Quienes me inspiran a seguir

lunes, 30 de mayo de 2011

Sangre




-¡Te odio! -grité, las lágrimas cayendo por mis mejillas sonrojadas culpa del frío. Sentí una mano en mi hombro en señal de apoyo, más la sacudí con fiereza- ¡No puedes hacer eso! -volví a gritar, observando esa sonrisa socarrona.

-Si puedo -contestó muy campante, ampliando la sonrisa-. Sabes que si tu juegas con fuego, te quemas...

-¡Cállate! -sentí las cuerdas vocales desgarrarse con fiereza ante ese grito agudo- ¡Eres un mal nacido!

-Lo sé -sonrió, levantándose de su asiento y caminando a la puerta de la cocina- ¿Más café?

Le arrojé la taza de café que aún mantenía la mitad del líquido caliente en su interior. Fallé, ni siquiera me acerqué con eso a golpearlo como quería. Volví a sentarme, roja de rabia, encendiendo el cigarrillo que mi amiga me alargaba sin siquiera mirarla por miedo a encontrar rechazo en sus ojos negros. Di una calada profunda al cilindro al tiempo que escuchaba ruidos en la cocina, una risa, silbidos, fragmentos tarareados de una canción, haciendo que me entrara una rabia de las grandes, mucho mayor que aquel sentimiento de cuando Linc se había atrevido a tocar mi collar y, al mismo tiempo, una pesadumbre que me hizo sentir tan miserable que no encontraría palabras para describir el sentimiento por completo.

Alcé la mirada al costado y mis ojos llorosos se encontraron con esas gemas negras que era la mirada de mi amiga rubia. Ella sonrió, secando una lágrima que rodaba por mi mejilla al tiempo que yo me aferraba a una de sus manos, que volvía a reposar en mi hombro en señal de profundo apoyo. Temblé cuando, por la ventana abierta se coló una brisa fría que me congelo cada célula del cuerpo, haciendo que sin querer un sentimiento familiar y amargo se instalara en mi corazón. Me levanté de la silla de golpe, con una renovada rabia mientras, con paso seguro me dirigía a la cocina. Pude verlo desde el umbral de la puerta abierta, estaba tarareando, mirándome con una sonrisa que me dio asco, como si hubiera sabido que sería masoquista para volver a enfrentarlo.

-¿En serio quieres jugar con fuego? -le dije, llevándome el cigarrillo a los labios y cuadrando los hombros.

-No sabes lo que es el fuego hasta que te quemas, hija -me dijo burlón otra vez, sentí que ya no podría más.

-Tienes un hijo ilegítimo que quiere conocerte -escupí de pronto, con todo el odio del mundo.

Palideció, mirándome con los ojos muy abiertos y un gesto torcido en la boca. Sonreí triunfante, la verdad es que no esperé que tuviera esa reacción. Escuché a mi amiga soltar un gemido de sorpresa a mi espalda, como si aquello que yo dijera fuera una broma de mal gusto. Sí, es una broma de mal gusto, pero si es para ese hombre hasta me cae bien aquel sentimiento de venganza reprimida. Volví a llegarme el cigarrillo a los labios, viendo como la taza de café reposaba humeante sobre el mesón. La tomé acercándome de paso a ese hombre, mirándolo desde abajo y notando, muy a mi pesar, que tenemos el mismo color de ojos, casi como una maldición.

-Estas... -intentó decir, apoyándose en el mesón aún con la mirada perdida.

-No estoy jugando ni mintiendo -inquirí rápidamente-. ¿Recuerdas a María? -vi la chispa del entendimiento encenderse en sus ojos marrón chocolate- Parece que sí... Bueno, Claudio, su hijo y mi medio hermano quiere conocerte. Va a cumplir diez años, ¿sabes? Es impresionante, yo cumplí veinte este año y él... Ya va a la mitad de mi camino.

Lo que siguió no me lo vi venir. Alzó su mano y me dio tal bofetada que quedé con el rostro girado hacia un costado de lo fuerte que me había golpeado. Sentía la mejilla arder, un doloroso calor extendiéndose por el lado izquierdo de mi rostro, incluso sentía que mis anteojos estaban algo girados por culpa de aquella mano grande y pesada impactando contra mi mejilla. Escuché a mi amiga rubia gritar algo, más solo pude escuchar esas palabras siseantes al tiempo que mis ojos volvían a enfocarse en él, ahora con un odio mucho más grande.

-Más respeto que aún soy tu padre -me dijo mirándome con rudeza-. Ya te lo dije, no te voy a dar la firma a menos que quites la denuncia para la asignación familiar.

-¿No escuchaste lo que dije? -mascullé tratando de mantener la calma, dejando caer la taza y el cigarrillo al suelo sin importarme nada- Me das la firma o le digo a María donde estás, eso sería pagar otra asignación...

-No me importa -sus palabras me dejaron impactada, asombrada hasta lo más profundo de mi alma. Pareció notarlo, pues volvió a sonreír de manera ladina-. Quieres saber porqué no me molesta? -no esperó ni siquiera a que yo pensara en algo, estaba simplemente pasmada- Déjame decirte que entre tú y tu hermano... No sé porqué me molesto en explicarte, ¿no eras tan inteligente?

-¡Usted es un cerdo! -escuché a mi amiga gritar, mientras me abrazaba- Vamonos de aquí, linda, larguémonos para que no le veas la cara a esta mierda de ser humano.

-La sangre es más espesa que el agua -me dijo apenas nos volteamos, yo me giré tan rápido que Anna estuvo a punto de caer.

-¿Qué? -mascullé, sintiendo las lágrimas caer por mis mejillas.

-Que la sangre...

-¡Tú no sabes nada de la sangre! -grité, agarrándome el pecho con una mano, sintiendo como dolía- ¡Si supieras algo de sangre hubieras ido al funeral de tu padre!

-Mi padre era un idiota -susurró, sonriendo otra vez.

No lo soporté. Podría insultarme a mi, soportaría que insultara a mis amigos, a mi madre, a quien fuera pero a mi abuelo, eso jamás. Caminé los pocos pasos que nos separaban y lo encaré, me sonreía como si se divirtiera demasiado con mi dolor y yo, aprovechándome de eso alcé mi mano apretándola en un puño y se la enterré en la nariz con toda la fuerza que la rabia me dejó acumular. Sentí los brazos de Anna agarrarme con fuerza, alejándome a tiempo de no darle una patada en los bajos que definitivamente lo dejaría doblado su par de horas. Lo vi llevarse las manos al rostro, mirándome con odio en medio de mis gritos.

-¡Tú ni siquiera mereces ser su hijo, hijo de la gran puta! -grité forcejeando en los brazos de mi amiga- ¡Eres un asco de ser humano! ¡No sabes lo que me avergüenza ser tu hija!

-Cámbiate el apellido -dijo simplemente, limpiándose el hilo de sangre que le salía de la nariz-. No necesitas ser muy inteligente para encontrar la solución de desvincularte de mi.

-TE ODIO! -grité con todo el aire que albergaban mis pulmones, luchando ah0ora con más fuerza contra la presa de mi amiga- ¡TE ODIO CON TODA MI ALMA!

-Cierren la puerta cuando salgan -dijo simplemente, volteándose para no mirarme-. Y si le dices una palabra a María te cancelo la matrícula de la universidad.

No sé como me dejé arrastrar por os brazos de mi amiga, ni cuanto tiempo estuvimos forcejeando pero, cuando lo noté, estaba llorando aferrada a su pecho, paradas junto al automóvil que nos había llevado hasta la casa de mi... Padre...

Descargué todos los gritos de rabia, dolor, pesar, furia... Dejé salir todo en esos interminables minutos en que mi voz se desgarraba entre las lágrimas saladas que se confundían con la lluvia que caía por mi rostro. Mis manos apretaban el cuerpo de Anna contra el mío como si me aferrara con la vida a mi única salvación, sintiéndome sola, vacía, triste y, por sobre todo, como una traidora. No había podido cumplir mi promesa y ahora no tendría cara para enfrentarlo y decirle "Hola".

Lloré hasta que estuve mejor. Estaba oscuro y las luces de la casa de la que habíamos salido hacia un par de horas estaban apagadas. Di un paso, mis botas enterrándose en el fango y resbalé, sintiendo como algo se me clavaba en la mano mientras, con sumo cuidado el conductor del automóvil salía del carro, para ayudarme a levantar junto a mi amiga. Me entraron al vehículo y me sacudí como pude, limpiando la mano herida, notando que tenía incrustado, para mi mala suerte, un gran trozo de vidrio. Lo quité con rabia, arrojándolo al suelo y viendo como la sangre caía sobre mi regazo. Anna me la vendó con un pañuelo y la presionó con fuerza, quizás más de la necesaria porque solté un quejido lastimero antes de mirarla con expresión vacía.

-Lo siento -me dijo, apretando con suavidad y sin dejar de mirarme-. Hay que lavarla en cuanto lleguemos a la casa, sino se infectará.

Asentí pesadamente antes de dejar caer mi cabeza hacia atrás, frustrada, cansada, con una gran nube negra sobre la cabeza y no precisamente era una de las nubes de tormenta del exterior del vehículo. Esta, desgraciadamente, era mi nube personal que, al parecer, no quería largarse ni aunque me cansara de gritarle que se fuera.

-Puta suerte la mía -refunfuñé notando que mi paquete de cigarrillos estilaba.

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