Quienes me inspiran a seguir

lunes, 16 de mayo de 2011

Sumisa




Cerró los ojos cuando sintió aquella mano de largos y finos dedos tomarla por la barbilla y se estremeció cuando un aliento cálido chocó contra su frente antes de sentir unos labios fríos que depositaban un beso sobre los cabellos que le cubrían la miraba. Mantuvo los labios muy cerrados, los puños apretados, tenía deseos de patalear, de gritar, pero ese hombre tenía completo control sobre ella y eso la hizo sentirse mucho más vulnerable. Un millón de pensamientos cruzaron por su mente en ese segundo. Primero el alejarle la mano de la barbilla pero ese hombre simplemente tenía demasiada fuerza, o quizás no, quizás ella perdía toda su fuerza ante su sola presencia. Luego pensó en gritarle así que abrió la boca con deseos de decir algo, con las palabras listas para salir ácidas por sus labios pero... Ningún sonido salió. No podía hablar por culpa de esos propios dedos finos que la sujetaban fuerte pero delicadamente, una dualidad desquiciante. Abrió los ojos encontrándose con un mirar tierno, lujurioso y ella entonces se dio cuenta que no podía luchar contra eso, simplemente no podía siquiera tratar.

Volteó la vista todo lo que esa mano que le sujetaba la barbilla la dejó, mirando hacia algún punto lejano de la habitación en la que se encontraban. Podía notar los ojos en su espalda, las miradas posadas sobre su figura sin querer apartarse y eso la ponía de los nervios. Jamás le había gustado llamar la atención. De pronto esos dedos le giraron un poco más el rostro hasta dejarla viendo otra vez los ojos de ese hombre que la miraba deseoso. Sus ojos de un profundo color avellana, un color brillante, chispeante se encontraron con la mirada color chocolate, haciendo con su mirar intenso que las mejillas de ella se tiñeran de un furioso carmesí. Los labios finos y fríos de él se movieron casi imperceptiblemente y ella se estremeció al escuchar su voz e incluso, por las palabras que de esos labios salieron.

-Dime Amo -ordenó el hombre sin apartar su mirada color avellana de los ojos como el chocolate.

Abrió los ojos y los labios, quiso replicar y justo cuando sintió que las fuerzas la acompañaban... Nada. Ningún sonido salió de sus labios, su mirar se volvió suave otra vez, casi como el de una persona adormilada, sus mejillas se tiñeron más de rojo que antes, las palabras se le quedaron atascadas en la garganta y sintió su cuerpo temblar... Todo por culpa de la mirada severa que ahora ese hombre le enviaba. No le gustaba esa mirada, era simplemente demasiado para ella, era demasiado para poder mantener fuera de esa coraza inquebrantable de fortaleza que tanto le había costado construir.

-No... -se atrevió a decir con la voz tan temblorosa como estaba su cuerpo. El hombre sonrió.

Rodeó en un abrazo posesivo la cintura de la muchacha con fuerza y la atrajo hacia su cuerpo, creando una imagen tan maravillosa como peligrosa. Unas cuantas mujeres que les observaban suspiraron enternecidas ya que recordaban con suma fuerza la primera vez en la que habían doblegado su voluntad. Algunos hombres sonreían, les encantaba ver como una nueva mujer era sometida solo con una palabra y todos en el salón sabían que si alguien podía doblegar a una chica con ese temperamento, esa persona era precisamente la que ya estaba a medio camino de tener a esa muchacha bajo su completo control.

El hombre la miró con más intensidad, intercalando la visión de los ojos aterrados de la muchacha, sus mejillas sonrojadas y sus labios entreabiertos, anhelantes. El conjunto completo era paradójico pero espectacular. Estaba a medio camino de doblegarla, su cuerpo ya estaba respondiendo a la presión, ahora solo faltaba su mente.

La muchacha quiso endurecer la mirada, fruncir el ceño cuando él se relamió los labios de manera sensual y lujuriosa, como si un pensamiento perverso hubiera cruzado por su cabeza. Forcejeó a duras penas para zafarse del abrazo, más solo consiguió que él solo la pegara más a su cuerpo. Su respiración se volvió agitada y dificultosa, sus manos soltaron los puños y los brazos cayeron lánguidos a los costados, como si estuvieran desconectados de sus funciones habituales.

-Dime Amo -volvió a susurrar él con un tono de voz demandante que le arrebató el aliento.

Ella negó a penas con la cabeza, como pudo ante la presa de los dedos fríos de él. Sintió que las piernas le temblaban y trató con todas sus fuerzas de controlar su cuerpo que parecía gelatina pero no podía, los ojos de él, esos ojos color avellana brillante le demandaban tanto que sentía que no podía luchar, que no había necesidad alguna. Su respiración era cada vez más agitada, sus ojos estaban cada vez más brillantes, se sentía cada segundo un poquito más doblegada su voluntad. Dejó escapar un profundo suspiro, desviando la mirada y tratando de centrar sus pensamientos cuando el brazo que la rodeaba comenzó a soltarla lentamente. Entonces sintió pánico. Sintió que si la dejaba ir se perdería, que si ese abrazo no la apresaba ella no tendría refugio, que estaría tan perdida como un ciego en un bosque pantanoso desconocido. Sus manos se aferraron al torso de ese hombro y con su mirada suplicó que no la dejara ir, causando una sonrisa en los labios de él, labios finos que volvieron a besarle la frente.

-No me suelte... -gimió por lo bajo, huyendo de la mirada avellana.

-No te escuché bien -murmuró el hombre aún con esa sonrisa en los labios, ella tembló-. Dilo de nuevo, más fuerte.

Pareció que la chica meditaba sus palabras unos segundos más solo trataba de alejar el conflicto interno de su mente, solo quería que la voz en su cabeza, la vocecilla que le decía que luchara se callara de una buena vez. Tomó una profunda bocanada de aire completamente nerviosa y, aún con el carmín tiñendo sus mejillas y la vista desviada de los ojos de él a sus propias manos que sujetaban con fuerza la camisa susurró un poco más fuerte que la ve anterior...

-Por favor... -tartamudeo sintiendo las lágrimas agolpándose en sus ojos- Por favor Amo... No me suelte...

Él sonrió más ampliamente y la soltó en un movimiento casi etéreo. La muchacha se abrazó a si misma bajando la mirada completamente apenada, casi perdida al tiempo que sentía como el hombre pasaba sus manos por su cuello, sintiendo algo frío en la piel desnuda. Él se apartó de nuevo cuando ella acercó sus manos temblorosas a lo que habían puesto en su cuello, palpando el metal y el cuero, la cadena que colgaba ligeramente hacia su pecho, la palabra grabada en el metal... Alzó la vista y se encontró con él y solo con él. Sintió unas profundas ganas de llorar.

-Ahora tu eres mi sumisa -aclaró él tomando uno de los caireles de ella que colgaba gracioso por sobre sus hombros-. Respétame y lleva tu collar en alto, querida mía.

La muchacha asintió quedamente. Ya no había vuelta atrás... Y eso le gustaba a pesar de estar atemorizada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario