Quienes me inspiran a seguir

sábado, 9 de abril de 2011

La Razón





-¿Necesitas ayuda?

Esas palabras en aquel momento de profundo dolor me llenaron de una paz y un sentimiento de esperanza tan grande que no dudé en preguntarle si no era molestia. Sí, normalmente soy una persona fria, arisca, llena de resentimiento y todo por culpa de aquel pasado tormentoso que me llenó de rabia contra el mundo y contra los seres humanos.

Me tendió su mano, me escuchó y yo... Yo no dudé en confiar en él al primer momento.

Quise negarme, mi cabeza me gritó que no confiara con esa facilidad apabullante en un desconocido pero me levanté, limpié las lágrimas de mi rostro y traté de sonreír con todo el corazón, a pesar de que está congelado por su causa.

Caminamos juntos, riendo, charlando, contándonos cosas y yo lloré silenciosamente, dejando que mi cabello cubriera este rostro mio con vergüenza, negándome a que me viera en aquel momento de terrible debilidad, más no pude engañarlo, a él no puedo engañarlo. Tomó mi rostro entre sus manos cálidas y sonrió, dándome a entender que estaba bien y que no tenía que seguir guardándome este dolor tan grande pero tan estúpido. Sonreí, volviendo a secar las lágrimas mudas que resbalaban por mis mejillas sin cesar, tratando de que quedara allí, de que ese sentimiento se fuera con la brisa de la noche.

Y se fue como si nunca hubiera existido cuando mi mirada se encontró con la suya en un choque que me puso la piel de gallina. Quise alejarme cuando besó mi mejilla, más el sonrojo y una nueva sensación de profunda timidez se apoderó de cada molécula de mi ser, dejándome estática y tartamudeante mientras él me explicaba que no lo había podido evitar, que no me enfadara con él. Sonreí bajando la mirada a mis manos, que se apoyaban en su pecho como tratando de alejarlo pero sujetando su camiseta con fuerza, sin dejarlo ir. Un gesto tan contradictorio como bello.

Continuamos la marcha, tratando de olvidar aquel sentimiento que comenzaba a implantarse en mi corazón de manera terrible pero hermosa, asustándome pero llenándome de calma a la vez. Nos sentamos en medio de una plazoleta iluminada por la luz de las farolas, único testigo de este extraño encuentro y entonces uno de tus amigos llegó junto a nosotros. O tal vez ya estaba allí, no logro recordarlo con claridad, estaba absorta con tu presencia justo a mi lado, que aferraba mi mano como si el mundo fuese a acabarse y esa fuera la última acción que pudiésemos hacer. También aferré tu mano, más yo, al contrario de tu calma extremadamente ilógica estaba temblando. No de frio, sino más bien de terror. Terror ante lo que pudiese suceder.

Retomamos la marcha hacia no recuerdo donde, yo solo los seguí, dejando que en un impulso las palabras alegres salieran como nunca de mis labios sellados e incultos de aquello. Rieron, rieron a carcajada limpia ante mi sonrojo y ante la estúpidamente adorable frase que había escapado de mis labios. La secundaron, coreándola conmigo y yo sonreí feliz mientras caminábamos. Pasaron miles de cosas en el trayecto, cosas que nos hicieron reír cada vez más fuerte hasta que llegamos a nuestro destino... Cosas que en este momento de lapsus no podría describir en el orden adecuado. Lo que si recuerdo bien es que cuando volvimos a quedar solos por unos segundos volviste a besarme, esta vez más cerca de mis labios temblorosos y yo, nuevamente entorpecida por la vergüenza te devolví el beso también más cerca de la comisura de tus labios antes de salir corriendo, huyendo como la cobarde que soy.

Volvimos a reunirnos y te miré abochornada, tratando de bajarle el color a mis mejillas mientras... No recuerdo que pasó después, actué tan por inercia que solo recuerdo que tuve que marcharme rápidamente, sin saber cuando nos volveríamos a ver otra vez.

La noche siguiente me hice de tiempo y regresé al lugar en el que nos habíamos separado, sin encontrarte. Me senté absorta en mis pensamientos, encendiendo un cigarrillo y tratando de comprender esta sensación, este sentimiento que se acrecentaba con cada segundo de tu ausencia hasta que, volteando una esquina te vi aparecer. Saludé desde la distancia con una media sonrisa y tú gritaste mi nombre con tanta fuerza que me sentí morir, empequeñecida por tu felicidad. Nos saludamos con un beso en la mejilla y retomamos la charla pendiente de la noche anterior hasta que nos vimos de nuevo saludando y ayudando a muchas personas. Porque sí, te gusta ayudar a la gente y eso es algo que yo hacía solo de manera esporádica, mientras que ahora no dudo en hacerlo pues me recuerdas como soy en verdad. Creo que esa es una de las razones por las que te quiero tanto, a pesar de apenas conocerte...

Lizzy

No hay comentarios:

Publicar un comentario