Quienes me inspiran a seguir

viernes, 7 de octubre de 2011

Oscuridad




Mabel estaba muy preocupada por su amiga. Edén llevaba días sin levantarse de la cama, no probaba bocado, no hablaba, y eso la tenía casi fuera de sí. Ahora estaba sentada junto al bulto enrollado entre las sábanas que era la muchacha, tratando de hacerle entrar en su dura cabeza que nada de lo que le había sucedido a Sebastián era su culpa, que no debería estar así, que todo iba a ir mejor si solo se calmaba y dejaba que el tiempo fluyera como siempre.

Pero no era que Edén no quisiera escucharla, es que no podía escucharla. Estaba tan sumida en aquella pesadilla, tenía tan presente el recuerdo de Sebastián tendido en el pavimento con su cuerpo contorsionado como el de una muñeca de trapo que sentía no solo su cuerpo, sino también su mente sumido en un mar de profunda oscuridad y desolación. ¿Dónde estaba la luz que la había hecho sonreír días atrás, meses atrás? Hasta había perdido la noción del tiempo con todo aquello, y estaba aterrada. ¿Dónde estaba su Ángel cuando más anhelaba sus alas protectoras?

Un grito de dolor se escapó de su garganta, seguido de un interminable sollozo que resonó en la habitación como un trueno antes de que la lluvia se hiciera presente en una ciudad destrozada por el caos. Mabel la alzó de la cama, abrazándola con fuerza y sintió el corazón de la muchacha latir desbocado mientras más gritos escapaban de su garganta destrozada. Cada día era lo mismo, cada noche, a cada hora los gritos de su amiga llenaban la casa hasta el más profundo y deshabitado rincón, remeciendo todo hasta los cimientos. Y ya no sabía qué hacer.

Adín entró hecho un bólido en la habitación, con su rostro contraído en un rictus de preocupación. Una semana las cosas llevaban así y ya ninguno sabía qué más hacer. Ángel estaba quedándose con ellos para cuidarla en las horas en las que no trabajaba, pero apenas él se marchaba, Edén comenzaba una nueva sesión de gritos y llanto que no eran capaces de frenar, y lo único que podían hacer por ella era abrazarla.

Edén se dejó abrazar y acariciar, tratando de mantener su dolor lo más oculto que podía, pero la oscuridad era más grande que ella y que su fuerza de voluntad. Se levantó de la cama y caminó sin ser consciente de lo que hacía, simplemente caminando y caminando, arrastrando los pies bajo las miradas curiosas de sus amigos. Salió de la casa y observó a su alrededor, viendo los automóviles pasar a cada segundo. Y sintió el movimiento en su abdomen plano, sintió la vida, sintió la muerte corriendo como sangre por sus piernas hasta el suelo, hasta el infierno. Y volvió a gritar, buscando desesperada el rostro de su Ángel de cristal que se alejaba batiendo sus alas graciosamente.

¡No, no me dejes!, quiso gritar, pero no fue capaz de hacerlo. Y quiso que todo acabara cuando dejó de sentir, tratando de ir tras su ángel y alcanzarlo, para retenerlo entre sus brazos…





Ángel aferraba con fuerza su mano, y la acariciaba con la yema de sus dedos, solo así ella podría ser capaz de encontrar la luz entre su oscuridad y despertar. Llevaba tanto tiempo así, tantos años, que no dudaba en que Edén había creado un mundo perfecto dentro de su mente para no despertar jamás. Pero él no sabía que la escena se repetía una y otra vez, que esos meses interminables se repetían en su cabeza, cambiando nombres, colores, rostros, simplemente cambiando todo para no ser alejada de la oscuridad.

Mabel se preguntaba qué podría estar soñando para que su corazón se disparara de esa manera y se preguntó si tenía que ver con aquel día, en la plazoleta, luego de aquella discusión entre ellos. Ángel le había pedido dejar de llorar, dejar de alucinar, hacerse tratar de una vez por todas para dejar todo el dolor atrás, pero ella se había negado, no podía evitar sentirse desdichada. O tal vez no quería evitar sentirse desdichada.

Había corrido esa tarde, tratando de alcanzarlo y el automóvil la había impactado de frente, haciéndola volar por los aires. Y Edén no iba a despertar jamás, lo sabían, sabían que no volverían a ver su mirada color chocolate brillando de emocionada felicidad nunca más, que el último recuerdo que tendrían de ella sería eso, su cabeza rota sobre el pavimento, sus labios tratando de susurrar un lo siento, sus ojos nublados tratando de enfocar, viendo algo lejano.

Ahora Edén vivía un sueño, y ellos no sabrían jamás que era lo que ella veía, lo que ella sentía, lo que ella sentía y soñaba. Tal vez era feliz en su sueño, tal vez era más feliz que nunca con los ojos cerrados y evadiendo la cruda realidad. Había perdido a su hijo, al hijo de Ángel y suyo y no podía perdonarse a sí misma, por eso lo había tergiversado todo, volteando la realidad, evitando lo que ella era, yéndose lejos en sus sueños y pesadillas.

El médico entró en la habitación y les preguntó si estaban listos. Ángel sollozó, besando la mejilla fría de Edén y suspirando. Mabel no fue capaz de ver, por lo que se tapó los ojos antes de perderse entre los brazos de su esposo, que miraba fijamente el cuerpo inerte de su antigua amiga. De pronto, y con un pitido de aviso, el corazón de Edén se detuvo para siempre.

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