Quienes me inspiran a seguir

viernes, 6 de mayo de 2011

Y hoy deliras sin saber porqué...




Había una vez una doncella que amaba profundamente al príncipe dueño del castillo en el que trabajaba. La doncella tanto amaba al príncipe dueño del castillo que cada día al despertar sonreía tontamente pensando en que sería un día más en el que vería la sonrisa de quien amaba, a pesar de que nunca iba dirigida hacia ella. Cada noche, muy tarde y cuando había terminado sus labores del día se tendía agotada en su tosca y fría cama, arropándose con una sonrisa muy amplia y dispuesta a dejar que en sus sueños el príncipe la amara, jurándole amor eterno.

El príncipe un día se había presentado frente a ella en los jardines, mientras la doncella arreglaba los rosales y le había dicho que era bonita y que quería estar con ella. La doncella fue feliz, pues su príncipe y ella escaparían para vivir juntos en algún lugar lejano donde nadie pudiera decirles que su amor no podía ser. La doncella se veía hermosa cada mañana al despertar, irradiando al resto de la servidumbre su alegría, más un día no muy lejano, luego de la primera noche en la que ella había dejado que el príncipe la hiciera suya él se presentó en el castillo del brazo de una hermosa dama de muy alta alcurnia, diciendo a todos que se casaría, dejando el castillo y, por ende a todo lo que allí se encontraba.

La sonrisa de la doncella no tembló mientras observaba los acontecimientos, más solo se dejó arrastrar por el resto de las criadas hasta la cocina, donde comenzaron a preparar el banquete en honor al príncipe y su prometida. Fue entonces que una de las criadas más antiguas del castillo y quien todo lo sabía se acercó a ella y en un susurro le dijo:

-No seas tonta niña, ¿cuanto tiempo pensaste que el príncipe te querría? -preguntó la anciana criada, cortando una cebolla en dos partes- Deja de amarlo, no eres nadie para él, no merece tu cariño.

La doncella suspiró y sin borrar la sonrisa de sus labios encaró a la criada más anciana, diciendo:

-Yo no soy tonta -contradijo muy suavemente-. Déjeme soñar, que para soñar estamos hechos. Es cierto que no soy nadie para él, más tengo mucho que entregarle. Yo amo al príncipe y le deseo lo mejor, sé en el fondo de mi corazón que él también me ama y por ese amor yo lo esperaré cuidando de este castillo hasta que regrese para huir juntos como lo planeamos.

Aún ahora, muchos años después de que el príncipe dejara su castillo la doncella hecha vieja lo espera. Cada mañana se levanta muy temprano, recorriendo los salones desolados y abandonados, puliendo todo perfectamente, sin descuidar sus quehaceres a pesar de que a nadie le importa el castillo y que nadie jamás lo visita. Ya entrada la noche se acuesta en su dura y fría cama con una sonrisa, soñando con que el príncipe llega hasta ella y huyen juntos en su caballo blanco...



Extracto de "Del Amor y Otros Delirios..."

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