas rodando por sus mejillas y con muchos sentimientos negados ahora aflorando de su pecho, instalándose en lugares, reacomodándose, volviendo a su lugar de origen, al lugar al que pertenecían. Ella suspiró, examinando cada cosa que regresaba a su alma.

Sentía miedo, un miedo atroz a perder algo que jamás había tenido. Sentía pesar por lo que pudo ser y no fue. Sentía traición en su corazón, una traición propia, muy suya, muy devastadora. Sentía amor, un amor tan grande, tan vasto que se sintió tentada a compararlo con el mar y el cielo, con esa vastedad que solo esos azules pueden tener...

Y sintió esperanza...

Esperanza de poder remediar el daño que había causado, de poder sanar las heridas que había visto, de recuperar algo de lo que fue antes de que en su vida se instalara la nube negra. Un verde esperanza, ser capaz de dibujarlo, de pintar aquel nuevo lienzo que se mantenía pálido en el interior de su alma era una ilusión, un sueño tan grande, tanto trabajo por hacer. Esa noche se había negado a hacerlo, se había negado, había luchado con todas sus fuerzas para no caer en aquel estado en el que estaba sumida en aquel preciso momento. Por eso había llorado, pues sabía que era inevitable, tanto como que amanece cada día, como que la luna sale cada noche, como que los lobos le cantan a La Dama Blanca.

-Linda... -le susurró una mujer rubia, llamando su atención- Tu mano ya la vendé...

Miró su mano y a sus amigas. Siquiera había notado su llegada tan sumida en sus pensamientos estaba por lo que solo agradeció con la voz contenida, levantándose de la silla y caminando a su habitación. No quería dar explicaciones, no quería decir nada, no quería hacer nada. Estaba cansada. Cansada de llorar, cansada de amar y de no amar, de mantenerse en un limbo emocional tan devastador como un huracán. Así era ella, estaba afrontando lo que había dejado atrás, afrontaba la sombra de volver a estar... Viva... De sentir su corazón marchito latir, de sonreír sin motivos aparentes, de mirar el amanecer y notarlo más brillante que la mañana anterior. Se dejó caer en la cama y se arropó como pudo, sintiendo ahora como el frío le calaba hasta los huesos. Había pasado una noche de perros, tan mala en estado físico pero tan... Simplemente no encontraba palabras para describir como se sentía en ese preciso momento.

¿Plena? ¿Orgullosa? ¿Asustada? ¿Ira, rabia, frustración? ¿Con la capacidad de amar plenamente?

-¿Que es esto...? -se preguntó asustada en un susurro.

Tantos sentimientos revueltos en uno solo la hicieron caer rendida al sueño, sabiendo que la calma del sueño, que no es descanso eterno no le duraría más de una hora...

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