Quienes me inspiran a seguir

martes, 19 de abril de 2011

Invencible





Aferré tu mano con fuerza, dejando caer la maleta al suelo mientras tus ojos se perdían en las lagunas negras de ese hombre que nos observaba iracundo, a punto de saltar sobre nosotros. Diste un paso adelante, sin soltar mi mano y lo encaraste con rudeza, tus ojos fijos en los suyos y yo allí, junto a ti, haciéndome la fuerte, tratando de no temblar ante lo que se venía.

-Suéltala -rugió aquel hombre, mi carcelero. Tú negaste firmemente con la cabeza.

-No la soltaré -susurraste con una voz suave pero gruesa, un tono firme y seguro-. No la dejaré y mucho menos contigo.

Mi carcelero, quien nos había encontrado alzó la mano con fuerza y yo, en un impulso estúpido pero muy racional para mi te halé hacia atrás y me interpuse en la trayectoria de esa mano, que impactó contra mi mejilla con rudeza como tantas otras veces, haciéndome voltear la cabeza mientras soltaba tu mano para llevarla al lugar herido. Sentí tus brazos rodearme, tratando de sujetarme. Tus ojos buscaban los míos, que estaban escondidos bajo la cascada de cabello oscuro que caía sobre mi rostro, mis ojos firmemente cerrados.

Volví a erguirme rápidamente, recuperándome en un segundo y enfrentando esa mirada oscura con mis ojos brillantes debido a las lágrimas que pujaban por salir y al valor que de pronto había tomado. Dí un paso firme hacia adelante, tomando una gran bocanada de aire antes de gritar con todas mis fuerzas. Te grité cuanto te odiaba, cuanto había sufrido y cuanto había perdido por tu causa. Amigos, libertad... Pero eso quedaba hasta allí, era hora de que acabara y yo iba a dar el primer paso. Iba a salir de la prisión, no sola como siempre esperé, pero salir aferrando la mano de quien de verdad me amaba era un gran paso para mi, uno en el que se definiría todo.

Tú volviste a aferrar mi mano, prestándome tu fuerza y mi carcelero pareció empequeñecer ante la imagen que frente a sus ojos se presentaba. No sé como nos vimos en ese momento, pero lo que si sé es que, viésemos como nos viésemos estábamos allí, juntos. Yo enfrentaba mis miedos, enfrentaba a mi carcelero, al responsable del desgarre de mi alma y tú estabas junto a mí, ayudándome a enfrentarlo, ayudándome a levantar, ayudándome a extender mis alas rotas para poder volar otra vez como una mariposa... A pesar de que la comparación no es de mi completo agrado.

Vi como mi carcelero alzaba una mano y yo puse la mejilla con rudeza, incitándolo a que lo hiciera, diciéndole que sus golpes, por muy fuertes que fueran ya no podían lastimarme más. Ya no más.

Lo siguiente fue muy aprisa, una mancha borrosa en mi memoria. Solo recuerdo que estábamos sentados sobre la arena, viendo las olas recogerse en la orilla, un amanecer hermoso junto a ti. Estabas sentado detrás de mí, tus brazos me rodeaban aferrando mi cintura mientras tu cabeza reposaba sobre mi hombro, yo apoyando el peso de mi cuerpo contra tu pecho, respirando en calma, observando fijamente como los colores cambiaban, aclarándose.

-Gracias -susurré besando tu mejilla cariñosamente, sonriendo juguetona.

-No hay nada que agradecer -dijiste en un suspiro, abrazándome más fuerte-. ¿Te dije que me gusta estar contigo?

-¿Te dije que te amo? -contesté a modo de pregunta, sonriendo.

-No en los últimos cinco minutos...

Reímos como dos niños, abrazados, sintiendo la calidez del sol de la mañana sobre nuestros cuerpos entumecidos pero felices. Fue cuando me di cuenta que estando contigo, teniendo conmigo la fuerza que me brindas soy simple y sencillamente invencible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario