Quienes me inspiran a seguir

lunes, 11 de abril de 2011

Sueño de la Madrugada del Domingo





Me abracé a mi misma más por instinto que por otra cosa, pasando mis manos de manera insistente por mis brazos, tratando de darles así el calor que la delgada prenda no les proporcionaba. Te vi sonreír antes de pasar uno de tus brazos por al rededor de mis hombros, acercándome con posesión a tu pecho y yo simplemente dejándome hacer con aquel gesto protector. Dejé mi cabeza reposar sobre tus hombros allí, muy quieta, respirando el aroma que desprendía tu cuello, un aroma como a fresno mojado, como a bosque frondoso con la lluvia recientemente dejándolo estar en paz, un aroma a árbol suave pero a la vez con un toque de... ¿Vidrio? Tal vez era demasiado para describirlo, simplemente oler tu perfume ya me ponía de cabeza, dejando mi parte razonable en algún lugar.

Traté de acomodarme mejor entre tus brazos, más mi cuerpo acalambrado parecía no querer obedecerme a esa hora de la madrugada. Sonreí nostálgica, esto no sucedía cuando estaba sola, cuando dejaba que el frio me invadiera y me dominara, eso jamás sucedió cuando no tenía nada ni nadie a lo que apegarme, cuando era, como me habían dicho muchas veces, una perra sin sentimientos. Claro, en ese tiempo me encantaba ser así, en ese tiempo hasta me hacía sentir mejor el ser una persona tan... Tan mierda de ser humano, tan malvada, al final así evitaba que me lastimaran, siempre es mejor evitar que te lastimen adelantándote a lo que aún no ha ocurrido, siempre es lo mejor porque así no sufres o por lo menos sufres en menor cantidad.

Cerré los ojos lentamente, dejándome llevar por el sopor que me generaba el calor de tu cuerpo, que ya comenzaba a afectarme en serio, que ya comenzaba a ser demasiado para mi amargado corazón. Te sentí acariciar mis cabellos suavemente, tus manos apenas y rozando mi cabeza, un movimiento tan mágico como etéreo. Me gustó eso, me gustaba sentirme así de vulnerable contigo, por alguna loca y extraña razón me gusta depender de ti. Me acomodé mejor entre tus brazos, sentándome en tu regazo y dejando que tu calor me envolviera allí, dejándome llevar por todo y por nada, dejando que tu sola presencia me absorbiera y me opacara. Tú eres la estrella brillante, yo solo soy la mancha oscura, el lienzo en el que debe brillar, un lienzo nada... Como decirlo... ¿Decente? Creo que esa es la palabra adecuada.

De pronto todo a mi alrededor pareció detenerse. Tus brazos me aferraron con más fuerza, una fuerza que no alcanzaba a lastimarme pero si un agarre constrictor que hubiera podido arrebatarme el aire en un segundo. Yo por inercia me aferré a ti, mis brazos rodeando tu cuello, mis manos sujetas a mis antebrazos, un agarre poderoso y eficaz. También se jugar ese juego de no dejarte ir, no eres el único, cariño.

-Sé fuerte, Liz -me susurraste al oído. Tuve deseos de abrir los ojos, más supe que no debía hacerlo, que lo mejor era no hacerlo.

-¿Cuando nos veremos otras vez? -pregunté con labios temblorosos, dejando que una lágrima rodara por mi mejilla siendo apenas perceptible.

-No lo sé bonita -te aferré más a mi, sin querer dejarte ir, sintiendo como el sopor dejaba de invadirme, siendo reemplazado por un pánico estremecedor-. Calma...

-¡Stein! -gemí tu nombre de pila sintiendo como poco a poco mi mente comenzaba a trabajar de manera normal, igual que siempre- Te amo...

-Y yo a ti...

Fue lo último que pude escuchar salir de tus labios antes de sentarme en la cama de manera veloz, sintiendo mi corazón latir a mil por segundo, mi cabeza dando vueltas, un sentimiento de vacío en mi corazón y el frio comenzando a acecharme otra vez, ahora sin la protección de tus brazos cálidos. Pasé una mano por mis mejillas, notándolas húmedas, por lo que rápidamente sequé los residuos de las lágrimas de mi rostro antes de acercarme a la ventana, cigarrillo en mano.

Sonreí de manera nostálgica, ya estaba amaneciendo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario